Siempre fui muy retraída para el tema de los chicos y a los dieciocho años nunca había tenido sexo real con ninguno, solo algunos besos y en raras ocasiones me había dejado tocar los pechos sin llegar más lejos. La verdad es que tenía más afición a la lectura y a la música, estudió piano desde los seis años, que a salir los fines de semana con los compañeros de clase.
Cuando empecé a estudiar Económicas en la universidad la cosa cambió y solía quedarme a tomar algo en Moncloa al salir de clase. De pronto los chicos me parecían más adultos que en el instituto, no sé si eran ellos o era yo que empezaban a despertar mis instintos sexuales. El caso es que cada vez que quedaban para verse el sábado por la noche yo me apuntaba.
Mi madre siempre me había hablado abiertamente sobre sexo, la posibilidad de quedarme embarazada, enfermedades contagiosas y como evitarlas. Sin embargo siempre me recalcaba que cuando empezara a tener curiosidad por acostarme con chicos se lo dijera antes de enamorarme de alguno.
Cuando empecé a salir asiduamente mi madre considero que ya era hora de hablarme explícitamente de lo que era tener relaciones sexuales y tomar medidas. Pensé que se refería a ir al ginecólogo para que me recetase pastillas para evitar un embarazo y le dije que tenía muy claros sus consejos de utilizar siempre preservativo cuando llegara la ocasión.
Me sonrió y me dijo que no se refería a eso. Me explicó que la primera vez solía hacerse siempre en cualquier sitio, algo parecido al “aquí te pillo aquí te mato” sin la higiene adecuada y de mala manera. Se refería a que la primera vez que tuviera sexo fuera con un profesional que supiera tratarme como a una mujer sabiendo lo que tenía que hacer para que me sintiera bien y no me hiciera daño, porque a veces la desfloración es dolorosa y puede producir algún tipo de trauma.
Al principio me sentí cohibida y me dio vergüenza, sin embargo mi madre me convenció con palabras cariñosas asegurándome que se lo iba a agradecer en el futuro y aprendería que no merece la pena follar con cualquiera por un calentón del momento sin saber parar a tiempo.
Mi madre es una mujer muy abierta. He conocido a varios amantes desde que mi padre nos dejó cuando yo tenía cinco años. Tendría catorce años cuando se quedó por primera vez a dormir en casa uno de sus amigos. A partir de ahí han sido muchos los que han dormido con ella en casa e incluso alguno ha pasado unas vacaciones con nosotras. Con esto quiero decir que su experiencia sexual es amplia y me daba la suficiente tranquilidad de que si me lo decía era por mi bien.
Dos días después me dijo que el sábado próximo no quedará con nadie porque iba a venir un amigo suyo a casa para que me hiciera el amor y me desvirgara como Dios manda, sin dolor y con placer. Me dijo que reservara para ese día la ropa interior con la que me sintiera más sexy y que si lo prefería nos íbamos de compras y ella me aconsejaba.
Ese mismo sábado nos fuimos de compras y mi madre se empeñó en que ya era hora de cambiar el estilo de mi ropa interior. Estaba convencida de que a partir de ese día mi vida iba a cambiar respecto al sexo. Me llevó a la tienda donde ella se compra la lencería y la dueña, Carol, es amiga suya y yo la conozco desde hace años.
Cuando entramos nos saludó con dos besos como siempre y pensó que la que iba a comprar era mi madre. Cuando le dijo que era yo quien necesitaba ropa interior dijo que por fin su chica se había convertido en toda una mujer, refiriéndose a mí. Mi madre la contó que Sergio iba a venir a esa tarde a casa y necesitaba un conjunto para la ocasión. Carol empezó a sacar prendas y las dos me observaba atentamente para ver si eran de mi agrado o no. Casi todo lo que sacó me pareció que más que para cubrirme mis partes eran para exaltarlas y me sentí cohibida imaginando como me quedarían puestas. Mi madre intervino y mirándome fijamente a la cara me dijo que no pensara en la lencería para ponerme unos vaqueros encima. Se trataba de que me sintiera sexy cuando Sergio me la viera.
Carol sugirió que porque no me iba probando prendas y con las que me sintiera incomoda las íbamos desechando. Cuando me probé el primer conjunto me vi por primera vez como una mujer y no como lo había hecho hasta entonces. El sujetador me tapaba justo hasta encima de los pezones que se transparentaban y más que taparlos invitaban a observarlos. Me sentí como una princesa con su primer vestido de fiesta. La parte de abajo era también transparente con una pequeñísima felpa por la parte de abajo que no se notaba. Por la parte de atrás se me metía por el culo y solo dejaba a la vista una pequeña franja de encaje en la parte de arriba.
Cuando salí del probador Carol se quedó mirándome como embobada y me dijo que estaba preciosa. Mi madre me miró y tuvo que limpiarse una lágrima que amenazaba con resbalar por su maquillaje, estaba emocionada al ver a una mujer en vez de a su niña. Al final decidió que ya era hora de que cambiara toda mi ropa íntima y salí de allí con seis conjuntos de braga y sujetador y un body blanco del que me encapriché.
De camino a casa me dijo que deberíamos pasar por una esteticista para que me recortara el vello púbico porque con las bragas que me había comprado sobresalía y no quedaba estético. Mi madre hizo una llamada de teléfono y nos fuimos directamente al centro de estética donde ella va siempre. Me enseñaron muchas fotos de pubis rubios depilados para escogiera la que me gustara y me decidí, aconsejada por mi madre, una que solo dejaba una tirita de vello encima del pubis y el resto depilado Era la primera vez que, además del ginecólogo, alguien me tocaba el pubis y la verdad es que una vez que empezó no me desagrado.
Nos fuimos a casa y después de comer me eché la siesta un par de horas. Después me duché y me sequé el pelo dejándolo suelto. Me puse el conjunto más discreto de los que había comprado, si es que alguno lo era y me sentí muy cómoda sin vello ahí abajo. La tela me acariciaba la piel y era una sensación agradable.
Mi madre me dijo que me pusiera una falda corta sin medias y una camisa que se abrochaba por delante y se transparentaba el sujetador. Me calzó unos zapatos suyos de tacón alto y me hizo dar un par de vueltas para observarme y dijo que el resultado era impresionante y que estaba preciosa, es mi madre.
A las siete llegó Sergio. Era un señor de unos treinta y cinco años, alto, moreno, delgado pero de complexión fuerte, el pelo muy corto y unos ojos verdes que eran una maravilla. Saludó a mi madre con un beso en los labios y a mí otro en la mano como si fuera de la realeza. Nos sentamos y charlamos un rato sin hacer mención al motivo por el que estábamos allí. Era muy simpático y se notaba que tenía mucho mundo.
Media hora después mí madre dijo que tenía que salir y mirándonos pícaramente dijo que nos portáramos bien. Nada más oír la puerta de la calle cerrarse me cogió la mano y me la besó alabando lo suave que tenía la piel. Fue subiendo por el brazo sin dejar de besarme y cuando llegó al cuello me inclinó la cabeza a un lado para besarme a gusto por el otro. Yo ya estaba caliente cuando me giró la cabeza y mirándome a los ojos me beso los labios.