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El culo me dolía pero...

Ver en la estación del metro de la Iglesia del Carmen a este tipo a las 5:15 fue un shock. Pantalones cortos, ajustados, a media pierna, franelita, lentes oscuros, gorra volteada y zapatillas sin medias. Tenía una pinta de obrero, unos 25 años, con tatuajes en los brazotes, las pantorrillas y parte de la espalda. Cargaba una mochila llena de chécheres y se notaba que venía recién bañadito, con cabello parado.



Yo no podía apartar la mirada de ese bultote, las nalgas paradas y musculosas. Quedamos uno junto al otro y pude verle los labios gruesos, marcados, pómulos sobresalientes y sus cejas bien depiladas, al puro estilo maleantito que tanto me gusta pero que no le va a todo el mundo.



Todo el trayecto me tenía hipnotizado. Cada vez que el tren se detenía, yo veía sus bíceps y pectorales tensándose bajo la franelita blanca.



Cuando llegamos a la estación de Albrook me aseguré de seguirle el paso, lujuriando esos dos nalgones que subían y bajaban como si estuvieran invitándome a una fiesta.



Cual no fue mi sorpresa cuando llegué a la terminal y lo vi formando la misma fila para ir a Santiago, ciudad a 4 horas de la capital, donde yo iría también.



Nos sentamos a esperar y yo no sabía cómo abordarlo.  Cuando nos sentamos en el bus, quedamos uno adelante del otro. Yo estaba tan cerca que podía sentir el olor a jabón, a limpio y a macho. La cercanía de este ejemplar de hombre me tenía mareado.



Como a las dos horas nos detuvimos en un restaurantito en el camino a desayunar. Ahí quedamos juntos en la fila de la comida y comenzó a hablarme. Se llamaba Antonio e iba a trabajar en Santiago por una semana. Yo, con mucha habilidad le fui sacando información y por fin, el teléfono y el Facebook.  A la vuelta del bus nos sentamos juntos y echamos cuentos hasta que llegamos a Santiago.



Allí me metí en su Facebook y chequeé todo lo que tenía. Muy pendeja la gente que pone toda su vida, sus intereses y sus amistades.



A las 8 de la noche le chateé y le pregunté cómo iba el trabajo. Cabreado me dijo que le habían pospuesto para dos días después y estaba aburrido. Inmediatamente le pregunté si quería tomarse unas cervezas en un bar cercano y claro que me dijo que si de una vez.



Cuando comenzamos a tomar me di cuenta que este polvo me iba  a salir caro. El Antonio tomaba cervezas como agua, una tras otra sin parar. Yo iba lento, apurándolo para que se jumara rápido, lo que ocurrió como a las 10 de la noche. A esa hora caminamos las dos cuadras que nos separaban del apartamento que tenía alquilado.



A esas alturas ya Antonio sabía que mis intenciones no eran solo las de un par de traguitos inofensivos. Entramos a mi recámara, que tenía el aire acondicionado apagado y nos tiramos en la cama. Comencé a quitarle la camisa, que le quedaba pegada por el sudor. El olor a macho, a testosterona era increíblemente excitante. Su sudor resbalaba por sus pectorales, por su frente y yo solo metía la cara mientras el se dejaba tocar.  Lo desabotoné y comencé a lamerle el sudor de los pechos, chupándole las tetillas y recogiendo el olor con tanta desesperación que ni siquiera encendí ni el aire acondicionado ni el abanico.



Cuando le bajé el pantalón sentí su verga semi flácida con un olor a sudor más intenso, más fuerte, con más adrenalina. El me agarró la cabeza y me la guio para que comenzara a mamarlo. La pinga se le fue levantando, gruesísima. Por lo menos le medía 8 pulgadas pero cada vez estaba más gorda, más roja. No tenía ni un solo vello, totalmente rasurado y recortado. Le mamé los huevos mientras lo pajeaba y a la vez me fui quitando la ropa. Cada vez era más dura la verga, me la tragaba hasta las bolas y el hijueputa me empujaba la cabeza y la sostenía mientras se quejaba de cómo se sentía.



Yo casi no podía tragarme ese huevo pero en un momento, cuando ya lo tenía bien babeado, me levanté y me bajé el pantalón hasta la rodilla.



Me puso de espaldas contra la pared y comenzó a restregarme la cabezona del huevo por todo el culo, de arriba abajo y pegándome con la pinga en las nalgas. Yo tengo muy buen culo, blanco, grande y paradito y me esfuerzo por mantenerlo aseado y atractivo. Ese tipo se agarró la base de su verga y me pasaba la cabeza por la entrada de mi culo y me empujaba un poquito para arriba, para obligarme a menearlas y sacudirlas. Cada vez que lo hacia la cabeza entraba un poquito más y me iba lubricando con su líquido y mi saliva.



Cuando ya me tenía bien dilatado comenzó a dejarme entrar la vergona esa, gruesa, que dolor. Sentía como mi culo se iba ensanchando y él solo me agarró por la frente y me empujaba hacia abajo. También comenzó a morderme la espalda, chupetearme y a separarme las nalgas con las dos manos mientras el huevo iba deslizándose poco a poco en mi culo, como si me estuviera partiendo.



La verdad es que no duró mucho porque yo seguí moviéndome y moviéndome, para que la pingota esa no me siguiera torturando. Casi ni sentí cuando se vino, bien adentro de mi culo, lo tenía tan cerrado alrededor de su huevo que ni siquiera salió la leche que me había dejado dentro.



Me susurraba al oído, bien que sabes lo que me hiciste puta, me meneaste ese culón para deslecharme de una vez. Mereces que te de huevo de nuevo.



Cuando ese tipo sacó la verga de mi culo sentí como si fuera un corcho en una botella de vino. Entonces fue que comencé a pajearme porque sentía el aire fresco en mi hueco. El me metió tres dedos secos y chorreé la pared con mi leche.



Nos acostamos sudados, olorosos a leche y sexo y él se quedó dormido de una vez. Yo fui al baño y luego grabé al machote acostado, patiabierto y con la verga húmeda en mi cama, para mi colección claro.


Datos del Relato
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