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Categoría: Incestos

LOLITA - La sobrina de Andrea IV parte

Era por la mañana, y a través de los agujeros de la persiana de mi cuarto se distinguía la fuerte luz del sol que indicaba que ya estaba avanzado el día, cuando noté que alguien me despertaba con suaves empujones. Me di la vuelta a duras penas y encontré a Clara de pie al lado de mi cama.
- Marcos, tengo frío. ¿Puedo acostarme contigo? -me pidió con su dulce voz.
- Sí, claro. Pero, tu tía... -le dije temeroso de que a Maria no le gustase la idea.
- No te preocupes -me contestó la chica entrando rápidamente en mi cama y tapándose hasta arriba- Ha sido ella la que me ha dicho que me pasase a tu cama. Dice que se va a ir a comprar y al banco, y que no volverá antes del mediodía.
- Y sí tienes frío, ¿por qué no usas tu camisón? -le pregunté mientras Clara se arrellanaba contra la calidez de mi cuerpo casi desnudo bajo las sábanas.
- Porque cuando estoy con la tía prefiero llevar la menos ropa posible -me contestó- Ella me deja andar por la casa como yo quiera, incluso desnuda si quisiera.
En pocos segundos su helado cuerpo recobró la calidez que necesitaba y Clara me abrazó con fuerza para agradecerme el que la hubiera dejado entrar en mi cama. Yo, por mi parte, no solo estaba agradecido sino con la pija dura y caliente bajo el pijama.
- Claudio, ¿jugamos a las cosquillas? -me preguntó mirándome seriamente a los ojos.
- ¿Ahora? -le pregunté.
- Sí, me apetece -me contestó poniendo carita de pena.
- Bueno... Quítate las braguitas -accedí y Clara cambió su expresión por otra de alegría mientras daba palmas con las manos.
- No hace falta, como se nota que todavía estás dormido -me dijo y al ver mi extrañeza sonrió- Llevo puestas las otras que me regaló la tía, esas que se pueden abrir por abajo. Me dijo que son especiales para cuando jugamos a las cosquillas, así no me las tengo que quitar. ¿No es una buena idea?
- Tú tía sí que sabe -le respondí pensando en lo puta que era.
Tome a Clara con mis brazos y la acomodé entre mis piernas, poniéndola de espaldas a mí. Le abrí la abertura de sus braguitas (un invento la mar de curioso y práctico) y, atrayéndola hacia mí, le puse la pija entre los cachetes de su culo. Ella, al notar lo que hacía, lo levantó un poco para pegarse más a mí.
- ¿Te gusta así? -me preguntó, dispuesta como siempre a aprender la forma más correcta.
 - Sí, cariño -le respondí- Así podré hacerte cosquillas mejor.
La rodeé con mis brazos, pasé una mano por la parte delantera de sus braguitas y metí los dedos por el agujero abierto en la prenda. Llegué así a su suave conchita sin pelos que ya estaba un poco mojada.
- Anoche le conté a la tía lo de tu leche -me dijo impasible.
- ¿Y qué dijo ella? -le pregunté sin sacar mis dedos de su rayita.
- Que a ella le encanta bebérsela -me respondió con una sonrisa ensoñadora- Me contó que te deja sus bragas para que te limpies en ellas cuando te sacas la leche tú solo. Dice que es porque le gusta sentir tu olor, porque hueles a hombre.
- ¿Te gustaría que te dejase tus braguitas manchadas de leche para que se las enseñes luego a tu tía? -le sugerí, y el mero pensamiento hizo que estuviera a punto de acabar.
- ¡Sí! -exclamó la chica con alegría- Me encanta jugar a todo lo que juegan mi tía y tú.
- Entonces, de acuerdo. Pero por qué no me cuentas qué más te gusta hacer con la tía -le pregunté.
Mientras hablaba mis dedos recorrían de un lado a otro sin cesar, pasando mi dedo alternativamente por sus dos estrechos agujeros y frotando tiernamente mi pija entre los cachetes de su culo.
- Me gustan todas las cosas que me ha enseñado la tía, pero sobre todo me gusta el día sucio -me dijo enigmáticamente- Me encanta porque mi madre ni siquiera me deja jugar en el suelo por que dice que mancho la ropa.
- ¿Y cómo se juega a eso? -le pregunté intrigado.
- No puedo decírtelo -me respondió simplemente- La tía me ha dicho que mañana vamos a jugar los tres y que ya te lo explicará ella. Pero te aseguro que es muy divertido.
Clara se calló y siguió disfrutando del suave movimiento de mis dedos que la estaban empezando a hacer jadear. De su tierna conchita no dejaban de manar cálidos jugos que mojaban mi mano cada vez más.
- Marcos, he estado pensando en eso que me dijo la tía de que le gusta tu leche -me dijo casi con timidez- También me dijo que te pidiera que me enseñes a chupártela, como hago con sus tetas.
- ¿Desde cuándo le chupas las tetas a tu tía? -le pregunté con esfuerzo, pues sus últimas palabras me habían hecho volver a estar al borde del orgasmo.
- Desde que tenía ocho años -me contestó con la mirada fija en mi mano que se movía como una serpiente por toda su conchita- Pero una vez la tía me dijo que lo hacía desde mucho antes, desde que era un bebé. Me contó que me daba de mamar sin que mi madre se diese cuenta y que cuando me cambiaba los pañales me daba besitos en la conchita. Dice que ya me gustaban cuando era pequeña, porque cuando me los daba yo siempre me quedaba quieta y abría las piernas.
- Clara, lo que haces con la tía, ¿lo sabe alguien más? -le pregunté sin cejar en mis movimientos.
- Sí, mi mejor amiga -me contestó ya visiblemente excitada- Es una chica de mi pueblo a la que le cuento todo y un día le conté lo de la tía. Cuando vuelva también le contaré los juegos que me has enseñado.
- ¿Y con ella también juegas? -le pregunté curioso.
- Claro -me contestó como si fuese algo normal- Pero no juego a todo lo que me ha enseñado la tía. Hay cosas que aún no me atrevo a hacer con ella. Me da un poco de vergüenza si no es con mi tía.
- ¿Y cómo empezaste a jugar con tu amiga? -le pregunté.
- Una vez estábamos jugando en su casa a marido y mujer -me contó- Nos besamos en la boca como parte del juego y nos gustó mucho. Su madre siempre nos estaba vigilando y nos prohibía que nos metiésemos en su cuarto con la puerta cerrada, pero cuando estaba el padre hacíamos lo que nos daba la gana. Nos encerrábamos en su habitación y allí nos tocábamos y contábamos cosas que nos ponían muy nerviosas.
- Espera un poco -interrumpí el relato de la chica- Por qué no te das la vuelta y me sigues contando esa historia. Así me puedes acariciar tu también a mí.
Clara se dio la vuelta obedientemente y agarró mi pija con sus dos manos como la noche anterior, aunque de una forma más experta. Empezó a acariciármela lentamente, moviéndola hacia arriba y hacia debajo de una forma increíble. Metí mis dedos por la abertura de sus braguitas y continué con mis caricias de antes. Mientras me masturbaba siguió con su relato.
 
"Un día su madre había salido a comprar. Yo tendría diez años y mi amiga nueve. Justo cuando estábamos las dos en su habitación con los ojos cerrados y jugando con nuestras conchitas, entró su padre. Cuando le vimos, mi amiga se quedó muda y yo me subí las braguitas rápidamente. Estaba roja de vergüenza.
- Niñas, ¿qué están haciendo? Silvia, como se entere tu madre te mata... Y a ti Clara te harán lo mismo si se entera la tuya.
- No digas nada, papá. Te prometo que no lo haremos más...
- Vamos a hacer una cosa... Yo os prometo que no se lo diré a nadie, pero vosotras tampoco tenéis que decirlo. Si os gusta tocaros, a mí no me importa que lo hagáis siempre que tu madre no esté en casa... Yo también lo hago, ¿no es cierto, Silvia?
- Sí papá.
- Clara, ¿no te lo ha contado Silvia?
- No, señor.
- Bueno, seguro que luego te lo cuenta. Ahora Silvia, tu madre está a punto de llegar, así que por qué no se ponen las mallas y nos vamos los tres a la piscina. ¿Qué les parece?
A mí, después de aquel papelón, todo me parecía bien, así que dijimos que sí. El padre de Silvia se fue a cambiar y nos dejó solas en el cuarto para que nos pusiésemos nuestras mallas.
- ¿Has visto Clara? Ya te dije que mi padre era el mejor.
- Sí, tenías razón... Oye, ¿Es verdad que él también se toca?
- Sí, claro que es verdad, yo le he visto. Pero luego te lo cuento, ahora vamos a la piscina.
Al día siguiente, Silvia me contó como empezó todo. Resulta que un tío suyo fue a pasar unos días a su casa. A su tío le gustaba acariciarla debajo de la falda y Silvia no decía nada porque le gustaba la forma en que la acariciaba. Una noche estaba toda la familia viendo la tele en el comedor. Todos estaban sentados en los sillones menos el tío que estaba en una silla al lado de la mesa y Silvia fue a sentarse sobre sus piernas, como siempre hacía. Las luces del comedor estaban apagadas y solo se veía el resplandor de la tele. Al cabo del rato, el tío le metió una mano debajo de la falda y empezó a acariciarle la rayita. Ese día Silvia estaba más nerviosa que de costumbre porque su padre estaba apenas a unos metros viendo la película con su madre. Sin embargo, que estuviese su madre no le preocupaba en absoluto.
Todos los días después de comer, Silvia esperaba a que su madre se metiese en la cocina a lavar los platos para quedarse sola con su tío y pedirle que la subiera en sus piernas. Siempre estaba dispuesta para que su tío jugase debajo de su falda. Un día, su madre acababa de recoger la mesa y había entrado en la cocina.
- Tío, ¿me dejas subir en tus piernas?
 -¿Y tu madre?
- Está en la cocina.
- Bueno, ven antes de que vuelva tu madre. ¿Tanto te gusta lo que te hace el tío?
- Sí, me encanta.
- Espera, no te subas aún. Hoy vamos a jugar a otra cosa. Primero, quítate las braguitas y dámelas.
Mi amiga le hizo caso y le dio las braguitas que llevaba. Luego, vio cómo su tío se sacaba la pija, dura y parada, por la bragueta del pantalón.
- Mira qué grande la tengo hoy Silvia, súbete que te hago cosquillas en la rayita. Eso es. ¿Te gusta?
- Sí tío, qué calientita y dura la tienes hoy.
A ella le gustaba sentir el roce de los labios contra aquel pedazo de carne caliente que tenía su querido tío. Ese día estaba tan caliente que tenía la conchita empapada de sus jugos. Su falda, que ya tenía una enorme mancha causada por el flujo de su tío, formaba una carpa con la dura pija de su tío metida entre sus piernas. Estaban tan excitados que no se dieron cuenta de que la madre de Silvia había vuelto y les estaba mirando desde el marco de la puerta.
- ¿Qué... qué es esto?
- Luisa, por favor, no se lo cuentes a mi hermano.
- Mamá, solo estamos jugando.
- A ver qué estáis haciendo.
La madre de Silvia se arrodilló frente a ellos y levantó la falda de su hija. Al ver aquella hinchada pija se quedó boquiabierta, pero enseguida la agarro y empezó a acariciarla lentamente.
- Silvia, ¿te gusta sentir la pija del tío, verdad?
- Sí mama, está muy caliente. Cuando jugamos, el tío me moja toda con la leche que le sale de ahí.
- ¡Cariño, qué cosas dices... ! De mayor vas a ser tan caliente como tu madre... ¿Dónde están tus braguitas?
- Las tiene el tío, mama.
- Bueno, pues si esas son las reglas del juego, yo también le voy a dar las mías.
Silvia vio cómo su madre se subió la falda y se bajó las bragas, mientras miraba a su cuñado.
- Así que le pides las bragas para hacerte pajas por la noche, ¿verdad?
- Luisa, yo...
- Ni una palabra... Si tanto te gustan, ahora vas a chupar las mías, guacho.
Acabó de quitárselas y, dándoles vuelta le puso la parte de dentro al tío en la boca.
- Chúpalas mientas yo acabo con esto.
- Lo que tú digas, Luisa...
- Cariño, estás toda mojadita.
El tío chupaba con ansia las bragas de la madre de Silvia, mientras esta seguía acariciando la pija de su cuñado con una mano y le tocaba la rayita a Silvia con la otra. Sus dedos iban de la concha de su hija a los huevos de su cuñado.
- Cariño, súbete el vestido que a tu tío le gusta mucho verte la conchita, mientras tu madre le acaricia la pija, Y así podrás ver cómo hago que le salga toda su leche calentita... Venga cuñado, quiero toda tu leche sobre tu sobrina...
- Sí... ya casi estoy...
- Más te vale, porque desde hoy todo va a cambiar, te lo aseguro. ¿Me vas a hacer caso en todo?
- Sí Luisa, haré lo que tú quieras, pero no le digas nada a mi hermano.
- Así me gusta. De todos modos, no te preocupes, yo también te daré cosas a cambio. Fíjate, ahora mismo te estoy dando a mi propia hija. Y ahora, quiero toda tu leche YA, si no quieres que se entere tu hermano. ¡Vamos, rápido, que me estoy meando!
Al final el tío de Silvia acabó sobre la panza de mi amiga. Le soltó cuatro chorros de leche que la empaparon de arriba abajo y su madre no pudo aguantarse y se hizo pis en el suelo del comedor.
Por eso, a Silvia no le importaba que su madre estuviese en el comedor con ella aquella noche, pero sí le ponía nerviosa la presencia de su padre. Al cabo del rato su tío acabo manchándole todas las braguitas y parte de las piernas, y ella como siempre se fue al baño a lavarse. Pero su padre se había dado cuenta de que su hermano se subía la bragueta del pantalón y al ver que su hija se acababa de ir corriendo al baño, adivinó lo que había pasado. Se levantó y siguió a Silvia por el pasillo. Cuando entró al baño se encontró a mi amiga con las braguitas bajadas, sentada en el inodoro y limpiándose con papel higiénico la leche de las piernas.
- Silvia, sé lo que has hecho...
- Papá, yo...
- No, escúchame. Lo que te quiero decir es que sé que lo has hecho por curiosidad, porque nunca habías hecho algo así con nadie. Pero en vez de pedirle al tío que te lo explicara me lo tendrías que haber pedido a mí, cariño. Papá siempre te aclarará las dudas que tengas. Me imagino que querrías saber cómo era un hombre, ¿verdad?
- Sí... Todas mis amigas ya habían visto a uno desnudo y yo...
- Lo sé, hija, lo sé... Pero papá también es un hombre y puede explicarte todo lo que quieras saber, ¿me entiendes?
- Sí, papá. No lo volveré a hacer...
- Bueno, ahora termina de limpiarte y mañana si quieres seguiremos hablando.
Al día siguiente el tío se fue de vuelta a su casa y Silvia y su madre se quedaron un poco tristes.
La siguiente vez que fui a ver a Silvia, su madre vino a la habitación y nos dio permiso para jugar en la piscina. Nos dijo que se iba y que si necesitábamos algo se lo pidiéramos al padre de Silvia que se iba a quedar a cuidarnos, porque estaba de vacaciones. Nada más irse la madre apareció él en la habitación.
- ¿Vamos a la piscina?
- ¡Sí!
- Bueno, pero antes tenéis que cambiaros. Yo os ayudaré, pero no se lo digáis a nadie y menos a tu madre, ¿eh, Silvia? Este será nuestro secreto.
 
El padre de Silvia nos desnudó a las dos, y nos hizo poner una al lado de la otra por que mientras nos bajaba las braguitas nos acariciaba el culo. A mí me gustaba lo que me hacía, pero me gustaba aún más ver cómo se manoseaba con su hija. Silvia no decía nada, le encantaba.
- Silvia, tócale la concha a Clara como el otro día.
Silvia comenzó a tocarme, yo dejé que lo hiciera. Su padre me tomo una mano y la llevó a la de su hija para que yo hiciera lo mismo. Mientras nos miraba allí de pie, tocándonos y acariciándonos, él sentado en la cama nos acariciaba el culo a las dos. Nos pusimos las mallas, nos sentó sobre sus rodillas y nos dio un beso.
- Ahora, vais a ayudarme a quitarme la ropa.
Nos sentó en la cama y se quitó la camisa y el pantalón, quedando en calzoncillos. Caminó hacia nosotras y se me quedó mirando. Yo entendí lo que quería y le bajé los calzoncillos, pero al hacerlo su pija salió disparada y me dio en la cara. Silvia y su padre estallaron en una sonora carcajada.
- ¿No habías visto ninguna, Clara?
- No, señor.
- No me llames señor. Mira, vamos a hacer una cosa... Como tú no tienes papá, cuando estemos los tres solos como ahora, me llamarás papá igual que Silvia. ¿Te parece bien?
- Sí, papá.
- Muy bien, y ahora Silvia enséñale a Clara como le chupas la pija a tu papá. Y Silvia se agachó y empezó a pasarle la lengua por la cabeza roja y gorda de su padre. Me miraba con los ojos abiertos y no dejaba de chuparla. Ahí me di cuenta de que no era la primera vez que le hacía eso.
- Ven Clara, chúpamela con Silvia, las dos juntas. Eso es... Me encanta ver a mis dos hijitas haciéndole una paja a su padre para que yo les dé mi leche calientita.
Yo chupaba su pija fijándome en cómo lo hacía Silvia. No era tan difícil y me gustaba su sabor y lo caliente que estaba. Luego nos dijo que nos diésemos un beso en la boca, como hacen los novios, y mientras nos besábamos acabo, tirando toda su leche entre nuestros labios.
- Vamos, chicas, bébanla, no dejen ni una gota de la dulce leche de papá.
Se la chupamos toda y luego limpiamos con la lengua la leche que nos había caído en la cara. Luego me di cuenta de que algunas gotas me habían salpicado hasta las piernas. Más tarde fuimos a la piscina y allí en el agua nos acarició y nos hizo tocársela hasta que llegó la madre de Silvia."
- ¿Y te gustó la leche, Clara? -le pregunté boquiabierto después de la historia que acababa de contarme.
- Sí, aunque era diferente a la de la señorita Marta...
Datos del Relato
  • Categoría: Incestos
  • Media: 6.03
  • Votos: 67
  • Envios: 17
  • Lecturas: 6432
  • Valoración:
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