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Categoría: Maduras

Cuando follé con... mi suegra

Hola, me llamo Alejandro y mi vivo en una pequeña población al sur de Andalucía con mi mujer. Casi todos los fines de semana solemos desplazarnos a la ciudad donde viven mis suegros y pasar con ellos los días de descanso, ya que la relación con éstos siempre ha sido estupenda.



Especialmente con mi suegra con la que tengo mucha afinidad. Tengo que reconocer que ya desde novio de su hija siempre me ha atraído enormemente por y eso que nunca me ha dado motivos pero jamás quise darle más importancia de la debida puesto que estaba enamorado de mi actual mujer. Diré que soy tremendamente feliz con ella y jamás le he sido infiel hasta que…. Bueno…. Es mejor que se los cuente detenidamente. Mi suegro es el típico hombre que dedica toda su vida a trabajar y no es muy cariñoso que digamos con su pareja. Mi suegra, que rondará ya los 50 años, es una mujer callada y algo acomplejada por tener unos kilos de más. Una tontería puesto que no es una mujer obesa ni mucho menos, pero si tiene sobrepeso, un sobrepeso que puedo asegurar que ya quisieran muchas. Es morena, de 1,60 aproximadamente y con un trasero enorme de los que resaltan al terminar la espalda, es decir, como aquí solemos decir, respingón. Sus tetas no son ni pequeñas ni grandes y sus piernas son largas y fuertes, de anchos tobillos y muslos gruesos. Vamos una delicia de mujer. Siempre me han atraído las mujeres maduras, sobretodo las que tienen esos "kilitos" de más pero nunca me había atrevido a ir más allá.



El caso es que uno de esos fines de semana llegamos como siempre con nuestras maletas pero debí hacerme daño en el cuello y tenía ligeras molestias. Ella se ofreció a la tarde del sábado a darme un buen masaje prometiéndome arreglármelo en un santiamén. Me llevó al baño de su dormitorio y me sentó en el water con la mala fortuna para ella de no acordarse de retirar unas grandes bragas beige que estaban encima del cesto de ropa. Se excusó rápidamente quitándolas de mi vista diciendo que disculpara pero aquella escena me hipnotizó. Estuve muy nervioso durante el masaje y ella no sé si llegó a percibirlo aunque hablaba con normalidad mientras sus manos trabajaban. La mejoría fue instantánea y así acabó el fin de semana. No paré de pensar en sus hermosas bragas durante toda la semana y al llegar el siguiente fin de semana ocurrió lo inesperado.



En el almuerzo los padres de mi mujer nos contaron que habían estado en el médico y que le habían dicho a ella que tenía las piernas cansadas, recomendándole hacer más ejercicio y dieta. Como siempre mi suegro se jactó de haberlo dicho siempre y que debía de comer menos cuando todos sabemos que es más un problema de metabolismo más que de cantidad de comida. El caso es que ese fin de semana era diferente a los demás, ya que mi mujer debía el domingo de coger el tren porque el lunes tenía una entrevista de trabajo muy importante. Mi suegro se ofreció a llevarla temprano así que sobre las doce de la noche ya se habían retirado a dormir cada uno. Yo sin embargo, me quedé como tantas otras veces en el sofá viendo programas de cotilleos en la tele con mi suegra hasta altas horas de la noche. Ella estaba echada con su batín (como hacía siempre) en el sofá, con sus pies descalzos y recostada en un cojín . Yo en el sillón de al lado perdía la vista de vez en cuando intentando ver más allá de su entrepierna.



La ví molesta y le pregunté que qué le pasaba. Me contestó que le dolían mucho las piernas aún estando en alto. Sin pensarlo dos veces le dije que le devolvería el masaje de la otra semana pero en sus doloridas piernas. Ella rió y declinó la invitación a la que yo insistí medio en broma dándome de grandes dotes masajísticas. Traje aceite del baño de invitados y me senté convencido a su lado a lo que ella tuvo que resignarse a acceder debido a mi decisión. Le dije que se tumbara cómoda y bocabajo y así lo hizo. A pesar del batín, por primera vez podía contemplar muy cerca sus enormes nalgas. Empecé por sus gemelos, frotando con fuerza y pareció gustarle. Con la tele de fondo y en completo silencio fui subiendo hasta detrás de sus rodillas. No sabía si llegar a los muslos, que por otra parte me estaban volviendo loco, pero ello suponía subir algo su bata. Al final me decidí y empecé a acariciarlos suavemente. Eran grandes, fuertes y bien formados y me provocaron un enorme cosquilleo interior. Subía y bajaba con el nerviosismo de que me dijera pronto algo pero parecía estar semidormida o relajada. No pude más y le levanté su bata hasta la cintura ofreciéndome a la vista sus enormes bragas que en esta ocasión eran blancas. Temblé de emoción pero no dijo nada, solo suspiraba.



Cogí aceite y llegué a conseguir uno de mis sueños, acariciar su enorme culo. Nalga a nalga, las apretaba, amasaba y movía como si fueran flanes y no decía nada. Llegué a meter las manos dentro de sus bragas para tener contacto directo y no rechistó. Mi excitación estaba en tal punto que acerqué mi cara a su enorme culo para oler tan delicioso manjar llegando a apreciar el especial olor que solo una mujer puede tener en su secreto mejor guardado. No dudé en acercarme más y más con mis manos a su sexo hasta que por fin… lo acaricié. No dio ni un respingo. Solo un ligero suspirar. Aquello me animó a retirar parte de sus bragas para trabajar mejor su clítoris. Mi mano se encontró aquella abertura cálida, vellosa y sorprendentemente húmeda.



Mi rostro olía una y otra vez aquel perfume embriagador mientras frotaba cada vez más rápido su enorme raja. Pronto pude ver como su trasero subía ligeramente para facilitarme el acceso y empezaba a moverse acompasadamente. A los pocos minutos aquel delicioso culo se agitó convulsivamente y calló. Tras un silencio aterrador y apreciando que hacía como que estaba dormida, me retiré a mi cuarto entre sobreexcitado y alucinado de lo que acababa de hacer. Tras una noche de desvelos logré dormirme. De madrugada mi mujer me besó y cerró la puerta.



Se marchaba a la estación de tren. Medio en sueños y no se en cuantos minutos de diferencia, la puerta volvió a abrirse y alguien se coló en mi cama. Me abrazó la espalda y posó torpemente su mano en mi paquete. Rápidamente noté que esa mano no era la de mi mujer ya que es más pequeña pero el caso es que al pensarlo mi erección fue instantánea e irremediable. Me volví para decir algo pero ella me puso una mano en los labios para que no interrumpiera ese momento mágico. Nos besamos nerviosamente y se quitó el batín de la noche anterior dejándome ver por primera vez su hermosa redondez. Me desnudé con su ayuda y sin darme tiempo se avalanzó hacia mi pene y lo atrapó con su boca. Empezó a chuparlo con desesperación volviéndome loco de placer. Mis manos intentaban llegar a sus redondas tetas pero me era complicado. Al poco Se incorporó sentándose sobre mí y poseyéndome. Su trasero empezó a moverse circularmente mientras me mostraba sus tetas en todo su esplendor. A pesar de la edad, se encontraban en perfecto estado, ligeramente caidas y algo más grandes de lo que imaginaba pero con unos pezones abotonados que me invitaban a ser mordidos sin compasión. Me leyó mi pensamiento y sus manos guiaron a las mías y acaricié, chupé y mordí no sé cuantas veces aquellos senos calientes. Su prominente barriga descansaba sobre la mía mientras ella se concentraba en sus movimientos y mis manos se posaron en aquella masa ardiente y sensual. Era increíble, mi suegra me estaba follando por primera vez! Le agarré el culo al sentir que iba a eyacular y le avisé. Ella me pidió que lo hiciera que le echara todo mi semen en su interior y así lo hice.



Fue alucinante. Se tumbó boca arriba agotada por el esfuerzo, desparramada entre las sábanas. Mi lujuria no había echo más que empezar y sin tiempo a coger aire me eché sobre ella para besarle el cuello, tetas, ombligo y….. por fin. Llegué a su poblado coño al que empecé a lamer chupando todos sus jugos anteriores. Ella empezó a respirar entrecortadamente llegando a una explosión de la que noté como más y más fluidos salían de aquel olvidado ( pienso yo) tesoro. Por entonces mi erección estaba de nuevo en marcha y le di la vuelta sin miramientos. Bruscamente la puse a cuatro patas y me deleité de ver aquel enorme culo solo para mí. Sus muslos se ofrecían ansiosos mientras su espalda se encorvaba para el acto. Me pidió que la follara fuerte así lo hice.



La cogí de su gruesa cintura y apreté mi pene en su interior. La entrada fue con facilidad ya que su lubricación era máxima. Era alucinante. Mis huevos chocaban una y otra vez contra su trasero haciendo un sonido peculiar. Mis envestidas pasaban de más rápidas a más lentas mientras recorría con mis manos su cuerpo. Aquel flan se movía en cada empujón y sus tetas descompasadas giraban alocadamente. De repente paré y me retiré. Le faltaba el aire pero yo estaba eufórico. Me dirigí con mi lengua a su agujero y empecé a lamerlo, introduciéndola poco a poco en su interior.



No parecía molesta pero a diferencia de mi mujer notaba que en aquel hueco no había habido experiencias sexuales. Le metí un dedo y se agitó. Me dijo que nunca le había hecho mi suegro nada por ahí y que lo había visto en alguna película pero que no estaba segura de querer hacerlo. Yo la tranquilicé diciéndole que si le dolía pararía de inmediato y seguí con mi trabajo. Pronto entraron dos dedos y cuando estaba suficientemente lubricado dirigí mi pene a su interior. Empujé suavemente mientras gemía. No supe si era dolor o placer pero me concentré en seguir empujando hasta que mi cabeza entró y empezó a moverse. Ella estaba quieta, a cuatro patas y medio temblando pero mis impulsos pronto se convirtieron en envestidas bruscas.



Ella empezó a gemir fuerte y a mover su culo. De repente gritó: ¡Sigue, sí….así….fuerte…..ay…..siiiiií…..! Dios aquello me puso malísimo. Retiré mi pene y pude disfrutar de mi obra: aquel pequeño agujerito perdido en su enorme culo ahora era un boquete grande y delicioso. Se la enchufé de nuevo sin prejuicios y me agarré a su culo como un poseso. La envestí como un animal no sé durante cuanto rato, ella se corrió dos veces ya que noté como se acariciaba a sí misma mientras la follaba y yo terminé corriéndome allí dentro y dejándome caer vencido por el cansancio. Luego nos besamos y duchamos. Prometimos no decirlo jamás ni volver a hacerlo jamás. Pero….. Esa ya es otra historia.



Espero os haya gustado.


Datos del Relato
  • Categoría: Maduras
  • Media: 9.5
  • Votos: 2
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