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A esta niña hay que atenderla

"A esta niña hay que atenderla". Es lo que dijo el médico de mi madre, cuando yo tenía catorce años. Ese día yo acompañé a mi madre a un chequeo de rutina que ella debía hacerse y mi madre le comentó al doctor que me veía algo nerviosa, ansiosa. Mis medidas en ese momento ya eran casi las actuales: 91 de busto, 56 de cintura y 99 de caderas con 1,70 metros de estatura. Eso sumado a que yo gustaba de usar polleritas muy cortas o pantalones muy ajustados, a veces hasta metiditos en la colita, hacía que los hombres me miraran con calor. El doctor me dio turno para el día siguiente, a última hora.
Fui sola, y me puse una minifaldita tableadita, con medias que me llegaban a los muslos, tacones altos y una camisita muy apretujadita que parecía estar por reventar, que tenía el botón superior medio flojo y yo tenía miedo de que se me caiga.
Cuando la última paciente salió del consultorio, la secretaria tomó su cartera y saludó al doctor y a mi y se fue. Yo quedé esperando un minuto en la sala de espera, hasta que el doctor me invitó a pasar. Me preguntó si yo opinaba realmente que estaba nerviosa o ansiosa y le conté qué me pasaba. Que recibía ofrecimientos deliciosos y que me dejaba llevar y todo eso. Me preguntó qué tipo de ofrecimientos. Le dije que por ejemplo, habíamos ido en el colegio a ver unas diapositivas a la sala de proyecciones y estábamos parados en la oscuridad. El profesor de ciencias estaba cerca mío y me preguntó al oído si yo veía bien la pantalla. Sus labios se acercaron mucho a mi oído y pude sentir el calor que emanaba de su boca. Yo a su vez, me acerqué a su oído y le dije que más o menos. Entonces me invitó a ponerme en la línea visual que él tenía, por delante de él y así procedí. Di vuelta mi cabeza y le pregunté al oído si no le estaba tapando la vista y él, que miraba hacia abajo, me dijo que no, que veía muy, pero muy bien. Cada frase que nos decíamos el uno al otro era una invitación. Me mojé los labios y le dije que gracias y le rocé el hueco de su oreja. El me correspondió, rozando con su lengua mi lóbulo derecho al decirme que yo era una excelente alumna. Así seguimos, cada vez más cerca. Me acerqué con mis caderas a su bulto, portentoso, y le expliqué que estaba un poco cansada. El me frotó su bulto por mis nalgas mientras me acariciaba la espalda y me consolaba diciéncome que todo iba a estar bien.
El médico me pidió que le mostrara cómo era mi posición en la sala de proyecciones y yo me incorporé y le pedí que se acercara. El se puso atrás mío y me yuxtapuso su tesoro. De ahí en más, me sujetó de la cintura y fue todo mareo, dulzura, deleite, calor, cuchillo caliente en un pan de manteca. Me invitó a degustarlo y accedí. Luego él me degustó a mí. Nos degustamos ambos al unísono y lloramos y reimos de placer. Le mostré la hermosa geometría de mi boca combinada con sus testículos. Su lengua entró en mis cavidades. Y me voy porque alguien llama a la puerta. Oh, es el cartero...
Datos del Relato
  • Autor: carola
  • Código: 2671
  • Fecha: 23-05-2003
  • Categoría: Varios
  • Media: 3.18
  • Votos: 28
  • Envios: 3
  • Lecturas: 4014
  • Valoración:
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