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Un saludo para todos los lectores de esta página maravillosa. Permítanme decirles que yo soy una abuela. Sí como lo vieron. Una abuela. Tengo 65 años y no me avergüenza confesar que a mi edad disfruto aún mucho del sexo.
Para presentarme debo decir que soy una mujer, como ya dije, de 65 años, mido 1.61 m de estatura soy un poco entrada en carnes y tengo el pelo gris, pero no natural, sino teñido de un color oscuro que, según dicen me hace ver muy sexy. Soy maestra jubilada.
Me casé por primera vez a los 22 años y tuve dos hijos de ese matrimonio: un varón, hoy de 42 años y una mujer, hoy de 39. Ellos me han regalado con cuatro nietos, que hoy tienen 17, 14, 13 y 11 años. Después de 12 años de matrimonio, enviudé y a los 38 años me volví a casar, con un hombre que me hizo muy infeliz, ya que de él sólo recibí abusos físicos, morales y psicológicos. De él tuve otro hijo, que hoy tiene 27 años.
Después de 18 años de desgraciado matrimonio, decidí divorciarme y, desde entonces, hace nueve años, vivo sola (mejor sola que mal acompañada), ya que mis hijos han hecho su vida por aparte.
Soy dueña de un carrito, bastante viejo, pero que yo quiero mucho porque siempre ha estado conmigo en las buenas y en las malas. Es un Datsun modelo 1976 que siempre me ha dado muy buen servicio.
Hace algunos meses ya, fui de viaje con mi hermana mayor a la República Méxicana, durante tres semanas. Cuando volví a casa y traté de arrancar mi carro, éste se negó a hacerlo. Llamé por teléfono a mi mecánico, don Ernesto, un hombre mayor que siempre me ha atendido bien. Para mi consternación, me dijo que no podía venir a mi casa a ver mi carro, ya que estaba padeciendo de un ataque de ciática que le causaba intensos dolores. Sin embargo, indicó que me mandaría a su sobrino, quien también trabajaba de mecánico.
- Es un buen muchacho - me dijo-. Sus padres me lo mandaron para que le enseñara mecánica, ya que no da bola con los estudios. Ha aprendido bastante, pero le falta un poco de experiencia.
Resignada, acepté la propuesta. Cuando lo vi, me di cuenta de que se trataba de un mozalbete como de unos 18 años, alto, musculoso y con una cara de inocente, que despertó en mí sentimientos que creía totalmente desaparecidos desde hacía muchos años. Claro está, los descarté casi de inmediato, porque yo podría ser su abuela.
De inicio trató de arrancar mi carro, pero no lo logró, por lo que tomó las herramientas que traía y comenzó a hacer chequeos por diversas partes del motor (yo de eso no entiendo nada). Vestía un overol de color kaki, algo sucio, que tenía una desgarradura al lado izquierdo del pecho. Cuando se movía, en el agujero aparecía una tetilla que comenzó a hacerme agua la boca. La idea antes descartada, volvió a mi. Después de todo, no estoy tan mal para mi edad y aún conservo cierto atractivo.
Mientras él trabajaba, entré a la casa y me cambié de ropa. Volví a salir con un pantalón bastante ajustado (que hacía casi siete años que no me ponía) y una blusa bastante escotada y de tela muy delgada, que remarcaba mis pezones. No hace falta decir que no me había puesto sujetador. Noté entonces, que él se me quedaba mirando, con cierto aire de sorpresa al principio, y con verdadero interés después. Su vista no se apartaba de mi escote, lo cual me dejó complacida. Mientras él trabajaba y conversábamos, pude ver que él miraba insistentemente hacia mis pechos y a la forma como se me marcaban los pezones.
Esto me dio más ánimos y planeando alguna estrategia, entré a la casa. Unos momentos después volví con una bandeja y dos vasos con refrescos bien fríos.
- Hace calor -le dije-. ¿Deseas un refresco?
Él sonrió y aceptó agradecido, se acercó a un grifo del jardín y trató de lavarse las manos, sucias de aceite y grasa.
- ¿Por qué no pasas a lavarte a la cocina? -le pregunté.
Entramos los dos (yo adelante) y lo conduje hasta el lavadero, sintiendo que sus ojos estaban clavados en mi trasero. Después de lavarse, le di su bebida y empezó a tomar. Ahora estábamos adentro de la casa, alejados de miradas indiscretas.
Entonces, con aire de descuido, me apoyé el vaso frío y mojado contra el pecho derecho, produciendo el efecto que deseaba: la delgada tela de la blusa se mojó y se volvió casi transparente, a la vez que mi pezón se hizo más grande y más firme. El me comía con los ojos. Satisfecha di un paso hacia él, al tiempo que me tocaba provocativamente los senos. Noté que había un bulto muy apreciable en sus pantalones.
Me acerqué a él y con mis dedos fríos, le toqué la tetilla que asomaba por el roto de su overol. El dio un brinco, tiritó y vi que un súbito chispazo de deseo surcaba por sus ojos. Tímidamente avanzó su mano y me tocó el pecho. Yo no opuse resistencia y le sonreí. Animado por esto, me siguió tocando hasta que metió su mano en el escote y me sacó las tetas. Quedó como fascinado, contemplándola. Siempre me he enorgullecido de mis senos. Son blancos, grandes y con una aureola grande y oscura que corona la punta.
- ¿Te gustan? -pregunté.
- Son preciosas -me respondió con la respiración agitada y en sus ojos pude ver que le gustaba... y mejor aún, que me deseaba.
- Date gusto, mi niño -le dije.
Ni lerdo ni perezoso, se lanzó a chuparme los pezones.
- ¡Que rico, que rico! -le dije suspirando con los ojos cerrados. Una de sus manos había bajado y estaba acariciándome la vulva por encima de la ropa. Mientras tanto, yo hice lo propio y comencé a masajearle el enorme bulto que tenía ya entre las piernas.
Le abrí el pantalón y en un segundo ya le tenía el pene de fuera y comencé a acariciarlo con deleite. Poco a poco me fui agachando y llegué a tener mi cara frente aquel príapo corcoveante y no pude contener mi deseo de meterlo dentro de mi boca. Comencé a mamarlo con dedicación y en un par de minutos lo tuve al borde de la terminación.
Pero él no me dejó darle la mamada final. Me arrastró hasta la sala y me tendió boca arriba en el sofá, al tiempo que luchaba por quitarme la ropa. Me desgarró los calzones y me abrió las piernas. Nunca en mi vida había sido deseada de una manera tan urgente. Se agachó y metiendo su cara entre mis piernas, me chupó el clítoris de una manera tan rica, que acabé casi de inmediato, producto de mis años de abstinencia.
Pero él no estaba satisfecho. Se despojó rápidamente de su overol y de su calzoncillo, y mientras él contemplaba mi ya canosa mata de pelo, vi cómo su mano guiaba la cabeza de su pene hasta ponerla enfrente de mi abertura. Entonces yo aproveché la ocasión y tiré de él por la cintura, obligándolo a clavarla. Sentí aquel hierro candente que entró en mi ya lubricado túnel, hasta que sus testículos golpearon contra mis nalgas.
Ambos comenzamos a movernos rítmica y furiosamente, y yo no tardé en llegar a un segundo orgasmo que me sacudió por completo. Entonces, sentí en mi interior la explosión de su pene y como su semen ardiente bañaba las paredes interiores de mi vagina y útero.
- ¡Ooohhhhhh! ¡Divino niño! -le dije con la respiración entrecortada-. ¡Cómo me has hecho de feliz!
Estábamos abrazados en el sofá, desnudos, reposando, cuando sonó el teléfono. Después del sobresalto, contesté. Era su tío, el mecánico, preguntando por los resultados. Le pasé el auricular.
- No, tío- dijo él-. Aún no he logrado arrancar el carro de la señora, pero ya logré que tuviera un par de "explosiones". Mañana temprano volveré para terminar el trabajo.
Nos vestimos y él recogió sus herramientas y se marchó.
Al día siguiente regresó con su tío y en muy poco tiempo mi carro volvió a funcionar, pero no por eso dejé de ver al joven mecánico, ya que durante varios meses, aquel mozo me ha venido dando por lo menos un polvo por semana y, es curioso, con la edad mi apetito ha crecido y mi cuerpo constantemente desea tener más y más sexo, cosa por la que estaré eternamente agradecida con la vida.
Pero no crean que esa ha sido mi única aventura. Posteriormente les contaré otras más. Si les gustó, escríbanme.
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