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Hola qué tal, me llamó Ramón y voy a contarles una historia verídica. Todo comenzó cuando volví deportado de los Estados Unidos, hace unos dos meses. Tenía veintiún años que no ponía un pie en México. Ni siquiera en navidad visitaba a mi madre, solo me encargaba de mandarle dinero para sus gastos. Me fui más por despecho que por otra cosa. Cuando tenía dieciocho, mi novia Lupita. Con quien tuve mis primeras experiencias sexuales. Me dejo. Se fue con un tipo mayor a la capital. Y yo, sin poder soportar las burlas y el dolor que sentía. Acepté irme al otro lado. En fin, tarde más de dos días en llegar hasta el pueblo. Que de pueblo ya no queda nada. Encontré plazas comerciales y un montón de tiendas como en el gabacho. Hasta los mismos lugares para comer hamburguesas están ahora en el pueblo.
Lo que más me sorprendió fue ver la cantidad de bares, cantinas y lugares para echar trago. Y pues como ahora no tenía prisa por llegar, estuve instalado en un hotel por unas semanas. Acá los dólares rinden mucho más. La primer noche fui a un table dance. Ahí me enjaretaron a unas señoras bien buenas, incluso el encargado, cuando vio que traía dólares. Me pasó a un cuartito. —Acá va a estar más cómodo patrón —Me dijo y cerró la puerta mientras las dos viejas se abalanzaban sobre mí. Me dieron unas mamadas bien ricas. Se turnaba y me hicieron venirme de volada. Me dijeron que les diera una feria y que nos echábamos un palo. Pero, ya estaba cansado y preferí irme a dormir. Así pase la primera semana, de bar en bar. Pagando por mamadas y cogiendo si la morra estaba buena.
Me acostumbre a desayunar en una cocinita, extrañaba muchas cosas. Pero sobre todo la comida. Ahí conocí a María, trabajaba atendiendo las mesas. Y pues como no fallaba al desayuno. Poco a poco me fue tomando confianza. Le ayudaba a la señora por las mañanas y por la tarde estudiaba. —Es que solo así, si no no alcanza —Me dijo mientras limpiaba la mesa. Aunque usaba un delantal que le cubría casi todo el cuerpo, se notaba la vitalidad de su juventud. El pelo negro y la piel morena característica del pueblo. Pero una cara bonita y además María estaba chaparrita, para su estatura ese culito que a menudo veía menearse entre las mesas me provocaba sensaciones. Me excitaba más ver caminar con prisa a María en la fonda que estar con quien fuera en los bares. Fue el fin de semana de la segunda semana que fui a un cantabar. Todos cantaban baladas o rancheras, una que otra norteña. Y entonces vi que subía al escenario María. Sin su delantal, sin prisa. Vestía un pantalón ajustado que marcaba su figura a la perfección, un culo redondo, unas piernas gruesas y una blusa ajustada que mostraba la forma de sus pechos. No sé qué fue lo que canto, pero todos le aplaudieron. Yo incluido. Luego mire a donde se dirigía.
Un grupo de cinco muchachas se estaban acomodadas en el rincón del local. Llame al mesero y le pedí que cambiara sus cervezas por una botella de tequila. La más cara. Cuando el mesero les indicó que el tipo al otro lado del salón pagaría la cuenta, reían nerviosas. Todas menos María. Ella me miraba fijamente sin hacer un solo gesto.
Seguro no estaban acostumbradas al tequila porque acabaron tan borrachas que tuve que acercarme y con ayuda del mesero las puse en un taxi. Todas fueron hasta su casa. Todas menos María. Que no probó un solo trago de la botella y le dio indicaciones al taxista de dónde y cómo llevar a cada una de sus amigas.
—¿Entonces me está siguiendo? —Me preguntó, en cuanto el taxi se puso en marcha.
—No, yo solo estaba ahí y quise ser cortés. ¿Te llevo a tu casa? —Le pregunte sin perder oportunidad.
—No, yo vivo aquí a dos cuadras
—Pues te acompaño esas dos cuadras —Le dije y me empareje a su paso.
—No no no! No se preocupe, estoy bien sola.
—Solo voy a caminar por aquí, hasta que vea que llega bien a su casa.
—¿Ya dígame que quiere? Yo no soy como las del bar de mala muerte. Si, aquí los chismes corren rápido —me dijo y aceleró su paso.
—Por eso.
—¿Por eso que?
—¡Por eso me gustas! Porque no eres como las demás.
—Usted ni me conoce.
—Déjame conocerte —la tome del brazo y se detuvo en seco. La lleve hasta un bar que aún estaba en servicio y ahí tomamos un par de cervezas. Me platicó que tenía novio. Pero se fue con sus tíos a trabajar a otro pueblo y solo venía de vez en vez. Y que su mamá trabajaba noche y día. Así que muy raras veces coincidían para comer o platicar. Cuando estaban por cerrar el bar, pague la cuenta y salimos. Ya con un Brazo en su cintura recorrimos las calles hasta quedar frente al hotel donde me estaba quedando. Sin darle opción a la duda la lleve hasta mi habitación, y notaba que su respiración se aceleraba y comenzaban a sudarle las manos. En cuanto la llave abrió la puerta se paralizó.
—Le dije que yo no soy de esas!
—Ya lo sé, tú eres mi muñequita.
La bese y la tome en mis brazos, luego fuimos entrando y su pantalón ajustado fue bajando poco a poco. Tenía unas chichis deliciosas. Duras y redondas, con pezones chiquitos y puntiagudos. Mi lengua se encargó de llenar sus pechos de saliva y ella apretaba los ojos para no ver, pero su piel erizada me hacía saber que estaba sintiendo cada una de mis caricias. La cabrona tenía unas nalgas más ricas de lo que me imaginaba. Baje sus calzones y mi mano pudo sentir la humedad que ya brotaba de su sexo. La recosté y fui bajando hasta poder saborear de esos fluidos. María seguía sin abrir los ojos, pero se aferraba a mi pelo mientras mi lengua jugaba con su clítoris. Después de un rato decidí que ya era tiempo de que esa boquita que me daba los buenos días, ahora me diera una buena noche.
Al parecer el novio es un imbécil, con dificulta evidente María mamaba, me raspaba un poco con los dientes, pero esos ojos clavados en mi ya eran un sueño hecho realidad. Separe esas piernas y mi verga fue entrando con dificultad. María parecía quebrarse en llanto. Se tapaba la cara y mi verga se endurecía cada vez más y más. Cuando estuve totalmente adentro y comencé el ir y venir. Sus gemidos me daban fuerza para ir con más intensidad. Pero, esos platillos no se comen a diario. Le di la vuelta para disfrutar de la vista de esas nalgas. Tome su diminuta cintura y me fui con todo. Ella ahora gritaba sin ningún reparo. —Haaaa! Haaaaa! —Sisisisisiii!
Sus pujidos y el golpeteo de sus nalgas me pusieron a tono y salí para mojarle las nalgas con mi semen. Y así, escurriendo, volví a la carga, una y otra vez. Le llevaba mi verga a la boca y María no hacía otra cosa que obedecer. La subí sobre mi y aunque al principio no encontraba el ritmo, no tardó en hacerlo a su manera, brusca e inexperta rebotaba sobre mi verga. La gire y ahora sus labios volvían a encontrarse con los míos.
—¿Te está gustando niña?
—Siii haaa! Siii siiii
—Te voy a dar verga toda la noche.
Estuvimos así durante más de una hora. Cuando sentí la necesidad de venirme nuevamente salí y ahora fui a su boca, no ofreció ninguna resistencia y trago todo lo que le di. Cuando desperté María ya no estaba. Era casi el medio día. Me bañe y fui a desayunar como de costumbre. María me llevo la taza del café y el Platón con huevos fritos. —Viejo goloso —me dijo al oído y se fue entre las mesas.
Después de desayunar y ver a esa niña con tanto brillo en los ojos. Decidí que ya era tiempo de ir a ver a mi madre. Me tomo unos 20 minutos llegar hasta mi casa. Cuando baje del taxi vi que una mujer me saludaba y sonreía con mucha alegría.
—¿Que no te acuerdas de mí? Soy Lupita
—¿Lupita? ¿Pero tú andabas en la capital que no? —le pregunte, todavía asimilando mi sorpresa.
—Dure casada como tres años. Luego mi marido se fue y nunca lo volví a ver.
Entramos a mi casa y mi madre se deshacía en besos para mí. —Aquí te hubieras quedado. Yo para quiero está casa tan grandota para mi solita —Me decía, pero no dejaba de ver a Lupita.
—¿pues que traen pues?
—Cuéntale—Le dijo mi madre a Lupita quien se sentó y respiro hondo.
—Es complicado, cuando me fui a la capital, pues yo ya estaba embarazada. Y pues, en parte por eso se fue marido. Seis meses después de la boda di a luz.
—Quieres decir que… tengo un hijo?
—Una hija mijito. Una muchachita! Todos estos años de lo que me mandas, pues le he dado una ayudita. Pero Lupita no me dejaba que te contara nada.
—¿Y dónde está? ¡Ya quiero conocerla! —Creo que las lágrimas y mi sonrisa se mezclaban en mi rostro.
—Ahorita está trabajando, le ayuda a una señora en su cocina en el centro el pueblo. Y en las tardes va a la escuela. Vas a tener que esperar hasta la noche para conocer a María.
La sangre se me heló. —¿Cómo dijo que se llama?
—María, como tu mamá. Mira aquí la traigo —saco de su bolsa un teléfono y me mostró unas fotos. María, mi María era… ¿qué demonios acababa de hacer?
—¿Y dónde vive? —les pregunte ya con la voz cortada.
—Renta allá con unas amigas, le queda más cerca del trabajo y de la escuela.
Aproveche un descuido y salí para nunca volver. En cuanto entrar al hotel a recoger mis cosas vi a María. Recostada boca abajo, con solo una tanga como vestimenta. Giró y fue directo sobre mí. —Espera… esto es un error. Lo siento no puedo —Trataba de pararla, pero su mano ya sobaba mi verga erecta.
—¿Que ya no te gusto? —me pregunto mientras me quitaba la ropa.
Podía sentir su piel suave, intente un par de veces separarme. Pero sus labios ya besaban mi verga y comenzaba a chupar. Cerré los ojos e intente imaginar que estaba en otro lado. Con alguien más. Cuando sentí que su boca se liberaba de mi verga, abrí los ojos. Y María, esa niña de la cocina y que ahora sabía mi hija, estaba con el culo expuesto al borde de la cama, con su mano retiró su tanga y abría las puertas al placer. ¡Mierda, soy el cabron más miserable del mundo!
Fui hasta ella y tomando sus caderas me hundí por completo en su sexo, no s cuanto duro aquello pero la cogí tan duro que seguro todos en el hotel se enteraron. Mari estuvo un rato más mamándome la verga y luego se vistió aprisa. Tenía que llegar a sus clases. —Adiós, nos vemos hasta mañana, no se para que me quiere mi mama y hoy voy a verla.
—Está bien chiquita.
Con beso me dijo adiós y salió aprisa. Yo, aún consternado por todo esto, empaque mis maletas y salí del hotel. Tome un autobús y luego otro y otro. Hasta que estuve muy lejos de todo aquello.
Lo último que supe de María fue que estaba embarazada de un fuereño que jamás volvió a ver. —¡Vas a ser abuelo mijo! —Me decía mi madre en una de sus últimas cartas.
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