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Jaque mate

Déjeme que le hable, mi buen amigo (porque usted es y siempre será mi buen amigo), de algo que creo que, un caballero como usted... ¡no señor!, que no le tuteo, no le tuteo pues le respeto como a un padre. Es un decir, don Fernando, no seré yo el que le llame viejo, pues viejo es lo usado, lo estropeado, lo caduco, y no es ese mi caso, ni mucho menos el de usted. Añoso tal vez, sí, añoso sí, pero viejo no. Como le decía, déjeme que le entretenga un poco hablándole de un capítulo, digamos de un episodio de nuestras vidas -de la suya y la mía me refiero-, que usted desconoce, pero que sin duda, mi buen amigo, sabrá asimilar en su justa medida. No, tiene mi palabra de que seré breve, no vaya usted a pensar que todo esto es una argucia para distraerle, y ganarle la partidita, no señor. Hace cuánto nos conocemos, ¿cuarenta y cinco años? Eso, cuarenta y uno, y nunca le he hecho una trampa, al ajedrez al menos. Y ya ve, ni una sola discusión en casi cinco décadas. Bueno, tiene razón, pero no me negará que nuestras disputas nos acercaban un poquito, como dos novios que se reconcilian. Y qué cree que pienso yo de nuestra buena amistad, ¿lo sabe? Pues se lo voy a decir. Es usted un hermano, más que eso, mi hermano favorito. No se me ruborice, acaso no se quieren los hermanos, ¡ea! pues eso, que le quiero a usted. No vaya a pensar mal, que a mí un par de piernas me remozan el alma, pero ya me entiende. Así que esta mañana, cuando me estaba afeitando me decía a mí mismo -porque yo hablo mucho conmigo mismo-, Luis, tienes que decírselo al bueno de Fernando. A eso voy, a eso voy, no se adelante don Fernando. Guarde su dama, que ya sabe usted que la impaciencia y la derrota son primas hermanas (No, lo de la dama era una metáfora). Por el camino venía dando vueltas y vueltas a mi cabeza, ya verá que es un tema delicado, y con un hermano hay que buscar las palabras, que las palabras hieren como alfiles. (Claro, claro, en sentido figurado). Estaba absorto, debatiéndome internamente, bueno también pensaba cómo le jugaría hoy, y encontré la manera de narrárselo. Supongo que recordará usted bien el día que conoció a su buena Laura, qué gran mujer. ¿Cuántos años estuvieron casados? ¡Tantas parejas de ahora firmarían por durar la mitad de tiempo! Buena mujer, buena madre y qué hermosura. Bueno, don Luis, que entre hermanos hay confianza, no me sea usted celoso. En cambio, míreme a mí. Solterón toda la vida, y cree que lo he pasado bien, pues no. Bueno, un poco, pero si supiese lo duro que se hace acostarse solo cada noche. Sí, ya lo sé, pero en aquellas mujeres buscaba algo maternal. (No, no me refería a esa parte maternal). Como le iba diciendo, recordará que fui yo el que le presentó a su buena esposa. Eramos amigos, de la cuadrilla, aunque olvidé mencionarle un pequeño detalle, y aquí viene lo delicado del asunto: Laura y yo habíamos sido novios antes de aquel día. ¡Ea!, ya lo he soltado. No me ponga esa cara, mi buen amigo, al fin y al cabo, lo que hiciese antes de ennoviarse con usted, era asunto de ella, bueno, y en este caso, también mío. Además sólo estuvimos de novios, tres o cuatro años. ¿Mucho? ¿Qué son cuatro años comparados con los 38 que pasásteis juntos? Otra cosa sería que después de..., en fin ya me entiende. Comprenderá que una señorita cómo Laura, ¡una dama!, no quisiera entrar en esos pequeños detalles que, por nimios podrían empañar el amor de usted hacia ella. Veo que no me equivocaba, que es usted un caballero, un CABALLERO. Espere, espere y retroceda ese peón, que aún no he terminado. Como le decía, otra cosa sería si nos hubiésemos visto después de casados. Porque claro, eso sería bajo ciertas circunstancias como arrear una patada en el trasero de los valores tradicionales, que nosotros tanto respetamos. Pues, mi buen amigo, mi hermano, creo que quizá deba saber que sí, que nos vimos de después de casados. ¡Don Fernando, no se me enfade, y suélteme el cuello de la camisa que me está usted ahogando! Déjeme que se lo explique. Todo empezó un buen día del mes de abril. ¿Qué importa de qué año? No, no lo recuerdo. Bueno digamos que Franco, aún salía a pescar. ¡El cuello, el cuello, que me ahoga! Me encontré con Laura en la Puerta del Sol, y ya sabe como son estas cosas, que si cuánto tiempo, que si estás bien, que si hace un cafelito. Así que nos fuimos a tomar un café. Por aquel entonces, yo no estaba con ninguna mujer, y claro tener una belleza, que no lo olvide en otro tiempo fue mía... eso, ya se puede imaginar el resto. ¿Que no se lo imagina? Pues lo dicho, una cosa lleva a la otra, que si mi marido trabaja demasiado, que si me encuentro muy sola, que si yo vivo por aquí cerca y lo hicimos. ¡Baje ese bastón, don Fernando, que podemos acabar mal! ¡Y anímese hombre! En el fondo ella lo hizo por su matrimonio. Tenía que liberar tanta energía o iba a estallar. No podrá negar, don Fernando, que usted ha nacido para trabajar. No, no, si me parece estupendo, pero yo soy de otra manera. ¡Hombre, yo no usaría la palabra vago! Si se pone así, use la palabra que le plazca. Venga hombre, pelillos a la mar, dele vida a ese peón. ¿Que siga? Amigo mío, no sea usted morboso. Además, el hombre -y la mujer- es débil, no puede usted condenarnos por una tarde de arrebato, por un momento de desahogo, por... ¿Cuánto? Bueno, cada semana durante dos años. ¡Socorro, ¡Cálmese, por Dios! Un respeto a la memoria de su difunta esposa, que tanto le honró y respetó. ¡No le consiento que hable así de ella! No se me enfade, amigo mío, que ya estoy viejo para estos sobresaltos. Nada de añoso, ahora me siento viejo, que con esos arrebatos me va a matar. Míre las cosas por el lado bueno, haga balance de su matrimonio, ¿qué me dice?, ¿alguna queja? Usted era feliz, Laura disfrutaba a su lado, y sus hijos, ¿qué me dice de sus hijos? Tres soles: el mayor notario y el pequeño abogado. Y que me dice del mediano, ¡que chaval tan apuesto! Vea, vea, no podrá quejarse. Con los ojos cerrados, me cambiaba por usted. Si supongo que a uno se le queda cara de idiota, pero, ya conoce el dicho: "Ojos que no ven, corazón que no siente". Y usted, la verdad sea dicha, ha estado bastante ciego. ¡Siéntese hombre! No me diga que se va a comportar como un chiquillo y abandonar, después de tantos años nuestra partida. El pasado, pasado está, y ahora lo único que nos interesa es conservar nuestra próstata y ganar al ajedrez, ¡qué no son pocas pretensiones! ¡Estrechemos nuestras manos, como buenos contrincantes! Piense en Laura como en el ajedrez, el tablero y las piezas son mías, en cambio los dos disfrutamos de ellas. Sí, quizá no sea un buen ejemplo, pero ¡diablos! que tampoco es para tanto, ¡más se perdió en Cuba! Así que, deje de refunfuñar y ¡venga ahí ese peón!...¡Así me gusta, arriesgando!... Buena, buena jugada... ¿Capablanca?... ¡Caballito, a descansar!... ¡Oh, maldición!... ¡Adiós dama!... Casi me tiene... ¡Eso me gusta, que sonría y disfrute de la partidita!... ¡Menuda encerrona me ha montado usted!... Tiene razón, jaque en cuatro. Por cierto, don Fernando, se me olvidó comentarle una cosa. Sí, sí ya muevo, pero... No, no puedo esperar. Quería decirle que su hijo, Luisito, es en realidad hijo mío, vamos, que no es de usted. ¡Don Fernando! ¡Que está usted muy pálido! ¡Auxilio, que este hombre se muere! ¡Fernando, Fernando! ¡Oh, Dios mío!, no tiene pulso... ¡Fernando! ¿Fernando? ¡Virgen santísima!
Sí, estábamos jugando, como todas las tardes, nuestra partida de ajedrez, y de repente, se puso lívido. Supongo que habrá sido el corazón. Siempre se lo decía, "Don Fernando, cuídese", pero no me hizo caso, y ya ve. Desde hace 50 años más o menos. Ganaba yo, como siempre, se puso colorado y, bueno, eso, que se murió. Sí, sin duda, tenía muy mal perder.
Datos del Relato
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1 comentarios. Página 1 de 1
Estela
invitado-Estela 29-12-2002 00:00:00

La fina ironìa de tu cuento me resultò muy agradable. Es de lectura muy atractiva, e invita a seguir leyendo otras producciones tuyas. Felicitaciones!. Estela.

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