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Aburrida, decidió confesarle su fantasía más íntima: “quiero cogerme a un luchador”.
Rodolfo Guzmán nunca fue el mejor de los amantes, pero hacía su luchita. Trataba de complacer a su mujer en todo cuanto podía y, a pesar de tener algunos conflictos decidió ponerse la máscara. “Un día de estos te sorprendo”, dijo él.
Dos días después, Rodolfo llamó a casa: “llego tarde, cariño, tengo mucho trabajo y no me voy sin terminarlo”, afirmó él y su mujercita, sabiendo que Rodolfo nunca trabajaba tarde, sospechó que esa noche la sorprendería.
Preparó la tina del baño con agua de rosas y prosiguió a darse un largo baño. Era una mujer delgada, mucho muy. Sus pechos eran pequeños pero redonditos, blancos como su rostro, su piel, tapizado de pecas cafecitas apenas perceptibles. Su cabello rojizo aún mantenía el brillo de juventud que había llenado el ojo de Rodolfo, hacía ya 15 años.
Salió del baño. Se observó al espejo y decidió que su maquillaje sería muy ligero excepto los labios: un rojo intenso y un poco de rubor. Del armario sacó una diminuta cajita con dos prendas de encaje francés, diminutas. Se observó de nuevo y se recostó en la cama con un libro. No creo que demore, pensó.
Pasaban las 10 cuando la despertó un ruido en el cuarto de lavado. Es él, se dijo. Estiró el brazo y tomó el frasquito de Chance. Se puso unas gotas en el cuello y se acercó a la puerta de la recámara. Camino despacio, seductora, hacia el cuarto de lavado. La luz del pasillo dejaba aquella habitación en tinieblas, mas veía lo suficiente como para reconocer a su marido cumpliéndole su fantasía con una máscara del Blue Demon.
“¡Blue Demon!” El gritito de emoción de Eva lo tomó de sorpresa y de un paso ya estaba frente a ella, sujetándola con fuerza del brazo, amenazante. “Qué nuestros cuerpos hablen, mi luchador.” Ella tomó la iniciativa y le sujetó los huevos, acariciándolos experta. Él quiso decir algo, pero ella lo cayó con un dedito en la boca, excitada. “Yo me encargo, señor luchador.” Y deslizo el cierre del hombre para liberarle la verga que ante semejante embestida ya se encontraba firme. Sus labios pronunciaban una “o” sobre el glande de Demon y a cada beso la saliva lubricaba un poquito más. Él tiró del cabello rojo y Eva se excitó un poquito más. Chupaba y lamía, inclinada sobre el miembro que a cada segunda endurecía y se inflamaba. Él la tenía del cabello y ella que se sujetaba de las nalgas de su hombre, succionando despacio pero con fuerza.
La diminuta prenda de encaje estaba húmeda de placer. Blue Demon no encontraba donde apoyarse, sus rodillas se vencía y sin quererlo encendió la lavadora. Eva se concentraba ahora en trabajar los testículos con los labios mientras su mano subía y bajo a lo largo del pene erecto. Su culito subía y baja al ritmo de sus manos, de sus labios. Él la tomó con fuerza de los hombros y le forzó la lengua a la boca, ruda, inexperta, caliente. La chupaba desesperado. Arrancó los encajes, la apretó contra la lavadora, que vibraba centrífuga y la penetró con facilidad y ella, sin contener un quejido sintió aquella verga como si fuese la primera vez que la sentía. Blue Demon, en silencio, la penetraba como si fuese también la primera vez que se la cogía.
Eva sintió al hombre vigoroso que recordaba de la universidad y mientras él la embestía ella lo abrazaba, le clavaba las uñas en las espalda, lo besaba, lo mordía.
La lavadora vibraba con más intensidad y ella se corría junto con él al terminar el ciclo de lavado.
“Este ha sido el mejor orgasmo que he tenido, Blue Demon”, dijo Eva, con el poco aire que le quedaba. Él retiró el pene y ella soltó un ligero gemitido.
El luchador tomó una toalla y se limpió el pene, descuidado. “¿Aquí me vas a dejar arriba?”, dijo ella y su luchador la tomó del talle hasta que sus pies rozaron el suelo. Eva caminó hacia la cocina, pensando en buscar un traguito, recuperar fuerzas y tal vez darle oportunidad a la secadora. Al atravesar la sala para llegar a la cocina, escuchó un chasquido de llaves rozar la puerta. La perilla giró y Rodolfo apareció del otro lado, con el mismo traje café que portaba por la mañana. “Discúlpame, mi vida… de verdad fue un día muy pesado”.
Eva se desplomó sobre el sillón mientras un muy confundido y satisfecho ladrón salía por la ventana del cuarto de lavado, pensando que ésta había sido la mejor noche de su vida.
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