~~Mi papá me había dejado con mi tío, su hermano, al descubrir que yo, con 9 años, ya era homosexual. Mi tío me llevó a una finca suya distante 250 km y me dejó allí, donde estuve hasta los 18 años. No se me escapó ni el curita de la capillita, ni el policía del puesto, entre otros.
Mi tío estuvo una semana en la finca, adonde venía cada quince o veinte días, me hizo probar de lo suyo que era abundante y se marchó a la ciudad.
Al día siguiente muy temprano, mi tío partió. Era domingo y no venía nadie a la finca a trabajar. Había cuatro vacas lecheras que a media mañana ordeñaría un peón. Cuando vino fui con él y me mostró como se hacía. Agarré una teta de la ubre vacuna pero no salía nada.
-Así no. Tiene que ser fuerte el apretón y tire suave para abajo.
Hice lo que me enseñara y salió leche.
-Parece una pichula – Dije y él peón se rió
-¿Se imagina si nos ordeñaran a nosotros así? Nos llegaría la chota al piso – Se reía a carcajadas.
-No. Es mejor con la boca –Dije
El hombre se calló e hizo su trabajo. Cada tanto me miraba de reojo. Al otro día harían queso con la leche.
Como a las seis de la tarde llegó Miguel…
Es una linda historia.
Cumplidor el hombre, llegó esa tarde cuando ya casi todos se habían marchado. La señora de la limpieza me dejó la comida casi hecha y se marchó junto a su marido, el hombre que ordeñó a las vacas.
El muchacho, de unos 27 años, se alegró cuando supo que yo me quedaba con él en la finca
-De noche esto es muy aburrido- Dijo- Y si el barcito está cerrado, pior, mire niño.
La cara y las manos estaban curtidas por el sol de las sierras. Me pidió permiso para bañarse y lo vi que en vez de entrar al baño se encaminó para el arroyito que pasa junto a los corrales.
-¿No quiere bañarse, niño? A esta hora el agua esta hermosa, vengase si quiere.
Lo seguí hasta una pequeña barranca por donde bajamos hasta el agua que corría por entre las piedras. Había como un remanso donde el agua era más profunda. Como hasta la altura de las rodillas. Con total naturalidad Miguel se quitó la camisa dejando ver un torso hecho a fuerza de trabajo y cubierto de denso vello negro. Después fueron las bombachas gauchas que puso sobre las piedras y finalmente sobre ellas, quedaron los calzoncillos bastantes gastados y mal lavados. Podía ver su espalda ancha y sus nalgas pequeñas, perfectas, tan bellas como son esas partes del cuerpo de un hombre joven, Abundante cantidad de vellos cubrían sus glúteos pequeños y sus gruesas piernas. Se introdujo en el agua fresca y volviéndose hacia mí me invitó
-Venga, niño. El agua está linda, venga.
Más que el atractivo del agua linda fue su frente hermoso el que me hizo desnudar y meterme al arroyito. Estaba tan bien equipado como el tío Lochi, con la diferencia de que este hombre era morocho. Jugaba en el agua como cualquier chico y nos hacíamos apuestas para ver quien hacia sapitos con una piedra y cosas así. Siempre me ganaba él. Yo no podía controlar a mis ojos que buscaban mirarle los genitales todo el tiempo porque cuando arrojaba la piedra sobre el agua, sus genitales se balanceaban al compás del movimiento de su cuerpo. En un momento se sentó sobre una enorme roca con las piernas abiertas sin pudor y se tendió sobre la misma. Como yo estaba más bajo que él podía ver sus gordos testículos peludos contenidos en una bolsa escrotal grande, su ancha y larga verga y también los pelitos que señalaban su culito prieto y oscurito. Qué hermoso cuerpo el de Miguel expuesto al sol y ante mis ojos.
-Cómo me gustaría besarte ahí –Pensé.
Yo no sé si espontáneamente él se conducía así, sin segundas intenciones, pero la mayor parte del tiempo se quedaba en posiciones que me permitían un disfrute visual increíble. Pude mirar el glande perfecto, grande como un hongo y con un orificio bastante más grande que el común por el que luego vería salir gruesos chorros de espeso semen. El escroto era largo y nunca se contrajo del todo, aún cuando iba a eyacular, por lo que cuando estaba boca abajo mientras él penetraba mi ano, sus huevos golpeteaban entre mis piernas o no me ofrecía dificultades para chuparlos cómodamente
Al caer el sol nos salimos del agua y nos volvimos a la casa, mojados y desnudos. Estábamos solos en medio del campo con la casa más cercana a 15 cuadras, un kilómetro y medio, más o menos.
En la casa nos pusimos calzoncillos, nada más.
Mientras comíamos la cena noté que con los ojos buscaba algo. Por fin preguntó.
-No habrá un vinito por ahí?
Recordé lo que dijo mi tío: “No dejes que se vaya al bar a ponerse en pedo”
-En la despensa hay…
-Vaya, niño. Tráigase una botellita – Me dijo con una mirada cómplice.
-No. Vamos los dos porque me da miedo la oscuridad –Dije
Fuimos hasta la despensa y sacamos una damajuanita de vino que trajimos a la cocina. A la hora, mas o menos, Miguel ya estaba bastante entonado, camino a la borrachera.
-Niño, le molestaría que tome un poquito más? – Pregunto con cara sonriente
-Tomá todo lo que quieras.
-Avise cuando quiera ir a acostarse ¿Sabe?
-Tengo miedo a la oscuridad. No quiero dormir solo, Miguel
-Bueno pué. Quédese acá y dormimos juntos. Total
-Pero no se lo digas al tío Lochi, porque se enojará si sabe que me quedé con vos.
-No se haga problema niño. Yo no cuento nada a nadie, no tengo por qué contar nada.
Casi una hora después nos acostamos en la camita estrecha que había en la cocina. Los dos estábamos en calzoncillos. Unos minutos después comenzó a roncar. Esto me dio tranquilidad y confianza. Me senté en la cama y comencé a palpar el calzoncillo hasta encontrar la abertura de la bragueta y el botón que lo sostenía. Lo abrí y comencé ha tocar esa belleza que había visto en la tarde. No tardé mucho en llevarlo a mi boca y comenzar a succionarlo hasta lograr su plena erección. No me había equivocado. Tenía el mismo tamaño que el del tío Lochi. En el entusiasmo de lo que hacía no me di cuenta cuando dejó de roncar y me sorprendió al decir
-Huy, niño. Ya me sale la leche.
Asustado solté mi presa y eso evitó que eyaculara
-Siga niñito mío, siga que me gusta mucho lo que me hace.
-¿No estás enojado Miguel?
No niño. Por favor ¿Por qué me tengo que enojar si me hace algo tan lindo? Siga, dele. Sea buenito conmigo. Siga chupando la chota de Miguelito, dele
-Si me prometes que no le vas a contar a mi tío sigo.
-No niño. Yo no le cuento nada a nadie. Siga que me gusta lo que me hace en la verga. Nunca me lo hicieron a eso. Sea buenito ¿Quiere?
Volví a lamer primero el pene duro y después chupé cuanto pude. Cuando sentía que comenzaba a temblar y se tensaba, dejaba de hacerlo. Sacaba el pene de mi boca y lamía los gordos y peludos huevos. Miguel se dejaba acariciar.
-Déjeme sacar el calzoncillo mi niño. Qué lindo lo que me hace, me gusta de verdad niñito mío. Huy si usted se la aguantara por el culito viviría montado sobre usted y le daría por el upite hasta cansarme… No, cansarme nunca si lo que más me gusta es culiar y culiar… Lo llenaría de leche mi niño… Qué lástima que lo tenga tan chiquito al potito… Si le entrara se la pondría hasta el tronco de los huevos.
No paraba de hablar mientras le chupaba y chupaba. Yo sí me cansé. Me cansé y entonces decidí que quería ser penetrado por Miguel. Me puse de costado junto a él y le ofrecí la cola sin decir palabras. Solo evidencié que me ponía saliva en la roseta
Miguel sin dudarlo pinceló la rayita y con el gordo glande busco la entrada de mi upite ganoso y hambriento. Lo encontró y apoyó en él la verga dura.
-¿De verdad quiere que se la ponga? ¿Se la puedo meter niño?
- Sí. Con cuidado. Despacito Miguel, despacito.
Con sumo cuidado presionó hasta que la cabezota ensalivada abrió los pliegues de mi culito y comenzó a entrar. Con suavidad fue alojando toda su hombría entre mis nalgas. Cuando su pubis selló mi entrada se quedó quieto un rato para luego ponerme suavemente boca abajo y montarse sobre mí.
Entonces inició un mete y saca enloquecedor, aunque sin violencia. Su ritmo constante y sostenido le permitía dibujar con su cuerpo figuras que yo no veía pero que sentía. Cuando sentía que llegaba al límite, se quedaba quieto y me acariciaba con sus manos y su voz
-Chiquito… Mi niñito dulce… Hasta ahora nadie me había dado la colita con tanto gusto… Es la primera vez que la meto toda en un culito… ¿Le gusta mi niñito? ¿Le gusta que Miguelito se la meta así por el upite?...
-Oh, sí. Me gusta mucho, mucho
Cuando acabó hundió hasta los pelos en mi ano su grueso y enloquecido miembro que latía con fuerza expulsando gran cantidad de semen que bañaba mi intestino.
Después se bajó de mí pero sin sacarme el falo que seguía duro y quedamos en la posición de cucharita. Miguel siguió bombeando suavemente. Tenía conmigo el mismo trato que don Cándido, el correntino. Era suave y amable. Hacía que la enormidad que metía en mi cuerpo se sintiera suave y placentera.
Luego de un rato volvió a menearse otra vez con un ritmo sostenido hasta eyacular en mi interior. Abrazado a mí se durmió. Entre dormido sentí cuando su pene fláccido salía de mi cuerpo.
Como un relojito se levantó temprano y luego de tener listo el desayuno me despertó para que me levantara antes de que llegara la señora que limpiaba la casa y su marido.
Miguel no me miraba a la cara. Al contrario rehuía mi mirada, como si sintiera vergüenza de lo ocurrido durante la noche
-¿Qué te pasa, Miguel? ¿Por qué no me mirás?
-No, este, es que
-¿Qué?
-¿Lo de anoche fue verdad?
-Sí
-Huy… ¿Lo lastimé niño?
-No Miguel, no.
-¿Le duele… algo?
-Un poco…
-Uh… Perdóneme niño…
-¿Por qué?
-Por lo que le hice
-Si me lo haces otra vez te perdono, si no, no
Me miró sorprendido, no entendía nada.
-¿Le gustó?
-Mucho Miguel. Fue muy lindo
Su cara se iluminó
-Cuándo nos quedemos solos ¿Lo vamos a hacer otra vez? –Preguntó
-Sí.
La jornada de trabajo en la finca me pareció genial. Mientras Miguel y don Chato se dedicaron a los animales, doña Rosa me enseñó cosas de la despensa y de la cocina. En qué lugar, cómo y por qué se guardaba cada cosa. El carneo, las salsas y dulces, las mercaderías traídas por el tío Lochi, los quesos recién hechos, etc.
Cuando comimos al medio día, don Chato le dijo a Miguel que me llevara a ver como el caballo servía a la yegua, que al otro día en la mañana harían servir a la vaca con el toro del vecino.
Cuando ellos se marcharon, con Miguel nos fuimos al corral y le soltamos el alazán a la yegua tordilla que estaba alzada y mansita se dejó montar por el padrillo que le hundió tremenda tranca. Durante un rato el caballo bombeó igual que los perros y cuando comenzó a acabar trataba de meterse todo en el sexo de la yegua que relinchaba contenta. El caballo se bajó agitado y resoplando, todavía tirando leche de su verga oscura y larga. Lo miré a Miguel que tenía tremendo bulto en el pantalón y se lo acaricié. Se dejó abrir el pantalón y sacar el hermoso pedazo sin queja alguna. Lo llevé a mi boca y lo lamí primero para chuparlo después mientras acariciaba los gordos y peludos huevos. Esta vez Miguel no resistió mucho y cuando iba a comenzar a acabar quiso quitarme su miembro y yo no lo dejé. Entonces sin control acabó largamente y yo me bebí su tibia leche.
Cuando se tranquilizó, se sentó sobre una piedra, me atrajo hacia él y me abrazó fuerte.
-¿Le dio asco niño?
-No, Miguel. Me gustó mucho… Quiero que siempre me des de tu leche para tomar.
Encerramos otra vez al padrillo y volvimos a la casa.
Después de cenar, Miguel no tomó nada de vino, nos acostamos y por primera vez un hombre me hizo el amor, con ternura, con pasión, con todo el cuerpo. Me poseyó toda la noche en mil posiciones diferentes. Nuestros cuerpos se cansaron y se durmieron de madrugada pero nosotros seguimos amándonos piel a piel.
Miguel era un hombre rudo, de campo, acostumbrado a trabajos que le exigían mucho esfuerzo y por eso su cuerpo estaba duro. Sin embargo, cuando nos acostábamos, era todo dulzura y suavidad. Era todo amor.
Mirando aquel tiempo desde mi presente y cuando tantas experiencias he vivido, creo que a Miguelito le gustó que bebiera su semen o que le entregara mi cola sin remilgos y siempre pidiéndole más y más. Su cuerpo tenía un sabor especial, sus besos y sus caricias en el mío quedaron grabados para siempre.
Recuerdo que un sábado a la tarde, hora en la que la gente ya no trabaja, Miguel se había bañado y estaba parado secándose con una toalla grande de espaldas a mí, me acerqué y lo abracé desde atrás. Mis manos se apoderaron de sus tesoros y mi cara quedó pegada a sus glúteos, pequeños y duros. Besé sus nalgas y él se tensó. Luego seguí besando su rayita peluda hasta llegar al hoyito que frunció cuando pasé mi lengua.
-No, niñito mío –Dijo
Más no se opuso a que yo siguiera lamiendo su culito, su rayita y sus nalgas peludas, mientras en mis manos su falo creció rápidamente. Se giró y entonces chupé sus huevos y su chota dura. Miguel me levantó en sus brazos y me despojó del pantaloncito. Me tendió sobre la cama boca abajo y me penetró con ganas. Esa vez me hizo doler mucho pero también me gustó.