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ABUELAS CALIENTES
He pasado una temporada en casa de mi abuela Carmela. Una mujer bella y rubia y blanca como nieve, casi traslucida, pero de unas formas increíbles para su edad. Con un espíritu agradable y enérgico. Sus ojos grises completaban un rostro de labios finos y siempre maquillados. Una mujer hermosa.
Nos llevábamos muy bien desde siempre, era la madre de mi padre, mi padre, por su parte, no la soportaba. Tenían una rencilla interna. Algo del pasado, supongo que nunca lo habían superado.
La cuestión que yo andaba en aquella casa como me diera la gana, en calzoncillos, a veces desnudo. La abuela Carmela, viuda, hacía ya unos años, también, mas de una vez la agarraba en bombachas, y me dejaba observar un culo redondo y todavía bien parado, un poco grande, pero eso le daba mas sensualidad, mas de una vez me masturbé soñando con besar y tocar ese culo.
Supongo que ella sabía que eso llevaba a que me calentara. Mi juventud, por ahí, no era pensante y las hormonas revueltas, provocaban una erección al mínimo cruce de miradas o de pensamientos o de visiones.
Encima de todo el verano no se marchaba, así es que los días calientes no se iban. Eso hacía que la sangre quemara a cada rato.
__¡Oye hermoso!__ ella me trataba así
__¡Si abuela!
__¡Ven a tomar unos mates!
__¡Ahí estoy!!__ decía yo y me sentaba en la mesa en calzoncillo y en cueros. Ella me miro sonriendo. Los ojos le brillaban. Noté cierta perversión, mientras ella suspiraba hondo.
__¿Sucede algo Carmela?__ pregunté
__¡Si que hueles rico!!__ y acercó su nariz a mi piel.
__¡Ay Carmela, Carmela!!__ dije yo, no pudiendo esconder mi inmediata erección, de la que ella seguramente se dio cuenta.
__¡Eres un chico tan bonito!!__ mientras acariciaba mi muslo. Yo rojo furioso. Ardiendo, quemándome por dentro. Ella se fue acercando a mi pedazo, en tanto, sus labios sonreían y se relamían.
Rozo mi animal encabritado. Mi poronga dio un salto. Chocando con la tela.
__¡Oh abuela!!__ gemí mientras tragaba saliva.
__¡Que dureza ahí por aquí!__ dijo ella, y ahora, si, tomaba mi pedazo en sus manos. Lo movía sacándolo del calzoncillo, la tela cayó hasta el piso y ella se regodeo acariciando mis bolas, mientras se le caía un hilo de baba por la comisura de los labios, chorreando ganas y calentura.
Se puso de rodillas y metió la verga en su boca, tragando, mamando, yo gemía enloquecido y ardiendo, parecía que se quemaba mi piel de tanta calentura.
Chupaba con fruición, de forma salvaje y en tanto apretaba mi poronga, corría la piel del mismo de arriba hacia abajo, produciendo un enorme placer. Sus dientes rozaban mi prepucio, parecía de repente mordisquear un poco la cabeza, besarla y luego volvía a engullir, casi de forma despiadada, estaba muy dura mi poronga y ella lo gozaba.
Mamaba y gemía de forma suave, largando sus resoplidos sobre el mástil que engullaba golosa y sin represión. Abierta, única, hermosa.
Tragaba y mi poronga se bañaba de saliva espesa, inflamaba mi espada y se inflamaban sus pómulos y sus narices. La mandíbula se abría descomunal. Era una fiera, una salvaje, estaba muy necesitada de una buena pija y la abuela Carmela la había encontrado, le fui llenando la boca sin control, un chorro espeso de leche saltó dentro de su garganta y ella trago y trago, y de repente sonó el timbre de calle una vez y otra, ella apenas limpiando sus labios se puso de pie y fue a atender dejando mi arma semi caída y yo sin poder entender demasiado que había pasado pero lo había gozado sobremanera.
Me acomodé un poco la ropa, o sea el calzoncillo y me puse de pie.
Sin hacer ruido apareció, la abuela Luisa. Había olvidado por completo que estaba allí. Ella era la mamá de mama y estaba pasando una temporada con la consuegra ya que se habían hecho muy amigas desde siempre.
__¡Hola querido!!__ me dio un beso en la mejilla. Pude observar sus enormes tetas a través de su camisón transparente. Se movió y su culo con ella, era un tremendo culazo.
__¿Y Carmela?
__¡Esta con alguien en la puerta!!
__¡Hay un olor raro en el ambiente!!__ dijo con sorna. Me miro la entrepierna sin ningún reparo. Mi serpiente aún no se dormía y al ver sus curvas deseables, menos.
__¿Pero que tenemos allí?
__¡Nada, nada!
__¡Creo que hay un animal despierto ahí!!__ rozo mi poronga dura ya. Se acercó y me apretó contra la pared, hizo presión sobre el chorizo ardiente.
Yo miraba hacia la puerta donde abuela Carmela estaba atendiendo al que llamó a la puerta.
Abuela Luisa me mordió la boca, paso su lengua por los labios y los lamió, a la vez que había sacado ya de mi calzoncillo la poronga totalmente dura nuevamente. La masajeaba gimiendo y sacudiéndola de un lado a otro, mis gemidos eran suaves pero rabiosos, me estaba masturbando con pasión y furia, yo acariciaba sus nalgas potentes y hermosas, me aferraba a ellas.
__¡Veo que tenemos ganas!!__ decía ella metiendo su larga lengua en mi boca, besándome profundamente enloquecida de calentura.
Mientras la abuela Luisa iba bajando su cuerpo, me fue deslizando hacia abajo el calzoncillo, me quedó en los pies y mi muñeco saltó enloquecido de un lado a otro. No por mucho tiempo porque con las enormes tetas ella lo atrapó en medio. Mi poronga estaba apresado entre esas blancas tetazas. Con la punta de su lengua lamía la cabeza de mi poronga rocosa y roja. Yo gemía de manera controlada, mientras escuchaba a lo lejos, a mi abuela Carmela hablando no sé con quién.
Los pechos de la abuela Luisa me cobijaban. Me masajeaban. Ella lamía mi verga. Jugaba con ella. Yo me retorcía de gozo contra la pared. Ella en cuclillas arreciaba con los golosos melones sobre mi dura herramienta, que en aquella mañana estaba siendo muy requerida por las ardientes abuelas que tenía.
No creo que se hayan puesto de acuerdo, pero se notaba que en aquella mañana, se habían levantado muy alzadas.
Luisa apuro los masajes y fue recibiendo la abundante catarata de semen regando esas masas de carne, que siempre me habían encantado y que jamás pensé en tenerlas jugando con mi verga que le escupía jugos y las bañaba pegajosamente. Ella le dio unas profundas chupadas a mi poronga, la ordeñó hasta la última gota y luego recién se puso de pie, fue a limpiarse con unas servilletas de papel, todo el pecho.
Al instante entró mi abuela Carmela como una tromba, protestando no sé porque cosas
__¡Pero no se puede creer…te quieren cobrar cualquier cosa…ah Luisa como estas!!
__¡Carmela tomate un mate!!__ dijo Luisa
__¡Ay que rico!
__¡Esta espumoso!
__¡Si abundante!
__¡Como a mi me gusta!!
__¡Ya lo se!...¡te conozco!__ se reían las dos, en tanto yo había desparecido del lugar, acomodando mis calzoncillos y metiéndome en la ducha, para limpiar los restos de aquellos frenéticos y volcánicos encuentros matutinos.
A la hora del almuerzo, mis abuelas, preparaban las cosas para almorzar. Se movían de un lado a otro de la cocina. Cantaban canciones viejas y que yo no conocía. Ellas se reían, bailaban, parecían dos jóvenes medio locas.
Finalmente nos sentamos a comer a la mesa. Al lado mío se sentó abuela Luisa. Carmela iba y venía de un lado a otro, terminando de colocar los utensilios en la mesa.
Apenas se coloco a mi lado, Luisa, puso su mano en mi muslo. Trague saliva. Ella subió la mano y apretó mi ya inquieta pija gorda. La amaso con delicia. La víbora otra vez se volvía rígida y rocosa.
__¡Luisa vos tranquila!!__ se quejó Carmela mientras seguía acomodando cosas y una olla llena de agua.
__¡Ay querida después lavo los platos!__ riendo y apretándome el bulto un poco mas, yo tomaba agua. Cuando deje el vaso, tomo una de mis manos y la llevo a su entrepierna, directamente, sin escala, no tenia ropa interior, era cálida y húmeda. Mis dedos empezaron a moverse automáticamente. Sudaba. Ella sonreía y su rostro se volvía rojo fuego, aguantando los grititos, su respiración se aceleraba. Encontré el botoncito gordo. Acaricie y hundí un dedo en su cuevita. Chorreaba sudor me mojaba tanto, como ella que largaba jugos de su conchita depilada y suave.
__¿Te pasa algo Luisa?__ preguntó Carmela
__¡Nada, nada querida!!__ respondía acalorada la abuela con los dedos enterrados en su vagina babosa.
En un instante en que abuela Carmela se puso de espaldas, ella sacó los dedos de su interior y los chupó con una inmensa perversidad que a mi me sublevo y me calentó mucho más. Mientras en su cara la mueca de placer era hermosa.
Luego del almuerzo me retiré muy alzado a dormir una siesta.
Abuela Luisa quedó, como había prometido lavando los platos.
Llegue al dormitorio. Me desnudé. Me tire en la cama. Tenía calor, es mas, estaba ardiendo. Mi tronco estaba alzado y duro. Lo acaricié mirando al techo, en la semi penumbra del cuarto.
La puerta se abrió abruptamente y la abuela Carmela apareció ante mi vista. Tenía puesto solo una tanguita que apenas la cubría. Sin palabras, se abalanzó, sobre el mástil erecto. Su boca se apoderó de la barra de carne. Lo trago. Comenzó a comer, tragar, mamar, arrancando gemidos de placer. A pasar su lengua por todo el largo del miembro. Mordisqueando, salivando, rebalsando, con la boca abierta de par en par era una caníbal apropiándose del muñeco.
Así se trepó a mi humanidad y jugando con las manos encajo la espada en su abierta y dilatada vagina. Se monto como yegua brava y salvaje y empezó a cabalgarme sin miramientos. Una diosa salvaje, mis manos se aferraron a sus exquisitas tetonas. Las acercaba a mi cara para que las besara. Yo lo hacía y además las lamia.
__¡Oh que belleza de animal tienes entre tus piernas cariño!!__ gemía la zorrita de Carmela. Ella gemía y resoplaba con la verga enterrada en sus entrañas. Buscaba mi boca y nos tragábamos nuestras lenguas, los ruidos y gemidos se hacían cada vez mas intensos, mas ardientes, mas desgarradores..
En un giro de la cogida quede yo sobre ella, seguíamos gritando casi, y nuestras lenguas se buscaban calientes, en oleadas salvajes. Nos fundíamos en ese fuego abrazador de los amantes desquiciados.
Iba y venía dentro de la conchita abierta y húmeda de abuela Carmela. Mordía mis orejas y las chupaba, me susurraba palabras al oído. Se aferraba a mis nalgas, las pellizcaba y las abría y las cerraba, las movía, trataba de meter un dedo en mi ojete, eso hacía que mi deseo se hiciera cada vez más creciente.
__¡Oh bonito quieres mi dedito!
__¡Si abuelita, ponlo, sabes que me calienta la sangre por demás!!!__ de pronto y sin saber como no escuche, me abrieron las cachas y una lengua se perdió en mi ojete humeante. Era abuela Luisa que además me restregaba las tetas, sobre las nalgas y parte de la espalda.
__¡Ohhh abuela, ahhh, tu lengua, ahhh!!!__ gemía yo casi a los gritos. Aquellas hembras eran mágicas y salvajes. La lengua me abría y de paso las bolas eran baboseadas.
Mis bombeadas se agitaron en la concha divina de abuela Carmela que mordía mi cuello y arañaba mi espalda con gran agitación. Las manos de abuela Luisa masajeaban mis bolas y luego metía la lengua escarbando en mi anillo. Yo aguantaba para no acabar, era difícil, pero aguantaba.
Al cabo de un rato, abuela Luisa, se puso de costado. Me instó a que saliera de Carmela, ellas cruzaron sus lenguas y se dieron un profundo beso chocando sus lenguas.
Detrás de Luisa busqué su ojete. Ella guió mi espada babeante y entré despacio. Jugando con la cabeza, ella gemía y me pedía mas, que la clavara por completo, en eso, abuela Carmela metió un dedo en mi culo y eso hizo que entrara por completo en el ojete hermoso de abuela Luisa, la bombeé y la bombeé, apurando las embestidas. Sin clemencia, al ritmo de mi cogida le aplicaba la cogida el dedo de abuela Carmela. Ella seguía mordiendo mi cuello y yo hacía lo mismo con Luisa, además de apretar y pellizcar sus tetazas divinas y a mi disposición. Las salivas chorreaban por nuestras bocas, nos mordíamos, nos apretábamos las pieles, los cuerpos, los genitales.
Taladraba el ojete de aquella abuela que gemía y clamaba por más. Carmela en tanto me metía los dedos sin piedad y además masajeaba las bolas llenas, no aguantaba, casi al borde del desmayo empecé a largar leche primero dentro del ojete de Luisa, ella salió de golpe y se pusieron las dos bocas a tratar de beber los escupitajos de semen que lanzaba con gran fuerza y abundancia, las mujeres tragaron lo que pudieron, luego me limpiaron satisfactoriamente , despacio, tomándose su tiempo.
Me acomodaron en medio de ellas. Nos besábamos entre los tres, mas relajados, pero aquel remanso duraría poco. Ellas eran mujeres muy calientes, aquella temporada con ellas fue fantástica, me enseñaron todo lo relacionado con el sexo y además a gozar de todo en esta vida.-
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