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Renta congelada
--"Mire… ya sabe que no lo he molestado en todo este tiempo… pero… hace dos años que no renovamos el contrato y… pues… tengo que hacerle un nuevo contrato y… aumentarle la renta… lo siento, pero tengo que hacerlo", la voz indecisa, la mirada fija en mi por encima de sus gafas de aumento. Era doña Toña, la dueña del edificio donde vivo que me daba la tan esperada mala noticia: el aumento de la renta.
--"Es que… bueno, yo he tratado de ser buen inquilino… nunca me retraso en los pagos y no he cometido faltas, ni tengo de mascotas o perros cagones, ni hago escándalos, pero… si me aumenta la renta… no tengo más remedio que buscar otro departamento… usted no lo sabe pero… me cuesta trabajo pagarle la renta, es algo cara, pero sigo viviendo aquí porque me siento a gusto, pero si las cosas cambian, tendré que buscar otro lugar donde vivir", le dije resignado.
De momento el silencio entre ambos sólo era interrumpido por el ruido de su secretaria al escribir en su máquina eléctrica, por fin la madura se decidió a hablar: "mire Alberto se que es algo difícil, pero tengo que hacerlo, no hay alternativa –sus ojos asomando arriba de sus gafas--, sé que es buen inquilino, de hecho es uno de los más antiguos y estamos muy satisfechos con tenerlo aquí pero… no se que hacer, no se… tal vez logré que el aumento sea de tan solo un… digamos… ¿ocho por ciento, le parece?".
--"No se doña Toña… además cada mes sube mi consumo de gas y yo vivo solo, no cocino ni tengo calefacción, sin embargo el costo del gas sube mes a mes, usted lo sabe y pues…, creo que tendré que irme".
La mirada escrutadora de la señora de cabello castaño y teñido se hizo más aguda y sus pechos abundantes parecieron crecer cuando la doña inhaló aire para decir: "mire… tenemos que hablarlo, ponernos de acuerdo, será un pequeño aumento, además mandaré a revisar su medidor del gas, posiblemente esté fallando y por eso marca de más, mire… el próximo sábado se muda el matrimonio ese… los chicos esos del 5 que trabajan en Iberia, ya sabe… les pedí el departamento, sus peleas conyugales se han hecho famosas… y por demás molestas, hasta usted, creo, que ha tenido que intervenir ¿recuerda?, así que el sábado entregan el departamento y voy a ir como a medio día a recibir las llaves y a revisar que no haya desperfectos… si quiere ese día platicamos y nos ponemos de acuerdo con el aumento… ¿cómo ve?".
--"No se doña Toña, creo que voy a empezar a buscar otro departamento", le dije resignado.
--"Ande, no sea así, sólo serán como 200 o 250 pesos más, usted los puede pagar, no se haga!", dijo la mujer creyéndome el rey Midas, y la miré alejarse hacia otra oficina, meneando el trasero de forma cadenciosa, dejando detrás el suave aroma de su perfume.
Cuando desapareció suspiré pensativo tratando de asimilar al "atraco" del aumento de la renta, pero a la vez añorando la anunciada despedida de la "Chica Iberia", como había yo bautizado a la vecina del "5", joven, madre de una bebita de año y medio, de muy buen cuerpo y casada con un empleado de esa compañía quien solía llegar a medias copas entre semana, situación que provocaba la furia de la Chica Iberia y los gritos, insultos, platos rotos y demás, que algunas veces tenía yo que pagar, pues mi departamento era el refugio del marido apaleado que tenía que dormir en el sofá de mi sala, pues su señora lo había, por enésima vez, corrido de la casa.
Entre una pelea y otra me hice amigo de la Chica Iberia, hasta que una calurosa tarde nos encontramos en las jaulas de tendido lavando nuestras respectivas ropas en la lavadora y platicamos y… rato después nos tomábamos una cerveza en mi departamento y… poco más tarde descubría yo algo más de las intimidades de la joven madre: tenía unos senos fenomenales y aunque de nalgas estrechas poseía una extrema facilidad para aflojar el culo al momento del sexo anal. Así, algunas tardes atendía a la joven de mal carácter pero de furioso ardor erótico y por las noches tenía que soportar los lamentos del marido incomprendido, quien de paso desaparecía las cervezas de mi refrigerador.
Como sea la fecha anunciada llegó. Aquel sábado estaba lavando mi coche, de por si bastante sucio, pues de alguna forma pensaba: "¿para qué lavarlo si se va a ensuciar?, no tiene caso", pero ese día al menos quería despedirme de mis vecinos del "5" y desearles buena vida. Y Así estaba yo, atareado con el trapo y la cubeta de agua poniendo "guapo" a mi armatoste que a duras penas arrancaba, mirando de vez en cuando a la pareja Iberia bajar cajas y cosas, acompañado de los empleados de la mudanza, que cargaban los muebles más pesados para subirlos al enorme camión estacionado frente al edificio, cuando llegó Toña: camioneta –marca extraña, quizá hecha en Taiwán-- reluciente de limpia y pulida, enorme y ostentosa y negra y casi nueva.
Por minutos dejamos todos nuestros quehaceres para dejar que la señora metiera su enorme máquina en el estacionamiento. Luego algo pasó. La doña bajó de su camioneta, vestido ligero y amplio y floreado, medias negras caladas, bolso moderno de piel y gafas oscuras, cabellera con permanente recién hecho, toda ella un dechado de moda, cuando… de no se dónde… el viento ligero y suave se transformó en un breve vendaval que alzó la vestimenta de la madura, el vuelo del vestido se levantó insinuante y coqueto y… el trasero de doña Toña quedó al descubierto: piernas llenas enfundadas en medias negras sostenidas por un sugerente liguero de tiras también negras y… una atrevida tanga negra tipo hilo dental que se perdía entre los mofletes del culo y dejaba en total indefensión las hermosas y bien formadas nalgas.
Todo ocurrió en un breve momento pero en esa inmensidad sentí que la baba se me caía por tener la boca abierta, y lo mismo ocurrió con los empleados de la mudanza, que extasiados miraron aquel breve pero maravilloso espectáculo: la deliciosa y parcial desnudez de la señora Toña. Cuando la señora apuraba el paso rumbo a la escalera, apenada y tomando con las manos el vuelo de su travieso vestido, todos intercambiamos miradas, sobre todo el Chico Iberia y los cargadores de la mudanza, tal vez coincidiendo: "¡qué buenas nalgas!".
Un rato después los vecinos del "5" se fueron con su mudanza y sus escándalos a otro lugar, y sin más sentí que había llegado mi hora, subí a pausas los escalones hasta el departamento de los del "5" y en la puerta me esperaba Toña mirando tras sus oscuras gafas "Givenchi" y pues: "venga Alberto, platicamos mientras reviso el departamento de sus ex vecinos", la seguí como cordero rumbo al matadero, y "bien… dígame qué ha pensando", decía la señora mirando con ojo clínico persianas, puertas, closets, tarja y sanitario.
--"Pues nada seño Toña, creo que me voy… tengo un mes de depósito… con eso pago el próximo mes de renta, tiempo en el que espero encontrar otro lugar donde vivir".
--"Pues sí Alberto, pero el depósito es para pagar los desperfectos del departamento, lo sabe ¿no?".
Sentí que de pronto la furia me llegaba de no se dónde, ¿desperfectos?, ¿cuáles?, el departamento estaba impecable, recién pintado, más que limpio, contuve mi enojo y: "disculpe doña Toña, el departamento está como me lo entregó, no hay desperfectos, ni daños, lo pinté hace pocas semanas, todo funciona bien, ¿qué le tengo que pagar?".
--"Pues eso lo tengo que verificar yo en persona Alberto, aunque las cosas parezcan bien hay daños y problemas y yo… ¡no los voy a pagar!, ¿sabe?", y fijó sus ojos escrutadores en mi bajando un poco sus horribles gafas de moda. Le respondí sólo con ojos enojados tratando de contener los improperios, "¡vieja jija!, ¡me quiere atracar!, ¡pero a mi… me la pela!".
--"Mire Alberto, no se enoje, mejor vamos a su departamento y se lo… reviso, así hacemos cuentas de cuanto me tiene que pagar por desperfectos y el descuento que tengo que hacer del depósito y… todos contentos, ¿cómo ve?".
"Todos contentos, vieja usurera, ¡maldita!", pensé mientras bajábamos un piso y llegamos a mi casita. Cuando la señora traspasó la puerta, yo a sus espaldas mirando sus paradas nalgas, se quedó quieta por momentos para luego expresar: "oiga joven Alberto… ¡qué bonito departamento!, los muebles… la decoración… los cuadros… ¿son originales verdad?... ¡nunca había entrado aquí luego que le entregué la casa!, tiene buen gusto… en todo… y eso que dicen que los hombres solos son muy descuidados, pero todo… se ve… muy bien… hasta huele a limpio… ¿vienen a hacerle el aseo, verdad?"; guardé silencio.
Y sin más la doña se posesionó de mi sillón favorito, a sus anchas, como esperando; lo que hice fue ir al refri a sacar las últimas dos cervezas que el vecino del "5" había dejado intactas y le ofrecí una de ellas, que doña Toña tomó con gesto amable mirándome ya sin gafas, dio un breve sorbo y sin más… "bueno, tengo que ver las instalaciones, los closets, las puertas, su… recámara"; le dí un sorbo a mi cerveza como dando a entender: "¡me vale madres!".
La señora se levantó para meterse a la diminuta cocina y aproveché para poner el seguro de la puerta y mientras daba otro sorbo a la bebida la escuché "oiga Alberto, le hizo modificaciones a la cocina, las repisas, las puertas de la tarja… todo de madera fina… ¡ay! Alberto esto lo tiene que dejar, cualquier modificación que haga se tiene que quedar, lo sabe, ¿verdad?"; bebí de la cerveza repitiéndome "¡me vale madres vieja culera!"; luego se metió al baño: "y… ¡le puso mueble al lavabo! Y todo tan limpio. ¿la taza?, ¿la cambió?, pues también se queda, lo sabe, ¿no?"; yo la escuchaba mientras bajaba disimuladamente el cierre del pantalón, y mientras ponía en el estéreo el CD de Joe Cocker noté que la doña se metía a mi cuarto, y… la música inundó la estancia acallando la voz de la señora.
Y el viejo Cocker cantaba con voz rasposa y sugerente "puedes dejarte el sombrero", y yo llegué junto a la puerta sintiendo que la verga explotaba dentro del pantalón. La señora inspeccionaba la puerta de madera y el closet, sin encontrar, al parecer desperfectos, luego salió para entrar al otro cuarto, que utilizaba yo como estudio, ahí la mirada escrutadora de Toña pasó por el closet, lleno o casi, de libros, revisó las persianas constatando que el mecanismo que las jalaba corriera correctamente y… "pues sí Alberto, su departamento está en buenas condiciones, al menos eso parece", dijo la señora.
--"Pues todo está bien señora, así que no habrá ningún descuento por mi depósito, eso espero".
--"Veremos, veremos Alberto".
Mientras Toña otro sorbo a su cerveza, aproveché para ir al sanitario, por alguna razón me habían dado ganas de orinar.
Minutos después salí y Toña ya no estaba en la sala, tomando su cerveza, eso me extrañó, giré la mirada hacía mi recámara y la hallé sentada a la orilla de la cama, ya no tenía gafas, el bolso lo había dejado en la sala, y casi sin… vestido, su torso pecoso, sus generosas tetas apresadas por el negro sostén de flores grises bordadas, el cuello y los hombros llenos de pequeñas pecas cafés, el vientre un tanto flácido y arrugado por una mala cirugía estética, pero con sonrisa sugerente y voz melodiosa que decía: "¿y bien… joven Beto… qué más tengo que revisar?"; lo que hice fue liberar la verga erecta que saltó al momento, ostentosa y grosera, causando un leve estremecimiento en la madura que exclamó un "¡oh!" de sorpresa y fingida "¿qué intentas?, ¡no he dado pie a estas cosas Beto!".
--"¿No?, pues ponte como perra, ¡qué te la voy a meter!", le contesté balanceando el garrote frente a sus ojos.
--"Siquiera excítame, no estoy preparada, me ¡dolerá!", dijo fingida añadiendo mientras se quitaba por completo el vestido: "no se que pretendes, pero esto no te librará de la renta ¡cabrón!".
Pero cuando me acerqué a ella balanceando la amenazadora verga erecta ella estaba obediente, hincada en la orilla de la cama, ya sin tanga negra, a cuatro patas, mirando de lado el garrote que la iba a hacer feliz o…. no se, pero reculaba las nalgas paraditas, esperando la arremetida diciendo en voz baja: "ya me habían dicho que eres un cabrón cogelón!, pero tienes un… miembro… tan… ay! ¿qué pretendes?, no intentes meter eso en mi… panochita… que no… quiero… ay no quiero… no intentes esas cosas horribles, ¡no!, te digo, ¡qué no!".
La vieja meneando las sabrosas nalgas frente a mí. Y pues… "¡Cabrón!, como soy", me entretuve acariciando con el glande la caliente y salivosa raja peluda, como sin decidirme, resbalando la punta de la verga entre los gordos labios para deslizarlos sobre el valle renegrido del culo, entre suspiros de la Toña, que sigilosa seguía las maniobras. Hasta que rompí el silenció, antes le dí un sorbo a mi cerveza que ya se estaba calentando, y "¿cómo quieres Toñita?, ¿por el grande o por el chico?, anda dime, que ya estoy… listo".
--"Ay, joven Beto… esto es… bastante irregular… yo nunca… arreglo las rentas de estas formas tan… anormales… pero no se… quisiera que antes… me hicieras cariñitos… ahí… con tus dedos o tu… boquita… yo no se… de estas cosas, de verdad que no, pero quisiera que fueras un poco tierno y cariñoso y…", y… justo en ese momento mi paciencia se terminó.
Sólo fue cosa de poner la verga en el culo negro y peludo de Toña, mientras ella hablaba de cosas y más cosas y… se la dejé ir. Presioné el garrote y dejé ir mis escasos 63 kilos tras ella y… todo se le metió. Todo, todito. El grito debió escucharse hasta el Eje 3 Oriente y el Metro Escuadrón, pero de pronto estábamos pegados, pito con culo, yo dentro de ella que gemía y reculaba dolorosa, y el adolorido ano me apresaba el garrote de forma por demás poco amable, más bien ardiente. Y nos quedamos así, ella gimiendo de dolor, su culo palpitando adolorido y mi pito duro más que nunca, traspasándola toda, o casi toda, así me sentía, y… yo agarrado a sus carnosas nalgas pecosas, pues Toña teñía pecas cafés hasta en las nalgas.
El ardor sobre mi pito se hizo más intenso y en ese momento decidí que esa vieja intentaba arrancarme la verga, o fue mi temor o algo así, pero empecé a sacarle, con trabajos, la pinga y su voz quejumbrosa: "no papi, no lo saques por favor, ¡me matas!... no, déjalo así, todo dentro… espera un poquito, solo un poquito… nomás, ¿sí?... hummm, ¿sientes?, ¿sí?, hummm, ¡qué rico siento!", y fue algo mágico o algo así, pues de pronto el ano ardiente y riguroso de Toña de tornó una ventosa succionante y viscosa, y agarrado de las sabrosas nalgas empecé el delicioso trajín, sacaba lentamente el pito, para luego sepultarlo todo dentro de la madura que gemía, luego las arremetidas se hicieron más intensas, el culo de Toña se hizo amable, flojito, suave, en ese momento la doña se movió a contrapunto, buscando con las nalgas el pito que el entraba, yendo en busca del garrote que la estaba sodomizando.
--"¡Ay Alberto!, ¿qué me haces?, ¡por todos los cielos, qué rico me la metes!, ¡anda papi dámelo todo!, lo quiero todo, muévete más, sí, ¡ay!, sí, ¡más fuerte por dios!".
--"¿Te gusta?, ¿sí, Toña?, ¿te gusta la verga?".
--"Hummm, sssí, sí, me gusta la verga, ¡me encanta la verga!, dame más verga papi, sí, más fuerte, sí, en el culo, en el culo tu verga, ¡dame más papi, que me vengo, sí!".
Aceleré las metidas, las nalgas carnosas de la madura brincaban, los cuerpos chocaban con fuerza y cuando la mujer gritaba al venirse, le dejé ir los mocos, "¡sí, ya, ya me viene, sí, más, que me vengo!", las deliciosas contracciones del culo de la señora sincronizadas con mi eyaculación nos llevaron al cielo, o si no al cielo, muy lejos, lejos, todavía el suave ano palpitaba cuando me recosté sobre ella que suspiraba, y con voz entre cortada: "hummm, fue… delicioso, muy rico, no lo saques todavía, quédate así, adentro de mi".
--"¿Quieres más Toñita?".
--"Creo que sí, pero por la cola ya no, por favor, me violaste el ano, yo no quería, pero… fue delicioso", contestó la madura dándole apretones a mi verga con su culo flojo, eso hizo que poco a poco el miembro empezara a salirse, Toña lo sintió, "humm, se sale, déjame ir al baño, me dieron ganas de hacer del dos".
Liberé a la señora de mi peso, al momento ella se levantó de la cama y dando brinquitos y colocándose una mano en el trasero se metió en el baño. En ese momento sonó el teléfono celular de la señora, un minuto o dos más tarde ella salió y presurosa buscó en el bolso el aparato para ver quien le había llamado.
--"Me llamó mi marido, mejor no le habló, que se espere, ya sabía que tenía que arreglar asuntos en el edificio".
--Si, estamos arreglando un asunto muy delicado", le contesté, ella sonrió al acercarse a mi.
--"Te la quiero mamar, ¿sí?, pero antes ve a lavarte la polla que te huele feo".
Luego de la higiene necesaria regresé con Toña, que hablaba por su teléfono, me coloqué tras ella y mi verga buscó su panocha desde atrás, la mujer reculó un poco alzando las nalgas, y así, de pie, me la empecé a coger, lentamente, metiendo poco a poco la verga en su, al parecer, estrecha vagina, mientras ella hablaba con su marido: "sí, ya mero terminó… si, ya voy, no me tardo nada, estoy arreglando asuntos del edificio, si, no tardó, es algo delicado, hummm, sí, los inquilinos no están de acuerdo con el aumento, ya sabes y… tengo que convencerlos, ¿entiendes?", dijo Toña volteando hacía mi y añadió: "entonces… ya mero voy a la casa, no tardo, ¿eh?, y ya no llames, ¿sí?, que me interrumpes".
Toña dejó el aparato sobre la mesa del comedor y apoyada en una silla paró más el nalgatorio, los suspiros empezaron de inmediato, la cogida se tornó más activa, Toña tenía una pucha suave y mullida, y poco a poco sus secreciones mojaron mis huevos, yo arremetiendo con fuerza contra ella, Toña gimiendo de placer.
--"¡Sigue, sigue Alberto!, me vas a hacer venir de nuevo, hummm, qué rico coges ¡cabrón!, dame más, quiero más, sigue, sigue, no pares por dios, no te detengas, sigue, sigue, ¡ay, sigue!".
Y cuando ella se venía entre grititos de placer me suplicó: "tú no te vengas ¡por favor!, quiero tu leche, la quiero, toda, ¡en mi boca!, pero sigue, ¡dame más de tu verga querido mío, más!". Segundos después la madura explotaba en un delicioso orgasmo, su cuerpo se contorsionaba, la respiración se le iba, suspiraba ruidosamente, tuve que contener mi venida, esperar a que Tona se recuperara para darle los mocos.
Todavía temblando la madura se hincó ante mí, como pidiéndome perdón por haberme subido la renta, y con mirada lujuriosa tomó con ambas manos mi garrote, "la tienes divina Alberto, ¡qué rica verga!, me la voy a comer toda y tú me das la leche, ¿sí?", y la señora le hizo cariños a mi verga con sus labios, luego se la empezó a comer, no toda, nomás la mitad, e inició una deliciosa, pero breve, mamada.
Metí mis manos en su cabellera sedosa y acompasé las mamadas de la madura, tratando de clavarla más en mi pito, pero Toña se mantenía con media verga en la boca, hasta que cinco o seis chupadas más, sentí que el tronco palpitaba, "¡sí, ya viene, ya viene, la siento!, ¡dámela Alberto!, ¡quiero leche, dame la leche papi lindo" y se la volvió a meter cuando el primer chorro le lleno la boca, y luego otro chorro, y otro, Toña succionaba deliciosamente, sacándome el semen, tragándoselo, yo disfrutaba la rica venida agarrado de su cabello.
Minutos después Toña se había lavado en el sanitario, "¡qué cosas!, vine a convencerte del aumento de renta y terminé dándote las nalgas, pero yo no quería, ¿eh?, me violaste el culo, ¡eres un maldito!, pero fue… delicioso, ¿ahora que hago?, ¿cómo le digo a mi marido que tú no quieres pagar más renta?".
--"Pues le dices que me convenciste, y yo te pago la renta con sexo, ¿quieres?".
--"¿Qué pretendes Alberto?, ¿qué seamos amantes?, ¿estás loco?, tengo marido, no necesito de un amante, claro él no coge como tú, de hecho no lo hacemos seguido, pero que tú… y yo, haciendo estas horribles cosas, no lo sé, déjame pensarlo, luego te resuelvo, por lo pronto no tienes que dejar el departamento, ¿entiendes?", dijo Toña antes de acercarse para besarme con pasión, para luego tomar su bolso, sus gafas, su celular y abandonar mi departamento con pasos cansados, pero satisfecho.
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