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Adiós a la virginidad

~~Ferney. 16 años mayor que yo. Había sido mi jefe en la primera empresa en la que trabajé y su novia trabajaba allí mismo, aunque ella tenía un cargo bajo siempre se las ingenió para ser odiosa conmigo. Ferney se había convertido en mi amigo, en tutor de muchas verdades simples de la vida, como que quejarse de la vida es un acto de mala educación con uno mismo y con los demás; que la universidad es algo importante y que sexo no es pecado.
 Yo tenía 21 años y acababa de salirme de un grupo de oración, incluso estuve a punto de entrar a un convento pero allí me dijeron que tenía que conocer más el mundo: Hice caso. ¡Ja! De todas maneras ya vestía diferente: largos y cubiertos vestidos, nada de maquillaje y una cruz colgada en el cuello.
 Cuando Ferney me contó que había terminado con su novia odiosa, por primera vez salimos en un plan diferente al de buenos amigos o al de tutor con su alumna. Yo uso lentes para ver de lejos y me dijo que estaban sucios entonces me los quitó y yo dejé los ojos cerrados para evitar el salto de visión; entonces me dio un besito corto. Yo me sorprendí pero ya me lo esperaba.
 Después de eso nos sentamos junto a una fuente de agua en un parque de la ciudad y nos seguimos besando. Empezamos a salir con frecuencia y él cada vez avanzaba un poco más en caricias.
 Con Ferney siempre tuvo todo un desarrollo “demasiado normal” por no decir rutinario.
 De todas maneras, yo sabía que con él no podía pasar invicta como con Robin, pero ya tenía ganas, mis amigas me hacían bromas por ser virgen a esa edad. Una vez en su apartamento, Ferney hizo sonar un CD de Ana Belén y Víctor Manuel y cuando escuchó la canción “Lía” empezamos a bailar y bajó las manos por mis caderas, yo temblaba y él siguió acariciándome por encima de la ropa. Ese día todo quedó ahí y después nos fuimos a comer. Esos tres años que estuve con él conocí restaurantes, sitios de rumba y de diversión que no imaginaba que existían.
 Una vez en su oficina, un sábado en la tarde que no había nadie, estábamos de pie y yo medio sentada en su escritorio, mientras él empezó a jugar con los botones de mi blusa, ya lo había hecho antes pero empezó a soltarlos y yo dije que no, entonces me preguntó “por qué” y yo no tenía respuesta entonces lo dejé hacer.
 Me abrió la blusa y luego abrió correctamente mi bra. (la experiencia de un hombre se nota en lo que hace con el bra de una mujer), se quedó mirando mis manzanas y yo tenía vergüenza de que me mirara así, de frente y debajo de una inmisericorde luz blanca de oficina. Luego me miró a la cara y después de un momento me dijo “y yo qué”, me reí, porque yo nunca había intentado desnudar a nadie, pero empecé a soltar sus botones y fue cuando me di cuenta que la ropa de hombre tiene los botones del lado contrario ¡qué dificultad! Así me abrazó y recuerdo la calidez de ese primer abrazo de un hombre con el torso desnudo sobre mi torso desnudo. Llevó mi mano hasta su entrepierna y yo debí poner tal cara de horror que lo dejamos ahí.
 Después de tres meses y de seguir con estos juegos cada vez más avanzados, incluso ya le había masturbado y él a mí (con Ferney jamás tuve un orgasmo) él ya estaba aburrido conmigo y me dijo que él me quería en serio pero yo no mostraba mayor interés entonces que lo dejáramos en buenos amigos.
 Esa noche me metí en su cama y lo dejé que me penetrara… ¡vaya sicología femenina!: Cuando me echó, entonces entregué mi cuerpo. Estaba terminando la regla, tenía apenas un flujillo café. Después de las caricias que ya me sabía de memoria (besos suaves – besos apasionados – caricias en el pecho – restregada con ropa – quitada de ropa – besos en el pecho – besos en el ombligo – besos en la entrepierna, siempre en rutina y orden perfecto) se puso encima de mí y me dijo que abriera las piernas yo estaba muerta de pánico pero me abrí. Ferney decía que no creía en mi virginidad y ese día lo demostró porque empezó con una empujadera rítmica y fuerte, yo volteé el rostro y me agarré de la almohada, sentía que me ardía mucho, me maltrataba y él seguía empujando y empujando. En cierto momento salió de mí y eyaculó en mi vientre. Me besó y se tendió a mi lado. Yo sentía el ardor y no pensé que hubiera podido pasar de la entrada de mi rajita entonces le pregunté “se pudo o no se pudo” y el me mostró su miembro envuelto en sangre oscura y semen, “mire cómo me dejó”. Esa fue la absurda forma en que dejé mi virginidad, ni por amor, ni por deseo. Simplemente por despedida y por curiosidad.
 Seguimos saliendo y cogiendo por tres años. Conocí técnicas y posiciones, a usar métodos anticonceptivos no químicos, a usar la lengua y las manos, pero no mucho de pasión y entrega. Después se casó con su exnovia, que quizás había seguido siendo su novia por todo ese tiempo y yo no lo supe. Esa vez conocí el dolor del engaño. Sé cuanto duele una mentira y por eso ahora me cuido de causar ese dolor.
 Pero sigo pensando y fantaseando con Víctor. Me gustaría estar a solas con él y mirarlo hasta cansarme de mirarlo, entonces cerrar los ojos y empezar sólo a escucharlo… luego olerlo, después saborearlo lenta y tranquilamente y por último, sólo al final, tocarlo. Eso lo leí en un libro de Coelho, que antes de tocarse en pareja, deben haberse despertado y estimulado todos los sentidos. Ninguno de los tipos con que he estado ha tenido la paciencia suficiente para acompañarme hasta este punto. Los hombres que conozco son simples, juegan con caricias el tiempo suficiente para tener una erección potente y luego la penetración, no aceptan juegos de estimulación más prologandos y a mi juicio mejores.
 ¿Sería Víctor la excepción? Mejor dejo de pensar en Víctor y su mirada que parece sensata y empiezo a pensar en mi próximo relato, les voy a escribir algo lleno de picardía para variar un poco, contaré la primera y única vez que he puesto un anzuelo para seducir a un hombre.

Datos del Relato
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