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Desde que me había levantado el sábado, llevaba todo el día nervioso, apenas había podido comer a causa de los nervios y stress que tenía, era como un hormigueo que me recorría todo el estómago, y todo era por causa de aquella cita con el quiosquero. No le había prometido nada, pero llevaba 2 días que no dejaba de pensar en ello.
Realmente deseaba volver a estar con él, por otra parte, sentía remordimientos, no terminaba de aceptar por completo mi homosexualidad. Tenía miedo de que me descubrieran, de que no aceptaran que fuese maricón, en fin, miles de pensamientos que recorrían por mi cabeza.
Pero aquello que sentía era demasiado fuerte, y sobre todo muy difícil de reprimir. Así que al final terminé por acudir a la cita con el quiosquero, la calentura y excitación que sentía, habían ganado como solía pasarme siempre.
A las 7 menos 5 de la tarde, emprendía camino al quiosco, tal y como había quedado con el quiosquero hacía 2 días. Había dicho en casa que seguramente no vendría a dormir, que había quedado con unos amigos, que íbamos a una fiesta, y seguramente hasta el domingo no volvería. ¿Pero vas a venir a comer? Me había preguntado mi madre, no lo sé, supongo que sí, le contesté.
Cuando llegué al quiosco, ya pasaban de las 7 de la tarde. Al ver el quiosco sin luz y las persianas bajadas, quedé paralizado, miré el reloj, viendo que ya eran casi las 7 y cuarto de la tarde. Joder, ya no está, y ahora que hago, quedé pensando sin saber que hacer.
De pronto escuché como se abría la puerta del quiosco, saliendo en esos momentos el quiosquero. Al verlo, se me iluminó la cara, ¡bufff! Que sensación de alivio me había recorrido todo el cuerpo.
Hola, le dije, con voz temblorosa y unos nervios que me hacían encoger el estómago.
Vaya vaya, que sorpresa, creí que no venías. Ya estaba cerrando para marcharme. Pero bueno, al final veo que te has decidido, y aunque tarde, has venido.
Entonces que, me decía el quiosquero, ¿vas a venir a mi casa y quedarte a dormir, como hablamos el otro día?
Sí, le contesté, poniéndome rojo de vergüenza a la vez que miraba al suelo.
Estupendo, soltó el quiosquero, dándome un abrazo. Ya verás como no te arrepientes, vas a ser mi perrita toda la noche, me susurraba al oído mientras me abrazaba. Ya verás como vas a disfrutar, te voy a montar y hacer que chilles como una perrita, me decía tocándome el culo con su mano.
Al verme nervioso, tratando de zafarme de aquel abrazo y manoseo que le daba a mi culo, el quiosquero se dio cuenta de que aquello me ruborizaba y no me gustaba que me vieran. Abrió la puerta del quiosco, diciendo, espera un momento. Ven, pasa que vamos a coger tabaco, que seguro que te va a hacer falta.
Pasé a dentro del quiosco como me había pedido, mientras él buscaba agachado en un cajón el tabaco. Cuando lo hubo cogido, se giró preguntándome si quería llevar algo más.
No no, le contesté, yo no necesito nada, le dije.
Ven mi perrita, me decía él abrazándome de nuevo. Ya se que lo único que necesitas y deseas es esto, decía llevando mi mano a su entrepierna.
Mira como me tienes, decía llevando su boca a mi oreja y cuello. Estoy deseando abrirte el culo y metértela hasta los mismísimos cojones. Quiero oírte chillar mientras te doy por el culo, y hacer que te corras de gusto mientras te follo.
Mientras yo le palpaba la entrepierna al quiosquero, este lamía mi oreja y me mordisqueaba el cuello, en esos momentos, escuché como cerraba la puerta del quiosco y le pasaba el cerrojo.
Ven mi perrita, me decía abrazándome a la vez que me giraba, haciendo que le diera la espalda. Déjame que te toque este culito, déjame sobártelo un poquito.
¡Ufff! Que bueno estás maricón, me decía el quiosquero abrazándome por la espalda, a la vez que restregaba su paquete por mi culo. Como me gustas maricón, ay que ganas tengo de abrirte este culito con mi chota y dejarte preñado.
Joder, el muy cabrón del quiosquero no paraba de meterme mano y restregarse el paquete por mi culo. Ya me había puesto a tope, y aquellos mordiscos que me daba por el cuello y la nuca, me estaban derritiendo de gusto. Me hacían temblar y que echase el culo más atrás, notando aun más como restregaba su paquete por mi culo.
Mi perrita tiene ganas de que lo monte, ¿eh? Me decía al verme jadear y temblar mientras me mordía el cuello y seguía restregándome el paquete por el culo.
Tienes ganas de que te encule, ¿eh perrita? Me susurraba empezando a soltarme el cinturón. Una vez lo hubo aflojado, siguió desabrochándome el pantalón, cuando este empezó a caer por mis piernas, tiró de mi camiseta y cazadora subiendo ambas prendas hasta mis hombros. Echó mano a mi slip, tirando de él hasta debajo de las rodillas.
¡Ohhh maricón que bueno estás! ¡ohhh como me gustas! ¡ooohhh que culito!
En menos de 3 segundos, ya se había bajado el pantalón y calzoncillo. Su polla se erguía mirando al techo del quiosco, estaba tiesa y dura como una roca.
Yo había echado la mano hacia atrás, encontrándome con aquella verga, miré como pude de reojo, viendo que el cabrón del quiosquero estaba salido y empalmado como una mona. Dios, al verle la verga, vi que estaba hinchada y enrojecida. La boca se me hizo agua al verle la polla al quiosquero, aquella polla me encantaba, estaba dura y caliente, parecía un plátano con aquella semicurva que le hacía la polla. Y el glande enrojecido, asomándose por la piel del prepucio, me hacía desear tenerlo en la boca. Dios como deseaba aquella polla, quería chuparla, quería sentirla dentro mía, deseaba que el quiosquero me montara, me abriera el culo con aquella verga haciéndome su perrita.
Se pegó a mi culo, empezando a restregar su falo por la raja de mi culito.
Ay maricón, ya no puedo aguantarme más, quiero follarte ya, quiero hacerte mío. Quiero darte por el culo y hacerte mi perrita, me gritaba quitándome la camiseta y cazadora subiéndola por arriba de mi cabeza.
Llevó su mano a mi culo buscando la entrada de mi ano, presionó con un dedo, viendo que estaba cerrado y apretadito, me dijo, anda maricón, afloja un poco y deja que te abra el culito.
Yo aflojaba, pero el esfínter no cedía. Escupió en su mano, pasándola de nuevo por mi agujerito, hasta que consiguió meter un dedo.
Estás bien cerradito, maricón. Uy que calentito se siente. Anda aflójate y deja que se abra el culito, me decía metiendo y sacando su dedo en mi ano. Anda relájate perrita, déjame que te haga mío. ¡Ufff! Deja que te monte tu macho, déjame follarte y preñar este culito tan rico que tienes.
Anda maricón, déjame sodomizarte, me susurraba al oído colocando la punta de su polla sobre mi esfínter.
Así perrita, así, relájate, me susurraba cuando dio una envestida haciendo que mi esfínter se abriera, entrándome la cabeza de su polla.
¡Ahhh! Grité al entrarme la punta de su polla en mi culo, ¡ahhh! ¡aaahhh! Volvía a gritar cuando volvió a dar otra envestida a su pelvis, metiéndome más su polla. Espera espera, le pedía. Sácala, sácala que me estás lastimando.
Yo me había estirado todo lo que podía al meterme la polla el quiosquero, pero este me tenía bien sujeto. Se pegó todo lo que pudo a mí, sin dejar que su verga saliera de mi culo, el muy cabrón me tenía bien ensartado en su polla.
Tranquilo maricón, tranquilo que ya está. Ya la tienes toda dentro, ahora vamos a esperar un poquito, ya verás como te pasa el dolor, me decía rodeándome con sus brazos, pegándome más a él, mientras me mordía el cuello.
Así maricón, así, relájate y no te muevas. Deja que tu macho te monte y folle, me decía acariciándome con sus manos mi polla y vientre. Ay que bueno estás maricón, hoy te voy a llenar esta tripita con mi leche y te voy a dejar bien preñadito.
Notaba como sus huevos los tenía pegados en mi culo, y al quiosquero presionar su pelvis contra mí, notando como su verga se ensartaba cada vez más, teniéndome bien empalado en ella.
Ya mi perrita, ya, me susurraba mientras iba mordisqueándome el cuello, relájate ya verás como se pasa el dolor.
Con sus manos iba acariciándome por la barriga hasta que llegó a mis tetillas, luego empezó a apretar y retorcer los pezones mientras seguía mordiéndome el cuello y la nuca, a la vez que iba empezando a mover poco a poco su pelvis, haciendo que su polla fuese resbalando por mi interior. Se movía muy suavemente, mientras yo me iba relajando y entregándome a él.
Así mi perrita, así, dame tu culito y deja que te folle, déjame hacerte mía. ¡Ohhh que gusto! ¡ohhh que gusto! Susurraba moviendo cada vez más su pelvis, clavándome su polla una y otra vez cada vez más profundo.
Notaba sus bolas pegadas en la entrada de mi ano, y como el quiosquero empujaba su pelvis, enterrándome una y otra vez su polla. Notaba como su glande rozaba mi próstata, y sus pelos púbicos, rozaban con mi culo.
El muy cabrón del quiosquero, ya me tenía bien ensartado en su polla, ahora me tenía a su entera disposición, y él lo sabía. Iba poco a poco y muy suave, pero sabía que me tenía en sus manos. Me tenía bien empalado, y ahora era completamente suyo.
Así perrita, así, deja que tu macho te monte. Deja que te folle, perrita, me susurraba moviendo su pelvis mientras su polla se insertaba una y otra vez recorriendo mis entrañas.
Me echaste en falta, ¿eh perrita?
Echaste en falta a tu macho, ¿verdad?
Claro que sí perrita, claro que me echaste en falta. Te gusta que te follen, te gusta sentir como te abren el culo y te monta un buen macho, ¿verdad?
Te gusta sentir una buena polla dentro tuya, sabes que naciste para ser follado, ¿eh? Te gusta la polla maricón, y a mí me gusta tu culito. ¡Ohhh que gusto! ¡ohhh que gusto! Susurraba a mi oído sin parar de culearme.
Esta noche te voy a hacer mío, te voy a follar toda la noche, voy a hacerte sentir toda una hembrita y te voy a preñar este culito hasta dejarte embarazado.
El cabrón del quiosquero no paraba de taladrarme el culo con su verga, cada vez me la metía más a fondo. Con sus manos retorcía mis pezoncitos y su pelvis se movía culeándome una y otra vez. Se escuchaban nuestros jadeos y el plof, plof, plof plof, de su pelvis golpear mi culo cada vez que me enterraba la polla, haciéndome suyo.
Yo sudaba y gemía de placer, mientras el quiosquero jadeaba y gruñía mientras me daba por el culo, haciéndome suyo.
Empecé a notar como el quiosquero aceleraba sus acometidas, su polla se hinchaba en mi interior y de pronto empezó a gritar que se corría.
Me corro, me corro perrita, ¡ohhh que gusto! ¡ohhh que gusto! ¡ooohhh que gusto! Exclamaba enterrándome la polla en lo más hondo de mi ser, derramando su semen dentro de mí.
Ya perrita, ya te he preñado esta noche, y esta es solo la primera de ellas, ya verás que bien lo vamos a pasar, me susurraba mordiéndome el cuello y lamiéndome la oreja.
Yo caliente a más no poder, con la polla tiesa y más ganas de seguir siendo follado, me sujetaba al pequeño mostrador del quiosco, sin poder dejar de temblar. Las piernas me temblaban y la calentura que sentía por todo mi cuerpo, me hacían sudar por todos los poros. Quería seguir siendo empalado por aquella polla, hasta que me hiciera correr de gusto.
Pero el quiosquero tenía otros planes. Sacó su polla de mi culo, diciéndome, ahora es mejor que lo dejemos, no quiero que te corras y te marche la calentura. Te quiero así calentita mi perrita, quiero que estés excitada y desees que te vuelva a montar.
Que hijo de puta, ahora que estaba caliente a más no poder, me dejaba así sin poder correrme. Estaba jadeando con una excitación de 3 pares de cojones, y el cabrón del quiosquero, me dejaba con la miel en los labios. Como pude levanté el pantalón y slip, y comencé a vestirme.
Una vez listos, salimos del quiosco marchándonos para su casa. Yo iba sudando y colorado a más no poder, el cuerpo me ardía y el olor a semen y sexo que desprendía, aún me hacía estar más excitado. El muy cabrón sabía perfectamente como estaba, e iba disfrutando al ver mi estado de excitación y calentura. Sabía que me tenía en sus manos, que de esa manera no me iba a marchar, iba a dejar que me siguiera dando por el culo, sabía que de esa manera estaba entregado a él.
Pero la cosa aún empeoró, en lugar de irnos directamente para su casa, antes me llevó a un bar, donde estuvimos bebiendo. Allí le preguntaron por mí, contestándoles el quiosquero, que era un cliente de él, que coleccionaba unas revistas, y que íbamos a mirar en su casa a ver si encontrábamos las que me faltaban.
No sé si creyeron lo que les contó o no, lo que sí sentí yo en esos momentos, fueron miradas como si me acusaran de maricón y depravado. No me sentía cómodo, aquellas miradas me hacían sentir sucio, veía en sus caras el rechazo y desprecio.
Cuando por fin salimos de allí, después de más de una hora, quedé aliviado. Detalle que el quiosquero notó.
¿Qué pasa? No se te veía muy cómodo, me dijo.
No, le contesté, no me gustaba como me miraban, le dije.
Tranquilo, me decía el quiosquero pasándome la mano por la espalda, ya te noté que estabas muy tenso, me dijo. Vamos a tomar algo más a otro bar, y nos vamos para casa.
La verdad es que yo prefería irme ya para su casa, pero no me quedaba otra alternativa. Así que fuimos a otro bar, y de allí salimos ya pasadas las 9:30 de la noche.
Cuando llegamos a su casa, yo ya estaba medio borracho, la calentura ya se había aplacado un poco, pero la excitación que sentía, todavía me recorría por todo el cuerpo. La polla la tenía tiesa y dura a más no poder.
Nada mas cerrar la puerta de su casa, el quiosquero rodeándome con su brazo por la cintura, me llevó hasta el sofá, allí dejó las bolsas que llevaba sobre el suelo, y abrazándome a él, empezó a besarme los labios, mientras me iba quitando la ropa.
Empezó sacándome la cazadora, luego tiró por mi camiseta sacándomela por la cabeza, luego se paró a acariciarme los pezones, mientras yo le aflojaba el cinturón, le desabrochaba el botón del pantalón, le bajaba la cremallera, tirando luego de su pantalón y calzoncillo hacia abajo, liberando su polla y huevos.
Agarré aquella polla que medio morcillona le colgaba y ya empezaba a ponerse tiesa y dura, empezando a acariciarla mientras se la iba descapullando.
Mientras tanto el quiosquero, me iba mordiendo los pezones, luego fue subiendo hasta mi cuello, empezando él a soltarme el cinturón, desabrocharme el pantalón, bajándomelo junto al slip, sin dejar de mordisquearme el cuello.
Nada más terminar de bajarme el pantalón y slip, me empujó haciendo que me callera sentado en el sofá. Tiró de mis zapatos, luego de sacármelos, terminó de sacarme el pantalón y slip, hizo lo mismo con los calcetines, luego se irguió a la vez que llevaba mi cabeza a su entrepierna.
Chúpala, perrita, chúpale la polla a tu macho, me decía llevando mi cabeza a su entrepierna. Abrí la boca metiéndome la cabeza de aquella verga que ya se empezaba a poner tiesa, mientras me sujetaba a sus caderas.
¡Ohhh que gusto! ¡ohhh que gusto! ¡ooohhh maricón que boquita tienes! Jadeaba el quiosquero agarrándome por la cabeza mientras yo me tragaba su polla.
Mientras yo tragaba y chupaba la polla al quiosquero, este terminó de desvestirse, hasta quedarse desnudo por completo, al igual que estaba yo.
Cómeme los huevos perrita, anda cómele los huevos a tu macho. Anda perrita que te voy a montar y preñarte este culito que tienes.
Aquí dejamos el relato, ya que si no se hace demasiado largo. En el próximo relato continuaremos donde lo hemos dejado.
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