5A
--¿Pero qué sabes tú del amor, mequetrefe? Además, no hables tan alto que las paredes oyen.
--¿Y qué si oyen? Tendrán que aguantarse están hechas de piedra y no se caerán.
Me levanté acercándome a ella. Nos miramos y ladeó ligeramente la cabeza al comentar:
-- No empieces, por favor...
Pero yo ya tenía las manos sobre sus hermosas tetas. Me sujetó las muñecas sin apartarlas y las amasé suavemente sin que protestara, pero giró la cara cuando quise besarla.
-- Dijiste que me querías, Megan.
-- También quiero a Nere - susurró pero se dejó besar, separando levemente los labios, acaricié su lengua con la mía, y le metí un muslo entre los suyos.
Sintió mi erección contra su carne y chupó mi lengua algo indecisa. Sus manos fueron aflojándose y aproveché para levantarle la falda hasta tocar la tibia carne de sus nalgas. La oprimí contra la puerta deslizando mi mano bajo sus pololos hasta tocar los abultados labios de su coño.
-- Déjame, puede volver en cualquier momento - musitó débilmente sin resistirse a mis caricias.
Su tierna carne húmeda era suave como los pétalos de las rosas. Me arrodillé ante ella tirando hacia abajo de los pololos, besándole el sexo, mordisqueándole los gruesos labios de la vulva mientras mi lengua se hundía en su viscoso calor.
-- Por favor, no sigas, por favor, si me quieres no me hagas esto - pero sus muslos se iban separando poco a poco conforme mi lengua se hundía más y más en su carne jugosa y delicada.
Tenía mi cabeza entre sus manos y mi boca encontró su botón de placer que sorbí y acaricié con fuertes lametones. Temblaba ya y aleteaban las mariposas de su tierna vagina cuando le metí la lengua. Cayó el primer borbotón de leche sobre mi lengua, espesa, abundante y tibia. Sus piernas se doblaban y sus muslos temblaban a causa del placer.
Tiró de mí hacia arriba y sacándome la polla se la ensarté entera, mientras su cálido sexo seguía aleteando. Me besaba con lujuria buscando mi lengua para sorberla con tanta fuerza que me produjo un placentero deleite y mi orgasmo explotó en la punta de mi verga con incontenible furia.
-- Si nos ve, tendré que irme.
-- Tu no te irás de aquí mientras yo no quiera.
Entornó los párpados, sonrió y preguntó suavemente:
--¿Tanto poder tienes sobre ella?
--¿Tú que crees?
-- Y si yo también tuviera celos de ella, ¿ qué pasaría?
-- Que estaría encantado. ¿ Los tienes?
-- Suéltame y sigamos la clase, anda no seas malo, cariño.
Volví a arrodillarme y le subí los pololos no sin antes volver a mordisquear su precioso y dorado chumino.
-- Y que hacemos con éste - pregunté bamboleando mi congestionado garrote ante sus ojos.
-- Por favor, Toni, no seas procaz, sigamos la clase, anda.
Mientras ella se dirigía a su mesa cerré la puerta con llave. Cuando me vio dirigirme a la ventana preguntó:
--¿Por qué has cerrado la puerta?
-- Porque vamos a follar hasta que se acabe la clase - respondí corriendo las cortinas.
-- Ni hablar - exclamó muy convencida - déjate de tonterías y repíteme lo que has leído y las conclusiones a que has llegado sobre Thiers.
-- Bueno, pues ven aquí, conmigo, delante de la chimenea sobre la piel del oso te diré las conclusiones a las que he llegado.
Dudó durante un momento, luego se aproximó lentamente sin mirarme. Cuando la tuve a mi lado la hice sentar frente al fuego, al que añadí un par de troncos. Comencé a explicarle las conclusiones a que había llegado mientras la iba desnudando. Se resistía levemente, nada que me impidiera tenerla desnuda delante de mí al cabo de unos minutos. Comencé a desnudarme sin dejar de explicar las memorias de Thiers y lo que me parecían.
-- Y si llama a la puerta ¿ qué haremos?
-- Vestirnos, mi amor.
-- Armará un escándalo si la ve cerrada.
-- Ya verás como no vendrá. La conozco, mi amor.
Uno al lado del otro, le acariciaba yo el chumino pasando y repasando mis dedos a todo lo largo de la preciosa herida mientras ella recorría todo el grueso tronco congestionado con la punta de los dedos. La obligué a ponerse encima y se esparrancó sobre mi verga, hundiéndosela ella misma al bajar las nalgas sobre la caliente y dura barra de carne.
Cuando sus rizos púbicos se incrustaron en mi piel, la cabeza de la polla rozaba el pico de su útero. La tenía clavada tan profundamente que si apretaba demasiado hacia abajo, se hacía daño.
--¿Sabes una cosa, cariño? - le dije - Thiers es un plomo.
-- Si, lo es – sofocó una carcajada, para exclamar - ¡Qué ocurrencia en este momento!
-- ¿Verdad que no hay cosa mejor que esto que estamos haciendo?.
-- Esto es hermoso cuando se está enamorado – seguía riendo bajito.
--¿Cómo tú y yo?
Se apoyó con la palma de las manos sobre mis hombros para mirarme, moviendo las caderas para sentir como se movía dentro de ella la verga que la penetraba hasta el útero. Comentó muy sería:
-- Tú no estás enamorado de mí.
-- Toma que no. Claro que lo estoy. ¿ Y tú de mí?
-- No debería estarlo, porque ya tienes a tu hermana.
-- Pero lo estás ¿ Verdad cachondita mía? Lo estás como yo lo estoy de ti.
Volvió a dejarse caer sobre mí para besarme, clavándome los duros pezones en la carne. Le acaricié las tetas, aprisionadas entre su pecho y el mío. Fue un beso largo, larguísimo, y, allí frente al fuego, completamente inmóviles uno encima del otro, acariciándonos suavemente con las manos todo el cuerpo, nos corrimos los dos en un interminable orgasmo que, quizá por inmóvil, fue más intenso, profundo e interminable.
Y así permanecimos durante casi todo la clase, gozándonos tres veces más, estallando en orgasmos donde tan sólo se movían su vagina y mi verga con fuertes contracciones para darnos placer. Finalmente, le comí el coño, haciéndola correr a base de chupetones y lamidas sobre el clítoris, tragándome toda la abundante leche de sus orgasmos anteriores.
Mientras se vestía me advirtió:
-- Cepíllate bien la boca antes de besarla y perfúmate el cuerpo, hueles a mí.
-- No te preocupes, lo haré, vida mía.
Toda la tarde la pasamos igual, follando a placer. Su leche tenía un sabor delicioso y ella le gustaba que le comiera el coño después de haberse corrido. En cada ocasión disfrutaba salvajemente de la mamada. También a ella le gustaba chupármela y, después de corrernos, hacíamos un sesenta y nueve que nos llevaba a alturas de placer inauditas. Y así pasamos las tres horas de estudio.
Todos los días y todas las tardes las pasábamos follando, chupándonos y tragándome yo su leche a espuertas. Se preguntaba Megan como era capaz de resistir tanto tiempo seguido, soportar tantos orgasmos y continuar con el "pene", pues no de otra forma logré que lo llamara, duro como un garrote.
Sabía que por la noche yo me pasaba dos o tres horas jodiendo a Nere a mansalva y comiéndole el coño como a ella, pero siempre tuvo la delicadeza de soslayar esa conversación. Megan era un encanto de mujer. Al revés que Nere, que cada vez me incordiaba más y me vigilaba más de cerca, olisqueándome por todas partes imaginando que no me daba cuenta.
Lo que no sabían es que cada vez que les comía el coño, por muchas veces que las hubiera follado, me ponía como un caballo de remonta ante una yegua en celo Creo que si podía soportar tanta jodienda diaria era porque la leche que me tragaba debía ejercer en mi metabolismo el efecto de un potente afrodisíaco. Si alguna vez notaba que desfallecía, bastaba con poner la boca en sus coños y tragarme la leche de sus orgasmos, para empalmarme de nuevo como un verraco.
Seguramente esto no tiene nada que ver con mi resistencia. Quizá era sólo producto de mi desbocada imaginación o de mi fuerte constitución la que me permitía tales excesos. O quizá es que yo padecía de erotomanía sin saberlo. Priapismo no era, desde luego, porque, a mí, la verga no me dolía en absoluto.
Entonces ¿cuál era la causa de que pudiera correrme cinco y seis veces en dos o tres horas? Cada vez estaba más convencido de que la leche de sus orgasmos que me trago es la que me produce ese incontenible deseo de follar a todas horas.
Cierto día pensé en pedirle a Nere que me permitiera traer a Megan a nuestra cama, era una idea que me rondaba desde hacía tiempo. Pero como Nere guardaba las formas como si Megan no supiera que me la estaba tirando todas las noches, decidí callar por el momento, no fuera a estropearlo todo.
Y así follando a destajo a Megan y a mi hermana, se acabó el año. Pasamos unas muy agradables fiestas de Navidad y Año Nuevo los tres juntos. Aunque Megan y yo, al hacer vacaciones, teníamos que aprovechar cualquier descuido de Nere para poder follar.
También me pasaba de cuando en cuando por el desván para revolver en el baúl de los libros. Leí de Eduardo Zamacois “Memorias de una Cortesana” y “El Otro”, obra ésta última que me impactó bastante. Algunas obras del “Caballero Audaz”, cuyo verdadero nombre averigüe años más tarde: José María Carretero.
Me pareció por aquel entonces un gran escritor y me lo sigue pareciendo. Leí todo lo que allí había de él. “La Virgen desnuda”, “De pecado en pecado”, “El Pozo de las pasiones”, “La bien pagada” y alguna otra de las que ya no me acuerdo. Describía con verdadera maestría las situaciones críticas, a las mujeres, sus deseos, sus pasiones y sus cuerpos sin caer nunca en chocarrerías, aunque por entonces los críticos literarios le llamaban “El Carretero Audaz” y consideraban todas sus obras poco menos que pornografía, cuando en realidad nada de eso tenían. Estoy convencido, hoy más que nunca, que quien no sabe escribir se hace crítico literario. En fin, sería largo de explicar toda la literatura que llegué a leer y no sólo erótica.