Mónica la acaricia divino.
Vestido con mi uniforme de fútbol llegué corriendo a la casa de Raúl, mi amigo desde la preparatoria, ahora tenemos cerca de 30 años. No lo encontré, su esposa Mónica, vestida en camisón corto, salió a la puerta del departamento a decirme que hacia una hora que Raúl se había ido a jugar. Jugamos fútbol en el mismo equipo desde hace dos años. La mayoría de las veces nos reunimos en su casa para ir juntos al partido. Me di cuenta que confundí el horario del juego.
Mónica me invitó a acompañarla a desayunar, ya que no tenía posibilidad de llegar a tiempo al partido. Yo me negué, aunque con su insistencia terminé aceptando. Pasé a su casa y me acomodé en el pequeño antecomedor de la cocina. Puse mi maleta junto a la silla. Pensé en ponerme mi pantalón, pero al ver la mesa desistí. Ahí había todo lo necesario para iniciar el desayuno: café caliente, fruta, pan tostado, mantequilla, mermelada de fresa, leche, etc. Mónica se puso a cocinarme huevos. Mientras ella cocinaba, iniciamos nuestra plática. Mónica es una mujer muy alta y delgada, es morena clara de pelo castaño largo y ondulado, en la prepa la conocíamos como la ‘flaca’. A pesar de ser delgada, su cuerpo tiene bien definido su silueta femenina. El principal atractivo de Mónica es su rostro, tiene ojos negros con cejas pobladas y pestañas largas y onduladas, su nariz recta y boca pequeña hacer que su cara parezca de modelo de revista. Raúl, su marido fue muy suertudo al casarse con esta bella mujer. Después del parto de su hijo, hace 7 años, aumentó muy poco de peso, pero sigue siendo una mujer delgada.
Se sentó para desayunar y platicamos de diversas cosas, de cómo estaba mi esposa, de mis dos hijos y lo difícil de la situación de la ciudad. Luego comenzamos a hablar de la prepa y de los compañeros, que si sabes de fulano, o si has visto a mengano, etc. Todo iba bien hasta que ella me preguntó:
- Por cierto Mario, ¿por qué te decían el burro?
- Ya sabes como es uno de canijo de joven – le respondí tratando de evitar ese tema.
- ¿Pero por qué? Nunca entendí por que te decían así – seguía intrigada- no eras un mal estudiante, al contrario, eras un estudiante inteligente.
- Pues así eran los cuates, nomás por joderme – le contesté.
- ¿Por joderte? Si tú no tienes las orejas grandes o algo así. A ver dime ahora en confianza ¿Por qué te decían así?
Eso me trajo a la memoria, el recuerdo de cuando una ocasión que fuimos a un baño publico, los amigos de la prepa, al ver el tamaño de mi miembro comenzaron con sus bromas. No fue el hecho que fuera un miembro gigante, simplemente era el miembro más grande de todo el grupo de amigos.
- No, pues ya se me olvido porque me decían así – le dije, para no confesar la verdad.
- Oye ¿No será porque tienes el pene grande? – me pregunto se sopetón. Casi me ahogo con la comida cuando me hizo esa pregunta.
- No, como crees, no es por eso –me apuré a decirle.
- Entonces ¿Qué tarugada hiciste? – Insistía Mónica en saber el porque de mi apodo en la prepa.
- No, nada de eso. ¿Y tu hijo, dónde esta? – le pregunté para cambiar de tema.
- Se lo llevó Raúl, ya sabes que al niño le gusta mucho ir con él.
El saber que estábamos solos, me dio confianza, para poder responder a su pregunta.
- Entonces ¿no me vas a decir por qué te decían así? – volvió a preguntar.
Vinieron a mi mente los recuerdos de algunos compañeros boquiflojos de la prepa, quienes habían tenido unos calentones y fajes gruesos con ‘la flaca’, es decir Mónica. Cuantas veces me hice chaquetas pensando en ella. Ahora parecía ser mi oportunidad.
- Es que me da pena decírtelo- le dije sintiendo timidez.
- Ay Mario, tú sabes que hay confianza.
- Pues, si lo tengo grande – me animé a decirle.
- ¿Qué cosa tienes grande? – no fui específico.
- Mi pene – le dije con esperanza de no ser tachado de grosero.
- ¿De veras? ¡Es por eso! – dijo con cara de asombro.
- ¿Y qué tan grande? – preguntó ella tímidamente.
- No mucho, pero ya sabes como son de exagerados los cuates. – le contesté fingiendo naturalidad. Lo cierto fue que el saber que hablábamos de mi miembro, comenzó a calentarme.
- ¿Cómo de este tamaño? – preguntó señalando con sus dedos índices el tamaño.
- Sí, más o menos de ese tamaño- le contesté fingiendo falsa modestia.
- Pero erecta ¿verdad? – preguntó intrigada.
- ¡No! erecta es un poco más grande – le dije un poco orgulloso.
- ¡Ay cabrón! cajjjjmm cajjjmmm ¿Más grande? – dijo tosiendo porque se ahogaba con el café y el pan tostado.
- ¿La quieres ver? – le propuse directamente – pues ya la tenía yo parada casi por completo.
- ¡Mírala! ¡Juzga por ti misma! – sin darle tiempo a responder, separé mi silla de la mesa y así sentado subí un poco la manga del short de mi pierna derecha, le mostré la cabeza de mi verga.
- ¿Hasta ahí te llega? – preguntó con los ojos completamente abiertos por la sorpresa.
No le contesté, lo que hice fue subir un poco más el short para enseñarle un buen tanto.
- ¡Que grande esta! ¡De veras que es grande! – decía Mónica sin quitarle la vista.
- ¿La quieres tocar? – le pregunté.
- ¡Ay no, Mario! ¡No! ¿Cómo crees? – sentí que insistiendo la convencería.
- Siéntela por encima del short, para que veas de que tamaño esta – le propuse.
- ¡Ay no, Mario! Me daría mucha pena.
- Vamos Mónica, tu sabes que hay confianza – insistí.
- Si Mario, hay confianza pero me da pena, que pensarías de mi.
- No voy a pensar nada, ándale tócala, para que le midas el tamaño.
Ella ya no respondió. Yo tomé su mano y la coloqué encima de mi miembro. La palma de su mano, con sus largos y delgados dedos, recorrió la longitud de mi miembro presionándolo suavemente.
- ¡Que grande esta! – dijo Mónica, recorriéndolo otra vez.
- ¿Y todo esto se lo metes a tu esposa? – dijo algo excitada.
- ¡Sí! – le respondí.
- ¿Y le cabe todo? – dijo con voz algo quebrada.
Sus palabras me indicaron que tenía que mostrársela en su completa erección. Subí la manga de mi short lo más que pude. Su mano quedó en contacto directo con mi pene. Ella siguió moviendo su mano suavemente a todo lo largo, hasta que quiso sentir su grosor. Yo ya estaba a cien. Mi verga estaba pulsando por lo caliente, quería reventar el short para salir.
- ¡Que cabezota! – dijo Mónica
- Permíteme tantito – le pedí.
Levanté un poco mis nalgas del asiento de la silla y de un movimiento rápido bajé el short y mi truza abajo de mis rodillas. Mi miembro se quedó balanceando libre entre mis piernas abiertas. Mónica movió su silla para quedar enfrente de mí.
- ¡Que bruto! ¡Que grande está Mario!
Tomé su mano, para ponerla de nuevo en mi palo. Ella se resistió un poco. La animé.
- Vamos Mónica, ¡ándale tócala! para que le midas el tamaño.
Mónica dejó que condujera su mano para ponerla sobre mí pene. Ella colocó las puntas de sus dedos sobre la cabeza y la palma su mano sobre el cuerpo de mi verga, aprisionándola contra mi vientre.
- ¡Que bruto! ¡Es del tamaño de mi mano! – dijo sorprendida- ¡Y eso que tengo manos grandes!
- ¿Nunca habías visto una de ese tamaño? – le pregunté.
- ¡No! ¡Nunca! ¡Ni me imaginé hacerlo! – decía sin salir de su asombro.
- Agárrala para que la sientas bien – le dije.
Se despegó de la silla y se hincó de cuclillas frente a mí. Puso sus dos manos extendidas a lo largo de mi miembro, apretándola entre sus palmas. Las venas de mi verga parecían reventar, la cabeza se puso muy hinchada y roja.
- ¡Que animalote tienes Mario! ¡Que cabezota, parece una fresa gigante!
- ¿No te gustaría probar la fresota?
- ¡Ay Mario, No! ¿Cómo crees? ¡No cabría en mi boca! – dijo sin dejar de acariciarla.
Mónica la agarró con sus dos manos entrelazando sus dedos, dejando la cabeza libre. Apretó fuerte y comenzó a mover sus manos lentamente hacia arriba y abajo.
- ¡Que gruesa y que dura! – dijo completamente excitada.
- ¡Mónica que divino la acaricias! ¿Así de divino la mamas? – le pregunté.
Ella no respondió, sólo cerró sus ojos y apretó ligeramente sus labios. Estiré mi brazo para alcanzar el frasco de la mermelada y sumí dos dedos dentro de el. Embarré la mermelada en la cabeza de mi verga. Los ojos de Mónica siguieron todos los movimientos de mis dedos. La invite a probarla:
- ¿No te gustaría probar la mermelada de fresa?
Mónica ya no dijo nada. Era un silencio solo interrumpido por lo agitado de su respiración. Puse mi mano sobre su hombro y con suavidad la jale hacia mí. Mónica no se resistió, mientras su cara se acercaba a mi miembro, fue sacando su lengua para comenzar a probar la mermelada untada en la cabeza de mi verga. La punta de su lengua tocó el frenillo de la cabeza y dio una pequeña lamida llevándose un poco de mermelada a la boca. La saboreó y volvió a sacar su lengua. Los siguientes lengüetazos fueron más largos, recogieron más mermelada. Su lengua pasó por toda la cabeza hasta dejarla limpia. Separó su boca para que me diera cuenta que ya no había mermelada sobre ella. Por supuesto que le unté más, hasta donde sus manos lo permitían.
– ¡Síguele Mónica, lo haces divino¡ - le dije.
Mónica abrió su boca lo más grande que pudo y se metió toda la cabeza de mi verga. Poco a poco fue chupando la mermelada y la cabeza. Sus dientes le daban pequeñas mordidas a la cabeza o los detenía en la corona y le daba chupadas muy suaves. Fue aumentando la fuerza de su chupada, pronto me estaba dando un mamadón de película. Al mismo tiempo me masturbaba con sus dos manos. ¡Puta madre! ¡La mamaba divinamente! Dirigió sus hermosos ojos semicerrados hacia mí. Sonrió picadamente guiñando un ojo.
- ¿Te gusta? – le pregunté
Ella movió su cabeza afirmando. Sus largas pestañas cubrieron sus ojos, ella trató de meterse lo más que pudo a la boca. Su cara dejaba ver como estaba disfrutando la mamada. ¡Que chingón! Nunca me imaginé a Mónica mamándome la verga. Ella colocó sus manos sobre mis rodillas, utilizando únicamente su boca sobre mi verga. Su cabello me impedía ver como la mamaba. Con mis manos lo removí para verla bien. Apenas y cabía la cabeza en su boca. Sin dejar de mamarla, ella me miró volviendo a sonreír. Yo sentí que me venía.
- ¡Que rico la mamas Mónica!
Ella cerró sus ojos y aumentó la intensidad de la mamada. De repente Mónica se paró, se voltió de espaldas a mi, subió su camisón, con su mano hizo a un lado su pantaleta y dejó caer su cuerpo sobre mi diciendo;
- ¡Métemela Mario por favor! ¡Quiero sentirla adentro!
Yo tomé mi miembro guiándolo para penetrar a Mónica. La cantidad de pelo de su vagina me impidió ver con claridad donde metérsela. Sólo coloqué la cabeza contra su sexo. Los movimientos de Mónica fueron los que hicieron que mi miembro entrara en ella. Los pequeños gritos que dio me indicaron que ya la tenía adentro. Yo recargué mi cara, de lado, sobre su espalda y abracé su cintura. Ella se encargaba de subir y bajar regulando la cantidad de verga y el ritmo de la cogida. Poco a poco sus sentones fueron aumentando de velocidad hasta que la tuvo adentro por completo. Sus movimientos cambiaron hacia delante y atrás, sus suspiros y quejidos indicaban que disfrutaba mi miembro dentro de ella. Yo comencé a acariciar sus tetas pequeñas y a desabotonar su camisón. Mónica tomó mi mano y la llevó a su sexo. Buscó la punta de mis dedos y los colocó sobre su clítoris.
- ¡Tócame ahí Mario! ¡Tócame mi botoncito! – me dijo con dificultad por sus gemidos.
Presioné su clítoris por encima de su pantaleta, sus movimientos aumentaron a una velocidad increíble. Pasé mi mano por debajo de su panty y toque directamente su grande y duro botoncito. Mónica comenzó a dar largos y fuertes quejidos e inició nuevamente sus sentones sobre mi palo. Sentí que me venía, hice grandes esfuerzos para contener mi eyaculación. Con mi mano pude sentir claramente como entraba toda mi verga en ella.
- ¡Tócame Mario! ¡Tócame mi botoncito por favor!
Tan pronto lo toqué su cuerpo comenzó a sacudirse. Nunca pensé que una mujer temblara tan fuerte con su orgasmo. Las convulsiones de su cuerpo se transmitieron hasta mi falo. Sentí como su vagina apretaba con fuerza mi verga, que combinada con sus temblores, fue la sensación más chingona que jamás había sentido. Ya no pude contener mi eyaculación, me vine una y otra vez dentro de ella. Tensé mi cadera para que mi verga escupiera toda la leche dentro de Mónica. Ella trató de cerrar sus piernas para apretar mi pene e hizo los últimos movimientos hacia delante y atrás, hasta quedar exhausta sentada sobre mí.
Unos segundos después se incorporó, acomodando su cabello y su camisón. El semen escurrió sobre una de sus piernas.
- ¡Que bruto Mario! ¡Te viniste muchísimo! – dijo tratando de contener el esperma que salía de su vagina.
Yo no podía hablar, mi agitada respiración lo impedía. Sólo miré mi semierecta verga, cubierta con mi semen, los jugos de Mónica y un poco de mermelada. Mónica se volvió a hincar en cuclillas y se llevo mi palo a su boca. Lo chupo poco a poco hasta meterlo por completo en su boca, que ahora ya casi flácido sí le cupo. Cuando retiró su boca dijo bromeando:
- ¡Mmmmmmm! ¡Fue como fresas con crema!
Le dio un último beso a la cabeza de mi verga, hablándole:
- ¡Que sabrosa estas!
Yo me levanté de la silla al mismo tiempo que ella se ponía de pie. Quedamos frente a frente.
- ¡No debimos haber hecho esto Mónica!
- Pues no, pero ya esta hecho – respondió- ni modo.
Acomodé rápidamente mi ropa, pensando en la forma tan rica que coge Mónica, y en los boquiflojos de la prepa. Ellos decían Mónica daba unas mamadas muy ricas, tenían toda la razón. Comprobé que la flaca seguía siendo la misma calentona de la prepa. Me despedí prometiéndole guardar el secreto.
- ¡Adiós mi burrito!- fueron sus ultimas palabras- vuelve cuando quieras.
No se si tomarle la palabra a Mónica y regresar en otra ocasión. Pobre Raúl se nota que la flaca le pone el cuerno seguido. Creo que soy el tercer cabrón del equipo que se tira a su mujer. Ya comencé a preocuparme, no sea que mi mujer ande haciendo lo mismo.
Excelente relato, claro y entendible. Me gusto bastante tu relato, he leido otros tuyos y dejame decirte que me fascinasn