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Querido, después de tu sugerencia no podía dejar de pensar en satisfacer tus deseos, y los míos por supuesto. Tenía clavada en mi cabeza su imagen en las duchas del pasado domingo, del cuerpo poderoso y varonil y la negra manguera que se movía colgando entre sus piernas acompañadas de los gordos testículos de toro.
Y lo sucedido el miércoles, cuando se la enjabonaba frotando con la mano entre sus huevos, contrastando la blanca espuma del gel con la negrísima y brillante negrura de su piel. Recuerdas como se encontraba de excitado y su confesión, que no le importaría el tipo de agujero a rellenar, y el mío era el más cercano que tenía, aunque no fue tan directo para expresar sus deseos.
Si no hubiera aparecido aquel inoportuno usuario del gym, que le obligó a girarse hacia la pared para ocultar su tremenda erección, y abrir el agua fría para bajar lo que la naturaleza quería empinado. ¿Qué pudo haber pasado? Seguramente nada, ¿o me hubiera atrevido a tocársela? Tan solo eso, sentir el monstruo palpitando en mis manos, que me hubiera dejado con más ganas.
No era el lugar adecuado. Ya te he hablado de mi deseo por tenerla desde aquel mágico momento. Y son eso, deseos de los que tantas veces nos dejamos tentar y que se quedan ahí, apaciguados en nuestro subconsciente después de la erección puntual que nos produce.
Tus palabras despertaban mis recuerdos que deseaba se durmieran. Llegaste para exacerbar más mi libido, hiciste tuyos mis deseos y querías que, al menos yo, disfruta de mi amigo y te lo contara para gozarlo los dos en diferentes grados, pero era tu ilusión.
A partir de conocer tus pensamientos mi cerebro maquinaba la forma de poder estar con él, de ofrecerme para que me disfrutara y gozar yo también de su cuerpo, que pareciera natural y que las circunstancias lo favorecieran. Tampoco me agradaba que me tomara por un puto deseoso de polla e ir oliéndole como una perra caliente.
Sabes que se hospeda en su hotel, podía haberle ofrecido mi casa cuando supe que vendría, me venció la comodidad y perdí la ocasión que se me brindaba, si lo hubiera pensado un poco en aquel momento. ¡Ah! No lo hice...
El cómo podría llegar hasta su habitación, o llevarle a mí casa, se convirtió en mi obsesión. Decidí invitarle a cenar y lo tenía calculado, hasta preparé una nota del menú que encargaría para que me llevaran ya preparado.
Para el mediodía mis planes habían fracasado antes de comenzar a ponerlos en práctica. Me llamó Tom, podía haberse acercado hasta mi despacho y haber visto la forma de evitar su proposición. Tuvo que ser por teléfono y con su escueto recado.
-Hemos preparado una cena para esta noche y despedir a Robin, tenlo en cuenta. Y colgó.
La gente es egoísta y no piensan más que en ellos, ¿por qué no podía haber sido el viernes? Porque los viernes todos quien estar libres para sus asuntos particulares, o para desplazarse a las ciudades cercanas y pasar la noche bebiendo hasta la borrachera.
Igual sabían más que yo, si Robin tenía que estar en su trabajo el lunes, era posible que marchara el viernes a última hora, pero no me lo había comunicado y sería yo quien le tendría que acompañar al aeropuerto, lo mismo que le fui a buscar a Ámsterdam.
Dejé de pensar para dedicarme a mi trabajo por el que me pagaban un sueldo. Volví de las instalaciones de la depuradora a la hora de comer y pasé por el despacho para recogerle y llevarle a la cantina. Teníamos un día maravilloso, con algunas nubes pero con 25 grados, inusitado en esta parte de Europa y en esta época del año.
Durante la comida no hablamos, solo escuchaba lo que habían preparado para la noche, yo no estaba dispuesto a retirarme muy tarde, al día siguiente el trabajo para mí, con mi forma de ser, era una exigencia constante.
Luego, en el despacho, me mostraba sus ideas del proyecto que no habíamos avanzado tanto. Sacó el móvil del bolsillo y le miraba sonreír, él atento a su teléfono y yo a la pantalla del ordenador.
-Mira, ¿no está fuerte? Miraba fotos de su hijo en compañía sus padres en una playa. Casi no lo recordaba, las últimas fotos que me enseñó había sido un año antes. Le arrebaté el móvil de las manos y comencé a pasar las fotos.
-Es un chico precioso, estarás orgulloso de él. No era una pregunta, porque resultaba innecesaria, se le notaba lo contento que estaba de su hijo, que a su tierna edad apuntaba las maneras y figura de su padre, con la piel más clara pero los mismos rasgos.
-Sabes que el lunes tengo que estar en mi trabajo y he pensado cerrar el vuelo para el domingo… Parecía un poco violentado y dejó de hablar con la vista fijada en una imagen del niño.
-Si tienes tiempo podríamos ir el viernes a Ámsterdam y así me enseñas con más detalle la ciudad, nos quedamos allí y el domingo cojo mi vuelo. ¡Ohh! ¿Pero qué sucedía?, resultaba inconcebible.
-¿Me estás proponiendo que pasemos un fin de semana juntos? Robin, tú estás loco, ¿qué podemos hacer nosotros dos días en Ámsterdam? ¿Qué estaba diciéndole? Si era lo que deseaba.
-Somos amigos, nos conocemos desde hace dos años, aunque no hayamos estado mucho tiempo juntos, tú eres gay y yo no, yo te gusto, no lo niegues, y yo me siento bien contigo, sin hablar de que tengo que agradecerte todas las atenciones que tienes conmigo.
Tenía mi boca abierta, de forma encubierta me proponía una aventura, “yo era marica y el no, pero se sentía a gusto a mi lado”. Y mi respuesta fue rápida.
-De acuerdo, cada uno paga lo suyo.
-El hotel lo pagará la empresa, a ella le da lo mismo que este en el de aquí o en otra ciudad, los gastos están cubiertos hasta que vuelva a mi lugar de trabajo.
¡Síííííííííííííííí! Grité en mi interior. ¿Te das cuenta amigo? Tanto pensar y la fortuna me sonríe sin trabajarlo siquiera.
-De verdad que eres un chico…, un amigo… Comenzó a hablar y no terminaba la frase. ¡Ohh, se puso rojo!, un negro rojo, creo que donde se le notaba era en los labios que se volvieron más negros y el blanco de los ojos que se le pusieron rosas.
-Bueno, que me gusta estar contigo, no eres como esos putos que… ¡Hui! Perdona… No sabía dónde mirar y quise terminar con su confusión.
-Vale, se lo que sientes, trabajemos un poco, tengo que terminar unos informes para mi jefe.
Amigo. Te habrás quedado pensando…, ¿qué? Dímelo tú, seguro que coincidimos.
La cena no estuvo mal, cuando habían tomado varias cervezas todo fue alegría, las chicas beben como algo increíble, se gastan el dinero en beber y divertirse…, ya lo sé, yo soy el rarito maricón.
Preferiría que la cena hubiera sido en aquel restaurante donde me llevó mi madre, ¿recuerdas cómo te hable de él? Donde el amable camarero me ayudó a colocarme el abrigo, adoro esos detalles de los hombres y que me traten como a un igual, ni más ni menos, aunque en este caso, al ser yo un chico, igual se pasó un poco, o no supe ver su intención. Ya me voy del tema.
Y no sé si te conté de una vez que mis padres me llevaron para comprar un coche, aunque entonces tenía catorce años. El vendedor era un señor de unos treinta y cinco, fíjate, y yo catorce, ya hacía tiempo que sabía mis preferencias y él resultaba un tipo guapo. Al recibirnos, después de saludar a mis padres me ofreció la mano. ¡Qué tontería! Me enamoró ese nimio detalle.
Pero no, no puede ser así, treinta euros por una cena siempre les parece demasiado, y sin la bebida que necesitan como si fuera una droga el precio resultaba un escándalo. Las cazuelitas que nos sirvieron estaban muy buenas, probé de varias y el bar restaurante, para mi suerte, estaba cerca de mi casa.
Me había preparado para competir con el resto de las hembras que estarían en la cena, sabía que atraer a un joven macho hetero resultaba muy difícil en competición directa con una hembra de su especie, pero hice lo que pude, me lavé, me apliqué alguna crema discreta, utilicé una buena colonia, y por último me vestí de la mejor manera sin exagerar para no resultar extravagante. Estuve un rato con ellos y cuando enfilaban hacía los tugurios del centro me despedí para irme a la cama. Mis artimañas habían conseguido su efecto, y Robin hubiera preferido continuar a mi lado, escuchando mi voz, zalamera a veces, antes de seguir el protocolo establecido de beber sin sentido alguno.
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Robin había reservado habitación. Creo amigo mío, que lo tenía ya decidido de antemano y el pedírmelo fue puro formalismo. Me olvidé de los problemas de la depuradora para centrarme en adelantar el trabajo que después seguiríamos desarrollando a distancia con los otros integrantes del proyecto. No podía dejar de recrear mi vista mirando su fuerte cuerpo, sabiendo ya lo que escondía debajo de su traje, elegante como siempre. Iba a pasar dos noches con este hombre que imaginaba llenas de eróticas secuencias de película.
A media mañana nos llamaron de dirección para conocer sus impresiones, o cumplir el protocolo de vigilancia del trabajo que habíamos hecho. Marchó después de comer para liquidar su hotel y preparar la maleta, y yo casi corrí los diez minutos de tiempo que me lleva el ir desde la fábrica a casa.
Quedamos en que iríamos en tren y así me despreocupaba del coche. Me lavé, me lavé, me lavé y relavé, no quería que hubiera sorpresas de cualquier tipo y me llevé todo mi equipo de higiene. Me sentía nervioso, a punto de colapsar en un desmayo de damisela en su primera aventura.
Salimos tarde, muy tarde y no veía el motivo. A la media hora pasábamos por Utrecht y en otro tiempo parecido llegábamos a Ámsterdam. The Times Hotel se encontraba relativamente cerca de la estación de ferrocarril y en el centro de la ciudad.
Eran más de las nueve y media cuando dimos por concluida nuestra instalación, la habitación resultaba moderna pero no muy diferente a la de cualquier otro hotel. En un restaurante cercano pudimos tener una pequeña cena por la que no sentía interés alguno. Terminamos y salimos a la calle.
-¿Qué hacemos ahora? Mi pregunta encerraba una segunda intención: -“¿vamos a follar o no?”-.
-Si mañana queremos ver algo deberíamos ir a la cama, ¿tú qué opinas? Su respuesta también tenía su intención: –“¡venga, vamos a follar de una vez!”-.
Los dos nos sentíamos cohibidos, eso era indudable a pesar de nuestra edad y las aventuras vividas de este tipo, nos respetábamos demasiado.
La habitación era de una cama, grande pero una, pedida a propósito por mi amigo que se convertiría en poco tiempo en mi amante. Comenzamos a desnudarnos, cada uno a lo nuestro. En bóxer nos fuimos a lavar la boca, él a mear. Se me escapaba la mirada a la verga que sacaba por la pata del bóxer para apuntarla con destreza a la taza del váter. Suspendía el cepillado de los dientes para escuchar el chorro caer y estrellarse salpicando la loza blanca.
Volvió a esconder la verga, resultaba increíble que toda esa carne se contuviera en tan poca tela. Se apoyó en la puerta esperándome.
-Voy en un momento, puedes esperarme en la cama. Sin responder se marchó. Me quité rápidamente el bóxer y me metí en la ducha, volvían mis dudas y prejuicios de si estaba listo y preparado, volví a limpiarme, a darme crema metiéndola profundamente en el ano, me perfumé y coloqué un tanguita de hilo que se metía entre las nalgas, como si no tuviera nada visto por atrás.
Tenía la televisión encendida. Jugaba con su verga liberada del bóxer mientras miraba una película porno, una chica morena y con grandes tetas a quien acariciaban dos hombres y uno de ellos sacaba la polla por la bragueta para dársela a mamar.
Cambió de dirección la mirada, me sonreía un poco sorprendido aunque ya me había visto denudo como yo a él, sería por la breve tela que contenía mi pene y los huevos. Me sentía tan vulnerable que crucé los brazos por el pecho y un poco las piernas, en una pose femenina, no había duda, intentando tapar mi desnudez.
–Te estamos esperando. Empleaba el plural sin dejar de pasar la mano por el pene.
Me tumbé a su lado y acerqué mi pierna para hacer contacto con la suya, la tenía caliente en contraste con la mía fría. Me giré y le coloqué la mano sobre el pecho. Tiene un poco de vello ensortijado en el centro y rodeando las tetillas, luego en el ombligo, aumentando desde allí hasta el pubis donde se espesa y en los muslos en la parte interior.
-¿Puedo besarte Robin? Mirándole atentamente, como estaba, no me había percatado de que él hacía lo mismo y su respuesta fue tirarse sobre mí y colocar sus gordos labios tapándome la boca. Se separó un segundo después de chuparme los labios y morderlos.
-Te deseo Robin.
-Yo también, ¿no lo ves? Debo ser algo marica porque tú me gustas y excitas. Me pegó dos mordiscos que pensé que me comía el labio y se apoyó sobre mi restregando su pecho en el mío.
-¿Qué haces? Le dije divertido.
-Calentarte, estas helado y así tu verguita no se podrá dura.
Y aunque parezca mentira entre en calor. Respondía a sus besos y le di varios en el cuello, en la cara. Robin tenía los ojos cerrados, sus fuertes brazos me sujetaban, nuestras vergas se tocaban a través de la tela del tanga. Mis besitos no cesaban, sujeté su rostro y le iba besando el mentón, las mejillas, la frente. Yo besaba y él también, varias veces hasta que los labios se encontraban y comenzó a querer meterme la lengua empujando furioso en mis dientes apretados.
Mi polla se había puesto dura, notaba su enorme paquete como él notaba mi dureza y me entregó varios besos que recibía con gusto en la boca, cuando su lengua entraba y salía follándome con ella. Buscaba mi lengua sin parar hasta que comencé a luchar con la suya en suaves caricias de lengua rozando una con la otra excitando mi cuerpo.
Me dio la vuelta y me colocó sobre él, sus grandes manos retiraban el hilo del tanga y acariciaban el ano, agarraba con fuerza mis redondas nalgas, cada una en una mano y clavaba los dedos en ellas. Yo me agarraba a su pecho, acariciando sus costados y el bien formado abdomen metiendo la mano entre los dos cuerpos.
Lamía sus tetillas jugando con los caracoles del vello hasta que se le pusieron duras. Me estaba metiendo un dedo de cada mano por el ano estirándolo, sin hacerme daño, solo era placer lo que me hacía sentir y me relajaba entregándome a mi macho, sin oponer resistencia, dejando que dilatara mi culo para lo que vendría.
-Robin, quiero chuparte la verga déjame el culo. Enseguida tiro de la tela que me cubría dejándome desnudo como él estaba, sin moverse me sostuvo por las caderas y me rotó sobre su cuerpo, le cabalgaba con mi polla sobre su cara y la suya ofrecida a mi golosa boca.
Lance un tremendo lamento cuando su lengua pasó por encima del ano mientras me abría con las manos tirando de las nalgas.
-¡Ahhhhhhhhhhh! Volví a gemir cuando me lamió los huevos pasando por todo el perineo hasta el culo y acto seguido se comió el glande de la polla y toda la verga entera. Tenía todo mi miembro dentro de él, dándome una mamada impresionante.
Quería centrarme en su polla y me resultaba imposible.
-¡Ohh! ¡Ohh! ¡Ohh! ¡Ohh! ¡Ohh! Gemía y gemía sin parar cada vez que aspiraba cuando la sacaba de la boca.
-¡Ummm! ¡Sííí! ¡Ummm! ¡Sííí! ¡Ummm! ¡Sííí! Suspiraba cada vez que apretaba mis glúteos para comerse la verga entera.
La mamada se hacía más rápida e intensa, yo querido sacar la polla de su boca y él meterla.
-Robin, me voy a correr. ¡Qué rico! Me voy Robin, me viene ya. Tiré el culo para arriba y retirar la verga, pero él no lo consentía y la mantenía a medio camino.
Me ahogaba el placer y dejé de luchar, comencé a tirar la leche en su boca y él la tragaba a la vez que efectuaba otra nueva succión. Me dejé caer, sin vida, muerto por el placer recibido. Descansé un par de minutos, con su polla como almohada, llenándola de mi aliento mientras acariciaba sus testículos como agradecimiento. No dejaba de gemir y arquear la espalda contrayéndola en mis últimos estertores mientras él seguía lamiendo los restos del semen limpiándome la verga.
-¡Ohh! Robin, que mamada más rica. Ahora tú, es tu turno.
-¡No!
-¡Pero…!
-Quiero metértela.
-Tenemos toda la noche, no va a pasar sin que me cojas.
Agarré su pollón como un perro hambriento su bocado, me bajé de él para colocarme sentado arrodillado entre sus piernas sin por ello soltar su gran falo. Estaba cubierta de su precum y me resbalaba por la mano. Le masturbé con movimientos suaves y constantes, era una delicia sentir resbalar la mano por se tubo caliente, con la otra mano masajeaba sus duros huevos.
Robin empezó a bufar, la polla se endurecía y cada vez tiraba más pre semen, estaba cachondo perdido abriendo la boca y enseñando todo el rojo interior contrastando con el blanco de los dientes. Las venas comenzaban a marcársele. Me senté sobre él pasando la barra de carne por la raja de mis glúteos, despacio, suave, mirándole la cara de sorprendido placer que ponía.
-¿Te gusta Robin? ¿Te va lo que te hace tu putita?
¡Ayy! Nenito, me encanta. Apreté su verga con las nalgas sin dejar de masturbarle con ellas, corría muy suavemente ayudado por la lubricación de su precum.
-¡Ahh! Robin que bien me siento con tu gorda polla rozándome el culito.
-Es una paja que nunca me habían hecho, sabe delicioso. Me reía y me acerqué para besarle los labios y a continuación volví a bajar, para de verdad sentir ese salado caramelo en mis labios.
Lo lamía con gula, saboreando el sabor de sus fluidos y los míos que manaban de mi culo, no cesaba de lamerlo desde los testículos hasta la boquita de la uretra, metía un tercio de ella en la boca hasta topar en la garganta y el resto mis manitas se encargaban de frotarla. Le comí los huevazos gordos y pesados.
Comenzó a temblar y supe que le llegaba el orgasmo.
-¡Córrete! Dame tu leche.
-¡Ahhhh! Gritó antes de comenzar a tirar largos chorros de esperma, los recibía en mi boca pero no los tragaba, los dejaba resbalar sintiendo como bajaban por mi barbilla hasta su velluda pelvis-
-¡Ahhh! ¡Ahhh! ¡Ahhh! Gritaba cada vez que lanzaba una carga en mi boca.
Tenía totalmente blanca la base de la verga y le resbalaba hacia el ano, era un semen muy blanco y espeso, pasé los dedos por él y lo recogí para llevarlo a mi lengua, me supo rico, antes no lo había degustado de tanto que recibía y dejaba salir.
Continué lamiendo y comiendo toda esa cantidad tan grande de leche, me daban ganas de eructar y el sabor y olor me llenaban, el semen de un varón en plena actividad sexual es maravilloso para los que nos gusta y lo disfrutamos.
Jugué con su polla estirándole la piel para sacar cualquier resto y poderlo recoger con la punta de la lengua, se lo ofrecía y me la chupó llevándose su leche.
Me acurruqué a su lado abrazando su ancho tórax.
-¿Y ahora qué? No quería que todo terminara.
-Ahora veremos un poco la televisión hasta que éste se reponga. Señalaba hacía su dormido pene.
No habrían pasado más de quince minutos cuando comencé a acariciarle los abdominales, me admiraba su perfecto cuerpo, brillante en algunas partes por lo negro de la piel y al acercarme a su miembro comenzaba a coger vida de nuevo, a moverse en suaves impulsos y a salir una gota de leche que abrillantaba su glande. Se giró levemente y comenzó de nuevo a besarme.
-Eres una criatura muy bonita. No me esperaba su halago.
-¡Oh! Robin, no sabía que me vieras así.
Le besaba con deseo, notaba su cuerpo desnudo pegado a mi piel, le acariciaba y enredábamos nuestras piernas haciendo que nuestros penes se frotaran y después de unos minutos de caricias me colocó arrodillado, abría las piernas y se colocó detrás de mí.
Me besaba la espalda con sus gruesos labios, haciendo chupones que me dejarían marca. Mordía mis hombros haciéndome gemir y tiró de los glúteos para separarlos y tener ante él la entrada de mi anito. Se inclinó comenzando a besarme el culito.
Sentía delicioso y suspiré haciendo ruido al notar la humedad de su lengua en la rajita.
-Robin, qué rico me lo haces. Empinaba el culito para facilitarle la labor y que pudiera lamerme la raja de arriba abajo hasta llenar el hoyito con su lengua empujando para entrar.
-¡Sí, sí! Mi Robin. ¡Ahhh! Y no hacía más que gemir cuando metió la lengua en el ano.
Metía la lengua, la sacaba y cambiaba metiendo los dedos. Tenía la polla que me dolía de excitación y me colgaba de la uretra el pre semen que salía. Su combinación de lengua-dedos hacía prodigios en mi culo.
-Más, más Robin. ¡Uii! Fóllame mi vida, dame tu verga. ¡Rómpeme el culo!
Pero él solo chupaba mi culo y mis huevos mientras me masturbaba el rabo.
-¿Me vas a follar Robin? No aguanto más amor.
Me dejó caer y me dispuse mirándole y abriendo las piernas. Me miraba directo a los ojos pegando su pecho al mío notando su enorme verga pegada a mi culo. Me besó en la boca.
-Te voy a proteger bonito. Se puso de rodillas y no sé de dónde sacó un condón y mordió el envoltorio para abrirlo. Comenzó a deslizarlo por la verga y no lograba ponerlo.
-¡Espera! A la vez que le pedía llegue con la boca a su pene y lo llené de saliva.
Entonces pudo comenzar a colocarlo, la goma se ponía muy tirante y resultaba difícil meter su tremendo miembro en el profiláctico. Cuando terminó lo miré perplejo, solamente había cabido la mitad de la verga, nos miramos y comenzamos a reír.
-¡A la mierda! Me han dado de los medianos.
-¿Tú estás bien?
-Sí, no corres peligro.
-Yo también estoy sano. Y tiró del condón que se rompió al sacarlo.
Me iba a follar a palo y sería mejor, de otra forma podía dejarme el condón dentro del recto.
Volví a mi posición inicial y reanudamos los besos.
-No he sentido esto con otros chicos. Susurraba en mi oído.
-Nunca me han metido una verga como la tuya Robin.
-No te preocupes, iremos despacio y lo pasarás bien.
-¿Confías en mí? Le miré a los ojos y le abracé para susurrarle al oído.
-Sí Robin, sé que me lo harás bien, quiero tu gorda verga en mi vientre, aunque me duela o me rompas, estoy tan deseoso.
Se apoyó en el codo de su brazo izquierdo y con la mano derecha llevó la verga a mi hoyito. La presión de la verga sobre mi culo iba aumentando, el glande que no era muy abierto entró fácilmente. El precum que le salía y los jugos de mi ano lubricaban de maravilla el proceso.
Me abracé a su espalda.
-Empuja Robin, empuja. El enorme garrote comenzó a deslizarse en mi culo, lo sentía deslizarse anchando el conducto.
-¡Ahhh! Robin, sigue, no pares, que rico Dios mío. Apretaba sus nalgas con fuerza empujando para entrar, y contraía el cuerpo en pequeños empujones que iban logrando que entrara centímetro a centímetro. La sacaba y la metía avanzando un poco más, notaba que tocaba fondo en mi vientre y me dolía, respiré fuerte para relajarme y me empujé hacia él.
Sus huevos chocaron con la entrada de mi culo.
-Robin, estás todo dentro de mí. Tenía toda su hombría en mi interior, nos mirábamos asombrados los dos, sin podernos creer que aquella barrena de carne hubiera entrado tan fácil y toda ella.
Se quedó quieto, esperando y mientras mi culo se hacía a su verga, comenzó a besarme, cuando se movía un poco notaba sus cojones de toro pegados a la puerta de mi ano.
Apretaba y distendía mi esfínter hasta notar que salía y entraba sin dificultad.
-Dale Robin, empieza despacio.
Comenzó a bombear con suavidad y coloqué las manos en sus muslos para controlar las embestidas, las estocadas eran suaves, pero en un continuo mete saca, hasta sacar casi toda la verga y volverla a meter.
No podía controlarme del placer que sentía, y suspiraba continuamente gimiendo con grititos de placer cada vez que me perforaba, resultaba riquísimo y era un follador experto sabiendo embestir y moverse en mi interior logrando mi mayor gusto y placer.
No parecía estar cansado aunque sudaba, yo también tenía que retirarme el sudor para que no me entrara en los ojos.
-¡Ayyy! ¡Ayyy! ¡Ayyy! ¡Ayyy! ¡Ayyy! Gemía continuamente y me cambió de postura sin retirarme la verga. Empalado en ella me colocó arrodillado y lo que había salido para el cambio, lo volvió a meter en un movimiento rápido. Así me daba más fuerte y notaba el sudor en la espalda cuando se apoyaba para descansar de la galopada que me daba.
Cuando descansaba mordía mi nuca y me hablaba.
-¿Así te gusta, putito? ¿Te entra bien al fondo como querías?
-Sí papi, sí, dame más. Y entonces me penetraba con violencia haciendo ruido del golpe de nuestras carnes.
-Te gusta, ¡eh! Mariconcito, calienta pollas, te tenía unas ganas locas. Ahora toma la verga del macho que querías.
-Así, así te gusta que te folle.
-Sí, papi, dámelo todo mi amor.
El roce, las palabras, el olor…, todo me incitaba a querer que me llenara una y otra vez con su pollón y como lo disfrutaba mi culito ansioso de una verga.
Volvió a ponerme cara arriba, con los pies sobre sus hombros, sudaba a chorros bombeándome el culito sin parar.
-Estoy para venirme, voy a llenarte el culito y preñare putito. Susurraba en mi cuello sin dejar de penetrarme. Su verga se engordó y se puso más dura, supe que iba a correrse de un momento a otro y deseaba que nuestro orgasmo fuera a la vez.
Sujeté su cintura para moverme y rozar mi polla contra su abdomen.
-Me voy putito, me voy.
-Si Robin, préñame papi.
Y comencé a sentir su caliente semen llenando mis entrañas discurriendo por mi vientre, llenándolo de él.
-¡Ohh! ¡Ohh! ¡Ohh! ¡Ohh! Robin. ¡Ohh! ¡Ohh!.
Eran chorros lo que sentía llenarme hasta desbordar y salirme del culo.
-¡Ummmmmmm! Mi vida. Apreté mi cuerpo contra él elevando las caderas y comencé a mi vez a vaciarme entre gritos.
-¡Robin! Qué rico, Dios. Dios. Dios. Seguía sintiendo manar el semen y llenar mis entrañas.
Respiraba con dificultad sobre mí sintiendo las últimas convulsiones de su orgasmo, yo estaba deshecho, desmayado sin poder respirar.
Nos dimos una ducha rápida y nos metimos en la cama, habíamos estado follando tres horas y no podíamos más, yo al menos estaba muy cansado. Me encantó cuando me abrazó por detrás apretándome la espalda contra su pecho y podía escuchar los latidos de su corazón.
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Cuando desperté Robin seguía dormido, desnudos los dos sobre la sábana, su negra piel hacía más blanca la tela. Me incorporé para mirarle, permanecía de costado girado hacia mí, le vi muy guapo y varonil con la incipiente barba brillando negra en su cara. Su verga descansaba algo dura sobre la cama, y su mano izquierda cubría su pubis llegando con la punta de los dedos a sus testículos pegados a la base de la verga.
Aparte la mirada para evitar excitarme, no me importaría comenzar a acariciarle y lo que vendría después. Miré la hora en el móvil, las once y cinco de la mañana y me sobresalté. Habíamos perdido muchas horas y teníamos que recuperarlas. Me daba pena despertarlo pero acaricié su brazo y abrió los ojos blancos y preciosos.
-Robin, es muy tarde, tenemos que salir a la calle.
Una rápida ducha, lavar la boca y sin afeitarnos nos pusimos una ropa cómoda para andar por la ciudad. Bajamos a desayunar a la cafetería y salimos a la calle. La temperatura había dado un tremendo bajonazo de la que disfrutamos los días pasados pero para caminar no importaba siempre que no lloviera.
Pedimos un plano y a caminar. La casa de Anne Frank estaba muy cercana, había muchos visitantes y la cola para visitarla resultaba interminable, podíamos pasarnos horas haciendo cola y no era esa nuestra intención.
Con el poco tiempo de que disponíamos resultaba más atractivo caminar por la hermosa ciudad para verla, que meterse en museos aunque fuera el de Van Gogh. Anduvimos mucho entre calles o a mi me lo parecía. Robin no perdía ocasión para acariciarme el culo aunque la culpa era mía por el pantalón que llevaba, apretado y que recogía mis finas nalgas, con un tanga que entraba entre ellas dibujando a la perfección mi trasero que yo movía coqueto para él.
Pedimos para comer en “La Oliva”, la mesa estaba cercana a una de las ventanas, y pasamos el tiempo mirando el caminar de los numerosos paseantes que no parecían descansar. Como su nombre indicaba tenía comida española, o algo parecido. A Robin le había llegado a gustar nuestra cocina después de pasar siete meses en Barcelona. Los pintxos los resultaban riquísimos y dejamos que nos pusieran una selección.
Después de la comida nos sentamos en un banco al lado de un canal y comenzamos a caminar para llegar al Barrio Rojo. Como era de esperar el comercio del sexo y la carne esta ya despierto y las mujeres invitaban a entrar para disfrutar de ellas. Robin rechazó el reclamo de una pintada chica que pensó bien al indicarnos que también disponían de chicos para pasar el tiempo.
Me metió en una de las numerosas tiendas de artículos sexuales, le dejé mirando las estanterías rellenas de diversos objetos, alguno que no había llegado a ver. Salimos después de una hora, Robin con una bolsa de objetos que no supe lo que eran. No le estuve vigilando, y yo no compré ni gasté el dinero en juguetes sexuales.
Se hacía tarde y por mucho que hubiera que ver era el momento de volver al hotel, teníamos que dejar la bolsa que Robin llevaba. Decidimos comer algo en el hotel antes de salir para ver un espectáculo erótico con sexo público en el escenario que me habían comentado.
La comida del mediodía no había sido abundante y Robin tenía hambre, nos cambiamos de ropa, y habíamos ido a Ámsterdam para verla aunque hubiera preferido otra cosa, reanudar lo de la noche anterior con este hombre al que me quedaban escasas horas de tenerlo a mi lado.
Enseguida encontramos el local cercano a Rembrendtplein, estaba lleno de público y nos dieron una mesa al fondo del local, estaba bien enclavado y podía verse la pista perfectamente para seguir el espectáculo. Pedimos nuestras bebidas y bajamos a bailar.
Yo no lo hago mal y se moverme pero Robin, él solo resultaba un espectáculo, me gustaba lo bien que sabía bailar y lo erótico que se le veía con sus movimientos corporales. Me sujetaba de la cintura por detrás aplastando su paquete contra mis nalgas y lo frotaba contra ellas.
-Robin, ¿no querrás follarme aquí? Parecía que era lo que pretendía aunque todas las parejas hacían lo mismo. El baile continuaba y pensé si no iba a dejar de llegar gente. Nos retiramos a nuestra mesa cuando las luces se pagaron y encendieron las del centro del escenario, algo del espectáculo iba a comenzar.
Aparecieron seis chicos, bailaban haciendo figuras entre ellos, vestían unas camisetas de tirantes rotas, hechas girones a propósito y unos diminutos pantalones. Se abrazaban acariciando los cuerpos y Robin se aproximó cogiéndome la mano para que la llevara al bulto de su pantalón. Se estaba excitando con el número de los bailarines, otras parejas a nuestro lado no se contenían y algunos tenían sus penes al aire, se los acariciaban o eran sus compañeros los que los masturbaban sin perder de vista lo que sucedía en el escenario.
Uno de los bailarines tiró de la cintura de su pantalón y se deshizo como si se abriera por una invisible cremallera, su verga quedó a la vista y otro se arrodilló empezando un juego erótico donde se la metía en la boca. Otra pareja simulaba que se cogían unos a otros, todo era un baile pero se veía como si estuvieran teniendo sexo delante del público.
Cuatro bailarines se agarraron de los hombros tapando o dificultando la visión de una pareja. Cuando deshicieron la figura y se soltaron, la pareja estaba copulando sobre la pista. Era claramente visible como uno hundía su verga en el ano de su pareja.
A nuestro alrededor, algunos, arrodillados mamaban las pollas de sus amigos. Estaba muy excitado por lo que veía y olía y por la dura verga de Robin que no dejaba de crecer y endurecerse. Robin se puso de pie y se bajó los pantalones junto con el bóxer, su polla saltó al aire. Creí que deseaba que se la chupara como hacían otros e iba a ponerme de rodillas ante él. Tomo asiendo con medio cuerpo desnudo, su verga erguida apuntando al techo
-No pequeño, no pierdas de vista el espectáculo. Me levantó del asiento y me bajo el pantalón dejando mi tanga puesta. Me sentó sobre sus piernas, con su verga metida entre las mías, dándole la espalda. Los dos sin perder de vista lo que se hacía en la pista donde el baile seguía, y otros comenzaban la cópula en diferentes posturas, con focos que los iluminaban encendiéndose y apagándose, dejando ver un si – no.
-Te la quiero meter, ¿estás dispuesto? Robin follaba mis nalgas y sentía su pene pasar frotando la entrada de mi ano pero no podía abrir mucho las piernas para sentirle en toda su magnitud. Resultaba todo muy erótico y excitante, cada uno ocupado en su placer y el de su pareja, y todos mirando lo que nos mostraban sobre el escenario, como si fuera una clase de posturas para que el público hiciera también. Volví la cabeza y abracé su cuello, mordió mi boca chapoteando con su mojada lengua en mis labios.
-Sí Robin, sí, dame por el culo mi amor. Se puso de pie y me empujó para que me inclinara apoyando las manos en la mesa, me abrió las nalgas tirando de ellas y tuvo la precaución de meterme los dedos y comprobar que tenía el culo dilatado y dispuesto. Apoyó el pene en mi hoyito y empujó, comencé a sentirme invadido, notando como iba tomando posesión de mi culo con su dura verga palpitante y caliente.
Me follaba así, sin importarnos los vecinos que nos comenzaban a mirar, debíamos de ser un complemente a lo que sucedía en el escenario. A pesar de estar inclinado para que tuviera mis nalgas bien altas, podía ver lo que sucedía en la representación, excitado totalmente por la cogida de mi culo y lo que veía. Me calentaba sentirme observado por los que a veces nos miraban y luego volvían la vista al escenario.
Gozaba como un loco, puto desviado, sintiendo sus largas manos en la cintura tirando y alejándome de él para que su verga entrara y saliera. Se sentó conmigo encima de él con la polla en mi agujero y así descanso unos minutos mordiéndome el cuello, las orejas y la nuca.
-Es riquísimo follare así putito. Yo movía el culito como perra queriéndose desligar del nudo de su perro, gozando de su trozo enorme de carne invadiendo mis entrañas.
Descansaba para volver a la carga y hacer que me pusiera otra vez en disposición de cogerme, duro, fuerte hasta que rugió sin importarle que se le escuchara y vaciaba sus cojones tan tranquilamente en mi vientre. Dejó el semen en mi culo y los bailarines no dejaban de follar, y yo no me había corrido. Volvió a sentarse sin sacar su pene que no perdía la dureza, yo me movía disfrutando de la leche que salía escapando de mi culo y la suavidad con que ahora discurría su verga entrando y saliendo, el sentado y yo empujando para meterme su pene y sacarlo hasta que, sin tocarme, me derrame en el tanga que contuvo mi lechada.
Resultó una cogida de impresión y gustosa, los del escenario aguantaban más que nosotros. Cuando sentí que el pene de Robin se empezaba a encoger, recogí de mi bolso un montón de pañuelos. Escuchaba los gritos de los que en cada momento se iban corriendo, liberando sus testículos en los culos o las bocas de sus parejas. Se apagaron las luces durante un minuto y los bailarines desaparecieron, volvía la música de baile.
-Sácala con cuidado para manchar lo menos posible. La follada había estado de muerte pero ahora llegaba lo peor. Apreté el culo cuando el glande salió para evitar que el semen se me escapara del culo. Nos limpiamos lo mejor que pudimos, para Robin resultó más fácil pero yo tenía el recto lleno de su semen que tenía que expulsar.
-Voy a los aseos un momento. Me dejó marchar sujetando lánguidamente mi mano hasta que el contacto se rompió. En el antro sabían lo que vendría después de cada sesión y tenía numerosos cubículos para atender nuestras necesidades. Había muchos chicos esperando a tener su lugar y poder vaciar lo que su hombre le hubiera dejado en su culo.
Se escuchaba el chisporroteo de los anos expulsando lo que tenían dentro, a veces alguno que hacía demasiada fuerza se tiraba algún viento mezclado con el esperma que vaciaba, me sonreía pensando en lo que nos pasaba.
Los machos se quedaban en las mesas satisfechos de haber cogido a sus hembras y nosotras disfrutábamos el doble, el haber sido bien cogidas, penetradas por las vergas de sus hombres, y ahora por el placer de sentir salir de nuestros intestinos la carga que los sementales nos habían regalado. Todo estaba preparado con toallitas húmedas para limpiar nuestros hoyitos después de sacar las simientes de nuestros vientres.
Y la fiesta continuó durante horas, el baile y la música no paraban aunque el mundo estuviera para reventar. Llegamos al hotel cansados, terriblemente sucios y sin ganas de una ducha. Caímos directamente en la cama, destrozados por toda la noche pasada, para dormir pocas horas. Su vuelo partía a las dos de la tarde y tenía que estar en el aeropuerto dos horas antes. No podíamos comer juntos.
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Nos duchábamos deprisa, yo pensaba que tenía que haber cogido un vuelo más tarde, pero él tenía sus planes. Todo había finalizado. Veía escurrir el agua de su pollón y mentalmente le dije adiós. Sí, adiós quizá para siempre. En Julio volveríamos a estar juntos, serían un par de días, con el resto de los compañeros y nuestros instructores. Días de mucho trabajo para demostrar lo que habíamos aprendido en estos dos años.
Y además, sabíamos que él no era para mí ni yo para él, ¿para qué darle más vueltas al tema?
Liquidó la cuenta del hotel, cada cual desayunaría lo pudiera en su camino de vuelta a nuestras casas. Cogió un taxi que lo llevaría al aeropuerto. Un abrazo. Un adiós sin palabras.
Tiré de mi pequeña maleta camino de la estación alejada diez minutos del hotel.
Y fin querido amigo, te lo relato como me pediste, solo te suplico que cuando lo leas no te enfades ni molestes. Al final no merece la pena.
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