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1
Siempre guardé un profundo resentimiento hacia mi padre. Había abandonado a mamá cuando ella estaba embarazada de mí, y nunca quiso hacerse cargo.
Pasé mi niñez y adolescencia sin una figura paterna. Mi madre se mataba trabajando limpiando casas y oficinas por hora, mientras yo me educaba solo en la calle, y viendo televisión.
Había ciertas ventajas en mi vida solitaria, debo admitirlo. Siempre fui mucho más precoz que la mayoría de mis compañeros de escuela. Tenía la casa sola para mí, y podía ver el programa de televisión que quisiese. La importancia de esto último ha de ser difícil de comprender para quienes se hayan criado en la era digital, pero los más grandes sabrán a qué me refiero. De adolescente, Me pasaba las tardes viendo videos porno, y tomando cualquier tipo de bebidas alcohólicas. Invitaba a tres o cuatro compañeros de escuela, y la pasábamos excelente tomando, pajeándonos, y jugando a la playstation que alguno de ellos traía de su casa, ya que yo no tenía porque mi madre ganaba muy poco.
Al poco tiempo las películas me empezaron a aburrir. Ya me sentía grande y tenía ganas de experimentar. Como trabajaba un par de veces por semana repartiendo volantes para una panadería, tenía unos mangos ahorrados, así que un día, compré el diario y busqué en el rubro cincuenta y nueve a la puta más cercana a mi barrio.
Elegí pasar con una chica de veintitrés años (toda una veterana para mí). Tenía unos quilos de más, pero era la que mejor cuerpo tenía. Entramos a un cuarto oscuro. Ella se desvistió rápido. A pesar de su leve sobrepeso, tenía el culo bien firme. La abracé y apreté mi torso con sus tetas. Ella me dio besitos tiernos en el cuello y la oreja. Yo exploré sus cavidades y la descubrí repleta de gel lubricante.
Me le chupó unos minutos, y cuando se dispuso a ayudarme a ponerme el preservativo, yo le rogué que la siguiera chupado sin el forro, pero ella sólo dio un par de lengüetazos al glande, y me colocó el profiláctico con una velocidad asombrosa.
Me la chupó un rato con el preservativo puesto, pero, si bien la mamada era agradable, no se comparaba con el tacto de la lengua babosa en la pija desnuda. Así que le dije que la quería penetrar.
Ella se acostó boca arriba. Abrió y flexionó las piernas. Yo me desnudé por completo y fui a la cama con ella (no recuerdo su nombre). Mi pija, la cual me enorgullecía de ser la más grande entre los chicos de mi edad, entró como si nada en semejante agujero lubricado. Apenas sentía la fricción de nuestros sexos durante la penetración. Pero aun así lo disfruté mucho. La puta me daba besos eróticos en todas partes, y se dejaba meter mano por todos lados (cosa que luego descubriría que no hacen todas las putas). Tenía la piel muy suave, y despedía una fragancia dulce y agradable.
Acabé pronto, y de hecho ni siquiera me di cuenta de haberlo hecho. Sólo dejé de embestir cuando sentí la pija fláccida. Luego la puta, previa verificación, me confirmó que ya había eyaculado.
A pesar de no haber tenido una gran performance, me gustó mucho mi primera vez, y siendo muy joven me convertí en un putañero profesional, que se conocía los tugurios de toda capital y provincia, y que se había acostado con más mujeres de las que mis amigos soñaban con tener.
Pero, en fin, me fui de tema. Estaba hablando de mi viejo. Al tipo solo lo vi dos o tres veces en mi vida. Y la ausencia de un mayor que me vigile me convirtió en un adolescente dado a la bebida, y a las putas. Pensándolo bien, tuve una suerte inmensa de no haber caído en la droga o en otras cosas turbias.
Pero cuando mi mamá empezó a tener problemas de salud y a no poder trabajar todos los días para mantenernos, tuve que ponerme las pilas y conseguir un trabajo fijo.
A mis veintiún años ya era todo un señor, que ya había vivido todo tipo de aventuras, y había adquirido experiencia, por lo que los vicios ya no me tentaban en lo más mínimo. Sólo iba de putas, cada tanto, porque me gustaba estar con mujeres que luego no me estaban molestando con exigencias ni celos.
Nunca me enamoré. Alguna que otra vez creí estarlo, pero cuando la chica de turno mostraba su verdadera cara (casi todas eran unas putas), enseguida me desencantaba del hechizo en que había caído. Muchos de mis amigos me envidian la capacidad que tengo de dejar las cosas malas atrás, y no entienden cómo puedo hacerlo. En el caso de las mujeres es fácil. Cuando descubro que a la chica con la que salgo no le alcanza sólo con mi pija, o resulta ser una obsesiva, o tiene cualquier tipo de hábitos que van en contra de mi filosofía de vida, simplemente dejo de quererla, porque la persona que me había gustado en principio ya no existía, o quizá nunca existió.
En todo caso, no es para dar lástima ni mucho menos, pero para las personas que sufrimos pérdidas como la muerte o el abandono de un padre (que es casi lo mismo), estamos mucho más curtidos, y los desengaños no nos afectan igual que a otros.
La otra cara de la misma moneda es el hecho de ser un tanto insensible con los otros. Pero, en fin, nadie es perfecto.
A pesar de esto, el tema con mi padre me cuesta superarlo, y cada vez que veía a mi vieja cansada de tanto trabajar, y cada vez que pienso en cómo perdió su juventud por cuidar de mí, me viene una ira asesina hacia ese tipo que nunca en la puta vida se dignó a pasarnos unos mangos para comer.
Así y todo, nunca me decidí de hacerle ningún reclamo. Y, aunque más de una vez, en mi mente elucubré alguna maldad hacia él, jamás la concreté. No me parecía justo tener que gastar energías con alguien como él.
2
Ahora tengo treinta años. Tengo un buen negocio y una casa propia. Y lo mejor de todo, ahora soy yo el que cuida de mi vieja. No somos ricos, pero no nos falta nada.
Desde hace días que pienso en mi viejo con más regularidad que de costumbre. No sé por qué, pero así es.
A pesar de vivir en una época de hiperconexión, donde se puede conversar con personas de otros continentes sin ningún problema, nunca me tomé el tiempo de buscarlo en ninguna red social, y si alguna vez se me pasaba por la cabeza hacerlo, me deshacía de la idea enseguida.
Sin embargo, ayer los busqué. Y lo encontré.
Para mi sorpresa, casi me pongo a llorar cuando revisé su Facebook. Tenía poca información, se ve que no es muy dado a la tecnología, pero su foto de perfil era demasiado parecida al hombre que vi un par de veces, hace veinte años.
Es abogado. Vive en Barrio Norte, por lo que se deduce que no le va nada mal al desgraciado. No hay muchas fotos. Sólo algunas de las navidades del dos mil doce, y de unas vacaciones en punta del este (cheto) del mismo año.
En aquellas imágenes aparecía con un montón de familiares alrededor de una mesa bellamente decorada, repleta de comida navideña. Él se sentaba a la cabecera. Tenía barba, y su pelo era rubio, aunque tirando a castaño. Vi que tenía ojos azules. De eso no me acordaba. Yo por suerte salí a mamá, y tengo los ojos marrones.
A su lado. En medio del montón de parientes (y quizá amigos) había una mujer bastante bella con un vestido elegante y sexy a la vez. Supuse que era su mujer actual, porque salían en todas las fotos juntos, y en una se tomaban de las manos. Era una veterana que estaba bastante buena. Me pregunté si llevaba puesta una bombacha rosada, como acostumbran a hacer algunas mujeres en navidad.
La mina me estaba calentando. Me imaginaba agregándola a Facebook, para luego, mediante muchas charlas, invitarla a salir. ¡Qué bueno sería cogerme a la mujer del viejo! Se lo merecía.
Pero claro, sólo eran fantasías. Nunca gastaría tantas energías en una mujer. Además, ya pasaron cinco años de aquello. Y en una mujer que ya rondaba los cuarenta, ese tiempo es mucho.
Luego noté que había otra persona que se mantenía cerca de mi padre en muchas fotos. Era una chica de doce años más o menos. Me pregunté si era la hija de la pareja. Y apenas pensé en eso me emocioné.
No solía pensar en la posible existencia de hermanos. Aunque, de hecho, era obvio que era muy probable que existan. Pero me convencía de que no importaba, de que si no se criaron conmigo no eran hermanos reales. Me decía que, si el tipo que me abandonó tenía otra familia, no tenían nada que ver conmigo, ya que mi familia solo éramos mamá y yo.
Pero me había mentido toda la vida, porque cuando vi la foto de esa nena, una emoción incontrolable se apoderó de mí.
Seguí pasando las fotos, y cuando llegué al álbum de las vacaciones, comprobé que la nena estaba con ellos todo el tiempo. Leí los comentarios, y más de uno no me dejaron duda alguna. Era mi hermana.
La nena estaba etiquetada en todas las fotos. Así que hice clic, y abrí su perfil.
Y eso fue lo que desencadenó toda la locura en la que estoy metido ahora.
3
Al principio creí que me equivoqué, o que habían puesto mal las etiquetas a las fotos. La nena que había visto junto a mi padre no estaba por ninguna parte. El nombre coincidía: Luna Perrucci (lindo nombre Luna), pero en lugar de la niña que acababa de conocer como mi hermana, había una adolescente de una belleza tan angelical como peligrosa.
Me dediqué unos segundos a ver las fotos. En la mayoría aparecía la chica sola. La primera era una selfi que se sacó en el baño. Vestía una musculosa blanca y un diminuto short azul. En la siguiente estaba con cuatro amigas, todas jóvenes y lindas, aunque ninguna tanto como ella. En otra estaba en bikini al lado de una pileta. Llevaba unos anteojos negros y su pulgar tocaba los labios en un gesto que no logré comprender. Estaba de perfil, y esta era la única foto en la que mostraba la cola, ya que comprobé, que a pesar de que le gustaba posar sexy, no era nada vulgar. Una foto que me gustó mucho era una en donde aparecía su rostro en primer plano: Tenía los cachetes colorados, aparentemente unos segundos antes estuvo corriendo o haciendo algún ejercicio, y sus ojos celestes, clarísimos, casi líquidos, brillaban como un hermoso diamante bajo el sol. Pero mi foto preferida era una en donde estaba disfrazada de papá Noel. En realidad, el disfraz, en lo único que se parecía al del barbón del polo norte, eran los colores. Por lo demás, era completamente deferente. Constaba de un top y minifalda rojos, y una gorra polar del mismo color. Luna tenía las manos en jarras, y sacaba la lengua en un gesto tan infantil como sexy.
La chica me pareció tan divina, que me quedé un buen rato viendo sus fotos, perdiendo la noción del tiempo. Estaba excitado, y ya podía sentir mi erección. Sólo entonces me di cuenta de mi error. ¡si yo mismo había visto que la foto en el perfil de mi padre era de hace cinco años! Entonces, esta chica con la que me estaba deleitando, tranquilamente podía ser la nena que vi al principio.
Di un rápido paneo a las imágenes, hasta que encontré una en la que posaba con una camiseta de Boca Juniors, abrazada a un hombre con una camiseta del mismo club de fútbol. Se trataba de su padre. Que es lo mismo que decir que se trataba de mi padre, y por ende, Luna, definitivamente era mi hermana.
Me sentí durante un rato asqueado de mí mismo. Esa chica preciosa, blanca, de labios rojos, a la que estaba stalkeando como un pajero, era mi propia sangre.
Sin embargo, nunca fui un moralista, y pensé, que en definitiva no estaba haciendo nada malo. Las cosas que pasaban por mi cabeza eran perfectamente normales, o al menos eso me decía yo. Qué culpa tenía de enterarme de un momento para otro de que la pendeja preciosa a la que estaba espiando era mi hermana. Mi excitación no se iba a ir de un momento para otro. Seguí viendo las fotos. En algunas aparecía con un chico que parecía ser su novio. Pero eran fotos de hace más de un año, y el tipo no aparecía en fotos recientes. Pero en casi todas seguía mostrándose sola, siempre con ropas que le calzaban como guante. Tenía cientos de likes, lo que me hizo pensar que se trataba de una chica bastante ególatra y superficial. Pero era perdonable debido a la corta edad que tenía, y sobre todo, a su extrema belleza.
Esto me hizo preguntarme qué edad tenía Luna. Además, ya me estaba poniendo al palo de nuevo, por lo que necesitaba dejar de ver las fotos durante un rato. Fui a la solapa de información y si bien me enteré de su fecha de cumpleaños, no decía el año en el que nació. Recordé que, al principio, cuando vi la foto de la navidad del dos mil doce, pensé que tenía unos doce años. Rogué haberme equivocado por al menos un año, y que ahora tenga dieciocho o más, porque si no, encima de ser un pervertido con tendencias incestuosas, también sería medio pedófilo. Encontré el enlace que me dirigiría a su cuenta de Instagram y lo cliqueé.
En esta red había muchas más fotos. Incluso había una en donde solo llevaba un corpiño negro y una minifalda con transparencias. Estaba arrodillada sobre una cama, y miraba a la cámara con gesto de bebota. Me di una bofetada fuerte para salirme de mi estupefacción.
Comencé a husmear los comentarios. La mayoría eran de sus amigas, que la piropeaban. Pocos hombres se animaban a escribirle en público, aunque no dudaba de que recibía decenas de mensajes de desconocidos todos los días. Noté que en todas sus fotos había un mensaje de algún organizador de boliche en el cual le dejaba el número de teléfono y le ofrecía pase libre, entrada sin hacer la fila, y bebida gratis. No era para menos, una chica como Luna habría de atraer a muchos adolescentes al boliche donde decidiera pasar la noche. Me pregunté si era modelo, o promotora, pero todas las fotos que había subido eran sacadas con su propio teléfono celular, y casi todas tenían el mismo fondo, el cual supuse que era su casa.
La erección volvió, con una fuerza implacable. Ya me había olvidado por completo el motivo que me llevó a revisar su perfil. Sólo existía la fascinación por esa adolescente con quien compartía el mismo padre. Estuve a punto de masturbarme, pero a mi edad, ya no me gustaba hacer esas cosas.
Cuando se hizo la noche, comí algo, y fui a la cama. Pero pronto me desperté para hacer pis, y tuve que sentarme en el inodoro, porque la potente erección con que me había despertado no me dejaba mear de parado.
Me decidí a abrir la computadora y buscar en mis páginas de escorts preferidas a una puta que me saque la calentura.
Tardé casi una hora viendo todo tipo de mujeres hasta que encontré la ideal: el perfil decía que tenía veintiún años, pero tenía cara de nena. De piel blanca, petisa, con lindo cuerpo, y ojos claros. La llamé por teléfono y pude concretar una cita esa misma noche.
La chica se vio muy sorprendida cuando, tomándola por la cintura, la levanté y la tiré sobre la cama con violencia. Balbuceó una queja, pero yo ya estaba encima de ella, arrancándole la poca ropa que tenía. La penetré sin piedad, mandándole la verga hasta el fondo en la primera embestida. Ella gritaba de dolor y se retorcía en la cama, pero yo no podía parar de cogerla. Esa noche era imposible parar. La di duro, hasta que su sexo se dilató y ya no gritó. Estaba arriba de ella, y no podía dejar de ver su rostro joven, casi adolescente, estremecerse ante la potencia de mi verga. Era muy linda. No tenía los ojos celestes como Luna, sino verdes. Pero aun así el parecido era suficiente como para poder imaginarme que a la que estaba poseyendo era a mi hermanita.
4
En los días siguientes traté de no pensar en ella. No quería estimular esos sentimientos enfermizos. Trabajé duro toda la semana en mi local, y cuando estaba aburrido iba a lo de algún amigo a tomar una birra. Hasta que llegó el viernes y estando con Kevin, un amigo del barrio, se me cruzó por la cabeza una idea que no sabía de dónde vino:
— Vamos a un boliche a bailar. — le propuse.
— ¿y desde cuando te gustan a vos lo boliches? — Rió Kevin.
— No sé. Quiero hacer algo diferente. — le contesté.
— Bueno, vamos a pinar. A ver si nos levantamos a alguna.
— No. Vamos a Brooklin. — lo corté yo, sin esperar su opinión.
Nos empilchamos y perfumamos tardando casi tanto como las chicas con las que salíamos, y nos fuimos en mi auto hasta el boliche.
— Debe estar bueno Brooklin que preferís ir hasta allá antes que a Pinar que no tardaríamos ni la mitad. ¿Cuándo fuiste?
— Nunca, pero me dijeron que estaba bueno. — le contesté.
El boliche habría de estar bueno para los chicos de veinte años. Era el lugar de moda. Pero la música ridículamente fuerte y la multitud de personas reunidas en un solo lugar nunca me agradaron.
Me encontré buscando a alguien, aunque no estaba seguro de a quién. Miraba por todas partes para ver un rostro familiar, pero nada. Kevin ya estaba bailando con una chica que ojalá ya haya terminado la secundaria. Le susurraba algo al oído y ella reía histéricamente. Mi amigo no dormiría solo en la noche. Solo esperaba que al otro día no fuera preso. Esto me hizo percatarme del verdadero motivo por el que había decidido ir Brooklin. Uno de los organizadores que le dejaba un comentario en casi todas las fotos de mi hermana Luna, trabajaba ahí. El chico insistía con que los sábados “eran de Brooklin” y le ofrecía todo en cuanto estaba en sus manos para convencerla de que asista con sus amigas a ese lugar. Seguramente esos mensajes quedaron grabados en mi subconsciente y eso me llevó a decidir pasar la noche ahí. Una parte de mí (la más sensata) quería encontrarse con ella y hablar un rato, para saber cómo le iba en la vida a mi hermanita. Me consta que en las redes sociales es todo color de rosas, pero la realidad, en general, no es tan linda. Si tuviese algún problema, quizá yo, como hermano mayor, podría aconsejarla o ayudarla de alguna manera. Además, su padre no debería ser una buena imagen paterna, después de todo, tenía tendencia a abandonar a sus hijos, si lo sabré yo. Pero otra parte de mí (la más retorcida) fantaseaba con un juego más perverso. Un juego que no es necesario explicar en qué consiste.
De todas formas, era improbable encontrarla, ya que podría haber ido a cualquier otro boliche, o a ninguno. Me quedé en la barra un rato, tomando unos tragos. En un momento se acercó una chica y me saludó. No estaba nada mal, además con la oscuridad y el alcohol encima, me parecía mucho más linda de lo que realmente era. Se trataba de esas zorras que se acercaban a uno en busca de que le pagues los tragos. Yo la invité y luego la saqué a bailar. Tenía las tetas grandes y cuando nuestros cuerpos se arrimaban al ritmo de la música, los sentía presionándolo con mi tórax. Tenía lindo cuerpo. Puse la mano en su cintura, y cada tanto la bajaba un poco para sentir el inicio de sus generosas nalgas. Tenía una linda carita redonda, que me tentó a besarla. En el primer intento me esquivó, pero la siguiente vez la agarré con fuerza de la cintura y la atraje hacia mí, y le comí la boca. Tenía un fuerte aliento etílico que no me gustó mucho, así que para compensarlo aproveché para estrujarle el culo. Pero cuando le estaba metiendo la mano debajo de la pollera, se apartó de mí.
— ¡No te zarpes! — me recriminó.
Pero la zorra siguió bailando conmigo. Seguramente en la intimidad se dejaría meter mano sin problemas. Yo tenía una erección, y la chica, a la cual jamás le pregunté el nombre, frotaba su cadera en mi tronco cada vez que podía. Estaba más caliente que yo. Esa noche estaba de suerte, con solo estar un rato en Brooklin, ya tenía un polvo garantizado para más tarde.
Pero justo entonces creí ver a Luna. Era difícil estar seguro de que era ella. De hecho, solo divisaba una silueta borrosa mezclada con un montón de otras chicas. Pero sus facciones, las que veía muy borrosamente, me hicieron pensar que podría tratarse de mi hermanita.
Le dije a la chica con la que estaba bailando que iba al baño y ya volvía. Me acerqué a donde creía que estaba mi hermana. La chica vestía una remera negra muy ceñida, un short diminuto del mismo color, con un cinturón grueso. Los cabellos castaños estaban teñidos de rubio en las puntas. Estaba espléndida, bailando bajo los haces de luces multicolores rodeada de un grupo de amigas.
No me animé a acercarme. En cambio, me puse a bailar muy cerca de ella, con una gordita escandalosa que se sabía todos los pasos de las canciones. Cada tanto la miraba de reojo, y cada tanto mi mirada se cruzaba con la hermosa mirada azul de Luna. No cabía duda, era ella. Mi hermana.
Unos chicos quisieron sacarla a bailar. Ella no aceptó ni rechazó, sólo se limitó a seguir moviéndose al lado de sus amigas, mientras los pibes se movían como monos a su alrededor. Alguno quiso robarle un beso, ganándose a cambio un cachetazo. Me gustó su actitud. Se hacía respetar. No era cuestión de que por vestirse de tal manera tenga que aguantarse los arrebatos de cualquier pajero.
Yo seguí bailando con la gordita, y más de una vez sentí la mirada de Luna clavada en mi nuca. Pero cuando me daba vuelta a mirarla, ella desviaba la mirada, y fingía decirle algo a su amiga.
Me dio mucha ternura estar tan cerca de mi hermanita. ¿Ella sabría de mi existencia? Quizá también me conocía de las redes sociales y por eso me miraba con la misma insistencia con que yo la miraba.
O quizá sólo me miraba porque le parecía un tipo interesante… Y en ese punto mi parte más perversa desplazó a la más sensata. Cada movimiento que hacía era exquisito. Su sonrisa me encandilaba, sus ojos me fascinaban, su cuerpo, esbelto, elástico, ágil, y sensual, me maravillaban. En un momento me encontré bailando solo, muy cerca de ella. Había dejado a la gordita bailando con otro tipo. Me sentía un poco ridículo, pero el alcohol que había consumido se encargó de sofocar esos sentimientos negativos.
De repente Luna se me acerca.
— Hola ¿te conozco? — me pregunta, sin dejar de bailar. Cosa que me tomó por sorpresa.
— Creo que no. — dije, cauteloso.
— Como me mirabas mucho… — me dijo sonriendo.
Yo pensaba qué decirle. “te miraba porque creo que sos mi hermana”, pensé. Pero era muy exagerado decirle las cosas tan directamente. “pensándolo bien, creo que sí te conozco”, pensé en decirle después, creyendo que eso me ayudaría a llevar la conversación hacia donde yo quería. Pero lo que le dije fue muy distinto a las dos frases que se me ocurrieron primero.
— Sólo te miraba porque sos muy linda.
Ella rio, y luego intentó parecer seria.
— Pero creo que sos muy grande para mí. — dijo, casi gritando, para hacerse oír en medio del barullo.
— Solo tengo treinta. — le dije. — pensé que a las chicas le gustaban los tipos más grandes.
— Sí, pero no tanto. — me contestó ella, con simpatía. Parecía que quería que la convenza de que estaba equivocada. — yo tengo dieciocho. Me siento una beba al lado tuyo.
— Sos una bebota. — le dije yo, y ella rio. — podemos hacer de cuenta que soy tu hermano mayor. — agregué. — y te defiendo de los sátiros que quieren acosarte.
Ahí empezamos a bailar. Se sentía muy rico poner la mano en su cintura, y percibir así la curva de su cuerpo. Era muy simpática. Nada que ver con la chica agrandada que me había imaginado. No hablamos mucho. Incluso cuando la invité un trago sólo nos dijimos cosas básicas.
En un momento me dijo que ya tenía que irse con las amigas. No me animé a pedirle el número. Y de hecho pensé que lo mejor era no volver a verla. No tenía que alimentar esos deseos retorcidos por ella. Pero cuando nos estábamos despidiendo Luna me miró a los labios, y yo pensé que quería que la besara. No lo hice. Pero ella acercó sus labios rojos como frutilla, y besó los míos. Fue el beso más lindo del mundo: un beso que tenía la ternura fraternal de una hermanita menor, y la lujuria atrevida de una adolescente caliente.
Me sacó el celular del bolsillo de mi pantalón y anotó su número.
— Llamame. — me dijo. Y a pesar de que lo dijo con dulzura, era una orden.
5
No llamé. Al menos la primera semana no lo hice. Ya para la segunda buscaba su número y comenzaba a escribir unas palabras, pero pronto me arrepentía, y guardaba el celular.
A la tercera semana me llega un mensaje por whatsapp. “No me llamaste, cagón (carita enojada)”
Pensé que era un mensaje que me habían enviado por error. Pero cuando vi la foto de perfil, descubrí que se trataba de mi hermanita.
Me preguntaba de dónde había sacado mi número. Pero eso lo averiguaría más adelante. “hola (carita sonriendo) perdón. Es que en realidad tenés razón. Soy muy grande para vos” le puse.
“como son los hombres…” me escribió ella. “Ni sueñes que te daría bola. Sólo me molestan los cobardes”
Ese comentario llevó a una conversación absurda en donde yo intentaba demostrarle que no era ningún cobarde, y ella intentaba convencerme de que el hecho de que me estuviese escribiendo no tenía nada que ver con sentirse atraída hacía mí. Sin embargo, una vez que limamos asperezas, seguimos conversando y nos conocimos mejor. A Luna no le gustan los chicos de su edad, ya que considera que la mayoría son unos boludos. Es fanática de Boca, le gusta casi todo tipo de música, y a pesar de lo superficial que pueda parecer en las redes sociales, está a punto de entrar a la universidad sin necesidad de hacer el curso de ingreso, ya que tiene el mejor promedio de su escuela.
A lo largo de dos un par de semanas nos escribíamos casi diariamente. No me animaba a invitarla a salir, porque en el fondo, sabía que lo que estaba haciendo me traería problemas. Pero era demasiado linda para dejar de hablarle. Ella tampoco me invitaba a salir, pero más de una vez dejó caer que estaría en tal boliche. Pero yo siempre inventaba una excusa para no ir.
Mi actitud amigable y cortes, pero algo distante, hacía que Luna se sienta más atraída por mí. Le gustaba mandarme mensajes muy de tarde. Yo sospechaba que quería saber si yo estaba con alguna mujer. Ya le había dicho que no tenía novia, pero por supuesto ella no sería tan tonta de pensar que yo no tenía a nadie que me calentara la cama de vez en cuando.
A veces tardaba en contestarle. Incluso llegué a demorar dos días en responder un mensaje, cosa que hería su orgullo, y como venganza era ella misma la que dejaba de escribirme. Sin embargo, por suerte para mí, sólo podía aguantar un par de días sin hablarme. Y luego de echarme en cara mi desinterés, y de que yo inventara alguna excusa absurda, empezábamos a hablar de nuevo. Yo le recomendaba libros, ella me recomendaba series. Hablábamos hasta de política.
Una tarde estaba en mi local donde me dedico a vender todo tipo de productos importados para la decoración, cuando veo que mi preciosa hermana aparece atravesando el umbral de la puerta. Llevaba una camisa blanca con estampado de rosas a la altura del pecho, y un pantalón de jean que le quedaba perfecto. Tenía la sonrisa más encantadora del mundo, y sus cachetes y pómulos estaban colorados, dándole un atractivo tierno que me enamoraron.
— Hola, luna — saludé sorprendido y alegre — Qué hacés acá.
— Vine a comprar ese duende de madera que me encanta. — dijo, haciéndose la tonta. — lo voy a poner en mi cuarto.
— Ah, pensé que viniste a visitarme. — le contesté, fingiendo tristeza.
— Ni en pedo. — dijo cruelmente.
— Y supongo que averiguaste dónde trabajo de la misma manera que conseguiste mi teléfono.
— No. — respondió Luna. — lo de tu teléfono fue más difícil. Pero esto fue un juego de niños. Si te la pasás publicando cosas de este negocio en tu Facebook. Y en tu información dice que trabajás acá. O, mejor dicho, que sos dueño.
— Así que la señorita anda revisando mi Facebook.
— Como si vos no lo hicieras. — me respondió ella de inmediato.
Le di el muñeco en cuestión, sin cobrárselo. Cuando ella insistió en hacerlo, yo le propuse que en lugar de pagarme, me haga compañía un rato.
Se quedó toda la tarde conmigo. La tarde más linda que recuerdo. Su extrema juventud me contagiaba de una vitalidad impresionante. Su sonrisa me hacía olvidar de cualquier problema que pudiese tener. Su fragancia me hacía querer estar cerca de ella todo el tiempo. Cuando terminé de atender a un cliente, nos abrazamos detrás del mostrador y nos besamos. ¿Cómo explicar qué se siente besar a la chica que más te gusta, y que además es tu hermanita? Aquellas descripciones que yo leía en ciertas novelas que se tornaban, por partes, románticas, y que yo tachaba de estúpidas, encajaban a la perfección con lo que me hacía sentir Luna. Mariposas en la panza, deseo desenfrenado, amor puro, inviolable. Besé sus labios de frutilla, y saboreé su lengua mentolada. Acaricié su espalda a través de la suave tela de la camisa. La abracé con fuerza. No quería que se separe de mí. No quería que se vaya a ninguna parte. Era la niña de mis ojos. La hermanita que nunca pude tener. La mujer que siempre quise conocer. Era el cielo. Era el infierno. Era la felicidad y el desastre. Era mi Luna. Y también era mi sol y mis estrellas.
Mi amigo Kevin solía decirme que ya llegaría mi turno de perder la cabeza. Y ahora sé que tenía razón.
Cerré el local uno rato antes del horario habitual. Luna se había quitado el pantalón y la camisa. Sólo llevaba su ropa interior blanca. No podía ser más hermosa. Nos tumbamos en el piso y empezamos con el hermoso acto incestuoso.
Le desabroché el corpiño. Besé sus tetas, pequeñas, preciosas. Me ayudó a desvestirme, acarició mi sexo, se sorprendió por el tamaño.
— Metémela despacio, por favor. — rogó.
La besé. Una y otra vez. En la boca, en la nariz, en los ojos, en las orejas. Estaba riquísima. Me puse el forro y apunté mi falo al pequeño volcán que estaba entre sus piernas. Me miró a los ojos con cierto temor, como repitiendo su súplica anterior con su mirada celeste y acuosa. Apoyé el glande en la entrada de su sexo. Empuje despacio. Ella gimió, y cerró los ojos. Empujé de nuevo, y metí la cabeza entera. ¿koooooooooooooooooiAsí está bien? Le pregunté. No quería lastimarla. No quería que por nada del mundo sufra. “así está bien” me contestó. “Metémela más adentro. Quiero sentirla toda adentro. Pero despacito”.
Se la metí más adentro. Cada movimiento pélvico enterraba mi verga un poco más honda. Ella se mordía los labios y cerraba los ojos. Pero luego los abría y me iluminaba con su hermoso brillo. Me abrazó fuerte, y rasguñaba mi espalda cada vez que me metía más adentro. Aumenté la velocidad de mis embestidas. Ella comenzó a jadear. “me gusta mucho” me susurró sin que yo se lo preguntara. “me gusta mucho” repitió.
Su cuerpo estaba caliente. Casi parecía afiebrado. El calor me envolvía y me hacía sentir en un lugar cálido y acogedor. No quería salir nunca de adentro suyo. Estuvimos copulando un tiempo que desconozco, pero que estoy seguro de que fue mucho más extenso de lo normal. Fui el primero en acabar. Descargué mi eyaculación mientras la seguía penetrando. Por un momento deseé no haber usado preservativo y llenarla de semen. Le estrujé los pezones cuando largué mi último chorro.
Ella estaba en el piso. Con las piernas abiertas. Agitada. Se secó la transpiración de la frente con la mano. Su rostro también estaba lleno de gotitas de sudor, y su rostro más colorado que nunca. Me arrodillé y metí la cabeza entre medio de sus piernas. Comencé a acariciar sus gambas mientras le succionaba el clítoris. Ella pareció sorprendida. Empujó mi cabeza como pidiendo que sea menos brusco. Yo lamí en rededor del clítoris, pero enseguida, cuando creí que ya estaba lista, volví a chupárselo, y a apretárselo con mis labios.
Luna me acarició la cabeza “ahí voy. No pares” me susurró. Y enseguida explotó en un orgasmo que convulsionó todo su cuerpo, y largó sus fluidos vaginales en mi cara.
La imagen era demasiado hermosa. Luna, despeinada, agitada, colorada, desnuda, y transpirada, con las piernas abiertas y el sexo hinchado y empapado. Agarré el celular y le tomé una foto. Ella me miró con reproche, pero luego, como cambiando de parecer, me sonrió. Le saqué otra foto.
6
Luego de aquel encuentro nuestra relación se afianzó más. No era necesario que uno le pida al otro que seamos novios. Ya dábamos por sentado que así era. Hablábamos todos los días por mensaje, o videollamadas, y nos veíamos día por medio. Ella no tenía motivos para pensar que yo tenía a otra, pero cada tanto me hacía escenas, cuando tardaba en responderle algún mensaje, o descubría que alguna chica comentaba alguna foto que yo subía a Facebook. Pero estas escenas solo servían para darle un poco de sabor a nuestra relación, y lograban que no se torne tan monótona. Como mucho, pasaba un día y ya estábamos amigados, cosa que coronábamos con una hermosa noche de sexo.
Nos gustaba ir al cine, donde yo aprovechaba para acariciarle las piernas mientras ella miraba alguna película cursi. Aunque también solíamos ir a bailar. Ella atraía las miradas de todos los tipos, cosa que, lejos de molestarme, me gustaba mucho, porque yo tenía la certeza de que Luna sólo me deseaba a mí. También pasábamos fines de semana encerados en mi departamento. En las tardes frescas nos gustaba dormir abrazados en cucharita. Cuando no nos veíamos, como dije, solíamos hablar por chat y por videollamada. En estas últimas ella se mostraba con las prendas más sexis que tenía, y cuando vestía minifalda le gustaba enfocar la tanga que llevaba puesta.
Un día le mandé un mensaje. La había visto el día anterior, pero estaba necesitado de ella. A estas alturas casi había olvidado que Luna era mi hermana. Y si lo recordaba, en ningún momento ponía en duda mi relación con ella, al contrario, me hacía amarla aún más, ya que sabía que además de la atracción física nos unía algo mucho más fuerte. La relación incestuosa comenzaba a convencerme de que teníamos el privilegio de tener un romance que nadie, o casi nadie podría tener jamás.
Luna acudió a mi pedido, y llegó a mi casa sin que pasara si quiera una hora.
Apareció con un vestido corto que yo no conocía. Estaba encantadora. Ya le había dado un juego de llaves, así que entró como pancha por su casa. Apenas me vio saltó encima de mí y me rodeó tanto con sus brazos como son sus piernas. Yo aproveché para meterla mano por debajo del vestido, y le acaricié suavemente las nalgas.
— ¿Me extrañabas? — me dijo. Su nariz estaba pegada a la mía, y me miraba con esos ojos que me enamoraban.
— Mucho. — le dije. — ¿Querés tomar algo?
Ella acercó sus labios a mi oreja y me susurró.
— Quiero tomarme tu leche.
Fuimos al cuarto. Me senté en el borde de la cama, y recosté mi torso sobre el colchón. Luna se sentó de cuclillas, y desabrochó mi cinturón. Palpó mi miembro a través del pantalón.
— Es muy grande. — susurró. Siempre lo decía. El tamaño de mi pija la fascinaba.
Desabrochó el botón. Bajó el cierre, y luego el calzoncillo. Mi verga era gruesa y venuda, y en ese momento estaba totalmente hinchada y dura. La cabeza grande, parecía un hongo, pero mi hermanita la miraba como la cosa más linda del mundo.
Se lo metió en la boca.
— Así te gusta ¿no? — preguntó maliciosamente, porque cada vez que hablaba era un momento en el cual dejaba de chuparla.
— Sí bebé. — le contesté, y puse la mano en su nuca y empujé la cabeza hacia abajo. Ella mamó como sabía que a mí me gustaba. La llenaba de saliva, y acariciaba mis bolas peludas con las yemas de los dedos. También me masajeaba las nalgas, cosa que me encantaba. Yo veía cómo su cabeza subía y bajaba para darme placer. Y cada tanto se detenía un instante para mirar la expresión de placer en mi rostro.
— ¿me vas a dar toda la leche? — me decía, y luego se la metía de nuevo en la boca.
— Sí bebé, toda.
— ¿toda, toda? — insistía.
— Sí mi amor. Seguí chupando.
— Quiero toda tu leche. Quiero tomarme tu esencia. — susurraba.
Le gustaba chupar mi pija, cosa que me hacía sentir afortunado porque la mayoría de las mujeres que conocí sólo la mamaban como una especie de favor, ya que suele ser lo que menos les gusta hacer. Pero Luna era diferente. A luna le encantaba chupármela, y ese día, mientras lo hacía llevó una mano a su propio sexo, el cual estaba empapado, y se llenó los dedos de flujos vaginales. Luego extendió la mano, y yo me incliné para chuparle los dedos. Estaban deliciosos.
Luna empezó a pajear con vehemencia.
— Dame la leche mi amor. — me pidió. Abriendo la boca a la espera de recibir los chorros de semen.
— Sí mi amor. Tomá. — le dije. Y mi sexo escupió tres veces sobre el rostro angelical de mi hermanita.
Quedamos abrazados en la cama. Desnudos. El silencio era agradable. Le acariciaba la espalda con las yemas de los dedos, y sentía cómo se estremecía. Luna acariciaba mis piernas.
— ¿Por qué no te gusta sacarte fotos conmigo? — me preguntó de la nada.
— No es que no me guste. — le contesté. — Pero nunca subí fotos con mis parejas. No sé, me parece raro. — le mentí. En realidad, temía que nuestro padre viera esas fotos y me reconociera. Eso arruinaría nuestra relación.
— Pero yo quiero que todo el mundo sepa que te amo. — dijo ella, con un puchero. — ¿te da vergüenza porque sos mucho mayor que yo?
— Un poco — mentí de nuevo, agarrándome de su propia hipótesis. — no creo que a tu papá le guste que salgas con alguien tan grande.
— Mi papá es un hombre moderno, mientras sepa que me tratás bien, no va a haber problemas. — levantó la cabeza, y me dijo. — vos le vas a caer bien.
Ese comentario me perturbó mucho.
— Hablemos de eso en otro momento ¿querés? — la esquivé, sabiendo que pronto tendría que enfrentarme a ese pedido de nuevo, y pronto me vería obligado a terminar con ella. La amaba, y por eso no quería arruinarle la vida. — a ver date vuelta. — le dije, pensando que mientras dure nuestra relación, lo disfrutaría al máximo.
— ¿Qué querés hacer? — me preguntó.
— Quiero enterrarte el dedo en el culo. Nunca lo hicimos.
Luna giró sobre sí misma. Apoyó su cabeza en la almohada. Cerró los ojos, como queriendo dormir, pero flexionó levemente una pierna, como invitándome a hacer lo que quiera con ella.
La agarré de un glúteo. Separé sus nalgas. Vislumbré el agujero oscuro. Me chupé el dedo y lo llené de saliva. Acaricié la entrada del ano, y enterré hasta la primera falange del índice en ella.
Luna exteriorizó su sensación en un leve movimiento corporal. Entonces enterré de nuevo mi dedo, esta vez hasta la segunda falange.
— ¿Te gusta?
— Ajam.
Metí y saqué el dedo una y otra vez, enterrándolo un poco más en cada penetración. Cuando lo sentí dilatado, empecé a escarbar tanto con el índice como con el dedo corazón.
En principio sólo logré enterrar hasta la primera falange de ambos dedos. Pero fui presionando más y más, y el ano se dilató más de lo que hubiese imaginado. Luna se sacudía en cada penetración, y gemía de placer.
— Meteme la pija. — me pidió.
— ¿Qué? — pregunté sorprendido.
— Meteme la pija en el culo. — dijo, casi gritando.
Yo estaba seguro de que la iba a lastimar, pero estaba tan caliente como ella, y también quería sentir cómo era hacerlo con ella por ese lado.
— No te pongas el forro. — me dijo, cuando me vio abriendo el paquete de preservativo. — dale, Metémela en el culo, por favor.
Esas palabras eran música para mi oído. Separé sus nalgas de nuevo, y con la mano libre apunté mi cañón a su ano. Metí apenas la puntita y ella se retorció.
— Sí, cogeme. — dijo, percibiendo mi duda. — despacito, pero no dejes de cogerme.
Fue un trabajo lento y difícil. Y no disfruté mucho de esa penetración, aunque los gemidos de dolor y placer de luna, valieron el esfuerzo. Le enterraba apenas unos centímetros del glande, y cuando ella me indicaba, lo retiraba suavemente. Repetí la acción una y otra vez, pero nunca pude siquiera meter la cabeza entera.
— ¿Te duele mi amor?
— Sí, pero no pares por favor. Me gusta sentirte en mi culo.
Me dolía la cabeza del pene de tanto introducirlo en ese agujero. Pero si Luna se la bancaba, yo también debía hacerlo.
Cuando sentí que ya estaba por acabar dejé de penetrarla y empecé a masturbarme.
— No. — dijo Luna — acabá adentro.
Mi hermanita resultó más guarra de lo que imaginé.
Aceleré las embestidas. Cada vez que la pija chocaba con su culo, Luna largaba un grito que seguro escuchaban hasta los vecinos. Le di el gusto y le llené el culito de leche.
Quedé exhausto, abrazado a ella. Luna se levantó y fue al baño. Mientras caminaba pude ver como el semen que había depositado adentro suyo, se chorreaba por sus piernas.
Volvió luego de darse una ducha. Sonreía como si hubiese hecho una travesura. Me abrazó.
— Te amo. — me dijo.
— Y yo te amo a vos hermanita. — susurré yo, sin darme cuenta.
— ¿Qué? — preguntó ella.
— que yo también te amo. — dije.
Esa noche fue la primera en que se quedó durmiendo conmigo.
Al otro día le di el gusto y me saqué una foto con ella, la cual subió a su Instagram. No puedo decirle que no a nada. Y en todo caso, si el imbécil de nuestro padre se da cuenta de quién es el tipo que abraza a su hija en la foto, confío en que no le diga la verdad, al menos en principio. Sé que está mal ocultarle algo así a Luna, no se lo merece, pero nunca había amado tanto a alguien, por lo que opté por disfrutar de ella, y vivir feliz el tiempo que dure esta mentira.
Fin.
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