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Llegué a casa desanimada por desaprobar anatomía en la facu, porque afuera llovía y porque me crucé en el camino al estúpido de mi ex. Obviamente se me acercó para largarme el mismo discurso barato de que si volvemos todo iba a ser distinto, y por poco prometiéndome el paraíso. Parece haber olvidado que me cagó con mi mejor amiga, casualmente un día como hoy, a horas de mi cumple. Para colmo odio los días de lluvia.
Mis padres estaban en lo de mis abuelos, mi hermano salía con su novia al cine, mis únicas dos amigas tenían otros planes, y yo, me debatía entre ordenar mi cuarto, lavar algo de ropa o aplastarme en el sillón película y pucho mediante.
Nunca tuve mucha vida social que digamos. Lo seguro es que tenía un hambre infinito, y como ya eran las 9 en punto, decidí pedir una pizza y una birra a mi salud. Dejé mis apuntes, mi libreta y mi saquito negro en la silla, prendí la tele, tomé unos tragos de una gaseosa tibia y casi sin gas, cerré las ventanas porque el viento se ponía ciclotímico y furioso, y justo cuando iba a marcar el número del delibery veo por accidente en uno de esos canales condicionados que dos negrazos le hacen comer sus pijas duras como témpanos a dos universitarias chillonas, a las que no les entraba más el glande de esas monstruosidades, pero se esforzaban por poder más, desnudas y cubiertas de saliva. Los tenemos gracias al pajero de mi hermano que se desvive por pagarlos. Eso encendió todas las alarmas sexuales de mi cuerpo, y pensé que estaría buenísimo cogerme a Camilo, un flaco de unos treinta que labura en el delibery. Después de todo mañana cumplía 23 y no había tenido tiempo de comprarme nada.
Era solo una idea arriesgada y amoral. Sin embargo, poco a poco, por las imágenes de la tele, sumado a las dos copitas de vino que tomé mientras repasaba el living y los estruendos de los rayos afuera, me animé y llamé a la roticería.
Pedí una pizza especial con jamón, dos empanadas de pollo y, con los nervios en la garganta pregunté si Camilo podría traerme el pedido. Cuando la chica dijo que no había problemas me paralicé. Tanto que tuve que llamar otra vez para que apunten mi dirección. Ahí supe que contaba con una demora de 50 minutos.
En el trayecto perfumé un poco el ambiente, saqué al perro al patio, me fumé un pucho sin evitar apretarme las tetas por la impaciencia, y apagué la tele, porque no podía estar tan mojada cuando llegue mi hombre.
¡Sos una boluda Pamela, apenas lo veas te cagás en las patas y volvés a dormir sola!, dijo una voz adentro mío, supongo que para tranquilizarme cuando ya me comía las uñas.
Apenas sonó el timbre me despojé de mis guillerminas bajas y corrí descalza a abrirle. Lo vi subido a su moto fluor, todo trabadito, con mi pedido en la mano, con su cara de orto habitual y el pelo revuelto por la tormenta que cubría el cielo de efectos luminosos, y ni lo dudé. Le pedí que entre, que ate la moto a uno de los postes de luz, que me cobre y se quede con el vuelto, pero que me acompañe adentro. Se lo dije con un dedo en la boca, y con la otra mano me desprendía los botones de la camisita.
Sus ojos se clavaron en mis pechos y me siguió con desconfianza. Nunca había sido capaz de regalarme como una trolita de boliche, pero ese macho de aspecto rudo aunque sin caballerosidad era mi fantasía, y ahora lo tenía en el living de mi casa, sentado en una silla y observando cómo me quitaba la camisa y me subía la falda hasta las rodillas en medio de un baile que, de erótico no tenía un cuerno. Era suficiente para que mi atenta mirada se deleite con la prominente erección bajo su pantalón.
Pensé que tenía un tamaño descomunal, pero cuando me le tiré encima para comerle la boca y bajarle el cierre y así apropiarme de su pene caliente como un fósforo recién encendido, vi que no llegaba a los 16 centímetros. Era una pija ancha, levemente húmeda, cabezona y de venas que formaban un tronco apetecible. Quería petearlo, oler esa pija, lamerla toda, llenarme la boca con el sabor de ese macho impaciente, que ahora parecía un perrito mojado, y más cuando mi boca le rodeó el flande.
Mi lengua recorrió cada poro de su piel, su escroto, sus huevos, su ombligo y sus ingles. Mi olfato tenía urgencia por reconocer el olor de su semen, y mi saliva comenzaba a fundar pequeños ríos en su pija deliciosa. Nunca había chupado una verga con tanta dedicación y esmero.
¡Qué rico la chupás morocha, te la doy toda, qué perra sos, quiero verte en bolas bebé!, susurraba entretanto que mi garganta hacía cada vez más espacio a sus envestidas y sus manos me arrancaban el pelo. Me detuve para sacarme el corpiño y entonces ponerle unos segundos las gomas en la cara, para darle el gusto de que me las chupe como seguro anhelaba.
Aquello terminó por enloquecerme. Le pedí que me quite la falda y me agaché para fundir mis tetas en su carne tiesa donde las froté con impunidad, y él derramó toda su lechita como una explosión de estrellas que salpicó hasta mi rostro. Me fascinó oír sus jadeos a la hora de eyacularme violento y vanidoso, porque en ese momento dijo varias veces que me iba a ahogar de leche, aunque no estuvo tan errado.
Pero yo quería más. Así que le quité su remera sudada, le colmé de besos el pecho y los hombros, le mordí las tetillas con ternura, le restregué las tetas por todo el cuerpo y después me senté sobre su pija para pegar mi culo en ella y moverme suavecito. Le hice una pajita contra mis nalgas, le pedí que me chupe la concha si se la bancaba, y un poco me decepcioné cuando dijo que eso no le cabía. Pero luego, tal vez apenado por mi bajón temporal me tomó en sus brazos, me sentó en la mesa encima de la caja de pizza, me bajó la bombacha, la re olió y me abrió las piernas.
¡Cómo no te la voy a chupar pendejita, mirá cómo estás guacha!, dijo con su boca a un paso de poseerme. Era cierto que nunca me había mojado tanto. El contacto de su lengua en la entrada de mi vagina me estremeció y gemí. Eso lo animó a colarme un dedo junto al ir y venir de su lengua a lo ancho de mi canal. Cuando tocó mi ano gemí aún más fuerte, y entonces rozó mi clítoris con su pulgar mientras otros tres dedos me invadían, y su boca me lamía desaforada y en celo.
¡Acabáme todo perrita, dale, quiero tragarme tu acabadita nena!, dijo mientras un dedo frotaba mi culo y ahora su lengua movía mi botoncito, y lo inevitable pasó. Le regalé mi orgasmo envenenado de jugos afrodisíacos que degustó con asombro, a la vez que se pajeaba invitándome a hacérsela también.
Sin esperar a que me recupere de mi volcán me alzó en sus brazos y me sentó sobre él en el sillón para penetrarme sin piedad, comerme las tetas y obligarme a lamer la partecita de delante de mi bombacha. Mi conchita saltaba en esa pija que parecía haber tomado mayor rigor, mis nalgas eran azotadas por sus manos y mis gemidos aturdían a los rincones de la casa cuando la tormenta era un desfile de rayos en la ventana.
De repente unos ruidos en la puerta me recordaron que no cerré con llave, y aunque pensé en la posibilidad de que mis viejos hayan vuelto de su paseo no quería detenerme a mirar con semejante cogida que me estaba dando mi amante. Yo gemía llena de rubor y con las tetas cada vez más mordisqueadas, y él me bombeaba con frenética pasión. Ni siquiera nos detuvimos cuando vimos entrar a mi hermano Andrés y a su novia Yanina correteándose por toda la casa, mojados por la lluvia y acaramelados. Ese día cumplían un año de novios. Seguro que por la tormenta se les estropearon los planes, pensé mientras nosotros seguíamos como abotonados, y ellos se quedaban boquiabiertos al descubrirnos.
Creí que mi hermano armaría tal escándalo que hasta nos caería la policía por el llamado de algún vecino metiche. Pero Camilo no podía parar de cogerme la concha con maestría, ni Andrés de posar sus ojos en mis tetas mecidas por el ritmo alocado de nuestra comparsa sexual ni su bulto detener su creciente estado. Yanina, que también miraba embobada, pronto le bajó el pantalón y el calzoncillo a mi hermano, lo llevó casi a los empujones hasta la mesa y lo sentó para chuparle los huevos y pajearlo dulcemente.
Camilo me apartó de sus movimientos y me indultó: ¡dale morocha, chupala y te pinto los labios!
Me arrodillé y se la chupé un ratito, aunque cuando supe que se vendría en mi boca me volví a sentar en sus piernas vencidas para colocar su pija en mi concha, solo que ahora le daba la espalda. Apenas le grité: ¡dejame la lechita adentro perro!, sentí que su pija se ensanchaba en mi cueva, que su aire se quebraba en espasmos de felicidad y que su semen me inundaba por completo.
Miré hacia mi derecha, y Yani se había quitado la musculosa naranja, se deshizo el rodete lánguido que solía usar y le pegaba en la cara a Andrés con su corpiñito blanco mientras le apretaba el pito. ¡Jamás le había mirado la verga a mi hermano, y juro que me sorprendió!
Por momentos mis ratones me hicieron desearlo, cuando Camilo me pedía que se la chupe hasta sacarle la última gotita de semen, y yo no me negué. Enseguida tuvo que vestirse porque su jefe ya lo había llamado al celu unas 15 veces por lo menos.
En la puerta me lo re trancé apenas con mi falda medio mal puesta, y en cuanto oí el rugido de su moto alejarse en la calle volví al living, donde Yani le comía la pija a su chico a punto de reventar su shortcito por el pedazo de culo que portaba. Realmente, Yanina es la novia más tilinga, ordinaria y desabrida que tuvo mi hermano, y a pesar de que solo le llevo dos años, parecemos haber nacido en distintas generaciones.
Cuando vi que Andrés usaba su hermoso pito como un látigo en la cara de Yani, yo misma le pedía que se lo chupe, que se lo trague hasta el fondo, y creo que confundida por mis palabras ella se transformó en una obrera implacable de la mamada. Se la olía, agarraba su tronco durísimo con la mano y saltaba con su boca en su glande rojizo, le lamía los huevos con besos más ruidosos que los chaparrones en el techo del quincho, abría y cerraba las piernas, gemía sin claridad y se engolosinaba subiendo y bajando con su lengua por toda la extensión de su pene lacerante.
Yo me mojaba como una pajera mientras mi hermano miraba incrédulo que su hermana se frotaba la almeja con la mano abierta sobre la pollera. Pero Yani tuvo que dirigirme una mirada lujuriosa y decir: ¡viste que hermoso pilín tiene tu hermanito, nunca se lo miraste vos culeadita?!, para que mi cuerpo derrotado intervenga quitándole las ojotas para darle duro col ellas en la cola mientras ella seguía peteando a Andrés, que en un momento sugirió que me quede en bolas.
Lo hice, y le acaricié las tetas a la enana después de que Andrés le frotó la pija y, cuando ella me pidió que le pegue más fuerte.
¡chupalas nena, si lo vas a hacer haceme todo!, replicó, y mi boca comenzó a deleitarse con el sabor frutal de sus pezones con restos del sudor de la pija de mi hermano, que ahora volvía a profundizar en su garganta sonora.
De pronto Andrés la manoteó y la acostó arriba de la mesa. Le bajó el short y el culote negro empapado, le rozó la conchita con la punta de su verga y, yo le hice oler mi bombacha mientras le acariciaba las lolas.
¡chupame la concha amor, dale, y que mi cuñadita me coma las gomas!, dijo la rubia mal teñida, y así le dimos su recompensa.
La lengua de mi hermano hacía colapsar los movimientos musculares, desde los pies a la núca de esa pendeja indefensa mientras mi boca se endulzaba con el vértigo de sus pezones con fiebre, y mis dedos eran como pinceles adentro de su boca. Me los mordía, intentaba tocarme la vagina y se enojaba al no lograrlo, le pedía más dedos a mi hermano, que en ese entonces ya le chupaba el culo y la pajeaba con velocidad. Hasta que no pudo contener la sumisión a la que se había sometido y se bajó de la mesa.
Casi se cae con su ropa aún en los tobillos. Cuando se quitó el culote me lo hizo oler, y luego Andrés la correteó por toda la casa, hasta que la apresó en la cocina donde la puso en 4 patas sobre la mesada para cogerla con un equilibrio y una templanza que hacía vibrar a cuanto ángel deambulara por la noche.
Yo me pajeaba comiendo una empanada y viendo los hilos de flujo de la guacha en la verga de mi hermano cada vez que se la sacaba de la concha, y los gemiditos de Yanina me hacían sentirla como si estuviese entre mis paredes vaginales. Veía su culo imponente siendo receptor del choque de sus cuerpos, sus tetas flameando al aire, su boca jadeando y sus ojos apretados, como si un orgasmo huracanado la desgarraría en breve. Pero Andrés retiró su tropa hecha verga de la isla de su sexo, le escupió el culo, le pidió que le chupe los huevos por última vez y la colocó con las rodillas en el suelo y las palmas abiertas contra la pared.
¡Pameee, mirá lo que me hace tu hermano, decile algo!, dijo resignada mi cuñadita cuando Andrés ya ubicaba con genialidad su pito entre los cachetes de ese precioso culazo. No tardó en culearla en el nombre de su calentura, y aunque no lo sabía, también de la mía.
Yo me tumbé en el sillón a oler como una desgraciada la bombacha de Yanina mientras Andrés le perforaba el ojete, le pedía que le chupe los dedos y que gima fuerte. Mi mano se impregnaba con los jugos de mi vulva expectante, y Yani se refregaba la concha con un almohadón de alguno de los sillones.
Antes de acabar, corrí hacia ellos y le lamí las tetas a Yani que se tiraba pedos, se retorcía mezclando dolor y lujuria, coloreaba el suelo con su saliva y pedía más pija.
Todo hasta que mi hermano dijo que ya era suficiente, por lo que levantó a su novia del suelo y se la llevó a su cuarto donde cerró la puerta con llave. Ni siquiera el variadito de lentos que puso de fondo en la compu podía opacar los gritos de placer que seguramente su pija le arrancaba de las cuerdas vocales a Yani.
Yo me pegué a la puerta sin dejar de pajearme, aunque ahora sin nada de limitaciones, oyendo con nitidez los pedidos de lechita de Yani, las corridas de ambos por el cuarto, cachetadas, quejidos, crujidos de cama y hasta la voz de Andrés diciéndole: ¡sos re puta nena, y te voy a coger como a una puta!
Por fortuna todavía atesoraba la bombacha de Yanina, y se me ocurrió ponérmela para seguir pajeándome, hasta que corrí al baño tras acabarme tan intensamente que pensé que me había meado encima. Me di una ducha, y mientras el agua se evaporaba de mi cuerpo pensaba en la locura que había hecho, en cómo podría mirar a los ojos a mi hermano y a Yani, y en un sinfín de remordimientos más.
Salí envuelta en mi bata rosa, y en la casa ahora todo era silencio. La puerta del cuarto de Andrés estaba abierta pero no había rastros de ellos. Solo un olor a sexo admirable y un desorden parecido al final de una guerra. Había charcos de semen en la sábana, y me atrevía a probarlo. Por suerte, y para mi equilibrio mental Andrés decidió irse a vivir con Yanina a un departamento en Liniers. ¡aaah, y Camilo hoy es mi novio!
Fin
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