Era esa época de transición entre el otoño y el invierno, y los cambios bruscos de clima afectaron a Andrea que tuvo que guardar cama unos días. Cuando ya casi estaba recuperada, recayó y tuvo mucha fiebre. El médico le recetó una enorme cantidad de medicinas y una buena temporada de reposo. Los cuidados de su madre y mi compañía hicieron que su enfermedad pasase lo menos aburrida posible. Ese tiempo sirvió para que Maria y yo nos uniéramos mucho más, nos desvivíamos para que nunca le faltase nada a Andrea. En esos días el juego nos iba involucrando ya a ambos.
Por las noches no era extraño que me quedara a dormir en la sala de estar, así podía pasar más tiempo con Andrea. Durante su convalecencia, Andrea había adoptado un nuevo vicio que vino a unirse con los que ya teníamos. Quizás era la proximidad de su madre o el peligro de lo prohibido lo que la excitaban de aquella manera. La cosa es que, todas las noches, antes de irme a dormir, me hacía una mamada para 'despedirse' de mi pene.
Una noche me acerqué a la cabecera de su cama para darle las buenas noches, como siempre. Ella me miró a los ojos y puso suavemente un dedo en sus labios.
- Voy a despedirme de ella -me dijo en voz baja.
Me acerqué aún más, saqué mi pene y se lo metio todo hasta el fondo, luego hizo lo que más le gusta, jugar con la lengua alrededor de mi glande.
- Tienes que estar atento por si viene mi madre. No creo que le gustase que su hijita tuviese la pija de su novio en la boca estando tan enferma -dijo con picardía.
- Voy acabar... -le avisé cuando ya estaba a punto.
- En la cara, hazlo en la cara -me rogó cerrando los ojos y abriendo la boca, ansiosa por recibir el chorro de leche sobre ella.
Agarré mi pija con la mano y comencé a moverla frenéticamente. De repente, por el rabillo del ojo vi cómo se entreabría la puerta de la habitación, dejándome distinguir la conocida silueta de Maria. Debería haber parado, pero lo que tenía entre manos estaba ya demasiado avanzado como para dejarlo, así que continué pero poniéndome de lado para que nuestra espectadora tuviera una mejor vista. Sin más lancé toda mi leche sobre la cara de mi novia, yendo a parar algunos chorros a su pelo y sobre la almohada. Mientras, la mano de Andrea se movía bajo las sabanas a la altura de su entrepierna como una serpiente.
Cuando acabó el espectáculo, Maria golpeó la puerta como si acabase de llegar y entró. Apenas tuve tiempo de guardarla en el pantalón y disimulando me senté sobre la cama. Andrea había cogido rápidamente un pañuelo de la mesilla de noche y pasándoselo por la cara simuló sonarse la nariz.
- Vamos, es muy tarde -dijo - Mañana pueden seguir hablando, pero ahora es hora de dormir.
- Sí, mama. Nos estábamos despidiendo -dijo Andrea sonriente.
- Es verdad, estábamos en plena despedida -agregué yo y Andrea me propinó un suave codazo.
- ¿Te sientes bien, Andrea? -preguntó acercándose a ella y posando la palma de su mano sobre la frente de su hija.
- Sí mama, estoy bien -respondió esta con voz cansada.
- Pareces acalorada -concluyó- Voy a sacarte una manta para que no tengas frío.
Abrió el armario y sacó una gruesa manta con la que tapó cuidadosamente a su hija. Mirándome, la arropó con dulzura y la hizo tenderse de costado para que descansase mejor. Al tumbarse de lado, quedaron a la vista los restos de leche en la almohada y en el pelo de Andrea. Pasó un dedo por una de las manchas más grandes y extrañada miró el semen que se le había quedado adherido a él. Luego levantó la vista hacia mí.
- Que descanses, cariño -le dijo a Andrea pero sin dejar de mirarme fijamente- Buenas noches.
Me despedí de Andrea dándole un beso en la frente y salí detrás de Maria, cerrando con cuidado la puerta de la habitación. Al darme la vuelta, la encontré esperándome.
- Hasta mañana, Marcos. Tengo que levantarme temprano, así que me voy a dormir. Buenas noches -dijo y acercándose, me dio un dulce beso en la mejilla.
A la mañana siguiente me desperté por los ruidos que hacía Irma preparándose para ir a trabajar. La vi cruzar por el pasillo a medio vestir, con una preciosa blusa blanca de seda y una de esas tangas en que la tela se ajusta a todas las formas de una mujer y la hace más deseable , como si estuviese desnuda. Se estaba exhibiendo ante la puerta de mi cuarto, pasando una y otra vez y haciendo ruido descaradamente para despertarme. Así pues, decidí que yo también le daría su ración de espectáculo antes de que se fuese. Corrí las sabanas dejando parte de mis calzoncillos a la vista, y con la pija caliente y parada, tanto que sobresalía la punta por un lado. Enrosqué las sabanas a mis piernas como si hubiese tenido un sueño, erótico por supuesto, y fingí que dormía. Ahora solo tenía que esperar a que volviese a pasar y se fijase en mí. No tuve que esperar demasiado.
Escuché sus suaves pasos entrar en la habitación y detenerse a mi lado. Noté cómo se sentaba en la cama, con cuidado para no despertarme. Sentía su mirada fija en mis calzoncillos. Estuvo un momento así, pero de repente se levantó con cuidado y empezó a andar hacia la puerta. Ya pensaba que iba a salir, cuando se detuvo en seco. Abrí levemente un ojo para ver qué hacía. La vi allí de pie, indecisa al lado de la puerta. Llevaba puesta una falda larga que ocultaba las preciosa tanga que antes había podido admirar. Por fin se decidió y volvió a sentarse a mi lado. Me miraba los calzoncillos fijamente y la punta de la pija que asomaba por un lado.
- ¿Marcos? -preguntó suavemente.
Yo no contesté para demostrarle que estaba profundamente dormido.
- ¿Marcos? -repitió en voz un poco más alta.
Vi cómo miraba hacia el pasillo, nerviosa por si aparecía su hija y la encontraba sentada en la cama de su novio, hablándole mientras dormía. En verdad que era una situación bastante extraña.
- ¿Marcos? -llamó nuevamente como para asegurarse de que estaba dormido realmente.
Lo que hizo a continuación siempre lo recordaré, aún hoy me cuesta creer que no fue un sueño. Se llevó dos dedos a la boca y los mojó, llenándolos de saliva. A continuación dirigió su mano hacia mi pija y pasó los húmedos dedos suavemente, con miedo, por la punta que asomaba al exterior. La rozó dejando un reguero de saliva por donde pasaban, como lubricándola. Para ese entonces, yo estaba muy excitado y mi pija sobresalía mucho más que antes. Repitió este movimiento llevándose los dedos a la boca una vez más, pero esta vez acompañó esta acción con otra todavía más excitante.
Con la mano izquierda se levantó la falda por encima de las rodillas, apartó su tanga a un lado y metió su otra mano debajo de ella. Podía ver todos sus movimientos y la expresión afiebrada de su rostro. Por fin, sacó la mano de allí, se llevó los dedos a la nariz y olió el suave aroma que sin duda había quedado prendido en ellos. A continuación pasó esos mismo dedos, empapados en sus jugos, nuevamente por la punta. Bajó el prepucio lentamente con dos de ellos y luego, sin soltarlo, volvió a subirlo. Mientras repetía esto una y otra vez, su otra mano seguía debajo de su falda, sin duda acariciando su sexo. Aquellos lentos y suaves movimientos sobre mi prepucio acabaron haciéndose insoportables. Creo que ella se dio cuenta de lo poco que faltaba para que acabase en su mano, porque puso su otra mano en el momento justo en que lo hacía, recibiendo tres potentes lechazos en la palma. Inmediatamente se levantó y salió de la habitación.
A pesar de haber acabado, estaba tan caliente que no pude evitar masturbarme con furia reviviendo lo que acababa de pasar, acabe nuevamente, esta vez en menos cantidad y con menos placer que unos minutos atrás. Me tendí exhausto sobre la cama, pensando en las posibilidades que se abrían ante mí.
- Marcos... Despiértate que me voy -escuché la voz de Maria gritándome desde de la cocina.
Me arreglé el pantalón del pijama, que todavía llevaba un poco bajado, y salí rápidamente a la cocina. Quería verla antes de que se fuese.
- Hola, buenos días -me dijo alegremente.
- Buenos días -contesté con fingida voz de sueño.
- Espero que lo sean -me contestó- Acuérdate que hemos quedado encontrarnos en el centro, a la salida de la oficina. Vamos a ir al cine esta noche, ¿no te acuerdas? No vengan tarde, ¿eh? Hasta luego.
Y con una extraña mirada atrás, salió de la cocina dejándome solo.