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Día 15
Durante casi tres años le fui “fiel” a Marido. ¿Por qué? No lo sé. Pero sí sé que todos y cada uno de esos años soñé con otras vergas, anhelé otras vergas, me masturbé casi a diario pensando en otras vergas, escribí relatos ficticios bajo un nombre ficticio, relatos en que me cogía a dos, a tres, a cuatro varones, en los que usaban y abusaban de mí, en los que me volvía la puta que llevo dentro y me paseaba desnuda y chupaba infinitos penes… Y entonces, sin mucha preparación, me encontré al primer amante de mi segundo matrimonio: Mariano, joven contador de una empresa a la que yo acudía quincenalmente a dar asesorías, volando a su ciudad. Cuatro meses fuimos amantes, exactamente el mismo tiempo que llevo con Matías y en parecidos circunstancias. Y no terminan ahí las similitudes, pero son de las diferencias de las que quiero hablar.
Con Mariano empecé en abril del 2008 y lo hicimos una noche cada quince días, en su ciudad, hasta septiembre de ese año, coincidiendo el final de mis idas a aquella ciudad con la formalización de la relación con su novia. Era relleno sin ser gordo, de dulce cara morena y facciones aindiadas, suave piel color de bronce, lampiño y sutil, de dulce voz y modales un poco amanerados, aunque nada gay, nada. Le llevaba yo exactamente diez años de edad y mucha vida cuando lo seduje, en mi segunda visita o, mejor dicho, por correo, luego de ver cómo me veía en la primera, tras la comida de bienvenida de los gatos de medio pelo de la empresa en cuestión.
La siguiente visita, ya puestos de acuerdo por correo –esta fue mi penúltimo amante preFB-me recibió en el aeropuerto y me llevó a cenar a un lugar de suave música viva, un blues bien tocado, con una botella de vino y suaves manjares. Luego me besó como debe besarse a las diosas, porque era evidente que me adoraba, que le parecía que un joven recién titulado, un contador con coche chico y viejo, un hombre de clase humilde, se estuviese besando con la “reconocida científica” que iba a dar importante asesoría a la empresa, de piel blanca y tipo caucásico –ni tanto- elegante y sofisticada, para él… en realidad, una señora llena de traumas y urgida de alguien que la tratara bien, que le besara las manos y los brazos, los hombros, que la llevara de la cintura y que ya avanzada la noche, la desvistiera prenda a prenda.
Un muchachito que ya en la intimidad me desnude, como él me desnudaba, prenda a prenda, con sigilo, sin importarle que su morada verga estuviese a punto de reventar. Que posara muy suavemente sus labios en mi vagina, como un casto beso, antes de subir otra vez hacia el ombligo y luego, dejarme a mí conducirlo, acostarlo y sobre él, deslizarme despacio, muy despacio, besándolo otra vez y otra vez.
Curiosamente, Matías tiene casi la misma edad que entonces tenía Mariano y, se supone, también me considera su diosa. Sin embargo, su religión es de corte muy distinto como se verá. De hecho por su culpa pasé cinco días sin escribir: estuve con él en una ciudad lejana, que no es la suya ni la mía… y me siento en parte usada, un poco violentada, un poco más puta que de costumbre, un poco putera por ese fin de semana loco, allá lejos, mientras Marido cuidaba la casa y me imaginaba trabajando duro... sí, no sabe qué duro.
A Matías me lo empecé a coger o mejor dicho, él me empezó a coger en julio, en una vista a la ciudad de Márgaro… pero esa historia la cuento luego. Vale decir que ésta es apenas la quinta vez que nos encontramos, siempre en ciudades distintas, solo que ésta vez yo le pagué el avión, los taxis, la comida, la bebida (lo bueno es que no es muy borracho). Unos 9 mil pesos que no tengo me costó la gracia… si Marido lo supiera, ¡ay, si supiera tantas cosas!
Lo recogí el viernes (antes de antier) en la noche, cerca de las dos de la mañana de sábado, en realidad, pues apenas había conseguido para el avión y no le restaba un peso. Yo estaba bastante bebida y muy cachonda, muy, pues con dos amigas de aquella ciudad, tras trabajar todo el viernes, nos fuimos a un ladysbar. Las muy locas pagaron a unos muchachos y yo me entretuve tocando sus músculos de acero y haciendo, sí, que se le parara la verga. Mis pechos salieron a relucir y ganas tenía, por primera vez en mi vida, sí, a mis 40 bien cumplidos, de llevármelo… total, ya llevaba ahí gastados casi tres mil pesos de sus vodkas y los míos, pero no, iba a llegar Matías y tenía más de un mes sin verlo, sin sentirlo dentro.
Llegaba así porque lo invité tres días antes, porque en realidad se fue directo de su oficina al avión y lo agarró. No llevaba ni recambio de calzones: hasta eso tuve que comprarle, sí como una perra, una cougar cualquiera. Pero Matías, a diferencia de Nathaniel, no es ningún angelito inocente, además de que es mayor por cuatro años. Un hermoso efebo de botas vaqueras, cabello castaño, brazos gruesos, que me ensartó sin preámbulos en cuanto llegamos al hotel, pues yo estaba a punto y a él lo puse así en el taxi.
Me penetró con violencia, vestidos, yo despatarrada completamente, él entrando y saliendo con la fuerza de sus bien trabajados 23 años, de su poderosa verga que entraba y salía de mí hasta hacerme daño, sin delicadeza pero entre grandes gemidos, hasta el primero, el segundo orgasmo, hasta recibir la avenida desmedida de su semen, más ardiente que cálido, dentro de mí, afuera de mi vagina, en mi vientre. Y luego, borracha, ahíta, llena, dormirme sin bañar, aferrada a su pecho, a su espalda.
Gracias a Dios, antier sábado tenía que trabajar a las nueve, así que apenas le dio tiempo para un polvo rápido mañanero y luego lo llevé a comer. Estaba un poco irritada y desvelada y cruda y solo unos buenos mariscos me salvaron y me hicieron preciar su charla, sus ojos clavados en mí, su mano en mi pierna y yo besándolo, escuchándolo, queriendo cogérmelo que fue, por supuesto, lo que hicimos durante dos horas en las que, tras haber pagado (aunque no a él, no, pero pagué), me sentí como si yo fuera la puta. Recuerdo, sobre todo, mis pechos bamboleándose, mis ojos en el espejo, viéndome a mi misma a cuatro patas, penetrada desde atrás, partida por su enorme verga, gimiendo como actriz porno y él, apretándome las nalgas hasta hacerme ver estrellas, entrando y saliendo, desde el capullo hasta los testículos, penetrándome como a mariposa en un exhibidor, como objeto sexual.
Cómo no recordar en ese momento similar escena cuatro años atrás: yo a cuatro patas, viéndome al espejo, penetrada desde atrás por la gruesa y corta verga de Mariano, pero una vez más, hasta ahí las similitudes. La cara de Matías era pura locura, la de Mariano devoción pura; Matías entraba en mí con violencia, hasta lastimarme, Mariano con todo cuidado se deslizaba, como pidiendo permiso. Matías casi rubio, alto, atlético, de pelo en pecho y barba de lija, de enorme verga, al que yo había pagado –no exactamente, pues, pero sí- por estar ahí, esa noche, penetrándome así luego de haberme montado, comido, matado. Mariano casi indio, bajo de estatura, casi gordo, lampiño, delicado, de corta y gruesa verga, que me había consentido toda la tarde pagándome una cena espléndida y tratándome como reina y que al momento de verlo por el espejo, entraba y salía de mí a un ritmo de vals, casi.
Aunque, perdón, sí hay otra enorme similitud: las dos veces me vine en un orgasmo intenso, devastador, total. Las dos veces me llenaron de semen, las dos veces caí agotada… y una vez más ahí acaban las similitudes: Mariano se acostó a mi lado y empezó a acariciarme, durmiéndonos dulcemente, con un suave y delicioso despertar. Ayer domingo, en cambio, amanecí adolorida, lastimada y ¡horror! Con unos moratones en los muslos que no sabía como explicarle a Marido en caso de que los viera… el terror se apoderó de mí, otra vez el terror, maldito seas, Matías…
Pero el chico se dio cuenta y me pidió perdón. No intentó hacerme el amor, solo me acarició, me lleno de palabras dulces, de cariños suaves y en la tarde, rumbo al aeropuerto, me masturbó suavemente, muy suavemente, con su mano dentro de mi pantalón, fuera de la vista del taxista, yo recargada en su amplio pecho. Te perdono, querido matías… y espero, quizá, sí, esa visita a tu departamento, roomate incluido.
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