Mauricio trabajaba para una empresa que debido al manejo de información confidencial debía permanecer, al igual que sus compañeros, dentro de una sección protegida y resguardada durante su horario de trabajo. El personal de guardia cubría horarios ininterrumpidos por lo que el acceso estaba vigilado a toda hora.
A pesar del rígido control de entradas y salidas a la sección, el personal encargado de vigilar no estaba reñido con la cordialidad. Por el contrario, los empleados eran saludados con mucha cortesía y claro, Mauricio no era la excepción.
Rolando, vigilante en horario vespertino, saludaba con efusividad a Mauricio todos los días, pero en su mirada se podía advertir un interés extraño que incomodaba a Mauricio al grado de hacerlo tartamudear cuando devolvía el saludo.
Mauricio, cabe decir, era un chico de no más de 25 años, delgado, estatura regular, lampiño y aunque no era un Adonis, sabía que su atractivo no pasaba inadvertido. Entre otras características sobresalientes, los pectorales de Mauricio lucían prominentes, por más que su ropa fuera holgada. En ocasiones, si vestía camiseta ceñida, las tetillas del chico permanecían erectas en todo momento, tal vez porque el rozamiento las excitaba y las mantenía de esa manera. La sonrisa obsequiosa de Mauricio con casi todo mundo, entusiasmaría hasta el más indiferente.
Por su parte, Rolando, a diferencia de Mauricio, tendría poco más de 30 años, con tez morena, ojos negros y profundos tipo capulín. De menor estatura, tal vez casi la misma que Mauricio, poseía un cuerpo compacto y piernas fuertes, sembradas de vello oscuro y abundante. Se rumoraba que Rolando poseía una virilidad envidiable, descubierta accidentalmente un día, mientras descansaba en una sala de recreación para los empleados de la oficina con las piernas abiertas. Rolando poseía también rasgos indígenas marcados, pero notables y hermosos en conjunto.
Mauricio no había pasado por alto los intentos de Rolando para trabar amistad durante por lo menos desde la primera semana en que había llegado a su puesto de vigilante.
Lamentablemente, para desgracia de Rolando, Mauricio escuchó al primero hablar de hembras en un tono despectivo y vulgar que para Mauricio resultó decepcionante después de albergar ciertas esperanzas de conocerse mejor, bajo circunstancias diferentes. Rolando hablaba de una mujer rubia y bien formada, asegurando que gozaría con él ante su admirado interlocutor, quien obviamente no era Mauricio. Rolando comprendió tardíamente, tras avistar a Mauricio que su comentario había tenido efecto sobre el muchacho. Paró de hablar, si bien tardíamente.
Pasaron varios días durante los cuales Rolando y Mauricio sólo intercambiaron saludos oficiales en el mejor de los casos. Para una fecha próxima, con gran alharaca, se había informado que la empresa celebraría un aniversario más de vida y que los empleados disfrutarían de un convivio con bocadillos y vinos. A quienes aceptaron concurrir se les pidió que vistieran traje de noche o de gala. La empresa pagaría el costo de alquiler de ropa, dado el caso.
Mauricio asistió elegantemente ataviado y una mayoría de sus conocidos y compañeros coincidieron en que el chico lucía bien, muy diferente a su atuendo tradicional de ropa casual. Rolando, como otros compañeros de seguridad, asistirían al evento, pero en calidad de empleados. Es decir, tendrían que vigilar y asegurar que reinara la tranquilidad durante el festejo. Rolando creyó que el destino le había hecho una mala jugada porque hubiera sido una oportunidad más que propicia para acercarse a Mauricio aunque este no lo esperara. Claro que de cualquier manera, estar asignado al evento, aunque fuese bajo la modalidad de vigilante, le brindaba a Rolando la posibilidad de acercarse de cualquier manera.
La reunión transcurrió sin novedad y al final, Mauricio se sintió ligeramente perturbado y con tragos. Con toda discreción se aproximó a Rolando en varias ocasiones para saludarlo, una de ellas de mano. Rolando respondió atentamente y al final, para retirarse, Mauricio pidió a Rolando que lo escoltara hasta la puerta porque se sentía mareado y necesitaba conseguir taxi. Rolando aceptó gustosamente y consiguió un auto para Mauricio en el primer intento. Se despidieron con un fuerte apretón de manos.
Para la semana siguiente, Rolando no estuvo asignado a la sección de Mauricio y no lo estaría sino hasta la próxima. Había sido asignado a otra sección que no le permitiría ver a Mauricio, ni siquiera de lejos. Al fin, se encontraron una mañana, después de una semana, e intercambiaron saludos superficiales dado el movimiento de muchas personas a su alrededor.
La temporada de fútbol local estaba a punto de alcanzar el clímax con el enfrentamiento de los dos mejores equipos. Para Mauricio esto no representaba nada importante, pero en cambio, para Rolando, era una fecha importantísima sin que pudiera explicar el por qué. Tal vez la palabra fanatismo se aplicaría pertinentemente para explicar su afición. Mauricio se vio envuelto involuntariamente en una animada charla entre varios compañeros, quienes debatieron las posibilidades de los equipos contrincantes. Para Mauricio no tenía ningún sentido, pero por estar cerca de Rolando, quien participaba con entusiasmo en esa plática, hizo un esfuerzo para no enfadarse.
Al final de la charla Rolando dijo en voz baja a Mauricio que tenía dos entradas para ese partido y que desearía compartirlas con él. Mauricio detestaba el fútbol, pero consideró que no podía rechazar la invitación porque Rolando le interesaba y no podía darse el lujo de perder oportunidad semejante como la de estar a solas.
El juego sería en domingo, a las doce del día y se verían cerca del estadio, en un sitio convenido de antemano por los dos. Mauricio hizo un esfuerzo por aparentar que estaba complacido con la invitación aunque no fuera cierto. Lo importante se repitió a sí mismo, era estar junto a su amigo.
Rolando esperaba a Mauricio radiante, bañado, perfumado y vestido casualmente para la ocasión. Un fuerte apretón de manos y continuas palmadas de Rolando para Mauricio en la espalda, estimularon a este último al grado de inquietarlo. Se dirigieron al estadio y luego a las graderías donde se acomodaron. Mauricio recordaba la advertencia de un amigo en el sentido de que gran parte de la afición, mujeres como hombres, asistían a los partidos para reglar a la vista el espectáculo de piernas hermosas de los futbolistas. No quería aceptar que Rolando estuviera ahí por otro motivo. El partido inició bajo un ambiente muy animado y se mantuvo así de principio a fin, con obvios altibajos entre las muestras de apoyo y repudio del público a favor y en contra de los respectivos equipos. Rolando mostró su entusiasmo en repetidas ocasiones al palmear las piernas de Mauricio, quien no supo a ciencia cierta identificar si Rolando estaba emocionado y por eso lo tocaba, o era un adelanto de otra forma de contacto más íntimo.
Al término del partido Mauricio invitó a Rolando a comer y fue en el restaurante donde Mauricio escuchó con atención las palabras de Rolando, que abarcaron temas como fútbol y el partido recién terminado, el trabajo y su familia. No aludió en ningún momento a su mutuo pero disfrazado interés. Tuvieron que despedirse con cierto desánimo para Mauricio, pero Rolando anunció con ánimo que estaría en las oficinas la próxima semana, de lunes a viernes.
Mauricio creyó oportuno aplicar una estrategia para definir una situación incierta. Ignoraría deliberadamente a Rolando y trataría de hablar con él lo menos posible. Su arma sería la indiferencia para esperar una respuesta de Rolando.
Mauricio tuvo suerte. Tras aplicar la estrategia, se vio asediado por Rolando el día viernes, e incluso Mauricio se sorprendió al escuchar una amenaza velada, expresada durante un momento oportuno, lejos de miradas u oídos desautorizados: "Si no aceptaba salir con él, ese mismo día, armaría un escándalo en el que ambos saldrían muy mal librados, y las consecuencias serían obvias. Aunque sintió temor, Mauricio se vio precisado a aceptar. Debido a su condición económica limitada, no podría darse el lujo de perder su empleo sólo para evadir las acusaciones, las manifestaciones de desprecio, rechazo o discriminación en el mejor de los casos. Aceptaría las condiciones señaladas por Rolando como un resultado de su actitud previa. De tal manera, se verían ese mismo viernes, en lugar céntrico, convenido de antemano. Si fallaba, advirtió Rolando, enfrentaría las consecuencias.
Rolando estuvo presente en el lugar de la cita con anticipación. Su atuendo llamaba la atención. Su cuerpo, compacto y musculoso, era evidente bajo una camiseta ceñida y pantalones de mezclilla igualmente ajustados. Pese al abultamiento de la entrepierna, todavía no había erección. Inquieto, se le veía consultar el reloj constantemente, desplazándose de un lado a otro en el pequeño espacio en que se encontraba. Finalmente advirtió a la distancia la grácil figura de Mauricio, quien después de avistarlo, comenzó a agitar la mano en señal de reconocimiento. Llegaba tarde, pero no importaba. No le convenía fallar y además, quiso brindar una agradable impresión al aplicar una loción muy fina en todo su cuerpo que transpiraba a escasos metros. Fue precisamente esto lo que demoró a Mauricio en su cita.
La reacción de Rolando no se dejó esperar pues dijo que hacía mucho tiempo que no disfrutaba de un aroma tan especial y voluptuoso como el que emanaba del cuerpo de Mauricio.
Rolando preguntó a Mauricio si había considerado algún lugar o si le permitiría llevarlo a un sitio que había pensado de antemano. La respuesta de Mauricio fue contundente. Se dejaría llevar como hoja livianísima por los vientos del destino.
Rolando lo invitó a subir a un taxi y se dirigieron a un lugar donde prometió que la pasarían bien. El ambiente era íntimo pero al mismo tiempo animado. La música había recién comenzado y aunque Rolando ardía en deseos de bailar para estar más cerca de su compañero, Mauricio quiso beber primero para refrescarse tanto como para ambientarse y hasta darse valor. Al cabo de dos rondas de tragos, la música varió a partir de animada y enérgica a suave y cadenciosa.
Rolando invitó a Mauricio y este aceptó gustoso. La pistaba estaba repleta de gente y Mauricio saboreó mentalmente lo que le esperaba en tan solo instantes. Sin embargo, pensó que "jugaría" al no permitir acercamientos más que los necesarios con objeto de estimular a Rolando todavía más. Pero Rolando pensaba diferente y tan pronto se instalaron en la pista, quedó a escasos centímetros, uno del otro, a propósito. Mauricio quiso retirarse, pero Rolando lo acorraló en una esquina y preguntó si se sentía bien. Mauricio asintió y Rolando se aproximó todavía más. Mauricio sintió el enhiestamiento de Rolando y no pudo resistirse más. Se abandonó como presa de una fiera, con la diferencia que esa fiera no quería matarlo, sino disfrutarlo. Las manos de Rolando recorrieron el cuerpo de Mauricio sin misericordia, al grado de provocarle una dolorosa pero estimulante erección. Sentía la dura protuberancia de Rolando contra su cuerpo, y la fruición con que los labios y lengua de Rolando succionaban y lamían su cuello y otras partes desesperadamente.
Tuvieron que parar. Una muchedumbre enardecida se había reunido a su alrededor y palmeaban ante la actitud enfebrecida de ambos chicos. Como habían captado la atención de los danzantes, el pobre Mauricio, con la camisa desabotonada, abandonó la pista, seguido de Rolando. Una vez instalados en su mesa, Rolando planteó la posibilidad de retirarse y visitar su cuarto de habitación, no lejos de ese lugar. La presión fue irresistible, por lo que Mauricio estuvo de acuerdo en acompañar a Rolando hasta su propia casa en el acto.
No hubo preámbulos. Rolando inició el rito de desvestir a su ya amigo desde el momento de cerrar la puerta. Mauricio quedó a merced de Rolando, quien tras desprenderse de su minúscula y elástica prenda para su entrepierna, dejó al descubierto su enhiesta virilidad. Mauricio descubrió que la gente que hablaba del miembro de Rolando tenía razón. Ver semejante miembro en semejante estado de excitación lo dejó mudo, pero también produjo una reacción inmediata. Las caricias alcanzaron un nivel máximo sobre la humilde cama que los acogía. Rolando se prendió a una de las tetillas de Mauricio como si fuese un lactante voraz, privado de alimento durante mucho tiempo.
El lubricante estaba a la vista, y Mauricio sólo tuvo que alcanzarlo de la pequeña mesa próxima a la cama. Se lubricó bien, mientras recibía caricias húmedas y de manera generosa. Finalmente, Rolando empujó suave pero decididamente el enhiesto falo a través del candente orificio de Mauricio, quien gimió ante la embestida. Una verdadero diluvio acalló el ayuntamiento de ambos para disimular los suspiros y sollozos emitidos por Mauricio. El contraste de un cuerpo oscuro con otro blanco era notorio. El contacto de los vellos de Rolando hicieron estremecer a Mauricio, quien decidió abandonarse de una vez por todas a los brazos y a los embates de Rolando. Se acoplaron con respiraciones entrecortadas y poco después expulsaron furiosamente sus líquidos internos.
Rolando prosiguió con caricias tiernas y mantuvo a Mauricio abrazado durante varios minutos para luego apartarse con suavidad. Una vez que se vistieron, permanecieron un largo rato abrazados en silencio. El primero que se atrevió a romperlo fue Rolando. Reconoció con humildad que nunca debió presionarlo y mucho menos amenazarlo con escándalos porque nunca los cumpliría. Por otra parte, advirtió que verse nuevamente dependería de la iniciativa de Mauricio, puesto que él estaba dispuesto.
Mauricio no habló. Sonrió y ofreció a Rolando un par de labios carnosos y húmedos como muestra de aceptación.
FIN