Tengo 22 años, soy morena de pelo largo y ojos verdes, mido 1.65 y peso alrededor de 52 Kg. No tengo mucho pecho, pero tengo un buen culo, redondo y bien durito. Recuerdo que hasta hace unos años era una chica bastante tímida y formal, jamás había tenido una relación y era muy inexperta en temas de sexo. Todo eso cambió cuando le conocí.
Llevaba unos cuatro meses chateando con un chico de mi ciudad, al que nunca le había visto la cara, cuando me lo propuso: “¿quedamos para conocernos?”. No le contesté en ese momento, dije que me lo pensaría. La verdad es que deseaba conocerle, pero mis inseguridades y miedos no me dejaban. Él era casi 10 años mayor que yo y temía por la diferencia de edad. Pero al final el deseo venció y accedí a conocerle.
Quedamos por la tarde en una vieja plaza de aquí, junto a la cafetería. Para conocernos cada uno llevaría una prenda roja. Yo me puse unos vaqueros muy ajustados que marcaba mi culito, con un top rojo de tirantes atados al cuello, que dejaba mis hombros y casi toda mi espalda al descubierto. Cuando llegué no encontré a nadie, mi corazón iba a mil por hora y pensé en desaparecer antes de que me viera; pero en ese momento apareció. Llevaba una camisa roja y unos pantalones negros, me sorprendió lo guapo que era: alto, moreno, atlético…
Pasamos toda la tarde muy a gusto charlando de temas sin importancia, tonterías, pero nos reíamos mucho. Cuando llegó la hora en la que ya me iba, me dijo: “Sé que te pareceré atrevido, pero ¿te gustaría ir a mi casa? Podríamos ver una peli y tomar algo”. No pude negarme, en el fondo deseaba ir y estar con él; estaba como poseída.
Cuando llegamos a su casa me sirvió una copa y nos sentamos en el sofá. Comenzó a decirme cuánto le gustaba, desde el momento en que empezamos a chatear deseaba estar conmigo, acariciarme y sentir mi piel.
De repente nos estábamos besando apasionadamente, besaba y lamía mi cuello, mis hombros, pasaba sus manos por debajo de mi top, acariciando mis pechos… Jamás me había sentido así y quería llegar hasta el final.
Empezó a desnudarme, quedando simplemente con mi tanga negro. Él se había quitado la camisa y a través de sus pantalones se le notaba el bulto. Esta situación me excitaba sin límites, me sentía vulnerable totalmente desnuda ante él. Sus labios bajaban por todo mi cuerpo, lamiendo todos mis rincones. De pronto se paró sobre mi tanga y lentamente fue bajándolo, hasta que lo sacó. Me metía la lengua muy despacio en mi vagina, notaba todos sus movimientos, me acariciaba el clítoris y metía sus dedos. Todo ello contribuyó a que consiguiera mi primer orgasmo. Jamás me lo hubiera imaginado así. Ahora solo quería que me penetrara, sentirlo dentro de mi por primera vez.
Le bajé la cremallera del pantalón y los boxers que llevaba, y ahí estaba su pene erecto, más grande de lo que había imaginado. Le abracé para que se inclinara y comenzara a meterme su pene, pero no me dejó. Se puso de pie y, empujándome suavemente hacia abajo, hizo que quedara de rodillas ante él. Enseguida entendí lo que quería y comencé a darle pequeños besitos por todo su pene, a lamerlo lentamente hasta que llegué a la punta, abriendo la boca e introduciéndomela todo lo que pude. Estando así, me agarró por el pelo, y empezó a marcar el ritmo de la penetración. Me movía mi cabeza cada vez más rápido y no podía controlarla, él llevaba el control. De pronto paró y, agarrándome fuerte para que no pudiera separarme de él, descargó todo su semen en mi boca. Fui tragando todo lo que pude, resbalando por las comisuras de mis labios el resto.
En ese momento sentí asco y no esperaba que me fuera a tratar de esa forma. Me sentí un poco utilizada y, además, incompleta. Deseaba que me penetrara y no lo hizo. Pero a pesar de todo, me gustaba. Me gustaba sentirme dominada y que él llevara el control.
Él debió notarlo y me dijo: “No desesperes nena. Aún tengo mucho para darte…”
Continuará...