Si alguien nos ofende, nos molesta o nos perturba, nos inquietamos, nos refugiamos en nuestra pena y pensamos que nadie nos quiere,

¿cuántos no conciben imaginar que nadie les quiere como una fantasía sino como una realidad que se despierta con ellos cada mañana?

Si alguien nos dice, apartate de mi lado que no deseo tu ayuda, nos herimos por dentro creyendo que somos imprescindibles, que debemos ser considerados sin más exigencia que el que nos amen por ser lo que somos, lo que entregamos

¿cuántos no tienen nada para dar, cuántos no saben quienes son, a cuántos les gustarían que les dijeran que se apartasen porqué eso significaría que tienen un lugar distinto al que ir, en el que encontrar otra vida?

Si alguien nos envía un mensaje a un móvil, nos escribe un correo o nos dedica un cuento en estas páginas, buscamos sentirnos arropados, que no nos ofendan con malas palabras que nos pongan buena nota, buscamos sentirnos aceptados, valorados,

¿cuántos ni tan siquiera imaginan que existen lugares para comunicarse donde la gente se dice te quiero... lugares que ellos nunca alcanzarán a manejar o quizá entender porque no saben ni escribir? o tal vez nunca nadie les dijo te quiero y no crean que esos lugares son para ellos, sino para gente con "más suerte en la vida y más preparada".

Si alguien, mirándose el ombligo como el centro de sus penas, de sus pesares, de sus angustias, de sus soledades, de sus frustraciones y de sus anhelos, necesita apartarse, quedarse sin hablar, estar tranquilo, rechazar una palabra amable porque están en época de espera para que sus deseos más íntimos, esos que no le cuenta a nadie, salgan adelante, en época de no ser molestado, en época de olvidarse de que vive con personas que también aman, que también sufren

¿cuántas personas tienen como única época en su vida que no les maten, que nos les peguen cada día, que no se queden postrados en una cama por una enfermedad degenerativa, que consigan un puesto de trabajo y que sea digno o con más sencillez aún que ese día puedan comer también caliente?

No le hagamos a las personas lo que no soportaríamos que nos hicieran a nosotros si estuviéramos en esa situación.

Yo sé que ahora mismo tengo un amigo dolido, un amigo herido que tal vez incluso lloró ante mi frialdad, lloró ante mi desprecio, lloró ante palabras certeras que nacían heridas de mi herida y abatida sensibilidad, con ese derecho que tiene toda persona a enfadarse y decir: ya está bien, ya no me pisan más y ese derecho posterior que todos tenemos también a tener un tiempo de intimidad en el que dolernos porque nos hicieron daño.

Yo sé que hay un amigo al que la sensación de meter la pata con algo que realmente no quiso que se entendiera así, las vibraciones que ha experimentado de haber fracasado le habrán abatido y yo he tenido que hacer un esfuerzo tremendo para permitirlo, pero con todo el dolor que humanamente entra en un corazón enamorado de los buenos sentimientos y pensamientos que conserva dentro... con todo el dolor de mi corazón... lo he permitido.

Y luego he mirado al cielo y tan solo he dicho en voz baja: gracias por darme equilibrio y ayudarme a calibrar lo que es justo.

No le hagamos a las personas lo que jamás soportaríamos ni por un minuto que nos hicieran a nosotros y alegrémonos por poder leer esto, tener una plato de comida caliente o que alguien nos diga: Perdoname, no voy a herirte de nuevo... porque te quiero.