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Categoría: Confesiones

Cumpliendo con todos los deseos de mi jefa

Unas notas excelentes, el primero de la promoción. Me sentía completamente feliz tras haber finalizado mi máster y tener sobre la mesa una oferta de trabajo de una de las firmas de consultoría más reputadas a nivel mundial. Sin dudarlo, firmé el contrato. Nada menos que asistente de uno de los socios directores, Don Juan José Martínez.

Los primeros meses fueron pasando y cada vez me sentía más a gusto, aprendiendo mucho y conociendo la realidad de lo que hasta ahora solo había oído en mis estudios. Estaba en la cumbre y dedicaba mi vida a mi trabajo. El trato con mi jefe era exquisito. Era una persona de unos 50 años aproximadamente, alto y de complexión fuerte, con unas pocas canas que le daban un toque de seriedad. Tenía un magnetismo personal increíble, tanto que cualquier deseo suyo era para mí una orden. La confianza entre ambos era cada vez mayor y por tanto tenía acceso a reuniones y conversaciones de mayor nivel.

Mi vida personal, simplemente, no existía. No tenía pareja (nunca la había tenido más allá de algún rollo de fin de semana que habían consistido en poco más que besos) ni en ese momento lo deseaba. Diría que mi carrera era mi pareja y mi familia.

En una ocasión que mi jefe tenía que visitar a un importantísimo empresario me dijo que le acompañara. Bajamos a la puerta del edificio de nuestra empresa y nos estaba esperando un coche negro y grande. Subimos en el asiento trasero. El coche tenía una mampara que nos separaba del conductor. D. Juan José pulsó un botón y le indicó la dirección a la que íbamos. Se trataba de la sede de una de las más importantes empresas del IBEX.

– Este coche -me comentó- es como una extensión de mi despacho. Estamos completamente insonorizados.

Dio una orden en voz alta al conductor (sin apretar el botón) y éste ni se inmutó.

– Lo ves? Aquí necesito la misma confidencialidad que en el despacho.

– Sin duda es importante -dije.

– Por esto mismo, puedes hablar en confianza -me dijo-. Poco o nada sé de tu vida privada. ¿Qué tal te encuentras trabajando con nosotros?

– Muy bien, Don Juan José…

– Nada de usted -me interrumpió-, llámame de tú. Mi nombre es Juanjo.

– Si, claro, Juanjo, como te decía estoy encantado aquí.

Durante el viaje de ida le estuve contando que no tenía pareja, que aparte de mi trabajo, poco o nada hacía.

– Me gusta ver gente tan dedicada a la empresa. Ya hablaremos tú y yo -dijo saliendo del coche cuando llegamos.

Mi capacidad de asombro se vio sobrepasada con lo que veía en la visita que hicimos. Esto era lo máximo, pensaba, máxime cuando Juanjo me presentó como su persona de confianza. La reunión transcurría en un ambiente de confianza entre Juanjo y el directivo, un hombre más bien mayor, bajo y calvo. A su lado Juanjo resultaba casi atractivo. No me malinterpretéis… nunca he tenido novia, pero nunca me habían gustado los hombres. Pero era tal la diferencia entre ellos que fue lo primero que se me pasó por la cabeza. Finalizó la reunión con un apretón de manos y sonrisas de satisfacción por parte de ambos. Mi ego estaba por las nubes al subir de nuevo en el coche que nos llevaría de vuelta a la oficina.

– Qué te ha parecido, Andrés? -me preguntó Juanjo.

– Creo que el acuerdo va a suponer para la empresa varios contratos millonarios -contesté de un modo muy profesional.

– Sí, eso lo sé. Me refiero a ¿qué te ha parecido a ti el estar allí? ¿Cómo me has visto a la hora de negociar?

– Ufff, increíble. Me parecía desde el primer momento que habría convencido a D. Arturo de lo que quisiera.

– Tú crees? Esta gente es más dura de lo que aparentan.

– Si, pero es que tienes un magnetismo personal que creo que convence -le confesé.

– Jajaja, sí. Me encanta que me veas así.

Llegamos de vuelta a su despacho y aunque era tarde, estuvimos redactando algunos documentos mientras él dictaba situado detrás de mí y yo escribía. Me colocó la mano sobre el hombro y noté una sensación de calidez al tiempo que hacía movimientos simulando a un masaje.

– Sabes? -me dijo-, el ganar este tipo de contratos me la pone muy dura. Si fueras una chica tendrías que echar a correr.

No supe que responder, sólo emití una leve sonrisa y asentí al tiempo que el seguía con su masaje en mi hombro.

– Bueno -continuó-, ya está bien de trabajar. Es hora de irse a casa.

Me levanté y me dirigí a mi despacho para ir recogiendo mis cosas. Cuando iba a salir estaba apostado en la puerta y me dijo que era tarde y me llevaba a casa. Yo no podía más que darle las gracias y tomarlo como un reconocimiento por mi trabajo. De vuelta en el coche me estuvo contando que por la hora que era ya no podría ir al gimnasio. Me preguntó si yo hacía deporte a lo que le contesté que no. Soy delgado y nunca me he planteado el marcar musculatura.

– Se te ve bien de todas formas -me dijo-, y un cuerpo musculado tampoco te pega.

Si Juanjo lo decía es que era así. En cualquier caso, soy bastante lampiño, sin apenas barba, y de tez clara y con un rostro, dicen, algo andrógino.

Comenzó a preguntarme sobre mi experiencia con chicas, y aunque me extraño, supuse que era por darme confianza. Le conté que poca, muy poca.

– Entonces, ¿te gustan los hombres? -me preguntó.

– No -respondí sin pensarlo.

– Y cómo lo sabes? Si has no has estado casi con chicas puede ser porque no acabas de encontrarle el gusto.

Quedé pensativo sin saber qué decir.

– Perdona que me entrometa en tus cosas -me dijo-. Te estoy hablando como un amigo.

– No, no se preocupe, no me molesta -contesté-. Es solo que nunca me lo he planteado.

Como digo, ejercía sobre mí un fuerte magnetismo. El que me tratara como amigo era un subidón y quizás tuviera razón, como casi siempre. Al fin y al cabo, esa misma tarde lo había encontrado hasta atractivo. Casi inconscientemente dije en voz alta que podría ser.

En ese momento estábamos llegando a mi casa. El chofer paró el coche y echo una mirada atrás esperando que bajara. Juanjo puso su mano en mi rodilla y antes de salir me dijo.

– Piénsalo, Andrés. No todo es trabajo y debes prestar más atención a tus cosas personales.

– Sí, gracias -contesté al tiempo que salía del coche.

Durante la noche apenas dormí dándole vueltas a esto. Por una parte, estaba a gusto a su lado, pero no estaba tan seguro que con otro hombre fuera así. Por otra parte, era cierto que hacía tiempo que apenas me fijaba en las mujeres y toda mi atención la dedicaba a mi trabajo, que estaba muy relacionado con Juanjo.

El siguiente lunes Juanjo llegó enfadado a la oficina. Traté de sondearle. Resultaba que el próximo fin de semana tenía un acto con empresarios y su mujer se había negado a asistir. Por un tema de imagen, no podía ir sin pareja ya que no estaba bien visto.

– Y ahora qué hago? es increíble -decía muy enfadado.

– Cuanto lo siento, Juanjo, siento no poder hacer nada para solucionarlo.

– Mira -dijo muy resuelto-, llama a Gutiérrez, de legal, que me busque un buen bufete para divorciarme.

Quedé parado sin saber qué decir.

– Si! mi mujer me tiene hasta los huevos. Se acabó -dijo.

Me volví hacia la salida para hacer el encargo que me había hecho y antes de salir de su despacho me dijo:

– Espera, Andrés. Sí que se me ocurre algo que puedes hacer por mí para salir de esto.

– Tú dirás, Juanjo.

– Esto que te voy a decir es muy privado, ¿entendido?

– Si claro -contesté.

– Creo que tú podrías pasar por una mujer …

– Pero… -dije interrumpiéndole.

– Escúchame -dijo-, como te decía tu cuerpo no es demasiado masculino, tus facciones, correctamente maquilladas podrían pasar por las de una mujer, y ¿quién mejor que tú para acompañarme a esa fiesta? La imbécil de mi mujer no se entera de nada. Tú, sin embargo, serías mis ojos en los círculos que yo no esté.

Quedé muy sorprendido. Por una parte, que me dijera tan abiertamente que mi cuerpo no era masculino me dolía un poco pero que confiase en mí para esas cosas me halagaba. Si él creía que podía hacer el papel, seguro que podía, e incluso se lo debía.

– Qué me dices?

– No sé si podré hacerlo. Si lo crees necesario lo hago, pero tengo mis dudas -respondí casi avergonzado.

– Te lo agradezco -contestó-, y lo tendré en cuenta. Ahora déjame que lo piense.

Dos horas más tarde me llamó para indicarme una dirección de una clínica estética a la que debía acudir. Me ordenó que durante la semana no acudiera al trabajo y me dedicara en cuerpo y alma a seguir las instrucciones de la clínica. Quedó en que el viernes pasaría por la clínica para hablar conmigo y ultimar detalles.

Totalmente confundido, recogí mis cosas y tomé un taxi para ir a la dirección que me había dado.

Nada más llegar pregunté por la persona que me tenía que atender y me hizo pasar a una sala. Para mi tranquilidad, me explicó que no se trataba de nada quirúrgico, sólo era trabajar ciertos puntos para que el fin de semana pudiera pasar por una mujer. Debía acudir todos los días a la clínica para que aprendiese ciertos truquillos y ellos harían el resto. Mi institutriz, como dijo de sí misma, se llamaba Lola. Inmediatamente me “bautizó” como Andrea.

En la primera sesión me estuvieron tomando medidas. Me hicieron desnudarme para depilarme el cuerpo por lo que el resto del tiempo vestí con un albornoz. También Lola me estuvo contando cómo expresarme y corrigiendo gestos. Repetía estas cosas hasta la extenuación. Por último, me dio unos zapatos con un taconazo enorme para comenzar a aprender a andar con ellos. Esto, sin duda, fue lo que peor llevé del día. Me dieron varios conjuntos de ropa interior femenina para que a partir de ese momento lo llevara siempre puesto.

Cada día Lola repasaba todo el tema de mis gestos y habla y me hacía andar con tacones. Insistía en todo momento en que hablase de mí en femenino. Pero aparte de esto dedicó tiempo a que aprendiera a maquillarme, a vestirme correctamente, a peinarme por si fuera necesario, instrucciones de como hidratar mi piel, etc. También cada día me llevaba a casa lo que hubiera utilizado (maquillaje, cremas, ropas, tacones, etc) y en casa continuaba con las prácticas. También me facilitaron un salto de cama para que durmiera con él puesto.

No fue hasta el último día que se dedicó a conjuntar todo. Me volvieron a depilar es cuerpo y las cejas, dejándolas muy femeninas y bajo sus instrucciones me maquillé y peiné una peluca rubia, me puse un conjunto de encaje negro con unas prótesis de silicona, un vestido negro largo, ajustado a mi cintura y con una raja al lado y unos stiletto negros preciosos. Terminaron con un collar con un brillante y un par de pendientes de pinza. Cuando me miré por fin al espejo me llevé una enorme sorpresa. No quedaba nada de mi figura masculina y lo que devolvía el espejo era una mujer bastante atractiva.

¿Y yo? como me sentía durante esta semana? Los primeros días bastante confundida pero conforme iban pasando los días me encontraba más natural, más femenina. Deseaba no defraudar a Juanjo y estar a la altura de lo que esperaba de mí.

Era el último día y si bien las primeras pruebas me habían hecho sentirme genial por el aspecto que tenía, conforme me iba probando otros outfits, o cambiando mi maquillaje iba sintiéndome más nerviosa. Cada vez quedaba menos para que Juanjo me viera y quería dejarle asombrado con mi nuevo aspecto.

Después de probarme una falda azul turquesa con estampados blancos que me llegaba casi hasta los pies con un top blanco bastante ajustado sin mangas con el cuello alto y un maquillaje muy natural, muy propio para una fiesta campera de tarde, pude oír como Juanjo estaba preguntando a Lola por mí. Me giré hacia la puerta y le vi entrar. Su cara era de asombro absoluto. Repasé mentalmente la figura de Juanjo, y sí, me pareció u hombre muy atractivo. Vestía con unos chinos beige y una camisa azul que permitía marcar su musculatura y llevaba su pelo peinado hacia atrás.

– Impresionante, Andrea, estás preciosa.

– Gracias, Juanjo -dije justo antes de darle dos besos en los que me pasó su brazo por la cintura.

– Me dejarás que me la lleve para invitarla a cenar, ¿verdad? -preguntó Juanjo mirando a Lola.

– Claro que sí -respondió-, se ha portado fenomenal esta semana. Es toda una señorita.

– Eso no hace falta que me lo digas, me encanta. ¿Y tú? -dijo mirándome-, qué opinas?

– Que me encanta gustarte -dije tímida pero sabedora de que había cumplido las expectativas.

– Pues no se hable más. A cenar.

Lola nos indicó que todo lo necesario ya lo habían cargado en el coche y que nos podríamos ir. A solas me deseó mucha suerte y me dijo:

– Que suerte tienes, Andrea, Juanjo es todo un señor. Ya me gustaría estar en tu pellejo ahora.

Casi ruborizándome le di las gracias y un par de besos. Posteriormente de camino a la salida pensé que no sabía a qué se refería. ¿Quizás a que tendría sexo con Juanjo? Eso no estaba en el guion, aunque no me incomodó demasiado.

En el coche de camino a un restaurante Juanjo se deshacía en piropos al tiempo que repasaba algunos temas del trabajo que habían pasado durante la semana.

– Ya te pondrás al día -dijo-, pero este fin de semana eres mi chica.

Llegamos al restaurante que estaba a las afueras y rodeado por un jardín. Me tuve que esmerar para caminar bien con los tacones sobre el empedrado. Juanjo me guiaba sujetándome con un brazo por mi cintura, que a veces bajaba hasta llegar a la parte alta de mi trasero. Era un complejo bastante grande que tenía incluso una zona para baile. Nos sentaron en una mesa con unas vistas preciosas. Él decidió por mí la comida y la charla era cada vez más amena, repasando lo que sería la fiesta a la que acudiríamos al día siguiente. En todo momento deberíamos parecer una pareja y a veces me asustaba no saber comportarme. Me comentó que había reservado una habitación en un hotel bastante lujoso para que pasase la noche allí mejor que en mi casa. A veces me cogía de la mano sobre la mesa y ni se me pasó por la cabeza retirarla. Realmente me estaba haciendo sentir muy bien. Después de los postres brindamos con una copa de champagne.

– Por ti, Andrea, una preciosa mujer.

Casi me ruboricé al darle las gracias. Tomamos unas cuantas copas más mientras hablábamos de mí, de lo a gusto que estaba y lo confortable que me estaba resultando todo. Prácticamente nunca había bebido alcohol y entre los vinos de la cena y el champagne estaba sintiendo una alegría y desinhibición que desconocía.

Después de pasar por el aseo a repasar mi maquillaje, nos acercamos a una pista de baile que había en otra parte del restaurante. Juanjo me pidió bailar, pero yo le comenté que no sabía bailar. Me dijo entonces que él me llevaría, que sólo le siguiera.

Me agarró por la cintura y coloqué mis manos en sus hombros y comenzamos a bailar. Realmente me fue más fácil de lo que esperaba ya que me dejaba llevar por él que me tenía sujeta fuertemente a su cuerpo. Notaba la firmeza de sus músculos y a veces su mano sobre mi trasero. Las sensaciones eran de lo más agradables. De pronto noté sobre mi pubis como su pene se ponía duro. Me sorprendí un poco y miré hacia abajo.

– Si, Andrea, ya ves cómo me pone lo guapa que te han dejado.

Lejos de molestarme lo tomé como un auténtico halago y hasta cierto punto me excitaba notar esa polla contra mí. Seguimos bailando un poco más y a mí me subían unos calores cada vez que Juanjo se movía restregándose contra mí. En una ocasión levantó el brazo para que girara y quedó abrazado a mi espalda. Ahora sí que notaba como su pene rozaba mis nalgas. Era muy excitante tener a Juanjo así y más cuando me besó en el cuello. Sentí de pronto como una corriente eléctrica que me recorrió todo el cuerpo. Me dio un mordisquito en la oreja que me dejó prácticamente derretida.

– Nos vamos a otro sitio más tranquilo? -me preguntó.

Yo asentí, me giré y le cogí de la mano. Por sorpresa me dio un beso en los labios que me supo a gloria. Cogidos de la mano fuimos a la salida donde nos esperaba su coche. Durante el trayecto hasta el hotel a escondidas (el chofer no oía, pero si podría ver) pasaba mi mano por mi trasero. Cuando llegamos subimos a la que era mi habitación, que era enorme, muy lujosa y con una cama enorme.

Nada más despedir al botones Juanjo cerró la puerta y se lanzó a besarme. Sinceramente me apetecía responderle. Durante un rato las lenguas jugaron hasta que el bajó a besarme en el cuello. De nuevo me deshice y me tenía a su merced. Su mano recorría mi culo al tiempo que otra sobaba mis tetas falsas, y no sé por qué, eso me satisfacía. Me quitó el top que llevaba y quedó mirándome con ojos de deseo. Me llevo mi mano a su entrepierna y pude comprobar la dureza y tamaño de su pene. Ni de lejos se parecía al mío, que en erección no pasa de 12cm. Lo que tenía Juanjo era enorme y, bajo la tela del pantalón, palpitaba en mi mano.

No hicieron falta palabras. Le desabroché el pantalón y lo bajé al tiempo que el slip que llevaba. Agarré su pene y comencé a masturbarlo y le ofrecía mi boca para que me besase. Juanjo me besó intensamente durante un rato y me cogió de los hombros y me hizo bajar. Comprendí inmediatamente lo que quería. Bajé hasta tener frente a mi boca su polla erecta, la cual m estaba pareciendo muy deseable. Abrí mi boca y me puse a chuparla, poco a poco al principio, pero llena de lujuria me tragué todo lo que pude. El me agarró de la cabeza y me marcó el ritmo. A veces me costaba respirar y que ese pedazo de carne entrara en mi boca, pero creo que poco a poco iba haciéndolo mejor y más al gusto de Juanjo que no paraba de decir lo que le gustaba mi boquita. De pronto noté como su pene se hinchaba y él me sujetaba más fuerte y seguido se derramaba en mi boca. Tragué toda su leche casi con vicio y chupé su polla para dejarla limpia al tiempo que le miraba a los ojos. Me sentí completamente agradecida a Juanjo de las sensaciones tan excitantes que me estaba haciendo vivir.

Cogiéndome bajo los hombros me subió a su altura y me dio un beso. Yo le tocaba su polla esperando que se pusiera tiesa de nuevo para volver a comérsela. Él miró el reloj y vio que era tarde y, aunque ya había iniciado trámites de divorcio esa misma semana, no debía llegar muy tarde a su casa.

Me indicó que el sábado por la mañana vendría a buscarme y que descansara. En la maleta que habían hecho subir había ropa para que eligiera lo que creyese, ya que me dijo que se fiaba de mi buen gusto.

Me quedé con la braguita y me puse el salto de cama para descansar. Me entraron remordimientos por haberme comido la polla de Juanjo, pero recordando lo que me había excitado me masturbé hasta correrme. Eso me dejaba claro que la situación no estaba siendo desagradable para mí y que prefería dejarme llevar. Caí en la cuenta de que si teníamos otro rato de sexo posiblemente Juanjo quisiera follarme el culo. Noté un poco de rechazo al principio, pero recordando su polla en mi boca llegó a gustarme la idea de sentir toda su hombría dentro de mí. Comencé a jugar con mis dedos en mi ano. Al rato conseguí que entrasen dos y las sensaciones eran muy placenteras. Intenté meter otro y aunque costaba más, cuando entró el gusto era mayor. Necesitaba probar algo mayor, ya que a más dedos más me estaba gustando. Busqué en el baño, pero no encontré nada. Miré en la maleta por si hubiera algo que me sirviera y… ¿Qué hacía ese consolador ahí? ¿Alguien ya había previsto como me iba a encontrar? Era un poco más pequeño que la polla de Juanjo. Sin dudarlo lo cogí y lo llevé a mi culo que, aunque un poco dilatado por mis dedos, no admitió este nuevo invasor. Al lado del consolador había otro botecito en la maleta, que era de lubricante. Lo cogí y me embadurné bien mi entrada y el consolador. Ahora sí iba entrando, con un poco de dolor, pero supuse que al ser virgen sería la primera vez.

Poco a poco iba metiéndomelo más y el dolo cada vez era mayor. Me detuve un momento y al siguiente intento mi ano parecía estar más relajado. Estuve más de media hora hasta que el dolor cedió y pude mover la polla de látex un poco. Quería estar preparada por si Juanjo quisiera follarme, así que a pesar del cada vez más ligero dolor seguía sacando y metiéndolo. Pero al rato dejó de molestar y las sensaciones cambiaron. Comencé a sentir oleadas de placer que me hacían gemir. Intentaba poner la voz de chica para que incluso eso fuese completamente femenino. Al rato de meterme el consolador no pude aguantar y me corrí de nuevo, pero no parecía tener bastante ya que, casi compulsivamente, continuaba taladrándome con él. Terminé completamente rendida y me quedé dormida.

Me despertó una llamada al teléfono de la habitación. Me informaba que había pedido que me despertaran a las 8 y media. Noté como en mi culo aún tenía el consolador de anoche. Con bastante trabajo me lo saqué porque se había resecado, pero noté que me había dejado el ano completamente dilatado. Lo lavé un poco y de nuevo unté el lubricante. Entró de nuevo sin problemas y sin dada de dolor, pero no me proporcionaba el intenso placer de la noche pasada. Supuse que sería por no estar excitada, pero decidí dejarlo para tener el culito abierto y si llegaba Juanjo y le apetecía poder ofrecérselo.

Unos minutos más tarde sonó mi teléfono móvil. Era Juanjo.

– Buenos días, Andrea, ¿qué tal has descansado? -preguntó con un tono muy neutro, quizás por no saber cómo me encontraría después de lo de la noche anterior.

– Hummm, fenomenal -contesté.

– Ah! muy bien, preciosa -dijo ya cambiando el tono-, en media hora estoy allí para desayunar contigo y planear el día.

– Bien, te espero en la habitación -dije.

– Ah!, mejor -contestó sorprendido.

A toda velocidad me fui a duchar y darme las cremas que me dieron. Busqué después el conjunto de lencería más sexy que hubiera en la maleta y encontré uno negro, con encajes y un tanga bastante fino y que se metería seguro entre mis nalgas. A todo esto, seguía con el consolador dilatando mi ano. Desnuda como estaba ordené un poco la cama tras el desorden causado por mi masturbación nocturna. Quería que Juanjo encontrara la habitación confortable. Me estuve peinando y maquillando todo lo sexy que pude. Saqué el consolador de mi culo, lo lavé y lo escondí de nuevo en la maleta. Dejé a mano la crema lubricante y ya por último me puse mis tetas de silicona y el sujetador y mi tanguita. Cuando me estaba poniendo unos zapatos de salón que tendrían 10 cm. oí que llamaban a la puerta. Me asomé y vi a Juanjo que venía vestido con un traje, pero sin corbata y llevaba escondido un paquete. Lo dejé entrar y le di un beso en los labios. Se quedó mirándome.

– Uff, pues sí que empezamos el día bien. Toma preciosa -dijo dándome el paquete.

Lo abrí y tenía un collar y pendientes con brillantes a juego. Lo abracé y lo besé y le dije al oído:

– Yo para ti tengo un regalo si lo quieres

– Un regalo? -preguntó extrañado-, de qué se trata?

– Tengo mi culito completamente dilatado -dije susurrando con cara de niña buena.

– Vaya! Eso sí que es un regalo.

Nada más decirlo, abrazada como estaba noté como su polla despertó al instante. Dejé la caja que me había dado y me agaché para quitarle su pantalón y al tiempo tiré de su bóxer.

– Hummm, que rica. ¿Esto es mi desayuno?

– Si, preciosa, cómetelo.

Me puse como loca a mamarle su polla hasta que alcanzó su tamaño máximo. Me agarró de la cabeza y comenzó a follarme la boca. Aguantaba como podía ya que no quería arruinarle la mamada. Pasado un rato me deshice de él y me subí a la cama y poniéndome en cuatro me aparté el tanga y le señalé el bote de lubricante. Él lo entendió a la perfección. Me echó un poco en el ano y metió sin la más mínima resistencia el dedo pulgar. Jugó después con otros dedos y viendo que estaba completamente abierta se embadurnó la polla con lubricante y apuntó a mi ano.

– Te voy a hacer mía, preciosa.

– Sí -contesté-, hazme tuya.

Presionó y sin apenas esfuerzo el capullo entró. Noté un poco de molestia ya que el consolador era más pequeño que su polla. Se mantuvo un rato para que me acostumbrase a su tamaño, pero poco a poco fue empujando y al rato tuve su polla dentro de mí. Comprendí que no había vuelta atrás… quería sentirme siempre tan llena como estaba. Comenzó a moverse y casi inmediatamente yo empecé a sentir mucho placer. Le pedía más polla y el embestía más fuerte sujetándome por la cintura. Las oleadas de placer que me venían hacían que gimiese como una putita para él. El jadeaba con cada empujón que me daba. Después de un rato decidimos cambiar la posición. Me tumbó al borde de la cama, subió mis piernas a sus hombros y enterró su polla en mi culo. Empujaba fuerte haciendo que mi excitación creciera hasta puntos que jamás había sentido. Me sentí su puta, deseaba que me follara duro y para toda la vida.

– Ahhh, sííí, fóllame más fuerte, Juanjo!

– Si, preciosa, te quiero romper el culo

– Claroooo, ahhh, rómpemelo

Al poco rato Juanjo dijo que se iba a correr. Por una parte, deseaba sentir su semen dentro de mí, pero me apetecía que acabara en mi boca. Me decanté por lo segundo.

– Quiero que me des mi desayuno, córrete en mi boca, ahhh, ¡que gusto!

Inmediatamente Juanjo saco su polla y se echó encima de mí. Me puso la polla en mi boca y le masturbé con la boca abierta esperando recibir mi premio. No tarde en saborear los trallazos de semen que eyaculó degustándolos con auténtico placer. Yo estaba casi a punto de correrme así que le pedí que volviera a meterme la polla en el culo. Juanjo ni se lo pensó y de un golpe me la metió entera, que aún conservaba su dureza. Esa embestida tan repentina hizo que me corriera al instante dando espasmos de placer que me recorrían todo el cuerpo y hasta pensé que perdería el control. Juanjo siguió percutiendo mi culo un rato más hasta que su polla fue relajándose y salió de mí. Se echó a mi lado.

– Vaya, tu sorpresa de esta mañana ha sido mejor que la mía -me dijo.

– La mía es mejor -contesté-. Nunca he sentido tanto placer. Ha sido un auténtico regalo.

– Preciosa, regalar así es un placer para mí.

Descansamos unos minutos y Juanjo se recompuso y yo tras lavarme, me puse otro conjunto de lencería menos sexy, una falda-pantalón verde y una blusa beige. Me maquillé y peiné y bajamos a desayunar.

La fiesta comenzaba a las 12 de la mañana y presumiblemente se alargaría hasta la madrugada. Debíamos acudir como pareja, lo que a estas alturas para mí era casi un deseo. Se trataba de una presentación de artículos muy exclusivos en un ambiente muy informal y festivo, pero a Juanjo lo que se presentara le importaba más bien poco, ya que esas fiestas eran el momento justo para hablar de negocios sin la rigidez de un despacho.

Después del desayuno subimos a la habitación para cambiarme ya que lo que llevaba no sería lo mejor. Me desnudé y me puse un conjunto de lencería rojo, con tanga, unas medias y un vestido también rojo, con escote en barco, la cintura muy ajustada y la falda a media pierna con mucho vuelo. Me calcé con los zapatos de salón negros con los que había esperado a Juanjo. Me puse también los pendientes y el collar que me había traído. Me comentó que eran un préstamo ya que su valor era muy elevado, pero quería que estuviera deslumbrante.

Me miré al espejo y estaba radiante. Juanjo me silbó diciendo lo buena que estaba.

Nos sentamos en la mesa de la habitación y estuvimos repasando una serie de puntos en los que yo me tenía que fijar en las conversaciones entre las mujeres. No sólo había parejas de otros directivos sino alguna empresaria. En su móvil me enseñó quienes eran porque yo debía acercarme a ellas y entablar conversación para sonsacar alguna noticia o dato que nos interesase.

Como aún nos quedaba tiempo me puse juguetona y le agarré la polla sobre el pantalón. Noté como se ponía tiesa casi al instante, pero me hizo parar. Prefería salir a dar un paseo conmigo para ver cómo me desenvolvía en la calle. Me maquillé, peiné y salimos del hotel, que estaba cerca de una zona comercial, y nos sumergimos en medio de la marea humana que ya iba por las calles. a Veces nos dábamos de la mano y estuvimos viendo algunos escaparates. Me sorprendí a mí misma con lo cómodo de la situación. Por supuesto podría pasar por una mujer, pero yo me sentía muy cómoda en ese papel. A la vuelta al hotel Juanjo me dijo lo orgulloso que estaba de mí. Me ruboricé y lo besé en los labios.

Llamó a su chofer y nos recoció para llevarnos a la fiesta, que se celebraba en un palacete a las afueras con un enorme jardín. Me presento como Andrea, una amiga suya. Comprobé que varias parejas eran “amigas” y no sus esposas. Alguna señora también estaba acompañada por algún chico más joven.

La mañana en la fiesta transcurrió bien. Nadie reparó en mi condición y yo me desenvolvía bastante a gusto. Después de comer y tras la presentación de dos deportivos de lujo (que fue lo que más me llamó la atención) y algunas cosas más comenzaron a hacerse corrillos. Yo estaba separada de Juanjo en uno en el que tenía varias chicas jóvenes y alguna que otra madurita. Una de ellas era la CEO de una multinacional aquí. Me aproximé a ella para conversar un rato. Quizás hastiada por la charla intrascendente de las chicas más jóvenes y encontrar en mí una conversación más orientada a negocios estuvimos departiendo casi una hora. Juanjo a veces me miraba y me guiñaba el ojo. ¡Lo estaba haciendo bien! Conseguí sacar datos de operaciones que tenían entre manos. Me presentó además a una señora de unos 50 años que era consejera en un banco.

– Que buen gusto ha tenido siempre Juan José -dijo cuando me la presentaron como su pareja.

Durante la cena, que era un catering y estábamos de pie también pude hablar con otros directivos, uno de los cuales, de no más de 50 años y bien parecido, pellizcó mi culo. Muy dignamente tuve que apartarme y me dijo:

– Cuando Juan José se canse de ti me llamas, guapa.

Creedme, esto no me molestaba en absoluto. Mas bien me calentaba. Ser deseada por más hombres era una sensación que recién estaba descubriendo, y me gustaba.

Comenzó a sonar la música y se formaron algunas parejas de baile. A mí se me acercó para bailar el hombre que me había pellizcado, que se me presentó como Rafael. Miré fugazmente a Juanjo y vi un gesto de aprobación. Me cogió de la cintura y fuimos a la pista de baile.

– A mí no me engañas, guapa -me dijo-, sé quién eres.

– Perdón? -pregunté un poco desconcertada.

– SI, que sé que no eres la esposa de Juan José.

– Ah -suspiré tranquila. Sí, soy una amiga. Su esposa no pudo venir y le acompaño yo.

– Pues queda aclarada la cosa -dijo al tiempo que bajaba sus manos hasta mi culo.

Se trataba de un miembro de una de las familias más ricas del país y poseedoras de participaciones en muchas grandes empresas. Mientras bailábamos traté de hablar de sus empresas y al tiempo que le dejaba manosear mi culo y restregarme su polla erecta me iba contando detalles muy jugosos de sus inversiones. Yo sabía de donde tirarle para sacarle información y vaya si se la saqué. Aparte me puso muy cachonda su polla y sus masajes en mi culo, ya que como dije, tenía buena pinta.

Tras terminar de bailar en un momento que coincidí con Juanjo le comenté que había sacado muchas cosas y con tanto como me había sobado me había puesto caliente y necesitaba su polla. Juanjo rio y me dijo al oído:

– Menuda putilla me has salido. Dame un rato y nos vamos para que te dé polla.

Pasé a despedirme de algunas mujeres con las que había hablado. Se acercó a mí Rafael para despedirse y ya que estábamos fuera de la vista de la gente le obsequié con un sobo en su polla. Su cara cambió de inmediato, casi babeaba y no se lo creía.

Salimos y el chofer nos estaba esperando. Contuvimos nuestra calentura hasta llegar a la habitación del hotel, donde me clavé de rodillas y casi con ansia saqué la polla de Juanjo, que ya estaba erecta, y me la tragué. Intenté engullir por completo su polla y al tercer intento, tras dos amagos de arcadas, entró hasta el final. Juanjo gemía al sentir su polla entera en mi boca. Movía la cabeza para animarle a que me follara la boca hasta que por fin me agarró y empezó a empujar casi descontroladamente. Sus jadeos me estaban excitando mucho; me encanta ver cómo le pongo tan caliente. Dio un par de espasmos y noté como se corría en mi boca. Traté de apartarme para que la corrida no fuera directa a la garganta y pudiera saborearla. Le enseñé mi boca llena de su leche y puse cara de puta mientras me la tragaba. Me incorporé y me lo llevé a la cama. Mi intención era que cuanto antes tuviera la polla de nuevo lista para que me rompiera el culo. Me fui despojando del vestido muy sensualmente y me acerqué a él. Le desnudé e iba acariciándolo por todo el cuerpo. Me detuve a besar su polla y a decirle muy mimosa que la quería en mi culo.

Esto hizo efecto y al poco rato Juanjo estaba listo para el combate. Mientras le mamaba un poco más su polla (que vicio cogí con eso) hasta que estuviera dura me fui dilatando con mis dedos. Me embadurné un poco con lubricante y como él estaba tumbado me senté sobre él, llevé su polla a mi culo y me dejé caer.

El golpe inicial me dolió, pero me compuse como pude y seguí enterrando su polla en mi culo. Al poco rato estaba botando sobre él y diciéndole lo que me gustaba tenerle dentro. Me agaché a besarle y me cogió de la cintura. Comenzó un movimiento con el que me daba duro en el culo, pero a mí me estaba llevando al cielo.

– Vamos, mi putita, córrete para mí -me decía.

– Sí… me estas poniendo a mil y vas a hacer que me corra.

– Desde ahora quiero follarte así a diario -dijo

Fue oír eso y no pude aguantarme más, me corrí derramando en su tripa toda mi leche. Con mi orgasmo apretaba mi esfínter para abrazar más su polla y él comenzó a dar signos de querer correrse hasta que por fin me dijo que me iba a dar toda su leche y se corrió en mi interior. Se sentía calentito. Estuvimos un rato hasta que su polla perdió la rigidez y salió de mi ano. Me eché a su lado y le limpié su vientre chupando mi propia leche.

Quedamos abrazados y nos sobrevino el sueño.

Unos meses más tarde, Don Juan José tenía una nueva asistenta.

Ya me había puesto un pecho justo a la media que le gustaba a Juanjo y mis labios lucían un poquito más gruesos, lo que conseguía que mis mamadas fueran aún más satisfactorias. Prácticamente todos los días, bien en su despacho o en una habitación de hotel, teníamos sesiones de sexo casi salvaje.

Datos del Relato
  • Categoría: Confesiones
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