Aquel curso fue el curso en que cumplí dieciocho años, siempre lo recordaré por eso y porque algunas dudas que me rondaban acabaron aclarándose. No era un buen estudiante, nunca lo he sido, aunque intentaba aplicarme, atender y hacer las tareas, mi cabeza prefería estar en otra parte. Era un chaval muy fantasioso, bueno, quizás ahora que ya tengo veinticuatro años lo siga siendo. Pero menos. Espero.
El caso es que ya llevaba dos años en un grupo reducido, no nos lo decían abiertamente pero estaba claro que aquella clase era el curso de los torpes. No me importaba demasiado, la verdad, al menos las asignaturas nos las hacían más fáciles. Si uno se puede ahorrar un poco de trabajo, pues mejor.
Aquel era nuestro segundo año como clase, ya digo que éramos pocos, doce, y nos llevábamos bien, más o menos, aunque yo no acababa de encontrar ningún compañero al que pudiera considerar un amigo. Pero eran buena gente, la mayoría.
En fin, no quiero hablar de mis compañeros, o al menos no eran ellos el objetivo de mi interés. Me gustaría hablar de un profesor, de mi profesor de Lengua. Su nombre, Javier. Tenía treinta y cuatro años, aunque no los aparentaba para nada. Se lo habíamos preguntado a la vuelta de una de aquellas excursiones que tanto hicimos durante el curso. A Javier le encantaba sacarnos del instituto y llevarnos a exposiciones, a obras de teatro, a visitar museos, disfrutaba con su trabajo y hacía que nosotros también lo pasáramos bien. Algunos, como yo, incluso muy bien. El caso es que, y vuelvo a lo de la edad, le preguntamos que cuántos años tenía, siempre hay un morbo especial por la vida de los profes, o al menos por la vida de los profes enrollados, de los otros mejor no hablar. Javier nos sonrió con esa sonrisa suya que parecía querer parar el mundo: treinta y cuatro, nos dijo, ya os lo dije el curso pasado ¿no os acordáis? Sí, claro, yo me acordaba, como me acordaba de todo lo que nos había ido contando a lo largo de aquellos dos años: la zona en la que vivía, donde solía comprarse la ropa, una ropa que me encantaba y que le sentaba genial, lo que le gustaba leer, la música que escuchaba, dónde había pasado el verano, y, lo que más nos impactó: que era gay.
Algo de eso me había figurado ya, no solo porque en el instituto se comentaba el tema sino porque había algo en él que me atraía bastante. Realmente yo no tenía muy clara mi orientación sexual, bueno, sí la tenía pero no quería aceptarla, no me aceptaba. Ahora con el paso del tiempo sí la he asumido, soy gay y como tal me reconozco, sin que me importen los comentarios de la gente, pero entonces, con diecisiete años y con dieciocho recién cumplidos, prefería decirme que era bisexual, de hecho tuve alguna historia con alguna chica, nada importante, lo normal: llamaditas, quedadas, algún magreo sin más. Pero en la intimidad de mi cuarto, cuando aquello se hinchaba y empezaba casi a dolerme, en quienes yo pensaba era en tíos, en tíos como mi profesor Javier, un tipo que a pesar de ser mayor que yo me resultaba muy cercano, un tipo muy atractivo, no demasiado alto, moreno, de rostro bien perfilado, con una nariz recta, ojos pequeños, y un cuerpo que cuidaba y trabajaba en el gimnasio y en la piscina.
Cuando nos dijo que era gay, se lo preguntó abiertamente Pedro, el chaval más lanzado del grupo, a quien habíamos nombrado delegado, recuerdo que todos, los doce que estábamos en el andén de la estación, esperando que llegara nuestro tren para volvernos a nuestras casas después de otra estupenda excursión, todos, digo, nos quedamos callados, esperando su respuesta, respuesta que salió con toda la naturalidad con la que este profesor parecía hacer las cosas: creí que ya lo sabíais, nos comentó, no es algo que tenga que ocultar, siempre lo digo cuando me preguntan, pues para eso está un profesor, para responder y aclarar las dudas.
Hubo un pequeño revuelo de comentarios, desde una de las chicas, Tamara, que se mostró sorprendida y, creo, decepcionada, hasta el de otro compañero, Antonio, que dirigiéndose hacia Lolo, un alumno bastante afeminado y un poco friki, le preguntó sin contemplaciones: tú también eres gay ¿no? Lolo, ante esta pregunta, se sintió como ofendido, y lo negó, diciendo que tenía novia, una tal Carmen, una chica que bien mirado, con lo que ya sé, era la típica novia de marica. Un apaño, vamos.
Cuando Javier, nuestro profesor, nos dijo que era gay,no sé por qué ,mientras los demás murmuraban, solté que yo era bisexual, y entonces noté cómo el corazón se me aceleraba y cómo me ponía colorado. Bajé la cabeza, como avergonzado, quizás suponía que todos estarían pendientes de mí y que aquella confesión me había delatado. Aunque realmente, ahora lo sé, aquellas palabras iban dirigida a Javier, era como si yo quisiera decirle: yo también soy un poco de lo que tú eres. A pesar de que creía que había soltado una bomba, nadie me miraba, todos tenían la vista fija en Javier, quien seguía dando algunas explicaciones: no, no tenía novio, aunque lo había tenido, sí, su familia lo sabía y sus amigos.
Bueno, tenía dieciocho años y las ideas poco claras. No se me podía pedir más.
Pasaron los meses y seguimos haciendo excursiones. En estas excursiones la relación con Javier se hacía más intensa, estábamos fuera del instituto y era normal que surgieran temas y conversaciones que no solían darse en clase. Recuerdo que me vestía con esmero para esas actividades. Era y soy bastante presumido, siempre me ha gustado la ropa y a pesar de mis inseguridades, cuando me miraba en el espejo del cuarto de baño y veía mi cuerpo delgado y que poco a poco iba adquiriendo unas formas más rotundas no podía dejar de excitarme y de gustarme, aquello invariablemente terminaba en unas pajas que manchaban el lavabo.
Era en estas excursiones cuando más disfrutaba de la cercanía con mi profesor. Notaba que él también tenía cierto interés en mí, en clase se sentaba a mi lado, no le gustaba ponerse en la mesa del profesor, habíamos colocado las mesas en forma de u, y él, desde el primer día se había situado entre Lolo, el chaval este que era muy afeminado, y yo. Entonce me podía recrear en su presencia cercana, y oler su perfume, y sentir el calor que su cuerpo desprendía y que hacía que yo, ya de por sí distraído, me distrajera más aún. A veces nuestras rodillas o nuestros codos se tocaban, y aquello me ponía mucho, lo sentía tan cercano.
Como digo, pasaron los meses y vino una época un tanto confusa. Tenía problemas en casa, sobre todo con mi padre. Yo pensaba que no me entendía, estaba dándome todo el día la tabarra con los estudios, había suspendido cuatro en la segunda evaluación y ya no tenía más oportunidades, no podía repetir más. Además, no sé por qué, empecé a tener celos de mi hermano pequeño, José Miguel; pensaba que mi padre le echaba más cuenta que a mí, claro, él era el hijo modélico: iba bien en los estudios y no le daba tantos problemas como yo. A eso se sumó que acabé peleándome con un primo mío con el que solía salir.
Este primo mío era dos años mayor que yo y ya estaba en la universidad. Me había presentado a sus nuevos amigos, chicos y chicas universitarios, con los que me lo pasaba muy bien, aunque eran mayores que yo y estaban viviendo una experiencia que estaba seguro que yo nunca viviría, me sentía aceptado y me veía como uno más de ellos. Ya digo que siempre he sido muy fantasioso, y por eso que me llegara a creer que yo formaba también parte de la vida que ellos llevaban en la universidad, a pesar de que yo seguía en 4º de ESO. Pero hubo un hecho que hizo que dejara de hablar con mi primo, y que me viera solo, sin amigos, y sin esa realidad que yo mismo había ido creando, un hecho desagradable, o al menos así lo viví, aunque quizás ahora, lo hubiera vivido de otra manera. Posiblemente. Entonces tenía dieciocho años y las ideas confusas. Ahora veinticuatro y las ideas muy claras. Lo que pasó fue lo siguiente:
Salimos un sábado por la noche como otros tantos sábados, hicimos botellona con sus amigos y lo pasamos muy bien. Bebimos bastante, bueno, yo al menos bebí mucho, no es que fuera una costumbre habitual, pero ya digo que las cosas en casa no iban bien, y tampoco en el instituto, me notaba raro, muy pasota y con pocas ganas de nada. . Acabamos en una discoteca de la que mi primo, que era un tipo muy abierto y que conocía a mucha gente, tenía pases. Como sabía yo que la noche podía ser larga, le había comentado a mis padres que no me esperaran, que me iba a ir a dormir a casa del primo. Mi padre protestó, pues siempre protestaba cuando yo salía, aunque al final, convencido por mi madre y por mi actitud, aceptó. Además el hecho de que yo saliera con mi primo y con sus amigos le daba cierta tranquilidad, pensaban que mi primo al ser mayor que yo me iba a cuidar.
Total, que salimos de la discoteca sobre las cinco de la mañana, bastante borrachos. Cogimos un taxi y nos fuimos a su casa. Aquel fin de semana mis tíos no estaban. A mi primo se le ocurrió decirle a uno de sus amigos, Juan, un tipo muy atractivo, algo pijo, estudiante de Derecho y tenista semiprofesional, con esa piel morena de los que practican deporte al aire libre, que se viniera a dormir con nosotros. A mí me pareció una idea estupenda. Ya digo que Juan era un tipo que estaba muy bien, además era agradable y solía darme charla cuando yo, que era el más pequeño del grupo, me quedaba un poco colgado.
Llegamos a la casa de mi primo, quien nos ofreció tomar otra copa. Yo estaba bastante borracho, ya lo digo, y ellos parecían estar algo más sobrios, pero no mucho más. Como no quería parecer el niño chico que no quiere beber más, acepté. Nos servimos un cubata cada uno y nos sentamos en el sofá del salón. Empezamos a charlar, bueno, mejor dicho, empezamos a decir tonterías, y a hablar de las tías de la pandilla. Juan estaba colgado por Nuria, una chica muy guapa también y muy simpática pero que tenía novio, pero dijo que quien a quien querría tener ahora allí era a Patri, otra chica del grupo que solía vestir una ropa mínima y muy ceñida, sabía cuál eran sus encantos, dos buenas tetas y un culo respingón, y los explotaba. Mi primo le dio la razón, era una tía tremenda a la que gustaba ponernos, así dijo, a todos calientes. Yo sonreí, como había sonreído Juan, no quería autoexcluirme de aquellas confidencias de machotes. Mi primo, animado por ese momento de complicidad tan hetero, empezó a describir el cuerpo de Patri de una manera bastante explícita: que si sus tetas tenían unos pezones pequeños y puntiagudos, que si sus labios seguro que sabían chuparla muy bien, que si el culo estaba pidiendo a gritos que se la metieran, que si tenía que tener el coño depilado y siempre mojado. Juan lo miraba divertido, estaba disfrutando, se le notaba, es más, en un momento dado le dijo, entre risas, que no siguiera, que se estaba poniendo cachondo. Yo permanecía en silencio, sonreía de vez en cuando y le daba sorbos a mi cubata, aunque ya el estómago se me estaba poniendo del revés.
Mi primo siguió con sus fantasías. Yo no sabía muy bien a dónde quería ir, no me gustaban sus comentarios pero no podía dejar de oírlos y sobre todo, no podía dejar de ver cómo Juan se iba excitando cada vez más, los vaqueros despintados se habían hinchado por la entrepierna, allí donde él, con descarados golpes, tenía puesta la mano, excitación que también compartía mi primo, que también parecía animarse, y también yo, más por la visión del bulto de Juan que por los comentarios de mi primo.
El caso es que, no sé muy bien cómo, ya digo que estaba bastante borracho, mi primo encendió la tele y en un momento en la pantalla apareció una tía que le estaba comiendo la polla a un tío. Mi reacción fue de sorpresa y de cierto aturdimiento: los efectos del alcohol se hacían cada vez más evidentes. Cuando vi que Juan y mi primo se habían sacado sus pollas y empezaban a pajearse, ya no supe si aquello era la realidad o estaba en medio de un sueño bastante extraño y caliente. Claro que yo también estaba excitado, pero por lo que podía ver a mi izquierda: el miembro gordo y moreno de Juan que no paraba de agitarse por el movimiento de su mano. Me tuve que quedar como un lelo, la vista fija en aquel trozo de carne tan apetecible, el primero que yo veía así, empalmado, en directo, de verdad, tan cercano, aquella polla de la que yo no podía apartar la vista. En mi pantalón algo empezó a humedecerse y mi pecho a agitarse y mis labios a hincharse. Creí que no me podría aguantar y que en un momento dado me iba a lanzar con la boca abierta a chupar aquella polla que seguía con sus movimientos frenéticos. Juan, ya digo, seguía en su tarea, la mirada absorta en el televisor, la mano acariciando su verga oscura, se había llevado los dedos a la boca y ahora los pasaba suavemente por aquel capullo casi morado que como un faro seguía llamando poderosamente mi atención. Y mi primo. mi primo seguía también con sus movimientos, pero su mirada no estaba fija en el televisor, su mirada la notaba yo sobre mi rostro. ¿Qué, Luis, te mueres por darle un bocado?, fueron sus palabras las que me sacaron de mi ensoñación.
En un principio no supe qué quería decir, tampoco que se refería a mí, ya digo que estaba aturdido por el alcohol y más aturdido por la visión del nabo de Juan y de su pecho, se había subido la camiseta y una mano recorría su torso, un torso atlético cubierto de ligeros vellos oscuros. De ahí que mi primo, una sonrisa en su boca, volviera a decir, esta vez más fuerte: Anda, Luis, atrévete, chúpasela. Estás deseando.
No solo ya entendí lo que me estaba diciendo, sino que también lo entendió Juan, menos borracho posiblemente, y más consciente de lo que estaba pasando. Noté sus ojos en mí, y cómo había dejado de pajearse. No era una mirada complaciente, la verdad. Se volvió hacia mi primo, quien seguía meneándosela, como si aquella situación le excitara más que la se estaba produciendo en la pantalla, y de nuevo, fijó sus ojos en mí. ¿Te gusta?, me preguntó Juan echándole un vistazo a su polla que volvía a agitarse, ¿te gustan las pollas, putita?
Mi mirada iba de su nabo a sus labios y a sus ojos. Unos ojos en los que se reflejaba una tensión que no me gustaba nada. Mi corazón se había acelerado, y mi respiración se hacía ahora más dificultosa. En mi cabeza un montón de imágenes se agolpaban en un vértigo indescifrable: aquella tarde en el dormitorio de primo cuando le comenté lo de mis dudas sexuales, la discoteca, el día en que mi primo entró en el cuarto de baño del chalet familiar mientras yo me duchaba y se metió conmigo en la ducha y noté cierta actitud extraña, un tipo que me había echado una mirada intensa en los servicios de la discoteca, Javier, mi profesor, el ruido de la botellona, mi padre echándome una bronca . El caso es que aquello que tanto se había estremecido dentro de mi pantalón dejó de dar señales de vida y que una especie de miedo y vértigo empezó a subirme por el pecho. Sí, oí la voz de mi primo,a la pequeña le van las pollas, ¿no ves cómo te mira?, le preguntó a Juan con una sonrisa en la boca. Pues adelante, puto,cómetela entera, replicó Juan levantándose y dirigiendo su nabo enorme hacia mi boca.
(Continuará.)