Con mi novia llevábamos más o menos un año de relación y desde el primer mes habíamos tenido relaciones sexuales. Estás eran bastante satisfactorias y en cada encuentro mínimo lográbamos tener tres orgasmos, y en ocasiones muchos más especialmente cuando pasábamos toda la noche juntos. Todos los orgasmos eran placenteros, muy intensos y curiosamente ella los lograba muy rápido por lo que antes de que yo me derramara lograba tener dos o tres. Naturalmente gran parte de esta felicidad se debía a la belleza que ella posee. Su rostro es hermoso, adornado con unos grandes ojos verdes y labios carnosos y rojos. El cabello es largo, de color castaño con iluminaciones y levemente ondulado. Su cuello es terso y conduce a un par de preciosas tetas de mediano tamaño (talla 34, copa B) muy firmes y con pezones firmes y grandes de color castaño. Su cadera es ancha y por supuesto el culo es ancho y firme, las nalgas son abundantes. Su vulva es digna de describirse. El pubis es suave y del color del cabello, no se extiende mucho por lo que no necesita depilarse demasiado. Con una pequeña rasurada queda de un tamaño perfecto para apenas esconder los labios vulvares y apenas insinuarlos cuando está desnuda. Por otro lado ella suele aplicarse perfume y los pelitos adquieren un olor delicado e inolvidable. Los labios son de un color rosa intenso y muy carnosos y húmedos. Con sólo acariciarla un poco se empapa invitando a penetrarla. Al separarlos es posible encontrar su precioso clítoris, que es de mediano tamaño y se endurece con facilidad. La vagina es estrecha, caliente y muy húmeda, por lo que introducir el pene resulta una delicia. Además es algo corta por lo que fácilmente la cabeza de mi verga choca con el final volviéndonos locos. Nuestro sexo era muy creativo y nos gustaba mucho variar las posiciones en que yo la penetraba. Habíamos probado conmigo encima, con ella arriba, de lado, desde atrás, penetración anal, en la ducha, de pie, en una silla, sobre una mesa, etc., pero las que más nos gustaban eran las posiciones en que mi semen penetraba muy dentro de ella. Cuando esto sucedía ella se volvía loca y lograba que mi verga se pusiera erecta nuevamente dentro de su vagina, era una locura alcanzar dos orgasmos uno tras otro sin siquiera sacar el pene o descansar un minuto. Otra cosa que me encanta de todo esto es que ella es muy expresiva y cuando estamos haciendo el amor suele gemir, suspirar y gritar excitándome mucho más. Sin embargo algo que yo deseaba mucho era que ella me hiciera una gran mamada que me permitiera derramarme en su boca y ver cómo tragaba el semen. Algunas veces, cuando eyaculaba sobre sus tetas, ella lamía un poco y decía que era de buen sabor, pero nunca se había animado a darme sexo oral. En principio tuve miedo de plantearle mi deseo y en algunas oportunidades mientras hacíamos el amor las sensaciones eran tan intensas que sencillamente lo olvidaba. Pero un día en mi casa decidí comentárselo mientras charlábamos. Aclaro que ese día no estábamos teniendo sexo sino sólo conversando, ya que mi familia estaba viendo televisión en el piso de abajo después de almorzar. A ella se le iluminaron los ojos. Y me dijo que aunque lo había pensado no podía decirme porque no lo había hecho aún. Yo le dije que la próxima vez que lo hiciéramos podía ser una buena posibilidad para que lo intentáramos y ella comenzó a besarme y a acariciarme. Sus besos eran muy sugerentes y su lengua empujaba con fuerza contra mi paladar y mi lengua. Sus labios succionaban con fuerza y su saliva humedecía más y más mi boca. Con una mano ella acariciaba mis tetillas mientras que con la otra llevó mi mano hasta sus tetas y me hizo acariciarla por fuera del brasier, situación que no duró mucho pues, muy excitado, rápidamente empecé a meter mis dedos ya a pellizcar sus pezones, que estaban ya muy duros. Con la otra mano mientras tanto yo le acariciaba las nalgas y la vulva por encima del pantalón. Pronto ella bajó la cremallera de mi pantalón y empezó a menear mi pene, cogiéndolo por sobre los calzoncillos, yo sentía que estaba duro y humedecido. Deseaba que nos desnudáramos e hiciéramos el amor. Pero ella no opinaba lo mismo, al momento me quito el cinturón y desapuntó el pantalón, luego lo bajó un poco y comenzó a lamer el pene y a humedecerlo con su saliva. Primero lo hizo en la parte de abajo, junto al escroto, con mucha suavidad lo recorría de abajo a arriba, deteniéndose placenteramente en el surco que separa el tronco del pene con su cabeza. Luego empezó a concentrarse sólo en la cabeza, que estaba hinchada y roja como nunca, lamiéndola y succionándola con sus labios. La sensación era irresistible creía que iba a reventar. Mientras tanto mi mano había llegado hasta su vulva, con la parte del antebrazo frotaba sus vellitos mientras mis dedos acariciaban su clítoris que se sentía completamente empapado. Pero al parecer ella tenía la intención de concentrarse sólo en mí y me hizo sacar las manos. Yo solamente atiné a acariciar su cabello y me dediqué a disfrutar. Ella había comenzado a morder mi pene suavemente, sus dientes se hincaban sobre la piel de mi miembro y me hacían estremecer, cuando ella lo notaba optaba por lamer nuevamente. Cuando creyó que era suficiente se concentró en mis bolas. Empezó a meneándolas con la mano y luego lamiéndolas mientras con su otra mano me masturbaba con firmeza y apretando la verga. Un poco después le dije que estaba a punto de derramarme y ella suspendió sus movimientos, quería que durara un poco más. Cuando volvió a iniciar sentí que me moría, las sensaciones eran de lo más fuerte y ella se esforzaba en hacerme sentir lo mejor. Fue cuando decidió hacer los movimientos de una penetración, moviendo su cuello hizo que mi órgano entrara y saliera de su boca, sus labios apretaban firmemente y con la mano se ayudaba para que mi prepucio no cubriera el glande y permaneciera expuesto e hinchado. Con su lengua no perdía oportunidad de lamer lo que encontrara y ayudaba a hacer más fuertes los movimientos. Fue lo máximo: ella chupaba con mucho entusiasmo y yo no podía contenerme más, una gran cantidad de semen espeso y caliente se derramó en su boca, ella siguió chupando y su lengua atrapaba cualquier resto de mi líquido que quedará por ahí. Tuve que contenerme para no gritar. Cuando ella sintió que el pene estaba perdiendo su erección me dejó descansar. Lo recorrió lentamente con su lengua humedecida y luego le dio algunos besos. Luego me abrazó y me besó, me preguntó si me había gustado. A lo que yo obviamente respondía que esperaba la oportunidad de repetir. En ese momento nos llamaron a tomar onces y tuvimos que salir de mi cuarto. Luego ella tuvo que marcharse pues tenía un compromiso con su papá. Fue una lástima, hubiéramos podido tener el mejor sexo enseguida pues ambos estábamos excitadísimos. Al despedirnos yo tenía una gran erección y vi a través de su blusa que sus pezones estaban muy duros. Esa noche al desvestirme para acostarme miré mi pene (que seguía parado) y noté que en la punta tenía algunos moretones, producto del ímpetu con que ella lo había chupado. No resistí las ganas y la llamé para agradecérselo. Después lo hicimos muchas más veces y lo incorporamos a nuestras costumbres sexuales. También yo comencé a practicarle el sexo oral y lo combinamos con la posición del 69. Pero esta es una historia que contaré otro día.