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Era el día de la fiesta en la Viña, una aldea que estaba al lado de la nuestra. Se oía la música de una charanga. Yo estaba pescando truchas con mosca en un recodo del Río de Carmelita. Veía a los mirlos salir de los árboles en silencio y cagando leches al oír el ruido de las bombas. El día era soleado. Ni una nube se veía en el cielo y no se movía ni una paja.
Vi una trucha pasar río arriba. Debía ser cegata por que no vio la mosca. A mi lado llegó Angelita. Vestía unos pantalones vaqueros ceñidos al cuerpo, una blusa blanca y calzaba unos zapatos de tacón bajo. Olía a jabón Heno de Pravia. Su cabello rubio, que le llegaba a la cintura, lo traía suelto, y traía pintadas las uñas y los labios de un rojo claro. Me preguntó:
-¿Cómo va esa pesca?
-Mira en la cesta.
Miró y vio que había pescado cinco truchas de tamaño mediano.
-No está mal. Yo también vengo de pesca.
-¿Sin caña?
Se desabrochó dos botones de la blusa.
-Para pescar un polvo no hace falta caña.
Dejé la caña -era una caña de bambú-, me levanté, y le dije:
-Para mi no mires, loca. Te hice favores mientras estaba tu marido fuera. Ahora lo tienes en casa. No quiero acabar con una camada de ostias encima. Tu marido es mucho bicho de Dios.
-Está en la taberna, borracho.
-Ya, pero los árboles tiene ojos.
-No sabía que fueras tan cobarde.
-¡¿Cobarde?! Fue boxeador, coño. ¿No te dio lo tuyo después de estar tanto tiempo en el extranjero?
-La verdad es que ayer lo pasé de miedo. Me folló cómo nunca me había follado. Pero eso fue ayer.
Vimos venir a mi amigo Paco. Angelita, me dijo:
-Esta tarde a las cinco te espero en la Carballeira (robledal). Tengo ganas de hacer cosas sucias
-No voy a ir.
No aceptaba un no por respuesta.
-Te espero.
Pedro, que había visto cómo Angelita se abotonaba la blusa, al llegar a mi lado, me dijo:
-Se está rifando un diluvio de hostias y llevas todas las papeletas para que te toque.
-¿Tú que harías?
-Yo, si fuera tú me haría una paja y me quitaba de líos.
Yo no era él.
Esa tarde estaba meando detrás de un roble en la Carballeira cuando llegó Angelita. Se me acercó. Me cogió la polla, apretó la piel de la punta. Yo seguí meando, se hizo una bolsa en mi polla, se agachó, la acercó a su boca, soltó la piel poco a poco, el meo salió de mi polla cómo si estuviera saliendo de un aspersor y le regó la cara y la boca. Era nuevo lo que había hecho, pero no me sorprendió, era muy guarra. Al acabar de hacer la cochinada, me dijo:
-¿De ti me gusta hasta tus pedos?
Le cogí miedo. Sabía que ahora iba a querer mear por mi, no sería la primera vez, y no es que me molestara, pero llevaba puesta la ropa de los domingos. Al quitar el botón del pantalón y bajar la cremallera, le dije:
-No se te ocurra mear por mí.
-Vaaaaale.
Bajó el pantalón y las bragas hasta las rodillas. Su pelambrera rubia brillaba bajo el sol y el capuchón de su clítoris sobresalía entre ella. Me agaché y se lo iba a lamer, pero se dio la vuelta, y me dijo:
-Cómeme el culo.
Me agaché y le abrí las nalgas. Angelita oteaba el horizonte por si aparecía alguien. Lamí entre sus nalgas. Jugué con mi lengua alrededor de su ojete y después metí la punta dentro. El ano, queriéndola apretar, la sacaba… Se la volvía a meter, volví a lamer… Sin masturbarla, puse un dedo en la entrada de su vagina para sentir cómo se abría y se cerraba al compás del ojete. Al poco, sabrosos jugos bajaban por el interior de sus muslos. Sus gemidos eran dulces y casi inaudibles. Cuando se dio la vuelta tenía la blusa desabotonada y las copas por debajo de las tetas, unas tetas, con areolas rosadas que me apuntaban con sus erectos y duros pezones. Mi lengua se posó en su pezón derecho, lo aplastó, lamió la areola y después mamó la teta, mi otra nano masajeaba la otra teta. Angelita acariciaba mi cabello. Luego busqué sus labios. Me recibió metiendo su lengua en mi boca, y echándome la mano a la rocosa polla. Me la meneó. Nuestras lenguas, que eran viejas conocidas, se saludaron con efusividad. Después de comernos las bocas, mi lengua lamió su otra teta… Luego le cogí las dos, y magreándoselas, se las mamé. Me cogió la cabeza y me la llevó a su coño. El clítoris ya había abandonado el capuchón, lo lamí y se estremeció. Se quitó el pantalón por una pernera, las bragas y un zapato. Se apoyó con las dos manos a un roble, abrió de piernas y echó el culo hacia atrás, era obvio por donde quería que le diera, le volví a follar el culo con la lengua y después se la fui metiendo en él muy despacito. Angelita tenía ganas de marcha. Me dijo:
-Dame duro, maricón.
Le agarré las tetas, y apretándolas le machaqué el culo.
-¡Más fuerte!
La cogí por el cabello, y tirando de ella la follé con más fuerza. Con su cabeza echada hacia atrás y con los ojos llorando de lo fuerte que le tiraba, me dijo:
-¡Más rápido, mariconazo!
Ya me había puesto negro.
-¡Ahora verás, cabrona!
Le agarré el cuello con las dos manos, le apreté la garganta y la taladré con fuerza y a toda ostia.
-¡Me asfixias!
Le solté la garganta. Tres dedos de mi mano derecha volaron sobre su clítoris a tiempo que le apretaba una teta con la otra mano. Sus gemidos subieron de tono. Se iba a correr. Le tapé la boca. La seguí taladrando, y se corrió cómo pocas veces se había corrido, sacudiéndose desde los pies a la cabeza.
Al acabar le quité la polla del culo. Se dio la vuelta, se agachó, y aún tirando del aliento, me olió la polla.
-¡Qué bien huele!
A rosas no olía. Después de olerla me la mamó, me la sacudió y me la chupó… En nada me corrí en su boca.
Después de tragar la corrida se vistió. Me extrañó que lo hiciera, ya que no era de las que se conformaban con correrse solo una vez. Yo guardé la polla. Antes de marchar, me dijo:
-Espera unos minutos y después sal
-Vale.
Anduvo media docena de pasos, y me dijo:
-Mira, la tía Bernarda va a cagar a su huerta de maíz.
-¿Y tú cómo sabes que va a cagar?
-Por qué lleva una revista en la mano.
La Carballeira estaba en un alto. Fui a mirar y vi cómo mi tía desaparecía entre los verdes y altos pies de maíz. Angelita, me preguntó:
-¿Vamos a espiarla?
-¡¿Quieres ver cómo caga?!
-Quiero.
-¡Qué puerca eres, coño!
-¿Vamos?
-Vete tú. A mi no me apetece ver…
-Si no vienes no follas más conmigo.
Sabía donde más me dolía. Dimos un rodeo y entramos en la huerta por la parte que daba al río. Angelita iba delante de mí. La huerta parecía una jungla. Cuando la encontramos estaba tumbada boca arriba mirando una revista de putas con la falda levantada y con su mano derecha moviéndose dentro de sus bragas. Angelita, le dijo:
-¿Te falta mucho, Bernarda?
Mi tía llevó un susto morrocotudo. Quitó la mano del coño. Tiró con la revista. Se sentó. Levantó la falda. Se levantó, se dio la vuelta, y dijo:
-¡Qué vergüenza!
Angelita se iba a aprovechar.
-¡Ni vergüenza ni hostias! Nunca la tuviste. Te vamos a follar cómo a una perra.
Mi tía, le imploró.
-Deja que me vaya, por favor.
-¡Tú te quedas! Voy a hacer contigo lo que me salga del coño.
-Soy tú tía.
-Eres una puta. ¿No le dijiste al primo que me querías comer el coño y que yo te lo comiera?
Lo negó a palo seco.
-¡Noooo! ¡Eso es una calumnia!
Angelita me miró con cara de pocos amigos.
-Devuélveme las mil pesetas que te di.
-Ya las gasté, pero miente, me lo dijo.
Mi tía era una zorra de cuidado. Cómo si no lo supiera, me preguntó:
-¿Por qué te dio las mil pesetas?
Cogí un cabreo brutal.
-¡Jodida loca! Me las dio por lo mismo que me las diste tú, por comerle el coño. Ya me tocasteis los cojones. Voy a corrrer la voz de que os follé a las dos.
Angelita, se apresuró a decir:
-Mi marido te mata.
Bernarda le dio por el palo.
-Y el mío cuando venga te entierra.
Estaba empalmado. Tenté mi suerte. Saqué la polla, y les dije:
-Si no queréis que hable… ¡A mamar, locas!
Tuve premio. Se pusieron en cuclillas, Angelita cogió mi polla con su mano derecha, la empujó hacia arriba y me lamieron los huevos. Iban con sus lenguas lamiendo hasta llegar al glande, allí mamaban por turnos y volvían a bajar hasta los huevos. Me la pusieron dura… Y a latir al ver como de darse un pico pasaban a un pequeño beso con lengua y cómo luego se comían vivas entre mamada y mamada. Estaban cachondas de verdad y me pusieran cachondo a mí. Al levantarse, besándose, se quitaron las blusas, las faldas, los sujetadores, las bragas, Angelita, los zapatos y Bernarda, las chanclas, unas chanclas azules de goma que tenían dos tiras por encima. Solo se oían gemidos. Yo me la pelaba con la ropa puesta. Estaban buenísimas, Angelita con sus largas piernas, sus largo cabello rubio, sus labios y las uñas de los dedos y de los pies pintadas de rojo, con su coño peludo y sus tetas redondas y perfectas, parecía una estrella de cine porno, Bernarda, en su madurez, tenía un polvo bestial. Vi cómo Angelita le pasaba la lengua por los labios y cómo ella abrió la boca y se la chupó, vi cómo sus tetas se apretaban una contra la otra y cómo se cogían por los culos, luego vi cómo Angelita le mamaba las tetas, saboreándolas, lamiendo y chupando cada centímetro. Vi sus duros pezones mirando al frente y desapareciendo en su boca. Sentí los gemidos de mi tía cuando la lengua de Angelita comenzó a lamer su coño. No pude evitarlo, me agaché detrás de ella, y por segunda vez en meda hora, abrí unas nalgas, lamí un culo y follé un ojete con mi lengua. Poco después mi tía, dijo:
-Me voy a correr cómo una perra.
Angelita, le contestó:
-Eres una perra, no te puedes correr de otra manera.
Estaba lamiendo su ojete cuando vi llegar el dedo corazón de mi prima, se lo metió en el culo, después lo sacó, lo olió, lo chupó, y dijo:
-¡Me encanta este olor!
Bernarda ya estaba buena de ir. Su culo no paraba de abrirse y de cerrarse. Yo no estaba menos cachondo que ella. Me levanté y por detrás le metí la polla en el coño. La follé despacito y hasta el fondo mientras Angelita le lamía el clítoris. No tarde en llenarle el coño de leche. Al sacarla, Angelita le lamió el coño con celeridad y mi tía se corrió en su boca, diciendo:
-¡Tomaaaaaaaa, cerda!
Bernarda temblaba una cosa mala, y Angelita, tragaba, tragaba mi leche y los jugos de la corrida de mi tía, y los tragaba con ganas. Tragando estaba cuando sentí cómo si un elefante viniese caminando entre el maíz. Al llegar a nuestro lado se me pusieron los cojones de corbata. Era Braulio, el marido de Angelita. Un bicharraco, alto, moreno y musculoso. El acojone me duró un par de segundos, el tiempo que mi tía tardó en decir:
-Creí que ya no venías.
-Veo que todo salió cómo habíais planeado.
Las muy putas me habían engañado. ¿Qué buscarían? Cuando Braulio sacó la porra, sí, de flácida era cómo la porra de un guardia municipal. Agarré un pie de verdura. Si venía con idea de reventarme el culo le daba tal leñazo que le saltaba los dientes. Me tranquilicé cuando se arrodillaron delante de él… Se la mamaron hasta ponerla dura. Joder. El marido de mi prima de empalmado calzaba a una burra. Con su voz ronca, le dijo a Bernarda:
-Ven aquí, cordera.
Bernarda, que se acababa de correr y aún le goteaba el coño, se puso en pie, la cogió en alto en peso y le metió en el coño aquella animalada de polla… Angelita cogió una chancla y le largó a su tía en el culo, con rabia. “¡Zassssssss, zasssssss!” Luego, le dijo:
-¿Te gusta joder a mi marido, puta?
-Sí, perra. ¡Me encanta meterte los cuernos!
La provocaba para que le diera más, y le dio, le dio con tanta fuerza que dolía solo con ver cómo le daba.
-¡¡¡Zasssssssssss, zasssssssssss, zassssssss, zassssssss, zassss…!!!
Le estuvo dando hasta que el culo le quedó en carne viva, Bernarda, a golpe de chancla y de pollazo se acabó corriendo cómo una bendita. Al ratito vi la verga mojada de jugos entrar y salir del coño cómo si nada. Angelita, que ya tirara la chancla, le metió un dedo en el culo, se lo dio a oler, a chupar… Comenzó a tocarse el coño y a besar a su tía y a su marido. Me habían olvidado. Mejor, no fuera que Braulio me las tuviera guardadas.
Cuando Bernarda se volvió a correr. Le vino con tanta fuerza que se soltó de su cuello, se echó hacia atrás, y si Braulio no la agarra, se descoyunta.
Al acabar de correrse la puso sobre la hierba. Estaba media muerta. Braulio, le dijo a Angelita:
-Ven.
Angelita le echó los brazos al cuello a su marido. La levantó cómo hiciera con Bernarda y le calvó la verga hasta el fondo. Con ella dentro, Angelita, me dijo:
-Quiero tu polla dentro de mi culo, primo.
No me lo tuvo que repetir dos veces. Fui a su lado y se la metí. Las dos pollas juntas más que llenarla casi la revientan. Braulio, me miraba y yo no las tenía todas conmigo, pero para esa doble penetración me engañaran las cabronas, y tenía que cumplir. Poco tiempo, la verdad. Era demasiado el morbo. En menos de diez minutos le llené el culo de leche. Braulio le inundó el coño. Sintiendo las pollas manar dentro de ella, exclamó:
-¡¡Me coooooorrro!!
Al quitar la verga del coño la echó al lado de Bernarda. Las muy putas se besaron. Volvieron a oírse las bombas. Bernarda, metió la cabeza entre las piernas de su sobrina, la sacó, y con los labios manchados de semen, dijo:
-¡Fiesta!
Quique.
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