~~Un fin de semana.
La costa. 6 mujeres. Es la despedida de soltera de Marta. Todas queremos
disfrutar, pasárnoslo bien. Por eso hemos elegido este pueblecito
de la costa. Es tranquilo, pero con el suficiente ambiente como para
no aburrirse. Tenemos a nuestro alcance todo aquello que podamos querer.
Playa, arena y sol durante el día. Marcha y luces por la noche.
Así había transcurrido nuestro primer día y noche.
Y ahora estábamos sentadas alrededor de la mesa del apartamento
que habíamos alquilado, desayunando, y pensando que haríamos
en ese segundo día. La verdad es que no éramos demasiado
ocurrentes, se notaba que pesaba la juerga de la noche anterior en
nuestros cuerpos.
Pero al final Marta, la novia a la que despedíamos de su estado
de soltería, nos ofreció la posibilidad de acercarnos
a una pequeña cala que ella conocía. Una cala preciosa,
íntima y de nudistas. Ella era nudista convencida, las demás,
no demasiado.
Pero que caray, estábamos allí para disfrutar.
Así que, recogimos, nos arreglamos, bastante rápido
por cierto, ya que pensamos que si nos íbamos a quedar desnudas
tampoco necesitábamos demasiado, y nos encaminamos a la cala.
Al llegar pudimos comprobar que Marta no nos había engañado.
Era una cala pequeña, pero preciosa. Casi una pequeña
playa virgen. No había demasiada gente, pero eso sí,
todos desnudos.
A mí al principio me resultó algo turbador ver aquellos
cuerpos, y pensar que me iban a ver a mí. Pero rápidamente
reaccione, y me dije a mi misma, que lo mejor era comportarme con
total normalidad.
Así que extendimos nuestras toallas en un rincón, y
empezamos a desnudarnos. Tanta normalidad había hecho que no
me diera cuenta de su presencia. Tan sólo al sentarme en mi
toalla, te vi, tumbado, boca abajo, leyendo un libro y escuchando
música al mismo tiempo. Tus fuertes hombros, tus duras nalgas.
Levantaste la cabeza del libro, y nuestras miradas se cruzaron. Pero
la voz de Esther, una de mis compañeras, me sobresaltó.
Estaba a mi lado, boca abajo, y quería que le pusiera bronceador
en la espalda.
Así que me incorporé, y arrodillándome me dispuse
a extender la crema por su espalda. En condiciones normales no me
hubiera preocupado de nada más. Pero allí, desnuda,
dándote la espalda, sabía que tus ojos me miraban, que
estaban clavados en mis piernas, en mi culo. Me incliné hacia
delante, sabiendo que la visión que tendrías ahora sería
algo distinta. La posición dejaba ver mi sexo al final de mis
glúteos, y hundido entre ellos. La idea de que estuvieras mirando
me excitó y en cierto modo me avergonzó.
Me siento acalorada, así que decido refrescarme en el agua,
después de haber terminado de repartir el bronceador por toda
la espalda de Esther.
Me incorporo, y paso por tu lado, y veo como dejas el libro, y te
das la vuelta, para quedarte sentado en la toalla.
Tu mirada quema mi cuerpo, avanzo hasta llegar a la orilla, y allí
mojo mis muñecas y mi nuca, y me adentro poco a poco en el
agua.
El agua esta algo fría, pero en realidad lo agradezco, aplacara
mi calor, mi incipiente excitación. Nado tranquilamente, sumerjo
todo el cuerpo, y resurjo mirándote directamente. Nuestras
miradas se vuelven a cruzar. Has estado contemplando todos mis movimientos.
Salgo del agua, el pelo chorrea por mi espalda. Mis pezones erectos,
pero no me avergüenzo, culpo a la frialdad del agua. De ellos
van resbalando gotas de agua hasta mi vientre, bajando por mi estrecha
y recortada franja de vello púbico. Noto como las gotas se
pierden hacia abajo, igual que tu mirada. Paso por tu lado y me dirijo
hacia mi toalla. Al sentarme en ella, me doy cuenta que vuelves a
estar boca abajo. Me excita ese seguimiento que has emprendido conmigo,
me tumbo en la toalla apoyando mis codos, para poder mirarte, no perder
tus evoluciones. Doy una mirada rápida hacia mis amigas, están
todas tumbadas, tomando el sol, inmóviles, diría que
dormidas. Tu mirada fija, sin titubeos, me incita a jugar. Separo
levemente mis piernas, tu situación es perfecta. Flexiono algo
las piernas, así mi sexo queda completamente al descubierto,
expuesto a tu inflexible mirada. Me excito. Creo ver una sonrisa de
aprobación en tu cara. Eso me anima.
Empiezo a mover lentamente las piernas. Mis labios se abren y cierran
con el movimiento. Mi excitación aumenta. Mis movimientos son
una invitación a imaginar tu boca hundida en mi sexo abierto
y mojado.
Tan absorta estoy en mi juego y tu mirada, que me sorprende la voz
de María, otra de mis amigas, preguntando si alguien quiere
un helado. Le contestó que sí. Y veo como se aleja hacia
el chiringuito para comprarlos. El resto de mis amigas no contestan,
siguen durmiendo.
No tarda en llegar María. Me trae un helado de vainilla cubierto
por chocolate, igual que el suyo. Y casi leyendo mi pensamiento, me
dice que prefiere comérselo paseando por la orilla del mar.
Perfecto. Otra vez solos tu y yo.
Me siento para poder comer el helado. Pero dejo mis piernas entreabiertas
para no privarte de tu particular espectáculo.
Saboreo la punta del helado con la lengua. Ahora la imaginación
me invita a sentir mi boca lamiendo tu pene. Sigues mirando. Veo tus
labios entreabiertos, hambrientos. El calor aprieta, y pronto por
mi mano baja un pequeño reguero de vainilla, que acaba goteando
por mi vientre, y se desliza hacia mis labios como antes las gotas
de agua.
Veo tus ojos seguir el recorrido de la vainilla. Bajo la cabeza buscando
esas gotas, y con un dedo las recojo, rozando al subir mi clítoris.
Me llevo el dedo a la boca, saboreándolo mientras te miro,
ya descaradamente. Tan absorta estoy en tus ojos, en tus labios entreabiertos,
en el sabor de la vainilla, que no me doy cuenta, que el helado está
tan derretido que cae casi entero por mi vientre.
Es un trozo grande que se ha desprendido, y resbalado antes de que
pueda reaccionar, y queriendo impedir que manche la toalla, lo atrapo
ágilmente cerrando mis piernas. Ha sido un impulso casi involuntario,
pero después de hacerlo me doy cuenta lo placentero que es.
Aquella sensación de frío, hielo entre mis piernas,
refrescando mis labios, me hace estremecer de placer. Tu te has dado
cuenta. Así como yo me doy cuenta, de tu excitación,
de tu deseo de ser ese trocito de hielo, de estar entre mis piernas.
Me levantó, no sin antes recoger lo que queda del helado, para
ir a tirarlo a la papelera. Y al pasar por tu lado hacia el agua para
limpiarme, vuelvo a ver como te sientas en la toalla de cara hacia
el agua. Vas a seguir mirando.
Entro en el agua, pero sin adentrarme demasiado. Lo suficiente para
que el agua llegue a mi sexo, sin que pierdas visión sobre
él. Quiero seguir jugando contigo. Me giró hacia ti.
Ya nuestras miradas se cruzan sin disimular. Empiezo a frotar mi mano
por mi pubis, lentamente, morbosamente, para limpiar todo rastro del
helado, pero también para que tu veas como lo hago.
Veo como te incorporas, y por primera vez tengo una visión
completa de ti. Buen cuerpo, atlético, proporcionado. Y al
ver como avanzas hacia el agua, mis ojos se posan cual suave caricia
en tu pene. Sonrió al verlo erecto, sé que soy la causa,
me excita el saberlo. Pasas por mi lado, y sigues avanzando un poco
hacia dentro, te giras como si me invitaras a seguirte.
Estamos un poco más adentro, girados el uno hacia el otro.
Mis manos siguen acariciándome, mi dedo recorre mi clítoris.
Veo que te empiezas a acariciar. Estamos tan cerca el uno del otro,
que casi siento tus movimientos.
Veo tu mano alrededor de tu pene, subiendo y bajando por el. La veo
a través de las cristalinas aguas, igual que tu ves como mi
dedo juega alrededor de mi clítoris, como baja y se mete en
mi vagina.
Podríamos acercarnos, tocarnos, darnos placer mutuamente, pero
seguimos así, mirándonos, disfrutando con la visión
del placer del otro, guiando ese placer con nuestras miradas. A pesar
de la frialdad del agua, noto como mi cuerpo hierve, entra en erupción,
pero sigo, no puedo parar.
Notó como tu cuerpo se encoge, tus músculos se tensa,
mis ojos buscan los tuyos, espero una señal, quiero hacerlo
contigo, y tu me la das. Ya no miro tu cuerpo, tu mano atrapando tu
sexo a través del agua. Tu tampoco miras mis dedos penetrando
mi vagina. Nos miramos el uno al otro, fijamente, disfrutando a través
de nuestras miradas del estallido de placer del otro. Veo tu leche
mezclarse y disolverse con el vaivén de las tranquilas aguas.
Siento mis fluidos deslizarse por mi entrepierna, perdiéndose
en la inmensidad del mar. Nos quedamos un momento allí, quietos,
contemplándonos, y casi como si una voz al unísono nos
mandara, empezamos a salir del agua. Caminamos uno al lado del otro.
Estamos a la altura de tu toalla, te sientas y yo sigo hacia la mía.
Mis amigas se han despertado, empiezan a desperezarse y quieren ir
a bañarse. Las veo alejarse hacia el agua. Ese mismo agua de
la que acabamos de salir tu y yo. Ese mismo agua donde nuestros fluidos
se han mezclado sin apenas tocarnos.
Me tumbo boca arriba, y mientras mis ojos se cierran, mezcla de cansancio
por la juerga nocturna, mezcla de deseo de atrapar así lo vivido
momentos antes, notó como tu mano roza suavemente mi pie.
Nuestro único contacto. Tu mano en mi pie. Y así con
esa caricia, me duermo en la toalla. Mi exualidad al descubierto,
pero ahora ya sin vergüenzas. He de reconocer que no he vuelto
a ir a ninguna playa nudista. Pero quizás ya no ha sido por
vergüenza, quizás es por conservar el inolvidable recuerdo
de aquel día. Y también por no olvidar la despedida
de soltera de Marta