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Después del encuentro que tuve con mis amigos militares Miguel y Antonio relatado en Perdidos en el Amazonas (léanlo, se los recomiendo), me reuní nuevamente con Miguel por ser este un amigo más cercano que Antonio. Quedamos de vernos un día en las horas de la tarde para tomar un café pues aún teníamos muchos chismes atrasados que contarnos.
Miguel: Que tal el trabajo amiguita?
Marcela: Bien Miguel, no me puedo quejar siempre me ha gustado ser una mujer independiente aunque por lo mismo me toca ser mas responsable.
Miguel: Y como va tu matrimonio?
Marcela: Tú sabes que fue un error desde el principio, nunca me ha ido bien en mi relación y siempre recuerdo que tu fuiste uno de los que me aconsejo que no me casara pero no escuché, era muy inmadura y rebelde, durante estos años he pagado las consecuencias.
Miguel: Tan mal te ha ido?
Marcela: La verdad si, no niego que el ha cambiado un poco para bien en los últimos tiempos pero las heridas son como los clavos en un trozo de madera, por mas que los quites quedan las huellas, no es que sea rencorosa ni vengativa, es solo que he tenido que enfrentarme a situaciones muy humillantes y difíciles de olvidar.
Miguel: Mejor no hablemos mas de eso que siempre te pones mal, no triste sino decepcionada por el tiempo perdido, ven dame un abrazo.
Y diciendo esto nos abrazamos muy tiernamente como los buenos amigos que éramos. Me sentí mejor con el apretón y continuamos conversando.
Marcela: Cuéntame mas bien otra de tus excitantes aventuras en la selva que tanto me gustan, a ti si te ha pasado de todo…
Y Miguel ni corto ni perezoso comenzó otro de sus relatos sobre su trabajo en el Amazonas:
Allí en medio de una calma absoluta, que solo la da la vegetación extrema y el susurro del viento entre los altos árboles que se estremecen a su paso, y que como un sobresalto emerge una guacamaya con su chillido molesto, me encontraba… inerme en mis pensamientos, sumergido en lo más profundo de mis recuerdos, sabiendo cuan lejos se encontraban y pensando con pesar cuando volvería a disfrutar de esos momentos que me tenían tan ensimismado
Me habían mandado de comisión a un punto lejano del Amazonas, casi en límites con el hermoso país de la zamba. El cañonero avanzaba, como avanza una navaja en una papaya madurita, solo se veía la quilla de la nave como rompía el agua y esta apenas daba paso a este monstruo que pocas veces paseaba por estos lugares.
Me encontraba en una comisión cívico naval, el objetivo: brindarle servicios básicos a las comunidades indígenas que allí vivían, servicios como odontología, medicina general, mercados, medicamentos, y llevarles un poco de esparcimiento con nuestros equipos de amplificación, nuestra luz, nuestros payasos y regalitos.
La comisión era pesada,… yo era el encargado de la seguridad al atraque del buque en cada rincón de la selva. Había llegado una comisión de médicos y enfermeras de la capital del ministerio de salud, que junto con los medicamentos eran el apoyo de la red de solidaridad. Llevábamos 5 días navegando río abajo hasta llegar a Tarapacá, luego nos devolveríamos y llegaríamos a cada caserío y brindaríamos nuestros servicios.
Apenas había cruzado algunas palabras con el doctor, el odontólogo y las 2 enfermeras, en las horas de la comida; el resto de mi tiempo la pasaba en el camarote, leyendo revistas o viendo películas y pasándole ronda a los centinelas que estuvieran muy pendientes en cada curva del río ya que nos podrían emboscar. Me habían presentado al doctor, ya no recordaba su nombre y a las dos enfermeras, una se llamaba Jacke y la otra Almate, simpáticas podría decirse, pero muy esquivas, poco se veían, y siempre hablaban con el Comandante de la lancha y con el doctor, y sobre temas como los medicamentos, sobre que bonito el paisaje, que rica la comida y punto.
Cuando llegamos a Tarapacá al quinto día ya se había quebrado un poco el hielo, yo les había recomendado que tuvieran mucho cuidado con lo que se hablara con los pacientes, porque estaba en juego la seguridad de la lancha y en esos momentos estábamos muy vulnerables debido a la lejanía de la base y el apoyo era mínimo. Al llegar a Tarapacá volvimos hablar sobre la seguridad y se preparo una buena comida en tierra, fue una deliciosa tortuga Galápagos, que nos dio la energía suficiente para empezar una larga travesía por las fronteras colombo-peruanas, por espacio de 60 días.
Las consultas comenzaron normalmente, la gente llegaba de aquí y de allá y el médico formule, aplique inyecciones, las enfermeras y las odontólogas saquen muelas podridas, dientes y todo lo que se atravesara, yo pendiente con la seguridad, bajándome en cuanto sitio tocara, amarrando el buque y llevando los infantes de marina a sitios estratégicos para salvaguardar temporalmente la seguridad del buque. Así comenzaron las primeras semanas.
Al poco tiempo me sentí mal, sin alientos, pensé que era una gripe, pero no me recuperara. Hablé con el comandante del buque y quedé en pedir una consulta con el medico. En horas de la comida se lo comentamos al medico, quien a puro ojo me dijo que posiblemente me estaba entrando el típico paludismo de la selva; después me dieron unos medicamentos y me aislaron en un cuarto atrás de las calderas.
Solo, como un estúpido dormí esa noche y con la consigna que no podía entrar en contacto con los demás miembros de la tripulación porque se volvería contagioso. Me pusieron en cuarentena, asignaron a Jacke para llevarme los alimentos y los medicamentos. Jacke era una mujer costeña, mona teñida, alta, joven, con unas piernas hermosísimas, se las había detallado cuando se sentaba y las cruzaba, me parecían unas piernas bien torneaditas, con un minúsculo vellito rubio, era una mujer de risa fácil; comenzamos hablar y me sentí muy contento y relajado, puesto que me entendía de maravillas con ella.
Con Jacke todo era alegría, pues tenia una forma muy agradable de hablar, de reír, de contar chistes y sobre todo de cantar música vallenata, que rico era porque yo le decía te acuerdas de tal canción, ella decía que si y me la cantaba, además tenia muy buena voz. También me contaba que había hecho parte de un grupo vallenato en épocas de colegio, sabia jugar dominó, cartas y en general todo tipo de juegos de mesa. Cuando juego había siempre apostábamos dinero aunque en pequeñas cantidades y siempre salía ganando.
Así pasaron alrededor de 3 semanas y ya estaba a punto de salir de la cuarentena, cuando le dije que me encantaba y que me gustaría que fuéramos novios, aunque eso fue mas por formalismo ya que ella me había contado que tenía esposo. Me dijo que no era posible, porque ella no estaba acostumbrada a eso, y que después seria muy difícil para ella volver a su casa y cargar con esos recuerdos, que mejor fuéramos amigos como hasta ahora.
Sin embargo yo sentía que le gustaba mucho por más que trataba de disimularlo. Lo sentía, cuando me acercaba a ella, cuando le cogía la mano y cuando le besaba la mejilla en las mañanas y en las noches. Ella creo que sentía temor por los comentarios que saldrían de darse aquella situación y el concepto que tendrían su compañera y los médicos. Ella me seguía llevando las drogas y los alimentos, nos veíamos 3 veces al día, en la mañana, a medio día y en la noche, hablábamos bastante y luego se marchaba al camarote que compartía junto a su compañera.
Me gustaba cada día más, siempre la espiaba cuando se iba a bañar, pues el baño tenía una claraboya, una especie de ventana en círculo. En las noches estaba pendiente cuando se iba a bañar para espiarla, claro que yo no era el único, pues toda la tripulación estaba pendiente de lo mismo.
Era todo un ritual, primero entraba Jacke, quien salía de su camarote con una toalla envuelta sobre la nuca; ya en el baño se desvestía, se quitaba primero la blusa y dejaba ver unos senos grandes, redondos, con un color de pezón rosadito y unos botones apenas que le despuntaban, después se quitaba el short o la falda y dejaba ver unas tangas bien pequeñitas, el cordón se le metía por ese culo bonito, y tenía una cuquita pequeñita la cual afeitaba permanentemente y unas piernas hermosas, bien torneaditas y con un vellito que las hacia deliciosas.
Se metía a la regadera y se mojaba una gran mata de cabello dorado recién tinturado y luego se pasaba el jabón por esos hermosos y grandes pechos, luego por su sexo, era una rajita bonita, que daban ganas de morderla, de chuparla,… era una delicia la feminidad que tenía para bañarse.
Para observarla se tenia uno que meter entre codazos por la diminuta claraboya y apenas duraba un suspiro porque llegaba uno y otro codazo y lo sacaban del lugar privilegiado. Era un secreto a voces que las espiábamos cada noche a cada una en su ducha, hasta el comandante llegaba en ocasiones para ver el espectáculo, a veces en las reuniones se dejaban escapar comentarios y era motivo de risa.
La otra enfermera Almate, era una mujer de unos 26 años, delgada, alta, de pelo corto, muy agradable, pero definitivamente yo estaba hipnotizado por Jacke.
Poco a poco nuestra relación avanzaba, aunque no tan rápidamente como yo quisiera,… después de las jornadas de consultas, zarpábamos y llegábamos a otro sitio, casi no había tiempo de conversar y ella trataba de rehuirme, pues sentía que yo a veces la acosaba y no le gustaba mucho; en una oportunidad me dijo que yo la ponía nerviosa y ella prefería poner tierra de por medio, eso me animaba y a veces llegaba casi al acoso.
Nos fuimos desocupando poco a poco, yo la invitaba a dar paseos por las partes cercanas a donde atracaba la lancha, cogía el bote administrativo y la llevaba a unas playitas a bañarnos. Poco a poco ella fue dejando la timidez conmigo, nos cogíamos de la mano, y nos metíamos al río, era bendita esa agua fría para bajarme la temperatura después de ver ese cuerpazo metido en esas tanguitas.
Pasaron los días y por lo excitante de nuestros encuentros ya nos deseábamos, yo sentía que ella buscaba esos espacios para disfrutarlos conmigo, ella quería broncearse en la playa y yo le untaba el bronceador y le hacia masajes por la espaldita con la crema, luego le daba la vuelta y le hacia masajes en los brazos y el pecho alto, luego llegaba a sus pechos, era una delicia de pechos, allá me daba un gran banquete, duraba un largo tiempo, le masajeaba los pechos, yo disfrutaba viendo ella como se contorsionaba de la emoción, era una delicia ver como ella gozaba que yo le cogiera las tetas primero suavemente y luego mas fuerte para terminar pellizcándole los pezones mientras ella se revolcaba en la arena de la emoción.
Ella gemía y decía rico, rico mi amor, apriétame un poquito más o un poquito menos. Luego le bajaba la tanguita y le untaba crema en su bizcochito y le hacia un gran masaje en el clítoris, hasta ver que se ponía grande y duro y luego en un orgasmo violentísimo se revolcaba en la arena y seguía gimiendo para después abalanzarse sobre mi y tirarme sobre la arena.
Me cogía la polla y comenzaba a chupármela con unas ganas enormes; yo veía como se la metía toda a la boca y se perdía, luego me chupaba las bolas y después se subía sobre mí y comenzaba a moverse como una licuadora, era una gran puta de veras…
Cuando yo estaba a punto de venirme se desenganchaba y hacía que me derramara en sus tetas, después me cogía la polla y me la hacia parar de nuevo, esa mujer me la hacía parar cuantas veces se le daba la gana, y así culiabamos dos o tres horas; luego volvíamos la lancha y el tiempo transcurría normalmente.
Un día ella invito a Almate a nuestros paseos por la playa y a bañarnos. Almate era un poco recatada, dejaba que nosotros nos enfrascáramos en esa barbarie de sexo, mientras ella permanecía sin importarle y sin preguntar nada, me imagino que ella nos observaba frecuentemente. A mi me importaba un carajo que mirara o que no mirara, yo estaba en mi salsa y dándole clavo esa mujerzota.
De pronto en unas de estas salidas, me dijo para mi sorpresa que también quería broncearse un poco, y comencé a echarle cremita en el cuerpo. Tenía un cuerpo bonito, era delgada, y aunque de senos pequeños, estaban bien formados y las piernas largas, delgadas y bonitas.
Almate me dijo que quería que yo la acariciara como lo hacia con Jacke, me quede mirándola y mire a Jacke. Soltamos la risa y le dije que estaba encantado, pero quería saber que pensaba Jacke. Ella me dijo, hágale Miguel, aproveche que esto no lo hace todos los días. Ni corto ni perezoso comencé a masajearle las tetas, se le fueron poniendo duras, y los pezones paraditos. Me dijo que se las chupara y comencé a chupárselas durito, a ella le encantaba,… luego le mordí los pezones, le mordí el abdomen y me pegué a su chochito para darle una tremenda mamada. Esa mujer se mordía, se contorsionaba, tenía un saborcito delicioso, y le había aplicado una loción que olía súper rico.
Le pasé la lengua por el culito y sentía que esa mujer se derretía, luego le pasé el dedito por el ano y le encantó; seguí acariciándole el culito y ella me apretaba cada vez más y decía que le siguiera dando lengua y siguiera acariciándole el culito. Luego me dijo que se la metiera toda y se me subió encima y me llevo la mano hasta su hoyito y le metí el dedo en el culito de nuevo. Esa mujer se la gozaba mucho, luego de esto nos reímos un poco y nos fuimos para la lancha. Esto fue un regalo que recibí, ya que seguridad ni que nada, no me importaba que nos vieran, yo lo que quería era estar metido con esa viejas por allá en las playas.
Después de esto la tripulación me cogió desconfianza y envidia, por ser el rey de esas florecitas en medio de la tremenda selva. Me llamo a relación el comandante del buque, argumentando que yo tenía que suspender ese tipo de vueltas a la playa y que tenía que dedicarme al trabajo. Yo le dije fresco mi capitán, lo que pasa es que si usted me suspende esas visitas a las playas, yo hablo con las muchachas para que no se sigan bañando desnudas por las noches y ustedes no pueden seguir espiándolas. Ante esto el capitán que me había hecho este reclamo en la formación general, me dijo que subiera a hablar al camarote con el sobre este asunto. Fui y hable con el y quedamos que yo podía seguir paseando a cambio de ellos seguir viendo y acrecentando su morbosidad y sus delirios con estas florecitas mientras se bañaban en las noches, y yo feliz,… nunca antes me había insubordinado, pero era que estaba en el cielo, y quería estar ahí yo solo, además me di cuenta que la tripulación ya no era tan amable con ellas como antes. Lo mejor de todo era que a las florecitas les encantaba mi compañía y casi no le interesaba el resto.
Este cuento duro hasta llegar a un puesto de control donde le prestaron seguridad al buque. Decidimos festejar, ya llevábamos como dos meses navegando y decidimos hacer una fiesta, yo estaba deseoso de bailar con Jacke, y así hicimos la fiesta, una fiesta con buen traguito, música brasilera y vallenato.
Comenzó la fiesta y empezamos a bailar; las enfermeras solamente querían bailar conmigo, mejor dicho las tenía matadas,… se había formado una confianza muy especial entre nosotros tres.
Al poco tiempo se fue la luz como cosa rara, ya eran las doce de la noche y no había suficiente combustible para darnos el lujo de seguir con la planta eléctrica prendida, entonces decidimos seguir la rumbita a la luz de unos focos de queroseno que prendimos.
Allí estábamos junto a la playa con una grabadora y unos rones, ya la relación con Jacke era muy relajada, pues nos besábamos naturalmente en medio de la fiesta. La gente quería bailar con ellas y a mi me tocaba insistirles que bailaran con los demás pues solo querían estar conmigo.
Cada hombre fue buscando donde mojar el palito y cada uno se fue arrimando a la india que tenía al lado en son de conquista para llevársela de la playa. Se fue armando tremenda jolgorio y por los rincones se escuchaban quejidos, gritos, risas, todo el mundo estaba en una orgía brava.
Yo tenía mis dos hembritas, pero el capitán se me acerco y me dijo que me fuera con Jacke que el iba a intentar culiarse a Almate. Yo le dije que ellas me habían pedido que las acompañara y no las iba a dejar solas, que se arrimara para que conversáramos los cuatro. Así se hizo y comenzamos a reírnos y a tomar trago.
Después Jacke me dijo que estaba cansada, que la acompañara al camarote. Nos despedimos de Almate y del capitán. Amanecí con Jacke en el camarote con esos traguitos en la cabeza; pasé una noche hermosa y el amanecer con semejante hembrita linda.
Después supe que el capitán había amanecido con Almate en el camarote de comando y ellos siguieron su cuento, aunque se suspendió el baño en las noches porque el capitán les sugirió que se bañaran en un baño privado que tenía. Faltaban pocos días para llegar a la Base y allá termino todo.
En la llegada a Puerto, se hicieron los respectivos honores al buque que había representado tan dignamente el país en aras de mutuo apoyo y colaboración con el hermano país. Llegaron los altos mandos del ministerio de salud y las florecitas fueron muy bien recibidas. En horas de la tarde las estaba esperando un avión del ministerio y ese fue el adiós, se acabo una comisión especial de servicio con un hermoso recuerdo. Después tuve la oportunidad de hablar por teléfono con Jacke, me dijo que me extrañaba mucho y que deseaba volver a una comisión de estas… conmigo por supuesto…
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