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Una torrencial lluvia nos detuvo en el salón de clases por más de media hora. Mis alumnos universitarios permanecían en el vano de la puerta implorando un resquicio de humedad o el escampe repentino de la lluvia que les impedía salir de tortuoso recinto obligatorio. A pesar de los estragos de la lluvia en el camino de salida de la facultad y de que nuestro salón era el más apartado de todos, la mayoría fueron saliendo resignados por la hora y por la urgencia de llegar a casa.
Sólo un grupo de 5 chicos contemplaba con algo de agrado el espectáculo nocturno de los truenos a intervalos, el sonido estridente de la lluvia inconsolable sobre el techo del edificio y sin el menor reparo, la inmovilidad de mis piernas expectantes. Pregunté si no pensaban salir pero con la sonrisa típica de los estudiantes respondieron que no pensaban dejar a una dama sola en tal situación.
Las miradas de los chicos eran lacerantes, podía sentirlas recorrer mis piernas sobre las medias, bajar el zíper de mi falda corta, desabrochar cada botón de mi saco e intentar sacar mis bragas y sostén. Un sentimiento desesperante de excitación me sacudió cuando un trueno provocó un corto en la electricidad y todo quedó envuelto en la penumbra y bajo el amparo de los fugaces destellos de la noche. Un silencio sostenido se apoderó del salón.
Imaginé a los cinco muchachos masturbándose en la oscuridad, podía ver casi sus pensamientos entre la claridad nocturna de la mente; me veía en medio de los cinco siendo despojada de la ropa y comida a besos pero, ¡es una locura pensar eso, son mis alumnos!
Traté de dar un paso atrás pues la lluvia había cambiado de dirección y empezaba a mojarme y uno de mis tacones atoró en los resquicios de la cerámica, las manos providenciales de uno de ellos me detuvieron en mi caída y de paso aprovechó para sostenerme de mi pecho durante largo rato mientras me preguntaba si estaba bien y yo le respondía que sí. Pensé que la respuesta era suficiente para que me soltara pero no sólo no me soltó sino que apretó sus grandes manos sobre mis senos y me provocó un gemido sordo que se ahogó al salir de mi boca.
Estaba en una situación delirante, fuera de todo orden, sin sentido, pero una humedad inédita empezaba a escaparse hacia mis piernas y una excitación incontrolable me quemaba en ese momento.
Las voces de los muchachos chocaban sin sentido en el salón en penumbra, sólo escuchaba preguntas lejanas y comentarios banales acerca de la situación en la que estábamos. "Sabe una cosa profe, es una noche romántica para todos, apenas ayer decíamos que usted era la mujer más bella de esta facultad y vea ahora, la tenemos justo aquí con nosotros" -dijo uno de ellos mientras los demás celebraban la ocurrencia. Me limité a reírme con indiferencia. Al final de cuentas sólo era una ocurrencia.
La noche empezó a prolongarse más allá de mi desesperación. Pensaba que todo se estaba saliendo de control y no deseaba que mi figura de autoridad y de formación se convirtiera en un modelo de sexualidad.
En ese momento mi esposo me habló al celular. Me esperaba en la salida de la escuela y por algún impulso extraño le dije que ya había salido. Le bastó la explicación de las causas climáticas y quedamos de vernos en la casa dentro de dos horas. Entonces quedé desarmada contra mis alumnos: cinco ansiosas sombras se acercaron a mi cuerpo y entonces pasó: sus infinitas manos doblegaron mi resistencia.
Sus manos en mis piernas, en mi pecho, en mi espalda, en los rincones menos profanados por la timidez que les provocaba mi autoridad.
-"Olvídense que soy su profesora, ahora soy su mujer"
Fueron las palabras mágicas. Entonces sus suaves impulsos se transformaron en embestidas agresivas de palabras y contacto. Se olvidaron de los límites y del respeto, sus bocas se peleaban mis labios antes que mi sexo, sus manos chocaban en mi trasero y en mi pecho y sus cuerpos se estorbaban sin orden para pegarse al mío.
Me retiré de ellos y me puse contra la pared. Ante la poca luz del cuarto le pedía a uno de ellos que se acercara a mí y fue despacio a mi cuerpo. -"Hazme y dime lo que quieras, soy tuya"- Me tomó de la cintura y me besó tiernamente mientras pegaba su cuerpo con desesperación, sus manos apretaban mis senos y su pene crecía lentamente al contacto con mi sexo. "No sabe cuantas veces me he masturbado pensando en usted" -me decía al oído-. La confesión me encendió más y perdí por completo el control.
Desabroché su pantalón y empecé a masturbar salvajemente su pene, bajé con mi boca hasta su cintura besando su abdomen, sus piernas, su trasero rígido y apenas al contacto de mis labios en su pene explotó sin control sobre mi lengua inundándome de su semen
Cuando me levantaba sentí unas manos subiendo mi falda hasta mi cintura y otras sacándome el saco con desesperación. Dos bocas empezaron a morder mi cuello al mismo tiempo, sus lenguas chocaban en ese camino recto que separa mi rostro de mi pecho, sus lenguas en mis hombros, en mis oídos, en mi pelo "¡así, no se detengan, más!" Les pedía con la voz perdida y entrecortada, sentí sus dedos explorando mi vagina al mismo tiempo, dibujando los límites delgados de mis bragas mientras se turnaban mis labios para morderlos y para chuparlos con una avidez gloriosa, con mis manos conduje la cabeza de ambos para que se acomodaran y me besaran al mismo tiempo, sentí sus lenguas adentro de mi boca, en un nudo húmedo de perversión que no quería desatar nunca.
En ese momento volvió la luz. La claridad del cuarto nos volvió a la realidad y revivió los prejuicios y el pudor.
Los cinco chicos me miraron con ojos ardientes. Caminé hacia le escritorio con la falda en mi cintura. Saqué la silla y me senté sin dejar de mirarlos un instante. Me abrí de piernas para ellos sin ninguna inhibición, saqué mis bragas lentamente y las tiré hacia ellos, abrí mi saco lentamente, botón tras botón, luego la blusa y por último el sostén que cayó en mi vientre. Empecé a acariciarme para ellos, a chuparme los dedos imaginando que tenía sus penes en mi boca, luego los dedos en mi vagina, en mi culo.
Ellos se sentaron en sus bancas habituales y se pasaban mis bragas, las olían, las restregaban contra sus ansias y las empuñaban para masturbarse mientras me miraban en mi silla acabando en un orgasmo descomunal. Ni una palabra se escuchó mientras me acomodaba la ropa y salía del salón.
Fue una noche interminable. La lluvia no escampó y mil pensamientos pasaban por mi mente hasta quedar exhausta y confundir en el abismo del cansancio si había soñado lo que hice o si hice lo que tanto había soñado.
Al otro día me enfrentaba a mis prejuicios como a un monstruo decidido a aniquilar mi pensamiento. Sin embargo la ética introspectiva no me apagaba la excitación ni el sentimiento ardiente que me producían los cinco chicos. Durante muchas horas un conflicto de razón me invadió sin dejarme un solo momento un solo instante de sosiego. Me pensaba como una mujer de 30 años pervirtiendo a esos chicos que empezaban a vivir su sexualidad, pero una mujer que en ese momento había perdido el control de la situación. No había marcha atrás.
Ese día aplicaba un examen de literatura. A pesar de que los cinco chicos fueron los últimos en entregar el examen naturalmente, impedí cualquier retorno al día anterior. Sabía que podía mantener ciertos límites aunque no por mucho tiempo. En la noche mientras revisaba los exámenes me encontré con cinco escritos fuera de cualquier referencia académica: "No tenemos cabeza para pensar en los géneros literarios, sólo queremos recordarla como ayer, desnuda y para nosotros".
Al otro día mientras me preparaba para ir a clases, el timbre de la puerta sacudió mi estabilidad. Mi esposo abrió y regresó con algo de burla -"te buscan cinco alumnos, te digan lo que te digan no te dejes convencer, repruébalos"- yo sonreí por la situación, al fin de cuentas no tenía por qué imaginar que esos cinco muchachos buscaban algo más que una nota alta.
Los chicos entraron y se acomodaron en la sala mientras escuchaban las advertencias de mi esposo -"Si vienen a implorar un siete no lo van a lograr, pónganse a estudiar"- fue lo último que dijo antes de irse a su trabajo.
Yo entré a la recámara con un miedo y un vacío en el vientre pero decidida a terminar lo que habíamos empezado. Bajé a la sala despacio. Caminé entre el pasillo que conduce a la puerta de salida y la cerré con llave. Los chicos sólo me miraban con un deseo contenido, me acerqué a ellos y me puse en medio de los dos sillones donde permanecían sentados, como atados a su furia y desesperación, luego volví a caminar hacia la recámara con ellos atrás de mí, en silencio, observando mis piernas y como tirados por ellas.
Entramos a mi recámara y me recosté sobre la cama, entonces uno de ellos habló y rompió con el silencio de los otros,
-"Vamos a cogernos a esta puta"-. Se acercaron violentamente a mi cuerpo y empezaron a besarme toda; sus lenguas en mis piernas, en mis pezones, en mi boca, en mi vagina. Sus manos me desnudaron completamente, mi voluntad estaba perdida entra la respiración compleja de los chicos.
En la cama matrimonial profanada por cinco hombres que podían ser mis hermanos menores surgió un abismo erótico indescriptible, hincada en medio de ellos parecía una diosa coronada por su silencio y por sus manos. Me acercaron sus dedos a mis labios y yo tomé uno por uno, chupándolos despacio y después metiendo los cinco en mi boca para que iniciaran el juego de la profanación íntima.
Sus bocas se acercaron a mi rostro. Un beso en mi cuello, en mis mejillas, en la frente, en los labios, todo al mismo tiempo sin posibilidad para el sosiego. Sus dedos empezaron a explorar mi sexo minuciosamente.
En una sincronía y orden delirante metieron cada uno un dedo en mi vagina y en mi culo, tenía sus firmes impactos penetrando mi intimidad; cinco hombres penetrándome con una furia acumulada por las horas clase.
De nuevo me hinqué ante ellos y empecé a sacudir su deseo con mis manos. Abrí la boca y empecé a chupar sus penes inestables y contrariados, lentamente desde el origen mi lengua recorría su impaciencia, los metía en mi boca como ocultando el secreto de nuestra relación.
El teléfono empezó a timbrar con una insistencia molesta. Era mi esposo. Antes de contestar recosté a uno de ellos sobre la cama y acomodé su pene en mi vagina perdida en la humedad de mi excitación, les pedí silencio mientras contestaba,
-"Cristina, te hablo para pedirte que te alistes en la noche, vamos a salir"- fue toda la atención que puse antes de que otro chico se colocara en mi espalda y apuntara su pene contra mi culo.
Lo sentí poco a poco penetrarme hasta que lo metió todo y nos quedamos paralizados por un momento, acostumbrándonos a la sensación. Las palabras de mi esposo sobre el auricular se confundían con otras que el chico más atrevido me decía al oído:
-"Estás riquísima, vamos a cogerla toda la tarde y vamos a darle por todos lados ¿eso quieres puta no?
La sensación se volvió delirante cuando los otros dos chicos se pararon enfrente de mí y con un gesto de imploración me acercaron sus penes y metí los dos en mi boca.
Mi esposo seguía hablando por teléfono y me parecía imposible que se percatara del rumor sexual y los gemidos sordos que en toda la habitación daban vueltas y caían siempre en la cama destrozados en nuestros cuerpos.
Por el fin el "adiós" de mi esposo permitió el retorno al encuentro sexual, los gemidos y las palabras contenidas salieron con más rabia y necesidad -así sigan, no se detengan, cójanme más, culéenme como quieran, ábranme toda, soy suya"- Durante largo rato intercambiaron posiciones, me penetraron de todas las formas que su curiosidad les planteaba hasta el momento que no podían más y se acomodaron para terminar sus ansias en mí.
La tarde se prolongó lo suficiente para que me bañaran entre todos; para jugar sus eróticos juegos del closet oscuro, para probarme toda la ropa interior que tengo para ellos, para revivirles la firmeza que después de un rato se perdió entre los recuerdos de esa tarde cuando se cogieron a su profesora de literatura
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