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Profesoras universitarias calientes 2

TRES



Sheila y Pamela



En la cafetería, en medio del bullicio, dos mujeres maduras y casi desnudas, Pamela y Sheila ,mantienen una conversación amigable. Pamela no lleva bragas, porque acaba de practicar sexo anal con uno de sus alumnos, el cual le ha pedido quedarse con tan íntima prenda. La profesora, por supuesto, ha accedido y ahora, prácticamente, lleva el culo al aire, debido a su costumbre de usar unas minúsculas minifaldas de látex negro que la dejan casi desnuda de cintura para abajo. Sheila, sonriente frente a ella, se encuentra en la misma situación un poco embarazosa, porque a su vez, también acaba de regresar de una sesión de sexo con uno de sus alumnos– en este caso sexo oral– y el chico le ha pedido, también, quedarse con sus bragas y la madura profesora se las ha quitado y se las ha entregado sin dudarlo. Sin embargo, Sheila oculta un poco el culo, ya que la minifalda de látex negro que usa no es tan mínima como la provocativa prenda que siempre lleva su amiga Pamela. No obstante, en compensación, Sheila, dotada de unos pechos de más que generosas dimensiones, lleva ahora desabrochados todos los botones de su chaqueta roja ,salvo el último; en consecuencia, las grandes tetas de la profesora, desbordantes y voluptuosas, están casi a la vista por completo. De hecho, Sheila tiene gran parte de los pezones fuera y a Pamela le cuesta concentrarse en la conversación.



–Entonces– dice Pamela, sonriente, apartando la vista de las tetas de su amiga– entonces...¡no llevas bragas!



–¡No!¡Por fin! He vuelto, Pamela, lo presiento. Ahora, todo me irá mejor, seguro.



–Y...dime...¿qué tipo de sexo practicaste con ese chico?



–Oh, bueno, sexo oral. Le hice dos mamadas...y se quedó muy satisfecho, la verdad. Me las arreglé para que me prometiera que va a promocionarme entre sus amigos. Creo que lo hará; sé que le gusto, y mucho.



–Me alegro por ti, Sheila, de verdad– dice Pamela, mirando de nuevo las tetas de su amiga. Sheila, emocionada por las noticias que está comunicando, se mueve con soltura y con fuerza y , ahora, tiene la totalidad de los pezones a la vista. Pamela baja la vista. Mirar aquellos erectos y hermosos pezones la excita sexualmente y eso es algo contra lo que quiere luchar. Estropear la amistad que la une a Sheila es algo que no entra en sus planes y por esa razón, intenta olvidar y ocultar los apasionados sentimientos que brotan de su interior cada vez que ve a su amiga.



–Si– contesta Sheila, ajena a la turbación que produce en Pamela su abierto escote– sí, yo también me alegro, al fin he logrado reiniciar mi carrera...mi carrera...mi carrera...



De pronto , Sheila rompe a reír. Pero no es una risa sana y alegre y Pamela se percata de ello enseguida. Se trata de una risa triste, apagada, una risa lúgubre.



–¿Mi carrera?¡Mi carrera!–exclama Sheila, asustando a Pamela, que la mira con los ojos muy abiertos, temiendo por ella– ¡Soy una puta, Pamela! Solo soy eso, una puta. ¡Todas lo somos aquí!¡Todas somos putas! Nos imaginamos que somos profesoras , que tenemos algo de dignidad, que valemos para algo más que para...para...



Sheila solloza, impotente, y oculta su rostro entre las manos. Pamela la consuela como puede, acariciándole las manos con las suyas.



-Sheila, Sheila, no pasa nada, desahógate, pero no grites mucho, no hables muy alto. Ya sabes que a la dirección no le gusta que usemos esa palabra.



–¿Qué palabra?¿Putas? ¡Pero si lo somos!¡Somos putas, Pamela! Somos putas, solo eso...putas.



Algunos rostros de profesoras se vuelven hacia ellas, preocupados y alterados. Pamela les sonríe y redobla sus caricias sobre las manos de Sheila.



–Somos profesoras, Sheila, no lo olvides. No somos...putas. Tan solo realizamos algunos servicios extra para satisfacer a nuestros alumnos y que puedan rebajar toda la tensión que sienten debido a los estudios. Sin nosotras dispuestas a satisfacer todos sus deseos sexuales, quien sabe que locuras llevarían a cabo. Además, contribuimos a que esos chicos se concentren en los estudios. Piensa que un alumno que sale de aquí después de haber follado con una de nosotras, llega a su casa tranquilo y descargado y puede pensar con lucidez, sin toda esa presión de la libido juvenil en su interior, volviéndolo loco de deseo. Y , además...nosotras nos llevamos un buen pellizco...



Sheila levanta la vista, sonriente de nuevo y la fija en los ojos grandes y bellos de Pamela. Unos ojos que le están suplicando que se serene, que se calme, que recobre la cordura. No quiere decepcionarla, ni asustarla. Es su única amiga, allí y fuera de allí. Y, además, lo que acaba de decir Pamela es perfectamente coherente y racional.



-Tranquila, ya estoy mejor, olvida lo que he dicho, es que a veces, me pongo triste, y entonces...



-No importa, Sheila, no te preocupes. Todo está bien. Mira, mira a tu alrededor. ¿Qué ves?



Sheila obedece a su amiga y lanza una mirada abarcando sus proximidades. Otras profesoras, vestidas como ellas, enseñando las piernas desnudas, luciendo unos tremendos y generosos escotes, se afanan de un lado a otro y hablan entre ellas, comiendo y riendo.



–Nada. Lo de siempre. Otras profesoras como nosotras, aunque casi todas ellas más jóvenes, claro.



–¡Exacto! Sheila, si no lo haces tú ,lo harán ellas, o lo harán otras mujeres, otras profesoras. No hay vuelta atrás. Esta universidad va muy bien económicamente desde que implantaron este nuevo sistema, incluyendo sexo para los alumnos a cargo de las profesoras. Ahora, su cotización sube como la espuma y hay largas listas de espera para poder encontrar plaza aquí. Y no solo se trata de alumnos desesperados por entrar, de padres que darían cualquier cosa por que sus hijos se codeen con lo mejor del país, no, nada de eso. Se trata de que para ser profesora aquí se necesita mucha suerte o mucha influencia. Y ahí fuera, en la calle, no hay trabajo. Y mucho menos para nosotras, que ya pasamos de los cuarenta. Sosiégate, Sheila, cálmate, y piensa. Lo perderás todo si dejas que el pesimismo se apodere de ti.



Sheila baja la mirada. Sabe que su amiga tiene razón. Respira hondo, y con sus manos, acaricia también las manos de Pamela. No lo sabe, pero esas caricias significan mucho, demasiado quizá, para su mejor amiga.



–Lo entiendo, Pamela, tienes razón. Como siempre. Perdona por el espectáculo, no volverá a ocurrir. No sé que me pasó, de verdad, perdí el norte por un instante. Pero no se repetirá. Te lo prometo.



Pamela sonríe, agradecida y aliviada, y se da cuenta de que aún tiene las manos entrelazadas con las de Sheila. Debería retirarlas. Sheila ya ha dejado de acariciarla, fue solo un momento. Si, debería retirarlas, pero no puede: son tan suaves y cálidas aquellas manos, las manos de su amiga, de su mejor amiga. No, no puede hacerlo. En lugar de eso, acaricia nuevamente con timidez la piel de aquellos dedos hermosos, finos y bien moldeados. Sheila no se percata de nada, está pensando en lo que acaba de ocurrirle, y permite que las manos de Pamela fluyan como el agua sobre las suyas.



De pronto, suena un móvil. Es el de Sheila, con un mensaje. La profesora retira las manos , agarra con ellas el móvil y comprueba el mensaje. Pamela intenta ocultar su decepción por la inoportuna llamada. Si no se hubiera producido, aún estaría acariciando aquellas maravillosas manos. Pero no puede hacer nada, debe recomponerse con rapidez para que Sheila no sospeche nada, y lo hace.



–¿Algo importante?– pregunta, para desviar la atención.



–Es el decano– contesta Sheila–quiere verme en su despacho. Ahora.



–Bueno–dice Pamela– debes ir, ya lo sabes. No hay que hacerle esperar, no le gusta.



–Seguro que se trata de mi rendimiento sexual. No puede ser otra cosa. He acudido puntualmente a verle una vez a la semana para hacerle una mamada, como todas las demás, no puede tratarse de eso. Si, no puede ser otra cosa, me va a echar...Estas últimas semanas, me ha ido muy mal y querrá verme para ...para despedirme.



Sheila oculta su rostro entre las manos. De pronto siente de nuevo una furia interior, una rabia, una tristeza y un miedo que nunca había sentido antes.



–No puede hacerlo, no lo va a hacer– le dice Pamela– Tranquila, Sheila, tu vas y le dices que todo está arreglado. Le hablas de ese chico, al que acabas de hacerle ...ya sabes...dos mamadas. Y de que pronto tendrás muchos servicios, que no se preocupe. Ya verás, todo te irá bien.



Sheila levanta la vista. Los ojos de Pamela, con aquella mirada esperanzada y alegre, la reconfortan. Si, no pasará nada, seguro. Ella es muy capaz de lidiar con el decano, y con diez decanos si falta hiciere.



–Sí, tienes razón, Pamela. ¿Qué haría yo sin ti?– dice Sheila; y levantándose, planta un sonoro beso en la mejilla de Pamela, un beso de amiga, de amistad. Pero Pamela se queda petrificada, con los ojos muy abiertos.



–Shei...Sheila...–balbucea, ruborizándose – Está...está bien, si, ve allí, a su despacho, ya verás que todo te sale a pedir de boca.



Sheila le dice adiós con la mano y una sonrisa y se dirige a la salida de la cafetería. Pamela la observa y no deja de excitarse al contemplar aquellas piernas, y sobre todo, aquel culo desnudo que logra atisbar entre dos movimientos. Traga saliva y aparta la mirada. Debe tranquilizarse, no puede ser que se excite tanto al ver a su amiga, no puede ser. Tiene que olvidar sus sentimientos. Sí, eso es. Ahora tiene clase. Tiene que pensar en ello, concentrarse en sus salidos y excitados alumnos, que sin duda disfrutarán mirándole el culo. Con suerte, conseguirá un par de servicios sexuales más y así su cuenta seguirá aumentando. De eso se trata. De dinero.



CUATRO



El decano.



Sheila llega a la puerta del despacho del decano. Está agitada, nerviosa. Casi todo el largo camino a través de los pasillos, lo ha hecho corriendo, sin darse cuenta de que lleva las tetas al aire, totalmente fuera, porque el último botón que abrochaba la chaqueta se ha soltado. Ello ha provocado que muchos alumnos disfruten de un espectáculo gratuito, el de las saltarinas tetas de la señorita Sheila. Pero la profesora, inconsciente de ese detalle, ha seguido su camino, obsesionada con llegar a tiempo. Quiere causarle una buena impresión al decano, debe intentar por todos los medios mantener el empleo.



Frente a la puerta, de madera maciza y labrada, Sheila se atusa el cabello y solo entonces se da cuenta de que lleva las tetas al aire. Sonriendo, se abrocha el rebelde último botón de la chaqueta. Sus dedos ya se deslizan hacia el segundo botón, cuando una inspiración súbita hace que se detengan. No, no hace falta abrochar más botones. Así está bien. Así, el decano será consciente de la rotundidad y amplitud de sus tetas en todo momento y ello ayudará en la negociación. Un buen par de tetas siempre ayudan. Calma un poco la agitada respiración, se alisa la minifalda, y toca a la puerta.



–Adelante– le responde una voz conocida, algo cascada. Sheila abre con timidez la puerta y pide permiso para entrar. El decano, de espaldas a ella, en pie frente a un amplio ventanal, se lo concede, imprimiendo a su tono una cualidad de hastío y falta de interés que deja helada a la profesora.



–Acabo de recibir su mensaje– aduce Sheila, bajando la mirada, modosa y humilde.



–Si– dice el decano, volviéndose hacia ella, mostrándole su rostro de sesentón bien conservado, de aguda mirada y ojos brillantes y grises– Si, la he hecho llamar, señorita Sheila.



El decano no puede dejar de reparar en las voluminosas tetas de la profesora, tetas que están, para su deleite, casi por completo a la vista. No dice nada, sin embargo , y logra, con un esfuerzo, mirar a la cara a su visitante.



–Siéntese, Sheila, por favor.



La profesora obedece y se sienta frente a la gran mesa de trabajo del decano. Éste, entonces, se sienta a su vez y pierde unos segundos mirando a los ojos a Sheila, hasta que la mujer baja la mirada.



–Sheila, Sheila...¿qué voy a hacer con usted? Dígame, por favor.



–Señor Decano, yo, le aseguro que si me ha llamado, como supongo , por mi bajo rendimiento sexual con los alumnos, le aseguro que tengo todo bajo control. Mire, ahora mismo acabo de...



–Silencio, Sheila, era una invitación retórica. Todavía no es su turno. Yo hablaré primero, luego usted, cuando yo lo diga.



–De...de acuerdo, señor Decano, perdóneme, son los nervios– responde Sheila, abochornada y enrojecida de vergüenza.



–Bien. Comencemos. Tengo aquí, ante mis ojos, en mi ordenador, el cómputo de las seis últimas semanas de todas las profesoras de esta universidad. Y debo decirle que me decepciona usted, Sheila. En todo ese tiempo, nada, o casi nada, Sheila. Apenas un par de felaciones. Y eso es todo. Un verdadero desastre.



Sheila traga saliva. El decano va a por ella, eso es seguro, y su puesto de trabajo pende de un hilo.



–Sheila, como usted bien sabe, esta universidad es una antigua entidad que ha logrado sobrevivir a los tiempos modernos de puro milagro. Una universidad rancia y arcaica, solo para hombres, en este mundo nuestro, es una antigualla que se sostiene haciendo equilibrios en la cuerda floja. La razón de que hayamos logrado superar las dificultades es única y ya la conoce: los alumnos, aquí, pueden satisfacer sus necesidades sexuales acudiendo a ustedes, las profesoras. Mediante un suculento pago, que varía según los servicios solicitados, cualquier alumno puede practicar sexo con cualquier profesora. Nos beneficia a nosotros, beneficia a la salud de los alumnos, y las beneficia a ustedes, las profesoras, porque una parte de lo desembolsado por los chicos va a parar a su bolsillo. Y todos contentos.



Sheila asiente, abrumada por la culpa. No se atreve a mirar a los ojos al Decano, que, evidentemente, está lanzado en su perorata.



–Pero si una de ustedes falla, si una de ustedes, profesoras, no cumple o, no incita suficientemente a los alumnos a practicar sexo con ella, resulta que estamos perdiendo dinero. Mucho dinero. Haríamos muchísimo mejor en despedir a esa profesora. Así, podríamos contratar a otra que sí hiciera su trabajo. Y hay muchas esperando, créame.



Sheila desea desaparecer de allí. Traga saliva una y otra vez e intenta recomponer su dignidad. El decano pasea su mirada lasciva por todo el cuerpo de la señorita Sheila, deteniéndose, con una sonrisa, en la abundante delantera de la profesora. Sheila, de modo inconsciente, se ha desabrochado el último botón de la chaqueta de puro nerviosismo y ahora tiene, sencillamente, las tetas fuera, al aire.



–Y bien, señorita Sheila. Puede hablar. Es su turno. Defiéndase.– le dice el decano, con una sonrisa de superioridad apenas disimulada.



–Yo...– Sheila casi no recuerda los argumentos de su defensa. Ahora mismo, solo es consciente de una cosa: de que va a ser despedida si no hace algo y rápido. Mira hacia abajo. Con nula sorpresa, comprueba que tiene la chaqueta totalmente desabrochada y que sus grandes tetas están a la vista. Entonces, como alcanzada por un rayo, toma una rápida decisión. Se incorpora, y se despoja de la inútil chaqueta. Luego, siempre mirando a los ojos al decano, se baja la minifalda y se queda desnuda frente a él.



–Señorita Sheila, ¿qué está haciendo?– pregunta, retóricamente, el decano. Sheila camina contoneándose, hasta situarse junto al hombre, que ya ha girado el cómodo sillón de cuero para encarar a la profesora desnuda. Sin pronunciar una palabra, sin sonreír siquiera, Sheila se arrodilla frente al decano y le baja la cremallera de los pantalones. Luego, siempre en silencio, introduce una mano por la abertura, hurga unos instantes y , al fin, saca al aire la polla del decano. Es una verga de buen tamaño y grosor ,que todavía no está dura. Sheila la manosea y la acaricia, logrando que el miembro empiece a despertar. Durante varios minutos, la profesora sigue manoseándola y acariciándola; luego, en un momento dado, la aprieta entre los dedos de una de sus manos y empieza a pajearla, a mover la mano ,que ha puesto en forma de cilindro, arriba y abajo una vez y otra, y otra más, hasta conseguir lo que quiere: que la polla del decano se ponga dura. Todo lo hace Sheila sin dejar de mirar al Decano a los ojos, componiendo una expresión de total indiferencia, cuando no de real lascivia y lujuria.



–Hum, señor Decano, parece que ya la tiene dura. Así que ahora, se la voy a chupar. ¿Algún inconveniente?



–Oh, no, ninguno, señorita Sheila, ninguno. Chúpeme usted la polla si tiene ganas de hacerlo.



Sheila esboza una sonrisa y luego, agarrando la verga endurecida con una mano, se la lleva a la boca y la engulle. Enseguida se pone a chuparla, succionando con fuerza y llenándola de saliva, moviéndola de un lado a otro de la boca, lamiéndola y acariciándola con la lengua. Poco a poco, la profesora, desnuda y arrodillada, chupa con mayor rapidez, recorriendo con su lengua lujuriosa la totalidad de la superficie de la verga del decano, hasta llevar al hombre al borde mismo del orgasmo. Justo ahí, Sheila se detiene y se saca la polla de la boca.



–Señor Decano. Esta misma mañana, realicé un servicio sexual a uno de mis alumnos. Concretamente, le chupé la polla. A ese chico, en concreto, yo le gusto mucho. Y no lo digo por decir. Estoy segura de que está obsesionado conmigo.  Así que le insté a conseguirme clientela. Y él aceptó. Creo que dentro de poco, volveré a los más altos niveles de rendimiento sexual de esta universidad, estoy segura. Si me da algo más de tiempo, señor, si no me despide, no se arrepentirá, se lo prometo.



El decano no contesta. Sheila vuelve a meterse la polla en la boca y termina la mamada con eficiencia y profesionalidad. La profesora desliza su lengua por la parte más baja del glande hinchado del decano y luego, espera. Un segundo más tarde, el hombre se corre, lanzando chorros y más chorros de semen que van a estrellarse contra la cara de la señorita Sheila.



El decano se deshace en gemidos de placer y , literalmente, llena de leche cremosa y caliente la cara de la profesora. Sheila , que , como todas las profesoras, ya ha chupado en muchas ocasiones la polla del decano, deja que el hombre termine. Cuando está segura de que el decano está seco, Sheila se relame, se quita el semen que casi le cubre los ojos, y se yergue ante él.



–Sheila, Sheila– murmura el decano, satisfecho con la mamada que le ha practicado su profesora–siempre has sido una gran chupa-pollas. En cuanto a tu futuro aquí, no sé...



Sheila interviene. Sabe que debe hacerlo, que debe ofrecer algo.



–Señor Decano, si me permite quedarme, si me ofrece un período de prueba, le demostraré que tengo razón. Además, si hace eso por mí, le haré todas las mamadas que quiera, no me limitaré a la mamada semanal que, como todas las demás profesoras, le hago ahora.



El decano sonríe y sopesa la oferta. Si, es tentadora. Sheila sabe chupar, de eso no hay duda. Y saber que tendrá todos los días disponible a aquella profesora para hacerle una o varias mamadas, es algo realmente apetecible.



–Sheila, me gusta usted, va al grano, eso no hay quien se lo discuta– dice el decano, guardándose la polla en los pantalones– Bien; mire, señorita, me gustaría que estuviera usted disponible para hacerme, digamos, unas dos mamadas diarias, aquí, en la universidad. Y le doy un mes de plazo. Si aumenta sus servicios sexuales, no la despediré, pero si no es así, lo haré, no tenga duda. A pesar de todas las mamadas que me haga. ¿Está claro?



Sheila asiente, aliviada. Lo ha conseguido, ha logrado aplazar su despido y confía en ganarse la confianza del decano.



–Sí, de acuerdo. Dos mamadas diarias, no se preocupe. Usted llámeme, cuando quiera, y yo vendré, me desnudaré y se la chuparé.



El decano sonríe y da por terminada la reunión. Sheila se levanta y recoge sus escasas ropas, no sin antes limpiarse la cara, llena todavía de semen caliente, con varios pañuelos de papel. Una vez vestida, se dirige a la puerta.



–Señorita Sheila...



–¿Si, señor Decano?



–Puede que, no me limite a pedirle que me haga una mamada. Puede que le pida algo más. ¿Tendría usted inconveniente en practicar sexo conmigo?



–Ninguno, señor Decano, puede estar seguro de ello–contesta Sheila, sonriendo.



–¿Ni siquiera si le pido practicar sexo anal con usted? Son muy pocas las profesoras que me han permitido disfrutar del sexo anal con ellas...



–Conmigo no tendrá problemas. Podrá usted usar mi culo como quiera y cuando le apetezca, señor decano.–contesta Sheila, no sin un ligero titubeo, pues lo que acaba de decir la hace sentirse sucia y degradada, como nunca antes se había sentido. De pronto, un deseo casi irracional de salir de aquel despacho, de huir de allí, la domina. Algo va mal y lo sabe.



–Perfecto, necesitaba saberlo. Eso es todo.–contesta el decano, con voz neutra. Sheila le sonríe y se da la vuelta para salir. En ese instante, con la mano ya en el pomo de la puerta, oye de nuevo la voz de su jefe, pero ahora, extrañamente, suena mucho más cercana.



–Señorita Sheila, un momento, por favor, no se vaya todavía...



Sheila no se da la vuelta, simplemente, intenta abrir la puerta, fingiendo que no ha oído al decano. Pero no llega a salir al pasillo. El decano cierra la puerta con una de sus manos y, a la vez, introduce la otra mano bajo la minifalda de la profesora.



–Se...señor Decano– murmura Sheila, agitada. El hombre le está acariciando el culo de manera intensa, amasando y estrujando las blandas carnes de sus nalgas sin consideración alguna.– Por favor, tengo...tengo que irme, tengo clase ahora mismo y...y...



El decano le levanta la minifalda con una mano y con la otra le propina una fuerte y humillante palmada en pleno culo. Sheila gime, sorprendida y vuelve una mirada suplicante hacia el decano, aunque sabe que es inútil. El hombre está visiblemente sobreexcitado y, no contento con haberle dado una buena nalgada, le propina tres más, fuertes, contundentes, implacables. Las blandas carnes del culo de Sheila se estremecen con cada golpe recibido y pronto, incluso se enrojecen un poco. La visión del trasero enrojecido de la profesora excita aún más al decano y, a pesar de las tímidas protestas de la profesora, le da cuatro nalgadas más, con fuerza, con mucha fuerza, una detrás de otra, sin solución de continuidad, inexorables. Sheila gime y lanza grititos de dolor y de humillación.



–Por favor, señor Decano, por favor, no siga, se lo suplico...– susurra la profesora, mirando con miedo hacia atrás, hacia el hombre rojo de deseo que se encuentra tras ella, azotando su culo con las manos desnudas. El decano le propina varias nalgadas más, todas ellas contundentes y Sheila reprimiendo varios gritos, se deja azotar sin ofrecer resistencia. Al fin, el hombre logra dominarse y deja de castigar a la pobre y humillada profesora. Sheila se recompone un poco, se baja la minifalda y cree que todo ha terminado. Pergeñando una pose de dignidad, empuña de nuevo el pomo de la puerta, con la intención de irse de allí, pero el decano no va a permitirlo. Al menos, no todavía.



–Señor decano, qué está haciendo– murmura Sheila, pues el decano la agarra por el pelo y la obliga a darse la vuelta, de regreso al escritorio. La lleva agarrada por el pelo, tirando con fuerza, y solo la suelta al llegar frente a la mesa. Una vez allí, el decano le baja la minifalda y le arranca la chaqueta, dejando a Sheila totalmente desnuda una vez más. La empuja hacia delante, haciendo que la profesora incline la espalda y levante el culo. Con sus manos, el hombre separa los muslos de Sheila y la aplasta aún más contra el tablero de la mesa, dejándola en una postura muy obscena, con el culo levantado y las piernas abiertas. El agujero anal de la profesora es perfectamente visible, más arriba de un triángulo púbico bastante peludo. El hombre se baja los pantalones y se saca la polla. Sheila oye cómo lo hace, e intuye lo que va a pasarle.



–Por favor, señor Decano, ahora no, tengo clase, yo debo irme, no...no estoy preparada para esto ahora.– susurra Sheila en un inútil y patético intento por evitar lo inevitable. Porque el decano no habla, no contesta. Simplemente, se agarra la verga, dura y en posición, y la mete, de golpe, con verdadera furia, en el agujero del culo de la profesora.



–¡Augh!–gime Sheila, sorprendida y dolorida por la violencia del embate– Mi culo, por favor, mi culo no...



–Dijiste que tu culo estaba disponible para mí, en cualquier momento y lugar. Ahora es el momento y el lugar de pagar el derecho a trabajar aquí, Sheila. Y tu culo es parte del pago. Ahora, relájate.



La dura polla del decano penetra en el culo de la profesora. Hasta el fondo. Sheila gime, sintiéndose totalmente empalada por aquel miembro  viril gordo y caliente. El decano empieza a moverse, a darle realmente por el culo a la profesora. Los gemidos de Sheila son ahogados por los duros y potentes embates del hombre, que mete y saca su verga endurecida del agujero anal de la profesora una vez, y otra, y otra, sin parar, y cada vez más rápido. La madura y desnuda mujer se deshace en gemidos, y alguna que otra súplica surge de su boca, pero sin convencimiento. El hombre la agarra por el pelo y tira de su cabeza hacia atrás, manteniéndola en una postura forzada unos segundos, los suficientes para estrujarle las tetas con furia. Luego, la suelta , empujándola ahora hacia abajo, y Sheila cae contra la madera de la mesa, golpeándose la barbilla.



–¡Ay!-exclama la profesora, pero el hombre la sigue penetrando por detrás con potencia y rapidez increíbles. Pronto, sin embargo, todo termina. El decano alcanza el orgasmo dentro del culo de Sheila y se lo llena con su semen, pero saca la polla del mismo con rapidez, y lanza también un par de chorros sobre las nalgas blancas y blandas de Sheila. Agarrándola nuevamente por el pelo, la obliga a arrodillarse y así, termina de correrse sobre la cara de la profesora. Abundantes chorros de esperma inundan el rostro de Sheila una vez más  y la profesora se pregunta cómo puede tener tanta leche dentro ese hombre...



–Oh, profesora– susurra el decano– profesora, mire como está mi verga, toda sucia. Tiene usted el culo muy, muy sucio, señorita.



Sheila mira la polla del decano. No se había fijado mientras recibía la ducha de semen, pero el decano tiene razón: la polla está casi totalmente cubierta por restos de oscura suciedad... Es evidente que  tenía el culo bastante sucio y que la polla del decano ha sacado fuera gran parte de  esa suciedad.



–Sheila, Sheila– comenta el decano, sonriente, blandiendo su sucia verga delante de la cara chorreante de la profesora - Va a tener usted que limpiarme la polla.



Sheila asiente, turbada, humillada, temblorosa. Y con la lengua y las manos, limpia la polla del hombre, sintiendo el sabor de sus propios excrementos en la boca.



–Bien– murmura el hombre, satisfecho con la labor de limpieza de Sheila, pues, en pocos minutos, le ha dejado el miembro limpio y brillante de nuevo.– Señorita Sheila, debo decirle que tendré muy en cuenta la labor que ha realizado aquí hoy, conmigo y que, por supuesto, le garantizo que tendrá la oportunidad de satisfacer las necesidades sexuales del alumnado.



–Gra...gracias, señor decano, se lo agradezco– contesta Sheila, abochornada , mirando al suelo. Como el hombre ha dado por terminada la entrevista, la profesora se levanta y recoge su escasa ropa. Se pone una vez más su arrugada minifalda y también la chaqueta.



–La chaqueta– dice Sheila, sin emoción– ya no tiene botones...



–Oh, no se preocupe, señorita, de todos modos, usted ya va por ahí enseñando las tetas. No pasará nada porque las enseñe un poco más mientras regresa a su despacho.



Sheila se siente vacía y humillada, pero intenta ocultarlo y esboza una fingida sonrisa cuando se despide del decano, el cual, nuevamente sentado frente a su escritorio, ha descolgado el teléfono y ha empezado a marcar, evidenciando que, en lo que a él respecta, ya ha olvidado a Sheila y lo que acaba de ocurrir. La profesora abre la puerta y sale al pasillo, respirando profundamente por primera vez desde que entró en el despacho del decano. Se limpia con el dorso de una mano la cara, manchada de semen,  se agarra la parte baja de la chaqueta , tapándose como puede las grandes tetas saltarinas, y se dirige a su propio despacho. Lo hace con rapidez, sin mirar a nadie, con la vista al frente y sin pensar en nada. Algunos rostros se vuelven hacia ella, pues el maquillaje se le ha corrido y es visible que tiene rota la chaqueta, pero Sheila ignora las miradas de interrogación que la circundan y aumenta la velocidad. Temblando y acelerada, llega al fin a su despacho, abre la puerta y se lanza adentro, como si hubiera llegado a una isla después de atravesar un océano plagado de tiburones. Cierra por dentro, se arranca la ropa y la tira al suelo, asqueada. Solo entonces, desnuda y acurrucada en un sillón, se permite llorar.


Datos del Relato
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