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El Sotano

EL SÓTANO.


La luz del sótano osciló al estallar la primera bomba, lejana todavía, dentro del muelle pero el rosario de explosiones fue acercándose hasta convertirse en un infierno de ruido ensordecedor que hacía temblar los cimientos del edificio y las paredes del sótano donde los treinta y cuatro vecinos del inmueble se acurrucaban por los rincones tapándose
los oídos en un intento desesperado e inútil de sustraerse a la realidad.

Oyeron aproximarse el agudo silbido, el crujir de las paredes y la horrísona explosión encima de sus cabezas que derrumbó sobre el sótano medio edificio.

La luz se apagó y el olor de la cordita inundó el oscuro recinto. Los agudos gritos de las mujeres acabaron por destrozar los nervios de la niña. Salió corriendo en la oscuridad sin saber hacia donde se dirigía hasta que se dio un fuerte golpe en la cabeza contra la puerta medio derrumbada del servicio del sótano. Perdido el conocimiento cayó al suelo como un fardo.

Durante dos horas continuó el bombardeo con la misma intensidad, con la misma saña destructiva y mortal, repartiendo indiscriminadamente muerte y destrucción sobre la ciudad inerte y casi indefensa.

Cesaron de repente las explosiones, el rugido de los motores fue debilitándose, el sordo estampido de la D.A. fue amainando hasta finalizar, el bramido de las sirenas fue decreciendo pero sin detenerse, indicándoles a los ciudadanos que el ataque no había finalizado.

La muchacha despertó de su desmayo cuando las sirenas volvieron a bramar con toda intensidad anunciando un nuevo ataque y un nuevo reguero de explosiones se abatió sobre el barrio marítimo de la ciudad.

Llorando, con las manos extendidas, caminó sin saber en donde estaba hasta que tropezó con las piernas de una persona y estuvo a punto de caer si unos brazos masculinos no la hubieran sostenido arrastrándola hasta el suelo y sentándola en su regazo y escondió la cara en el pecho del hombre, abrazándose a él con el temor de la desesperación. Sabía que estaba sentado en tierra porque ella tocaba el suelo con sus zapatos y notó como la lengua del hombre, como si olfateara la sangre, le lamía la cara allí dónde notaba la costra sanguínea que había manado de la herida de su sien deslizándose por su mejilla. Lamía como lo haría un perro lamiéndose una herida. La lengua se posó en el corte y sintió un ligero escozor pero no se quejó dejándole hacer.

La mano acarició sus mórbidos muslos adolescentes, subía bajo su vestido hasta la ingle, bajando suavemente hasta la rodilla y volviendo a subir hasta la ingle lenta y cariñosamente, como si estuviera acariciando a una mascota desvalida. Era una caricia tranquilizadora y gratificante en medio de aquel oscuro infierno de ruido y explosiones.

Una nueva explosión se oyó casi sobre el edificio e instintivamente se apretó contra el pecho del hombre, pasando los brazos alrededor de su cuello temblando de pánico. La mano masculina subió entre sus muslos, pero tuvo que detenerse a la mitad pues los tenía demasiado juntos. Como si él se lo hubiera ordenado, casi inconscientemente fue separándolos hasta que la mano llegó hasta su imberbe sexo, acariciándolo por encima de la braguita.

Notaba bajo sus nalgas como se iba endureciendo y aumentando de volumen el bulto masculino de la entrepierna. Le producía una extraña sensación que mitigaba poco a poco el terror pánico que la embargaba. La mano, una mano fuerte y grande se quedó definitivamente encima de su sexo masajeándolo suavemente, deteniéndose cuando las explosiones eran demasiado cercanas, para continuar con su masaje cuando se alejaban y subiendo por su joven y terso vientre hasta acariciarle las incipientes tetitas. La palma de la mano los rozó en círculos. Ni el miedo de las cercanas explosiones pudo evitar que
los pezones se le endurecieran.

Quedó nuevamente silenciosa la ciudad y una voz se oyó clara en el oscuro silencio. Ella reconoció la voz del señor Beltrán, el jefe de escalera.

-- Que a nadie se le ocurra fumar, ni encender un mechero. Puede haber un escape de gas sin que lo sepamos. Ya volverá la luz cuando estos hijos de puta dejen de bombardear.

La mano del hombre acariciaba el sexo adolescente, recorriendo mecánicamente el canal marcado por los dedos al intentar hundirse en la vulva. Notó que le bajaba las braguitas y separó primero un pie y luego el otro para quitárselas. Luego volvió a apoyar la cabeza sobre el hombre masculino y los brazos rodeándole el cuello. La mano quedó inmóvil sobre la faldilla y notó bajo sus nalgas desnudas que la erección masculina había desparecido.

Casi se alegró al oír de nuevo el lejano rugir de los motores de los aviones. Las sirenas iniciaron casi de inmediato su agudo concierto uniéndosele los disparos de la escasa defensa de la D.A. Se nuevo se desató el infierno sobre la ciudad. Temblaba la tierra con sacudidas violentas y la adolescente se aferró desesperada al cuello del hombre. La mano se puso en movimiento entre los muslos separados y alcanzó el sexo desnudo e imberbe.

El dedo medio del hombre se incrustó en la flor separando los apretados labios imberbes. La tierna y suave carne húmeda recibió por primera vez una caricia masculina entre explosiones de muerte, pero la niña ya no sabía a ciencia cierta si se estremecía de miedo o de placer o de la mezcla ambas sensaciones. La erección del hombre, terriblemente dura y palpitante, rozaba el sexo de la jovencita y el aterciopelado carmesí del glande separaba la vulva presionando el joven clítoris, estremeciéndola en agudos orgasmos que quizá el miedo ayudaba a intensificar.

Cuando el glande se abrió paso en su virginal vagina, apagó sus gemidos de dolor contra la boca del hombre y él le metió su lengua en la boca mientras la verga se hundía y desgarraba el himen de la virgencita hasta llegar al fono de su vagina y entre el olor de la cordita, del sudor de los cuerpos hacinados, las explosiones, el miedo, los gritos, las oraciones, y las diarreas de los enterrados vivos en el sótano, la adolescente sintió por primera vez en su vida, a intervalos cada vez más prolongados, el golpeteo del semen masculino en la profundo de su joven vientre y también ella tuvo entonces el más desaforado orgasmo de joven vida.

Cuando los equipos de rescate se abrieron paso a través de los escombros y se hizo la luz, la adolescente y el hombre se separaron y ella exclamó con asombro:

-- Pero, tío Enrique ¿No estabas en la fábrica?

El hombre agachó la cabeza y se levantó caminando cabizbajo hacia la salida, llevando de la mano a su sobrina.
Datos del Relato
  • Autor: Aretino
  • Código: 16126
  • Fecha: 06-03-2006
  • Categoría: Varios
  • Media: 5.14
  • Votos: 37
  • Envios: 1
  • Lecturas: 2206
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