La voz de la guapa la presentadora de Televisión Internacional ere tan monótona como si estuviera leyendo una receta de cocina. El volumen, a media voz, resultaba adormecedor y somnífero. De vez en cuando, como si se supiera las noticias de memoria, miraba las cuartillas que tenía delante y de nuevo miraba fijamente hacia el objetivo de la cámara que encuadraba su bonita cara y sus puntiagudas tetas. Decía en aquel momento:
--Una mujer desaparece cada semana en la Ciudad y más de 500 han sido asesinadas en los últimos años.
--Estudiantes, madres, niñas, obreras de la industria de las maquiladoras..., ninguna mujer está a salvo en la Ciudad. En esta ciudad las mujeres no pueden estar tranquilas debido a la impunidad por parte de las autoridades ante las atrocidades cometidas desde hace diez años.
--La justicia política, moral y jurídica ante el encubrimiento de datos sobre estas desapariciones cuyos autores aún se desconocen debido a la extrema ineficacia de las autoridades, que están deshumanizadas debido al peso del poder y la corrupción.
--Hasta ahora, no ha habido castigo a los autores de los crímenes. Las mujeres en la Ciudad están privadas del derecho a una información veraz, del acceso a la justicia y a la propia vida que en todos estos asesinatos se demuestra el machismo, el sexismo y una criminalidad clasista.
--Muchas mujeres son violadas en sus propios domicilios sin que se atrevan a presentar denuncias por temor a verse represaliadas y asesinadas, en muchos casos para extirparles los órganos vitales que son luego vendidos a traficantes sin escrúpulos que, en algunos casos, son bien conocidos por los propios policías que admiten la mordida
con toda tranquilidad.
***************
Sonó el timbre de la puerta dos veces. Madre e hija se miraron.
-- Mira a ver quien es – indicó la madre, volviendo a la lectura.
La niña, morocha, no mayor de trece años pero muy desarrollada para su edad, hizo un mohín con los labios, dejó el cómic sobre el sofá y caminó de mala gana por el pasillo hasta la puerta de entrada. Al abrirla tuvo que levantar la cabeza para mirar al fornido gigante que sostenía en la mano una pequeña bolsa de viaje azul marino.
-- ¿Está tu mamá, preciosa? – la sonrisa blanca y amable del gigante le gustó y de inmediato pensó en Arnold Swarzenegger.
Giró la cabeza abriendo la boca para llamar a la madre, pero no pudo hacer nada más. La mano del hombre, recta como una tabla, se movió a la velocidad del rayo y la alcanzó en la nuca dejándola inconsciente. Habría caído al suelo si el hombre, con la misma rapidez, no la hubiera sostenido por la cintura al tiempo que cerraba la puerta suavemente.
Con ella bajo el brazo como si fuera un fardo, caminó con sus enormes deportivas grises y blancas con la suavidad de un gato por el pasillo hasta el salón comedor, parándose en el vano de la entrada. Su pelo negro levemente ondulado casi rozaba el vano superior de la puerta y con la niña bajo el brazo la ocupaba a todo lo ancho. El silencio despertó a la mujer de su lectura, levantó la cabeza y el susto la hizo temblar y ponerse de pie preguntando con voz temblorosa:
-- ¿Quién es usted? ¿Qué le ha pasado a mi hija?
-- No le ha pasado nada, solo está desmayada, pero no te muevas si no quieres que la mate.
-- ¿Qué pretende?, ¡No tenemos dinero en casa!
-- No necesito dinero.
-- ¿Qué quiere entonces?
-- Cogeros a las dos. Follaros a una después de otra.
-- ¡Oh, no!! – y apreció de pronto, como había apreciado su hija, el parecido del gigante con el gobernador de California, aunque éste aún era más alto e incluso, según pudo apreciar pese al miedo, mucho más atractivo
-- ¡Oh, si! – remedó el gigante burlón, soltando a la niña sobre el sofá como si fuera un paquete.
-- Gritaré y vendrán los vecinos.
-- Saldrás despedida por la ventana y tu niña detrás.
-- Pero…
-- No hay pero que valga ¡Desnúdate!
-- No lo haré – respondió, escudándose tras la mesa.
El movimiento del brazo del hombre subiendo y bajando con la mano extendida en vertical recta como una tabla, fue visto y no visto. Cayó sobre la mesa partiéndola por la mitad como si fuera de mantequilla y no de nogal. El libro salió despedido por el aire como por una catapulta, rebotó contra una pared y cayó al suelo abierto por la mitad. Parpadeó la mujer asombrada mirándolo y por instinto bajó la mirada al enorme paquete que abultaba la entrepierna del gigante. Se asustó al comprobar que la polla le llegaba a medio muslo y temió por ella, pero mucho más por su niña, podría matarla con aquel martillo pilón al violarla.
-- Por favor, me desnudaré, vióleme a mí, pero no viole a mi niña.
-- Ya la han violado, o es que no lo sabías?
-- ¿Quién la ha violado?
-- Un amiguito del colegio
-- ¡Cómo lo sabe?
-- Eso no te importa, Carla, quítate toda la ropa mientras desnudo y sujeto a tu niña, quiero que vea como te follo y como te la meto hasta los huevos.
Empezó a desnudarse ante la amenazadora mirada del hombre.
-- ¿Pero por que? – preguntó la mujer quitándose la tanga y tapándose tetas y coño con los brazos y las manos.
Sin perderla de vista el hombre desnudó a la jovencita pasando suavemente la mano por el coño casi imberbe introduciendo un dedo en la rosada vulva. Abrió la pequeña bolsa de viaje sacando un rollo de ancho precinto gris. Amarró las piernas y las manos de la niña girándola sobre el lado derecho. Luego miró el cuerpo de la mujer desnuda. Estaba tan cachonda y tan bien hecha como había imaginado, sería un placer violarla y llenarle el coño de leche. Él lo necesitaba y la mujer también. Comentó rabiosa:
-- Vendrá mi marido y lo matará. Eso seguro.
-- ¿De verdad? – preguntó con burla - Tu marido no mata una mosca, pendejo, lo esperaremos y te follaré también delante de él. Vete por un vaso de agua y no se te ocurra cometer una tontería o no tendrías tiempo de vivir lo suficiente.
La miró mientras ella caminaba hacia la cocina. Tenía un culo respingón precioso y unos muslos de ensueño. No se había equivocado al juzgar que era una tía calentorra hambrienta de sexo. Había estado vigilando a la madre y a la hija durante dos semanas, igual que al marido. Las vio por primera vez juntas, de lejos, en el supermercado. Hacia poco más de un mes que acababa de llegar a la ciudad escapando de su maldito deseo de violar mujeres cuando le apetecían, sin ser consciente de su fuerza. Más de once quedaron esparcidas por el camino, enterradas o en alguna cuneta. La última había terminado estrangulándola en el momento de correrse. Pero si podía evitarlo no volvería a matar a ninguna. Aquella ciudad le gustaba y era hora de pararse.
Mejor era partir una mesa que matar una mujer. Pero aquellas dos eran dos pimpollos que se iba a follar con muy buen gusto. Estaban suficientemente asustadas y cuando oyó el agua del grifo en la cocina comenzó a desnudarse.
La vio regresar con el vaso de agua. Tenía unos muslos magníficos y una vulva de labios gordezuelos como a él le gustaban y pensó en comérselo antes de llenarle el coño con su abundante descarga de semen. Le quitó el vaso de la mano y lo dejó en el suelo al lado del sofá girándose de nuevo hacia ella que retrocedió asustada; él fue mucho más rápido y la sujetó por un brazo atrayéndola hacia él y levantándola por la cintura con la misma facilidad que a una hoja de papel. Le mamó una teta con una fiereza que le hizo daño pero, pese al dolor, no pudo evitar que el hombre notara en la boca como se le endurecía y se erguía el pezón a causa del placer. Sabe mamar el muy cabrón -- pensó ella con los ojos cerrados.
-- Te gusta, ¿Verdad, Carla?
-- ¿Cómo sabe mi nombre? – preguntó, sintiendo la experta lengua repasando su pezón.
-- Lo sé y basta. Eso no te importa.
-- Por Dios, me está haciendo daño – musitó cuando la extendió sobre el otro sofá frente a la niña desvanecida.
-- Si, pero te gusta, ¡contesta, cojones, o te dejó sin teta!
-- Si me gusta – respondió mirándolo con rabia.
-- Pero te gustará más que te coma el coño ¿Verdad?
-- Si me gustará más – y cerró los ojos cuando él le separó los muslos y metió la cabeza entre ellos.
-- Hija de puta, te vas a correr como una fuente – comentó, al empezar a comerle el coño.
Separó la vulva con los dedos y sorbió el clítoris con maestría tal que la mujer tuvo un ramalazo de placer inusitado pese a las circunstancias. Ardía de rabia por lo que le estaba haciendo y por lo que le hacia sentir.
-- Chupa, cabrón chupa, que lo haces muy bien. Si, así, méteme la lengua en la vagina... más profunda cabronazo. No me muerdas, jodido, que me haces daño. Si, si, lame, lámeme todo el coño, cabrón… Ay, no me muerdas, joder, chupa todo lo que quieras, me estás dando gusto… y hazme correr… si, así, asíiii .. sí, chúpame el clítoris, oh, oh, que gustazo… me voy a correr en tu boca… ban di do me voy a co rrer… toma mi leche… tom a la to da, lame, lame, sórbela así, así, así chúpame… toda.. la.. vagina… aspira fuerte, siiiiiiiiiiii aaaahhggg.
La mujer se arqueó de gozo en el momento del orgasmo respirando a bocanadas, pero el hombre siguió chupándole el coño con sus fauces de lobo y su sabia lengua, pasándola arriba y debajo de la tierna carne rosada. La dejó por un momento para mirarla. Supo que no se había equivocado, el esmirriado marido no tenía cojones para hacerla disfrutar así. Ella era una tía ardiente, se lo notó el primer día en la forma de andar y de mirar y supo de sus andanzas desde el mismo momento que empezó a vigilarlas, tanto a ella como a la hija.
De nuevo notó ella como los fuertes dedos masculinos le separaban los labios de la vulva y lamía la sensible carne rosada con ansia de lobo. Sintió otra vez como penetraba la lengua en la vagina y como se revolvía dentro causándole un placer que nunca había conocido con su marido. Este cabronazo sabe lo que hace – pensó procurando mantener la manos quietas para no cogerlo de la cabeza y hundírsela más profundamente en su coño abierto.
Contuvo la respiración cuando la lengua lamió con fuerza toda la vulva húmeda de arriba abajo, pero no pudo evitar estremecerse cuando sorbió el duro clítoris con la fuerza de una máquina neumática. De nuevo gimió de placer ronroneando como una gata. Estaba dispuesta a gozar de aquel salvaje hasta que se cansara de lamerla con tal de salvar a su hija de sus garras. La estaba llevando de nuevo al orgasmo con una velocidad increíble, sabía muy bien cómo y dónde chupar y lamer.
Tuvo otro orgasmo descomunal y, sin poderlo evitar, sus manos sujetaron la cabeza del hombre contra su coño con todas sus fuerzas mientras se corría arqueándose hasta tropezar con el respaldo del sofá con un placer tan intenso y profundo como nunca había experimentado en sus quince años de casada. Fue un orgasmo aún más grandioso que el anterior. No comprendía que clase de violador era aquel. En el estertor del agudo orgasmo abrió los ojos casi vidriados por el placer mientras él sorbía con fuerza el licor de su vagina y vio a su hija mirándola con los ojos atónitos ante la cara de éxtasis de su madre y oyó su exclamación de asombro:
-- Mamá… mamá ¡Si te estás corriendo!
-- Cállate o nos matará a las dos – respondió la madre con voz pastosa.
-- ¿Pero, cómo es posible, mamá? – preguntó la hija
-- Estoy intentado que no te destroce, hija – mintió, mientras el hombre soltaba una carcajada estentórea, mirando a una y a otra.
--¡Vaya par de putas más inteligentes! – exclamó levantándose – Y tu , putita, no se te ocurra moverte o te dejaré sin sentido otra vez. Luego te tocará el turno.
Se levantó cuan alto era y la niña parpadeó asombrada al ver aquella herramienta gigantesca en todo su esplendor.
Él gigante sabía que el marido tardaría toda la tarde en regresar del trabajo, y, si por casualidad regresaba antes, peor para él. Las violaría a las dos delante de sus narices y aquel pensamiento le excitó aún más. Su verga gruesa y larga le pasaba del ombligo. Ella se levantó del sofá, pero se detuvo mirando como hipnotizada la erguida herramienta.
--¡Dios mío! – exclamó temerosa.
-- ¿Qué te pasa?- preguntó frunciendo el ceño.
-- Va a matar a mi niña con esa…
-- Déjate de puñetas, pendejo. Inclínate sobre ella y mámale las tetas. Separa los muslos cuando te inclines, quiero metértela y que ella vea bien como te entra en el coño hasta los huevos.
Se inclinó la mujer sobre la niña con los muslos separados. El pellizco del hombre en las nalgas la hizo obedecer y su boca succionó la pequeña teta de la hija.
La chica rebulló intentado deshacerse de las ligaduras, mirando sorprendida y asustada a su madre, quiso gritar, pero la madre se lo impidió con la mano sobre la boca mientras le mamaba una teta susurrándole : No te muevas, nena, o nos matará...
-- Pero, mamá, ¿qué haces? ¿Que va a hacernos, mamá?
-- Va a violarme, hija, pero cállate o nos matará a las dos. – susurró la madre mamándole la otra teta.
-- ¿Pero por qué a nosotras, mamá? – preguntó llorosa dando por supuesto que también a ella la violarían.
-- Cállate y mira – rugió el gigante -- si no quieres que te vuelva a golpear, me voy a follar a tu madre y quiero que veas como se la meto y la hago correrse otra vez.
La muchacha vio como el tremendo y congestionado capullo se hundía en la vagina materna mientras ésta chupaba con más ansia la teta de su hija cerrando los ojos conforme el grueso mástil se iba hundiendo en su interior. La hija miraba la cara de su madre y luego la verga que se hundía en su vientre y no sabía distinguir si era de dolor que casi le mordía la teta o era de placer.
-- Así te follaba en el parque tu amiguito el del colegio, ¿verdad, putita?. Luego te follaré a ti, te gustará más que aquella mierda de pingajo que te metía en el conejo el pequeño cabroncito.
El largo y grueso pistón entraba y salía pausadamente de la vagina como si el hombre no tuviera otra cosa que hacer que mantenerse derecho y denudo detrás de la mujer sujetándola por las caderas y hundiéndose en ella con una regularidad de cronómetro suizo.
-- ¿Te gusta, señora Ponzano, pendejo cachondo? – preguntó hundiendo hasta la cepa la terrible herramienta dentro del coño y golpeando el útero con fuerza con la punta de enorme glande. El agudo dolor de la mujer al golpearlo el duro capullo congestionado le hizo cerrar los dientes sobre el pezón de su hija que bramó de dolor.
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La voz de la locutora seguía desgranando monótonamente el último caso de violación domiciliaria:
-- Los vecinos de aquella casa no oyeron el grito de la chiquilla y, si lo oyeron, nadie lo dio importancia ni intentó averiguar por qué grito la niña. Los ciudadanos seguían paseando, trabajando, estudiando, divirtiéndose o haciendo el amor sin enterarse de las violaciones que tenían lugar en aquel piso del extremo norte de la Ciudad….
don Aretino, que no tiene mas quehacer que escribir puro porn?. veo que el 90% de las historias por en este sitio son escritas por usted, hoy este dia nada mas publico 5!! como que se paso toda la noche fantasiando me imagino, Ay dios mio!!. sus relatos son muy aburridos dediquese mejor a cuidar a sus nietos, pero bueno le dejo mi 2 de calificacion.