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Amor tuyo

Hace exactamente un año y un mes, dos desconocidos se conocían escondidos tras una pantalla de ordenador. No vale la pena mencionar sus nombres, tan sólo decir que él era un hombre a 600 km de una mujer.



Pasaron doce meses, luego uno más, y ambos decidieron mirarse a los ojos tras haber compartido largas horas de charla. Por suerte la tecnología avanza rápidamente, y habían podido verse en movimiento en vídeos de no más de 30 segundos.



Él quería olerla, ella soñaba con tenerle cerca. Era un deseo irracional por parte de los dos, que aún hoy siguen sin comprender. Amar y desear a una persona a la cual no se conoce...



El sitio elegido quedaba a mitad de camino, 300 km para él, 300 para ella. En esta historia no hay nombres, sólo realidades; el punto de encuentro era una ciudad tranquila, y un hotel en pleno centro.



Habitación 305. 22.00 h. Te espero a oscuras, amor mío...



Fue el mensaje que ella recibió en su móvil sobre las siete de la tarde. Aún quedaban tres horas así que se dedicó a dar vueltas por la ciudad, comió una ensalada en un bar y compró una caja de condones, se tomó una cerveza y fumó un paquete de cigarrillos uno tras otro. El sol comenzaba a desaparecer. La mujer miró su reloj, faltaba poco más de media hora y según una mujer a la que había preguntado, el hotel estaba a apenas cuatro calles en dirección norte. Comenzó a caminar con paso decidido. Le temblaban las piernas. Le temblaba el alma. Hubiese querido darse la vuelta y salir corriendo, pero no lo hizo. No era capaz. De improviso comenzó a llover, primero una fina lluvia que después se convirtió en gruesas gotas que el viento llevaba de un lado a otro. Y como siempre que viajas, nunca llevas paraguas. Cuando llegó al hotel estaba completamente empapada. Había escogido la ropa con cuidado, se había comprado unos zapatos nuevos, su peinado… todo se había echado a perder en apenas unos minutos. En la puerta del hotel dudó si entrar o no. Al otro lado de la calle pudo ver unos grandes almacenes. Siempre podía entrar allí y comprarse algo de ropa, pero no quería hacer esperar a su conocido desconocido. Se encogió de hombros y entró en el hotel con el corazón encogido. Se dirigió al tercer piso caminando lentamente, como si al retrasar los pasos diese tiempo a que se secasen todas sus ropas. Cuando llegó delante de la puerta se detuvo por unos segundos. Nada deseaba más que dar dos golpes y ver al hombre que durante tanto tiempo había soñado, olerle, tocarle, comerle… Miró sus ropas, estaban todavía mojadas.



Las finas gotas de agua que posteriormente fueron gruesas e interminables, desembocaron en una tormenta. Se produjo un apagón en el hotel. Todo a oscuras a kilómetros de distancia. Tan solo las luces de emergencia alumbraban su silueta femenina. El pelo empapado, los zapatos negros de charol marcados por las gotas, y la pintura negra de los ojos resbalando por sus mejillas. Al fin y al cabo, él la esperaba a oscuras, y no podría apreciar las diferencias físicas. Tal vez el olor...olía a humedad, humedad de lluvia, humedad de sexo... Tomó aire, y tras unos segundos de espera frente a esa puerta, leyendo una y otra vez 305, 305, 3...0...5...se decidió a tocar. Toc toc, se echó hacia atrás, tenía las manos sudorosas, la respiración entrecortada y un nudo en el pecho, en el corazón.



Al cabo de unos segundos la puerta se abrió y una silueta masculina apareció al otro lado. Era el. No podía ser otra persona. No podía verle. Pero al menos él no podía verla a ella tampoco. Una suerte de mínimo consuelo que apenas advirtió pues su corazón estaba tan encogido que tan solo quedaba espacio para el miedo y la excitación, apenas para el consuelo.



-Hola –susurró él.



-Hola –susurró ella.



Ambos permanecieron inmóviles, en la penumbra de las luces de emergencia. Mirándose en la oscuridad. Ella podría apreciar su silueta, quizás sus ojos, iba vestido con un traje. El advirtió que ella estaba mojada, temblorosa. En la oscuridad ambos creyeron ver lo que siempre habían imaginado. A la persona que más deseaban.



El hombre se apartó y ella entró en la habitación caminando lentamente. Escuchó la puerta cerrarse a sus espaldas y las manos de el posándose en sus hombros. En silencio, en penumbra. Ella dio dos pasos hacia detrás y se apretó contra el. Su pelo mojado contra su cara. Su espalda contra su pecho. Su culo contra su pene. Las manos de el bajaron desde los hombros a la cintura. Lentamente. Un escalofrío recorrió el cuerpo de ella. Estaban a oscuras. Pero nunca antes había sentido tanto pudor. El la besó suavemente en el cuello.



- Estás mojada –le susurró al oído.



-Más de lo que crees…



Ella movió ligeramente las caderas en círculos rozando el paquete de él. Las manos del hombre se deslizaron suavemente por toda su cintura y comenzaron a subir en dirección a los pechos. Demasiado rápido. Ella se dio la vuelta y quedó a escasos centímetros de su cara. No podía verle. Pero no deseaba otra cosa que besarle en los labios. Un trueno sonó en la lejanía.



En esos momentos volvió la luz iluminando la habitación.



Duró cosa de cinco segundos y volvió a apagarse. Aunque escasos, fueron suficientes para ver sus rostros, esos rostros que tan sólo habían podido contemplar en pantalla, y que ambos deseaban irracionalmente. Nada más producirse el segundo apagón, con el gesto incrédulo de sus rostros grabado en su mente, ella se abrazó a él de la misma forma en la que él lo hizo; pegando sus cuerpos, con deseos de fundirse en uno sólo. Él podía sentir el cuerpo de ella vibrando de forma indescriptible. Notaba, escuchaba su corazón palpitando, parecía que fuera a abandonar su cuerpo de un momento a otro. Ella mantenía los ojos abiertos, y aún sin ver dirigió su mirada en la misma dirección que la de su amante, su amado, su compañero...



Amor mío... dijo ella, con voz entrecortada.



Amor tuyo... susurró él, besando su frente, sus mejillas, su pelo, una y otra vez, incansable.



Ambos se estrecharon y besaron sus labios, una hibridación del deseo carnal y espiritual. El abultado miembro bajo sus pantalones rozó la pelvis de ella. Se estremecieron, enredando aún más sus lenguas. Ahora habían realizado el sueño secreto que irracional, siempre irracional habían mantenido desde el mismo día en que uno supo del otro. Todo cuanto habían imaginado por fin era una realidad incuestionable. Por fin podían olerse, podían tocarse, podían morderse, podían simplemente amarse… Sus manos se deslizaban por sus cuerpos sin reproches mutuos. Sus lenguas eran una sola. Sus respiraciones eran una suerte de música celestial que acompañaba al resto de sus actos. Ella le aflojaba el nudo de la corbata mientras él buscaba afanosamente cualquier cremallera o botón susceptible de ser desabrochado. La americana de él cayó al suelo. La chaqueta de ella también. Las manos de él estaban sobre los pechos de ella, oprimiéndolos suavemente, descubriendo por primera vez todo aquello que había alimentado tantas noches de soledad. Las manos de ella estaban en el cuello de él. Tocando su piel, su pelo, sus orejas, cogiendo su cabeza y girándola un poco para poder meter aún más su lengua. Las ropas comenzaban a caer al suelo sin orden. Las pieles comenzaban a quedar al descubierto. Texturas y olores. El hundía su cabeza en los pechos de ella mientras ella olía el suave perfume de la nuca de su amante. El hombre abrió la boca y se introdujo uno de los pezones de la mujer en la boca para chuparlo suavemente, con la avaricia del que no quiere desperdiciar ni uno solo de los segundos que le restan por vivir. Un escalofrío recorrió la espalda de ella. Hacía frío. Hacía calor. Estaba feliz, pero tenía miedo. Todo era demasiado nuevo, demasiado deseable. Tenían todo el tiempo del mundo para amarse, pero el espacio era limitado. Limitado por las cuatro paredes de la habitación, y las otras cuatro del baño.



Los dos estaban completamente desnudos, uno frente al otro. Sus manos eran incansables viajeras, turistas del cuerpo ajeno. La erección de él era ya imposible de ocultar, y rozaba el cuerpo de su actual dueña en cuerpo y alma. Hacían de todo, los movimientos, las posturas, eran infinitas...pero siempre sin dejar de besarse. Era una nueva sensación recién descubierta y demasiado esperada, como para no querer perder ni un segundo. Ella se arrodilló frente a él y acarició suave pero firme, el grueso pene de su hombre. Acercó su cara, lentamente, hasta que ella pudo notar su fragancia y él su aliento. Siguió sus interminables caricias mientras él la miraba, no podía apartar sus ojos de ella. Hubo un momento en que ella hizo amago de derretir con su boca la hinchada cabeza de su miembro y él se estremeció. Pero para hacerle sufrir, en el sentido cariñoso de la palabra, no lo hizo y se apartó aún más, cogiéndolo de la mano y llevándole a la cama. Él se tumbó boca arriba, y ella se aproximó sutilmente. Volvió a acariciar cuidadosamente aquel manjar que minutos después se convertiría en el camino más placentero de su vida. Lamió incansable el pene de su macho, lo embadurnó con su saliva, comenzó un interminable camino por sus testículos, por el pene, de vuelta a los testículos. Después se lo introdujo furiosamente en la boca hasta la mismísima base mientras el lanzaba un aullido de puro placer que hizo estremecer a la oscura ciudad. Ella comenzó a comer como si hiciese años que estaba a régimen. Lo besaba. Incluso le hablaba. Nada era suficiente para tan maravillosa herramienta mientras él se retorcía de puro placer entre las sábanas, intentando adivinar en la oscuridad las formas de aquella mujer que tanto placer le estaba dando. En un momento creyó que iba a correrse así que hizo un amago y se liberó de su boca. Un caballero nunca eyacula en la boca de la mujer que ama sin prevenirla. Y no le apetecía romper la magia con palabras tan vulgares.



-Mi turno amor… -dijo simplemente mientras en la oscuridad buscaba el sexo de su amada.



El sexo de ella estaba húmedo, mojado por la lluvia que había caído de sus cabellos, mojado de pura excitación. El la besó en los muslos, pequeños besos en el monte de venus sin depilar, pequeños besos en sus labios vaginales, volvió a besarla mínimamente en todos y cada uno de esos lugares mientras sus manos se posaban en los pechos de ella y comenzaba a pellizcar suavemente sus pezones. Ella se arqueaba mientras el dejaba caer su lengua en el sexo de su amada. Dando lengüetazos y sorbiendo. Sorbiendo y dando lengüetazos. Interpretando la respiración de ella, intentando descubrir la combinación de la caja fuerte que contenía el orgasmo de la mujer que durante tanto tiempo había deseado en la distancia.



Estuvo al borde del clímax, pero se apartó como pudo, tomándole por los hombros. Una dama no tenía por qué adelantarse en el paseo por las estrellas. Acercó sus labios, siempre a oscuras, hacia los de él, besándole tiernamente, de nuevo sus lenguas fundiéndose, ambos en el punto crítico. Qué mejor momento para unir sus cuerpos.



Él, tomándola por la cintura, la tumbó boca arriba, abriendo sus piernas con cautela. Se colocó encima, apoyando su cuerpo desnudo sobre el de ella, rozando sus pieles...pieles que erizadas se conocían poco a poco, con el sabor de la incertidumbre.



El pene erecto de aquel poderoso macho sobre su hembra, se posó tiernamente a la entrada del agujero soñado durante meses. Ella sintió un escalofrío recorriendo hasta el último milímetro de su piel. Penetró en su cuerpo de un solo golpe... un simple empujón, un leve movimiento de caderas y los dos desconocidos recién conocidos compartieron tiempo y espacio. Ella gimió, se retorcía como loca agarrándose en las sábanas mientras su recién descubierto entraba y salía de ella. Cada vez más veloz, sus respiraciones acompasadas al movimiento...



A.… a.… amor... mío... -decía ella entre jadeos



Sí... sí... mi pequeña desconocida... amor... amor tuyo... -repetía él en cada golpe de cadera.



Los dos percibieron la llegada del orgasmo casi al mismo tiempo; y al mismo tiempo se hizo la luz. La habitación quedó completamente iluminada mientras ellos se corrían juntos...juntos e iluminados. Sus rostros estaban empapados, extasiados. Ella tenía algunos mechones de pelo tapando su cara. En el momento cumbre se miraron a los ojos. Ella clavó ferozmente las uñas en su espalda y él intentó penetrar hasta lugares insospechados. Se miraron directamente a los ojos, las pupilas dilatadas, los labios humedecidos, las pieles perladas de sudor, las narices henchidas de pasión, los cabellos enmarañados. Eran sólo uno. La simbiosis perfecta. Él continuaba dentro de ella, sin retirar su miembro, mirándola. Ella aflojó las manos retirando las uñas de su espalda. Se sentían como debe sentirse el ciego que recupera la vista o el inválido que comienza a caminar. Un niño con zapatos nuevos. Entonces ambos abrieron la boca y dijeron una sola frase, la misma. "Amor mío". Después rompieron a reír y se abrazaron a la espera de un nuevo apagón. El conocimiento de dos desconocidos es solo comparable al desconocimiento de dos conocidos...



Afuera, en la ciudad, gruesas gotas de lluvia mojaban a todos los solitarios mientras la luz comenzaba a iluminar poco a poco las casas llenando de luz las estancias donde todos los enamorados habían estado haciendo lo mismo que ellos dos. Esperando como ellos dos un nuevo apagón.


Datos del Relato
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