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A los pies de Laura
Aquella tarde amenazaba lluvia, pero ese hecho me tenía sin cuidado. Aunque, como muchos seguramente lo saben, no hay como pasar una tarde lluviosa en casa, viendo una película o leyendo un libro cuya trama nos atrape. Esta vez, sin embargo, ocurrió que me encontraba en un acogedor restaurante, disfrutando de un refresco de cola y devorando una deliciosa hamburguesa gourmet; mis ojos, por su parte, estaban entretenidos leyendo una novela con algunas escenas un poco picantes, en aquel momento leía un párrafo que decía lo siguiente:
Fernando se encontraba en aquel preciso instante sentado en una tumbona a la orilla de la piscina del hotel. Magda, su chica, luciendo un atrevido minúsculo traje de baño de color blanco de dos piezas, que poco dejaba a la imaginación, se encontraba tendida sobre otro diván, mostrando sus muy bien torneadas piernas, su busto, que parecía estar a punto de desbordarse de la tela que lo aprisionaba, sus labios que solicitaban a grandes voces que alguien los besara… Su cabello profundamente negro de diosa salvaje… Pero Fernando, sentado al borde del canapé al lado, no tenía los ojos puestos sobre aquel lujurioso cuerpo que necesitaba mitigar su ardor. Fernando miraba sus pies, los pies de aquella chica que era su amada princesa… deseaba aquellos seductores pies ardientemente, quería besarlos, acariciarlos. Sentía una tremenda debilidad por aquella parte de la anatomía de su chica. Aquellos pies eróticamente bien delineados eran…
Aquel párrafo que estaba leyendo me hizo reflexionar sobre algo que, relacionado con temas eróticos, nunca había ocupado mi mente. ¿Cómo era posible? comencé a preguntarme a mí mismo seriamente, que los pies de una mujer pudieran llevar a alguien a experimentar tal grado de deseo. Cerré el libro colocando previamente por marca de lectura una servilleta, y di una mordida a mi hamburguesa, y mientras la degustaba despacio en mi cavidad bucal, estuve rumiando un poco en mi mente cómo sería eso de sentir tanta devoción erótica por esa parte del cuerpo humano. Realmente no me lo podía explicar. Mientras me perdía en mis lucubraciones filosóficas de tan refinado o depravado erotismo, un viento fuerte, acompañado del oscurecimiento del firmamento y de plomizas nubes manifestando su incapacidad de contener el diluvio inminente hizo su aparición. En ese instante, súbitamente, las puertas del restaurante se abrieron, y una chica, con el cabello negro lacio muy alborotado por el viento, buscando refugio contra la amenazadora tormenta, penetró en la estancia. Mis disquisiciones filosóficas se vieron interrumpidas entonces abruptamente, y por un momento me dediqué a observar a la recién llegada. «¡Vaya —pensé inmediatamente— qué chica más bonita!» Y luego me fijé en su vestuario: Una blusa de punto tipo polo color amarillo pastel, y una falda corta de paletones gris oscuro. Luego posé mi mirada en su anatomía: cara bonita, busto atractivo, no excesivo sino encantador; las piernas… ni hablar, realmente seductoras. Pero la cosa no termina ahí. La chica calzaba unas breves sandalias que mostraban sus pies desnudos, esto, y el hecho de vestir una corta falda mostrando la continuidad armoniosa de las piernas en sus pies, me descolocó un poco. Tuve por un instante un deseo bastante obsceno, que luego reprimí un poco por motivos obvios, pues algo, poco más abajo de mi cintura, comenzaba a despertarse. Y era mejor que eso no fuese visible para evitarme una vergüenza. Ahora viene la parte que me parece más interesante: yo me encontraba sentado en una butaca de esas que dan la sensación de tener algo de privacidad, pero, cosas de la suerte, la chica se sentó a una mesa inmediata al sitio donde yo me encontraba, pidió algo al mesero, sacó un pequeño ordenador portátil de su morral, lo ubicó sobre la mesa, se acomodó en la silla y, aparentemente, comenzó a teclear algo. Pero el caso es que desde donde yo me encontraba, podía observar con gran detalle sus extremidades, los movimientos que con ellas hacía, cuando las cruzaba y las descruzaba. Realmente disfrutaba de una vista panorámica de aquellas encantadoras piernas que no podía dejar de apreciar. Sin embargo, por un momento abandoné la vista de aquel seductor espectáculo, y volteé mi mirada brevemente hacia la ventana que, desde el lugar en que me encontraba, me permitía contemplar la lluvia que caía fuertemente en el exterior, agitando enérgicamente, con el viento que la acompañaba, los árboles cercanos. Aquel espectáculo de la naturaleza logró, a pesar de todo, ganar ligeramente mi atención, luego mi mente comenzó a divagar.
La besaba arrebatadamente en la boca, sintiendo su aliento jadeante al mismo tiempo que respiraba el perfume que emanaba de su piel. Mi mano izquierda, igualmente, acariciaba la suave y tersa epidermis de sus provocadoras piernas, deslizándose delicadamente debajo de la corta falda de paletones, tratando de alcanzar el interior ardiente de su entrepierna. Ella ofreció un poco de resistencia, y mi mano, siempre en busca de placer sensual, se dirigió entonces, a sus pechos, introduciéndose primero por debajo de la blusa; delicados, tersos, prominentes; aquellos senos eran ahora míos, tendría que ingeniármelas para poder besarlos, para acercarme a ellos y saborearlos con mi boca. La chica jadeaba de deseo, aquello no podía terminar, debíamos seguir adelante, Por fin pude liberar sus pechos de aquella blusa y su sostén, y mi boca se acercaba desesperadamente a uno de ellos…
¡El estruendo de un potente rayo resonó, entonces, en el local! haciendo vibrar los cristales de las ventanas, sacándome en aquel instante de mi erótica ensoñación y volviéndome abruptamente a la realidad.
En el salón del restaurante todo seguía igual, la chica de las bonitas piernas continuaba trabajando en su ordenador, aparentemente ajena a lo que ocurría a su alrededor, con la pierna derecha cruzada sobre la izquierda, mostrándome un bonito y bien delineado pie digno de una escultura de Miguel Ángel; con sus uñas pintadas de un delicado color rosa suave, o al menos eso me parecía desde donde me encontraba. Entonces caí en la cuenta de que, en realidad, los pies de una chica podían tener su lado erótico. Después de algunos minutos, la tormenta cedió y decidí marcharme a mi casa. Pero antes, disimuladamente, como un delincuente antes de cometer un acto infame, agarré el móvil y le tomé una foto a aquella chica que tanto me había embobado; bueno, quería también guardar la imagen de sus tersas y exquisitamente torneadas piernas. Antes de abandonar el local, por el rabillo del ojo volví a verla para llevarme el recuerdo de ella, pues estaba seguro que una vez saliera de aquel recinto nunca más iba a volver a encontrármela. Pero el destino, como un duende burlón, tiene sus propios y maliciosos planes.
Pero, continuando con eso de los pies, hasta Rodolfo Boulanger, amante de Emma Bovary, cuando la conoce, una de las cosas que le gustan son sus pies. ¡Vaya uno a saber qué clase de locura es esta!
Referente a esto de los pies, ahora lo recuerdo, existe un antiguo relato que tiene algo muy extraño, esotérico y sensual. Recuerdo que hace ya bastante tiempo, buscando información sobre algo que no viene al caso en esta historia, y que más bien está relacionada con ovnis y esas cosas inauditas, leí que allá por el año de 1791 en un pequeño pueblo, cerca de Pavía en Italia, se encontraba una vez una chica campesina parada en un prado, cuando un inexplicable globo luminoso se materializó de la nada, rodando luego por el suelo hasta llegar a los pies desnudos de la chica, los cuales acarició, para luego elevarse por debajo de su ropa y salir por el centro de su blusa. Bastante lujuriosa la acción de esta bolita, ¿no? Como puede verse, si esta esferita luminosa y libidinosa, era un ser extraterrestre, no le hizo ascos a los pies de una campesina que seguramente muy aseados no los tenía. Sin embargo, indudablemente deberemos de concluir que tal obsesión pecaminosa por esa parte del cuerpo, no tiene una explicación fácil, pues al parecer guarda también connotación interplanetaria.
El tiempo fue pasando, como tiene que ocurrir, pues no se estanca, aunque nos quedemos en la cama sin hacer nada, y tal como lo había previsto, aun cuando fui en varias ocasiones al restaurante, no la volví a ver. Pero la verdad, es que estaba subestimando la astucia de Eros, que jamás da puntada sin hilo.
Un par de meses después del suceso del restaurante, recibí una llamada telefónica en mi casa temprano por la noche, era mi prima Evelyn que me llamaba para proponerme algo. Yo me encontraba descansando, por lo cual respondí de mala gana aun después de haberme enterado de quién llamaba.
—Aló, ¿Joaquín?
—Aló —contesté con tono molesto.
—¿Joaquín?... soy yo, tu prima Evelyn…
—Sí, ya sé que eres tú… ¿Qué quieres? —contesté secamente.
—Veo que estás molesto… disculpa si te he importunado, pero únicamente te llamaba para invitarte…
—¿Invitarme? ¿A qué? —pregunté un tanto a disgusto, pues las invitaciones de Evelyn generalmente no eran para algo que me resultara agradable.
—A que pasemos unos días de vacación en la casa de mi padre en la montaña.
—Mmmmm…
—Bueno, solo quiero saber si quisieras acompañarnos…
—Es que…, primero me gustaría saber quiénes van a ir. Pues tú bien sabes que no me gustan esas actividades tuyas tumultuosas.
—Bien, vamos a ir: mi esposo, mi hermana y… si aceptas ir con nosotros, tú. Nadie más.
—¿Segura de que no va a ir nadie más?
—No…, nadie más… —trató de convencerme Evelyn.
—¿De verdad? ¿No me estás engañando?
—Te aseguro, primo, que no va a ocurrir nada tumultuoso mientras estemos vacacionando, sólo vamos a estar nosotros, puedes estar plenamente seguro
Me quedé con el teléfono en la mano por un instante, decidiendo si ir o quedarme esos días de vacación en la casa, pues mi natural timidez siempre me aconsejaba quedarme solo, leyendo algún libro o viendo algunas películas. Y, además, por experiencia sé que mi querida prima no es muy de fiar cuando trata de asegurar algo. Pero al final venció el deseo de salir a un encuentro con la naturaleza.
—De acuerdo Evelyn, voy a ir con ustedes, al fin y al cabo, creo que me vendría bien un cambio de aires, aunque solo sea por unos días. Pero, te advierto, que, si ocurre algo que no sea de mi parecer, tomo mi coche y me regreso.
La plática que siguió a continuación fue únicamente para ponernos de acuerdo en asuntos referentes a la logística del viaje.
Después de finalizada la conversación telefónica me repantigué en mi cómodo sillón reclinable para continuar viendo, en una pantalla de 58 pulgadas, la película que había dejado a medias: Inesperado encuentro; con Russell Crown y la bellísima Mónica Porter: Una película romántica sobre un chico y una chica que se enamoran cuando estaban estudiando y luego, por circunstancias inesperadas, se tienen que separar. Más adelante en la vida, se vuelven a encontrar cuando él es un escritor de mucho éxito. Entonces se dan cuenta que continúan todavía enamorados el uno del otro, pero nuevamente las circunstancias no les permiten hacer su vida juntos, de manera que se conforman con pasar una noche de amor y pasión sexual desenfrenada en un lujoso hotel de la ciudad, sabiendo que para ellos el futuro es simplemente una quimera, una puerta falsa hacia ninguna parte. El final de la película ocurre cuando, después que han estado toda la noche, cada uno disfrutando desesperada y lujuriosamente del cuerpo del otro, es ya de mañana, Karen despierta y se da cuenta de que Bradfor ya no está a su lado. Salta de la cama desnuda y corre hacia la ventana de la suite, mientras la cámara enfoca sus pies desnudos presurosos. Levanta un poco la cortina para ver si localiza a su amante… y entonces lo ve perdiéndose entre la gente que transita por aquella avenida. Sabe que no le volverá a ver ya más; y un par de lágrimas brotan de sus cristalinos ojos azules, y comienzan a descender por sus mejillas dejando un débil rastro húmedo. La cámara, entonces, comienza a alejarse para terminar mostrando la silueta del exquisito cuerpo desnudo de Karen contra la claridad de la mañana introduciéndose por la ventana. Mientras esto ocurre, para concluir el drama, se empiezan a escuchar las notas del tema musical: Un instante de amor (A moment of love). La película es una excelente superproducción dirigida por Broody Wallen.
Cinco días después me encontraba manejando mi coche en camino a la casa de montaña de mi tío Alberto, el padre de Evelyn. Por el camino caí en la cuenta de algo que hasta la fecha no había capitalizado, y es la gran cantidad de vallas y anuncios publicitarios haciendo referencia a los pies de las chicas:
Si quieres mantener suave la piel de tus pies usa todas las noches: Creampie.
¡Sedúcelo! utiliza Suave pie.
Que tus pies luzcan encantadores con Tender Foot Cream para que tu chico se enamore más de ti.
¡Retenlo! deja que él acaricie la suavidad de tus pies, y quedará embelesado de ti.
Utilza Fondly CreamCaress para mantener tus pies seductores…
Todo esto sin contar con los anuncios de ridículos zapatos, también “para que los pies de las chicas de la nueva era, luzcan seductores.”
Más adelante encontré una valla comercial que me hizo sonreír:
Para medidas precisas en sus proyectos, Blue & Decker le recomienda el Pie de Rey de titanio: DigitalV…
Como quiera que fuese, parecía haber en el ambiente una chiflada obsesión por los pies.
El coche avanzaba por la carretera. La idea de ir camino a la montaña me entusiasmaba, pues estaría retirado del bullicio de la ciudad, aunque, debido a que mis primas eran también bastante ruidosas, yo había elaborado mis propios planes para irme diariamente de excursión a los bosques aledaños, y practicar al mismo tiempo un poco de senderismo. Mientras mi mente iba de un lado a otro pensando en lo que haría cuando estuviera en aquel sitio, el coche se iba internando poco a poco en el ambiente montañés: cielo azul despejado, pinos, verdor y brisa fresca. Pronto, y casi sin darme cuenta me encontré ingresando en la propiedad de mis parientes. Gumersindo, el guardián, me recibió y me dijo que mis primas todavía no habían llegado, lo cual era bastante obvio, pues los coches de ellas no se encontraban estacionados en el sitio utilizado para estacionamiento. De manera que decidí, en aquel preciso momento, hacer mi primera incursión por las sendas y bosques aledaños. Le di un vistazo a mi reloj de pulsera y observé que eran poco más o menos las diez y media de la mañana, lo cual me permitiría perderme en la naturaleza unas cuantas horas antes de la puesta del sol. Así que alisté una mochila con algunas cosas para comer, además de agua y un refresco de cola; me la eché a la espalda y cogí, además, la pequeña maleta con mi cámara fotográfica y el teleobjetivo. Llevaba también a la mano mi brújula analógica, pues, aunque mi Smart Phone también estaba equipado con GPS y compás, en este caso, cuando se trata de instrumentación, me parece más confiable el equipo antigüito. Comencé a caminar por entre unos pinos aledaños a la propiedad, y no tardé en encontrar lo que parecía ser una antigua trocha que conducía hacia una montaña algo elevada. Aquel sendero estaba bastante abandonado, pero todavía transitable sin mayor dificultad. El ambiente en sí me invitaba a adentrarme más y más. Pronto había ganado bastante altura, y decidí descansar un momento. El paisaje era maravilloso, y el clima estupendo. Me senté sobre una roca plana y saqué la cámara fotográfica, la ajusté en modo paisaje y comencé a disparar, para inmortalizar en imágenes estáticas los paisajes vistos desde aquellas alturas. Entonces se me ocurrió tomar algunas fotos del pequeño valle y el rio que se encontraban en el fondo. Dirigí el objetivo de mi cámara hacia aquellas honduras buscando un buen ángulo cuando, de pronto, localicé, allá abajo, lo que parecía ser dos personas sumergidas a medias en una poza del río y, como a nadie hay que enseñarle a ser curioso; ni lerdo ni perezoso saqué el teleobjetivo de donde lo portaba, quité el lente de la cámara y coloqué el de largo alcance. Apunté hacia donde había visto lo que parecía ser gentes y… no estaba equivocado. Eran un chico y una chica, y… parecían estar en completa armonía con la naturaleza que les rodeaba, es decir, en pelotas; lo cual pude comprobar segundos después, al menos en ella, ya que salió de la poza mostrando la esbeltez de su cuerpo y sus magníficos atributos femeninos obscenamente deseables, para tenderse luego sobre una roca plana a la orilla del río, dejando los pies a unas pocas pulgadas sobre el agua, entonces… ¡Otra vez la manía de los pies!... El tipo se inclinó para besárselos con gran deleite, ¡Pero es que no puedo entender qué cuernos se traen las gentes con esa estúpida atracción con los pies de las mujeres!¡Vaya maniática obsesión! Después de ese acto de extraño deleite para ambos, pues hasta la chica parecía disfrutar grandemente con ello, el tipo se salió del agua y, sobre aquella cama de piedra, como dice la canción, comenzaron a hacer lo que toda pareja de amantes haría encontrándose solos; además del ritual de los de los pies ya celebrado anteriormente ¡claro está! Bueno… la verdad es que me agradaría aconsejarle, a quien esto lea, que, si le ocurre encontrarse en una situación igual, no se deje llevar por la pasión, pues pudiera ocurrir que no se encuentre realmente solo con su pareja, sino que alguien desde lo lejos, un acompañante invisible, le tome, con un teleobjetivo, algunas instantáneas comprometedoras que, ¡Eros y Afrodita no lo permitan!, aparezcan luego en algún sitio de Internet. Pero volvamos al punto en que estábamos. Después de disfrutar aquella versión outdoor privada de cine erótico en tercera dimensión y a todo color, tomé de nuevo mi impedimenta y continué la travesía por aquellos refrescantes pagos. Buscaba ahora, un lugar donde sentarme a tomar mi almuerzo. No tuve que esmerarme mucho buscando un sitio adecuado para consumir mis alimentos, un poco más adelante siguiendo la vereda, había un pequeño paraje que me pareció adecuado para lo que me interesaba. Una media hora después la situación había sido aliviada, y yo me disponía a tomar una siesta bajo la sombra de un frondoso pino, utilizando parte de mi mochila como almohada. Aquel ambiente apacible me sumió en un relajamiento tal que pronto me fui deslizando al mundo de los sueños. Cuando abrí los ojos, más tarde, el sol estaba a unas pocas pulgadas sobre el horizonte y, por alguna razón, vino a mi mente aquel cuento que narra la historia, ficticia por supuesto, o al menos eso creo, de una persona que se durmió en un bosque escuchando el trino de los pájaros y que, cuando se despertó, aunque él se veía y se sentía igual, en realidad el tiempo había avanzado varias décadas. Entonces, sólo para estar seguro de que conmigo no había ocurrido lo mismo, saqué el móvil de la mochila, lo activé y vi la fecha: ¡qué alivio! era el mismo día, sólo que un poco más tarde. De manera que tenía que darme prisa si quería llegar a la casa todavía con los últimos rayos de sol.
Cuando enfilé el último tramo de vereda antes de llegar a la casa, el sol ya se había ocultado, y en el horizonte sólo quedaban unos celajes luminosos de color rosa y naranja, también a punto de desaparecer del firmamento. Cuando puse mis pies ya dentro de la propiedad de mi familia, mis primas, Evelyn y Francesca, salieron a mi encuentro para saludarme y contarme que habían llevado a alguien más con ellas.
¡Lo sabía, confiar en las promesas de mis primas es como creer en los disparates de los políticos! ¡Lo sabía, y me dejé engañar!
Francesca, quizás intuyendo lo que estaba pensando, rápidamente agregó:
—Es solamente una amiga mía y, además, al igual que a ti no le agrada el guateque.
Vaya, a mí eso debería darme igual, de todas maneras, tenía planeado pasarme los días fuera, en el bosque.
—Ven, entra con nosotras, te la voy a presentar —dijo animosa Francesca.
—Mira, en realidad me siento muy cansado —reusé—, creo que mejor dejamos eso para después.
—Como tú quieras —respondió mi prima, y tomándose de la mano con Evelyn me dieron la espalda y se introdujeron de nuevo en la casa.
Yo, por mi parte, opté por colarme desapercibidamente al interior por una entrada lateral de la residencia campestre. Y de una vez, y ágilmente, para que nadie reparara en mi presencia, subí resueltamente a la segunda planta en busca de mi recámara. Pero cuando iba caminando en el piso superior por el pasillo que llevaba a mi dormitorio, la curiosidad me obligó a asomarme por la balaustrada, con la finalidad de ver hacia el salón de abajo, donde estaban todos reunidos, y… en ese momento, no pude más que parodiar la frase de Ricky en Casa Blanca: De todas las casas de montaña que hay en el mundo, ella tuvo que venir a la de mi tío. Y lo más sorprendente: cuando yo me encuentro precisamente aquí. ¡Ella!, ¡ella!… la chica de las piernas bonitas con la minifalda, con la que yo me había encontrado en el restaurante aquella tarde de lluvia torrencial. ¡Cómo iba yo a sospechar que mi prima Francesca era amiga de aquella chica! La chica con la que había fantaseado ciertas faenas eróticas… ¡Ella estaba en este momento aquí! ¡Joder! Y ahora, cómo…, con qué excusa bajaba al salón. Aquella chica estaba, nuevamente, tomando el control de mis acciones. Necesitaba verla. No podía perder la oportunidad de conocerla.
No me detuve a pensarlo más, me apresuré a llegar a mi recámara, tiré en algún lado la mochila y la pequeña maleta con la cámara, me fui al baño a lavarme los dientes y a poner cierto orden en mis cabellos, y luego, tratando de forzar en mi rostro cierto aire de indiferencia, bajé hasta el salón en donde estaban todos reunidos.
—Vaya, pensé que ya estabas durmiendo —dijo socarronamente Francesca, como intuyendo la razón por la cual había cambiado de parecer—, pero veo que has decidido venir a compartir con nosotros un momento.
—Y qué es lo que te ha hecho bajar tan rápido —preguntó Evelyn al mismo tiempo que le dirigía una mirada de complicidad a su hermana.
—Sí, primo, qué es lo que te ha hecho bajar con tanta rapidez —agregó Francesca.
—Nada. Tal como te dije, deseaba venir a saludar a tú invitada —mentí descaradamente.
—Ah, sí, ya veo. Ven te voy a presentar a mi amiga…
Me acerqué junto con mi prima a donde estaba sentada la chica de las piernas bonitas, que esta vez cubrían unos vaqueros azules desteñidos, y cuyos pies calzaban ahora unas zapatillas deportivas.
—Laura Daniela —se presentó la chica mostrando algo de sorpresa y esbozando cierta picardía en sus ojos y en su sonrisa; como ocultando algo.
—Joaquín Quiroga —dije, seguidamente, embobado; y buscando un asiento cerca de ella.
De momento no encontré un tema apropiado para mantener una conversación con la chica. Y, además, Gustavo, el esposo de Evelyn, tenía entretenido a todo el mundo con sus fanfarronerías y contando algunos chistes de tono medio.
Pero de pronto, hubo un breve silencio que Laura Daniela aprovecho con alevosía, premeditación y ventaja:
—Joaquín —dijo ella en un tono muy inocente— ¿Alguna vez has probado las hamburguesas del Gourmet Burguer’s?
Aquella pregunta me dejó como suspendido en el vacío. ¿Se acordaba ella de haberme visto en el restaurante aquella tarde de lluvia?
—Eh, bueno, sí…, en realidad sí las he probado, son muy buenas. ¿Por qué?
—Es que una tarde en que estaba lloviendo fuerte entré en ese restaurante y te vi allí, sentado en uno de los apartados. Yo me senté cerca de donde estabas, saqué mi ordenador, lo puse sobre la mesa, lo abrí, pero no lo encendí, y en el reflejo de la pantalla podía ver perfectamente lo que tú hacías. Estabas tan abstraído en algo, que quizás ni te diste cuenta de que continuaba apagado.
—No —titubeé un poco—, es que, si mal no recuerdo, estaba leyendo un libro, y eso me tenía totalmente absorto.
—¿De veras? —preguntó la chica sonriendo maliciosamente.
Creo que en aquel instante me puse más rojo que un tomate maduro. Y los demás comenzaron a sonreírse a costa mía.
—¿No sería que había algo que más que atrajera tanto tu atención apartándote de tu lectura? —volvió a preguntar un tanto socarronamente.
—Sí —dijo una de mis primas únicamente por apoyar a Laura—, ¿Qué era lo que tanto te atraía?
Sonreí tontamente y traté de llevar el asunto por otro lado, alegando que era bastante tarde y que ya tenía sueño. Entonces Laura ya no hizo más preguntas maliciosas, y Gustavo terminó proponiendo una excursión para el día siguiente por las montañas.
Al final todos acordaron irse de paseo por las montañas temprano por la mañana. Yo, por mi parte decliné la invitación, como para dar a entender cierta inexistente indiferencia por Laura Daniela. Y, de todas formas, pensé que no me vendría nada mal quedarme un día solo en la casa: podría leer algún libro, o conectar mi Tablet a la pantalla para ver alguna película de las que había almacenado previamente en el gadget.
Al día siguiente cuando desperté, la casa estaba sumergida en un delicioso y placentero silencio, no se escuchaba por ningún lado el parloteo de mis primas, ni las fanfarronerías de Gustavo. Únicamente se percibía en el ambiente el agradable murmullo de los arboles al pasar la brisa por entre sus ramas, y el canturreo de algunos pájaros revoloteando entre los arbustos y la arboleda. Era claro que ya todos se habían marchado. Súbitamente se me vino la idea a la mente de comenzar el día dándome un chapuzón en la piscina.
Poco más tarde, estando parado en el borde de la piscina, extendí los brazos y respiré hondo, saboreando aquel maravilloso paraíso de cielo intensamente azul y agradable clima. Y sintiéndome dichosamente solo, me quité la calzoneta quedándome totalmente al natural. Acto seguido me metí en la alberca y comencé a nadar con cierto estilo a lo largo de ella, desde la parte menos profunda hasta la más profunda y luego de regreso, hasta completar unas cuantas vueltas. La piscina no era, ni por asomo, reglamentaria. Pero sí lo suficiente para ejercitar un poco los músculos. La atravesé varias veces y luego, en el lado más hondo, me quedé flotando bocarriba con total desinhibición, mostrando inocentemente toda la parte anterior de mi cuerpo, después, sin prestar ninguna atención a los alrededores, volví a comenzar a dar varias vueltas pensando terminar la rutina nuevamente en el lado más profundo, para posteriormente salirme a tomar el desayuno y dedicarme a la lectura. Pero esta vez, cuando saqué mi cabeza del agua, y me quité las gotas que se escurrían por encima de mis párpados… ¡vaya sorpresa! En el borde del extremo menos profundo estaba sentada Laura jugueteando con los pies metidos en el agua. Seguramente, pensé no sin cierto rubor, que ella seguramente se había entretenido observando mis atributos masculinos mientras flotaba sobre al agua. Me sentí apenado. Pero ni modo, ya no podía hacer nada. Luego la observé. Llevaba un traje de baño de dos piezas que la hacían ver todavía más encantadora. Me quedé de una pieza. No sabía qué hacer, lo único que se me ocurrió fue alzar un poco la voz y decir:
—¿Qué haces aquí? ¿Por qué no estás con los demás en las montañas?
—Pues… simplemente porque desea pasar un día descansado y, además, si me hubiera ido no hubiera podido contemplar el espectáculo que tenía ante mí hace un momento en esta piscina —dijo la chica coqueta y maliciosamente.
Entonces, pensé, no había duda, me había visto al natural, tal como había venido al mundo.
—¡Laurita, lánzame por favor el bañador! —dije alzando la voz un poco avergonzado.
La chica, un tanto bromista, se llevó la mano izquierda hacia la oreja, como tratando de hacer un esfuerzo para escuchar lo que yo le decía.
—¡Qué dices…No te escucho bien! —dijo sonriendo con bastante malicia.
—¡La calzoneta, por favor lánzamela…! —repetí.
—Ah, ya… —con mucha parsimonia estiró el brazo hasta donde estaba la prenda para agarrarla, y extendiéndolo hacia delante agregó:
—¿Te refieres a esto…? —se sonrió mostrándomelo como si fuese un trofeo capturado al enemigo.
—Sí, por favor tíralo.
Laura se quedó balanceándolo como decidiendo hacerlo o no. Luego recogió el brazo sin habérmelo lanzado.
—¿Sabes?
—¿Qué? —pregunté desconcertado.
—He decidido algo…
—Qué cosa.
—Que no te lo voy a lanzar.
—Por qué.
—Porque vas a tener que venir por él.
Aquel jugueteo, a pesar de ser algo pueril, estaba produciendo en mí ciertos efectos excitantes que, de alguna manera, hacían obligatorio que me pusiese la calzoneta cuanto antes.
—Vamos, Laura Daniela, lázame el bañador.
—No. Ni, aunque me digas todos mis nombres, no insistas, no lo voy a hacer.
Aquel regateo, cosas de Eros, me hacían verla cada vez más bonita, más encantadora, mas… deseable.
—Por favor… —rogué un tanto falsamente.
—No, no me supliques que de nada te va a servir. Tienes que venir hasta aquí, ¿Acaso no eran mis piernas lo que te tenía tan aturdido en el restaurante? ¿No quisieras verlas de cerca? ¿Tocarlas?
Aquello era el acabose del terminose, ya no podía controlar más lo que estaba ocurriendo dentro de mí, poco más debajo de mi cintura. De manera que comencé a caminar hasta donde ella se encontraba sentada. Cuando ya estaba cerca de Laura, extendí el brazo derecho para que me diera la prenda. Ella extendió también el suyo como para entregármela, pero cuando aparentemente estaba ya por dármela, lo volvió a recoger obligándome a acercarme más. Entonces, perdí el equilibrio, y para no caerme tuve que apoyar mi mano sobre una de sus piernas; en ese momento ocurrió para mí algo inesperado: la chica levantó su pierna con el fin de deslizar su pie por mi entrepierna, acariciando con él la parte más sensible de mi ser. Como acto reflejo, quise detenerla con mi mano, pero entonces toqué aquel pie de piel tan tersa, tan suave; quizás por el uso de alguna de aquellas cremas que vi anunciadas por el camino, y no pude oponer ya más resistencia. Dejé que todo siguiera su curso. Que me hiciera con aquel miembro lo que a ella se le antojase ¿Por qué habría yo de oponerme al destino?
—Vaya —dijo la chica al sentir con su pie lo que había en mi entrepierna—, ¿qué es lo que tenemos aquí?
No le contesté. Dejé que Laura lo averiguara por sus propios medios. Luego, me acerqué más a ella, puse mis manos desinhibidamente sobre sus tersas piernas, y busqué sus labios con los míos, y nos fundimos en un largo y lujurioso beso. Demás está decir que, a partir de aquel momento, durante tales vacaciones, pude realizar con Laura Daniela muchas veces la fantasía que había tenido en el restaurante.
Se me olvidaba mencionar que los días siguientes del periodo vacacional, nos fuimos con Laura a buscar el río en el cual yo había visto a la pareja de amantes; y allí, en ese paraíso terrenal donde habían estado ellos, reprodujimos todo lo que les había visto hacer a través del teleobjetivo de mi cámara, incluso el ritual de los pies, pues como dicen que dijo Einstein: Condenar sin investigar es el colmo de la ignorancia.
Espero no encontrar un día de estos nuestras fotos, o peor aún, un film de todos nuestros encuentros en el río, tomado por algún fotógrafo furtivo de la montaña, en alguna página web o, quién sabe, en una red social intergaláctica.
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