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Mi prima Adelita me llamó una noche por teléfono para informarme que una señora, muy amiga de nuestra abuela, deseba aprender a manejar Internet. La señora en mención, tenía una hija viviendo en los Estados Unidos y un hijo en Italia, por lo que deseaba usar un medio rápido para comunicarse con ellos, que no fuera tan caro como el teléfono.
Dijo Adelita que la señora, llamada Thelma, estaba dispuesta a pagar por el aprendizaje y me dio su número de teléfono. Llamé a doña Thelma y convine con ella en una tarifa y un horario de una hora por día. El lunes siguiente por la tarde, me presenté a su casa.
Yo tenía 16 años, En contraste, ella era una mujer bastante mayor, a la que calculé unos 68 ó 70 años, pero que después supe que en realidad tenía 75. Era divorciada, de estatura media, algo entrada en carnes, amplias caderas y generoso busto.
Me hizo pasar a la sala y me mostró una computadora que acababa de comprar. Entrando en materia, le enseñé las cosas más básicas y rudimentarias, ya que ella no tenía conocimiento alguno de computación. ASí las cosas, con empeño, fuimos avanzando en el curso, fueron pasando los días y entramos a Internet.
Le expliqué que Internet era un medio utilísimo en todos los aspectos, principalmente, información y comunicación. Le hice ver que millones de personas accesaban internet a cada momento y, como una forma de ilustración, le manifesté que las páginas más visitadas eran las de contenido sexual.
Doña Thelma se sintió muy interesada y me pidió que le mostrara algunas de estas páginas. Accesé varias páginas de sexo que yo conocía y, creyendo que le agradaría, le mostré una página de mujeres maduras teniendo sexo con jovencitos, la cual era mi favorita.
Ella abrió los ojos muy ampliamente y recorrió cada una de las imágenes con evidente interés. Después de esa experiencia, todos los días me pedía que le mostrara la página mencionada.
Así las cosas, una tarde, una semana después, mientras estábamos viendo la página de sexo de jóvenes con maduras, se puso de pie.
- Creo que esta ha sido la última clase -me dijo.
La miré extrañado, porque siempre pensé que a ella le agradaba el curso que yo le daba.
- ¿Por qué? -le pregunté-. ¿Hay algo que no le haya parecido?
Doña Thelma estaba parada allí, frente a mí, mirándome fijamente.
- No -respondió-, todo es perfecto. Soy yo la que no puede continuar.
- ¿Por qué? -insistí.
Me miró con aire de pena y, tras unos instantes de vacilación, respondió:
- Te hablaré con franqueza: no puedo seguir porque de tenerte cerca y estar viendo esas fotos, te deseo. ¡Quisiera hacer contigo lo que hacen las mujeres de esas páginas!
Me quedé de una pieza. La miré fijamente y le respondí:
- Pero... ¡eso no tiene nada de malo!
- ¿Por qué dices eso? -preguntó.
- Porque si los dos lo deseamos, ¿por qué no hacerlo?
Me miró sorprendida y preguntó:
- ¿Tú me deseas?
Por toda respuesta, me acerqué a ella, la tomé en mis brazos y la besé. Ella se sintió desconcertada, pero tras unos instantes de duda, me devolvió el beso con pasión.
- ¿Me deseas a mí? ¿Una vieja? -preguntó.
- Es usted una mujer preciosa, doña Thelma -le respondí.
Sonrió, al tiempo que preguntaba:
- ¿Te gusto?
- Claro que sí -le respondí.
- Pero si yo podría ser tu abuela o bisabuela -observó.
La besé nuevamente, como respuesta.
- ¿De veras creés que soy atractiva? -preguntó con una mirada provocadora y un gesto cargado de lujuria.
Me devolvió el beso y yo, la tomé por la cintura y atrayéndola con fuerza hacia mí, la besé furiosamente. Ella se mostró satisfecha de que yo tomara aquella iniciativa. Introduciendo su lengua en mi boca. Nos besamos y chupamos al tiempo que mis manos le acariciaban la espalda, la cintura y finalmente se apoderaron de sus nalgas, las que acaricié con pasión.
- Mi muchachito lindo... -exclamó.
Abalancé mis manos hacia sus pechos y los acaricié por encima de la ropa. Sin dudarlo, mi mano vagó hasta su espalda, para descorrer el cierre de su vestido y dejar que, deslizándose por su cuerpo, cayera hasta el suelo. Acaricié sus pechos nuevamente, por encima del brasier. Le bajé la copa derecha y dejé al descubierto su hermoso seno, que sobé a placer y luego cubrí de besos.
Llevando sus manos hacia su espalda, se destrabó el sujetador y dejó al aire aquel par de globos de carne que inmediatamente acapararon mi atención. Aquellas tetas libres eran más grandes de lo que había pensado. No pude resistir la tentación de darles un masaje, con especial atención a los pezones.
Doña Thelma comenzó a desabotonarme la camisa, deteniéndose para acariciar mi pecho. Bajó luego su mano derecha a la región de mi pubis, comprobando directamente que mi pene estaba ya completamente erecto. Se detuvo a acariciarlo y darle masaje por encima de mis pantalones. Sin perder tiempo me quité la camisa y la arrojé a un sillón cercano.
La mujer me ofreció sus labios nuevamente. La besé de nuevo en tanto ella, me acariciaba en pecho y las tetillas. Yo besaba a doña Thelma con más ganas cada vez, le apretujaba las tetas con una mano y con la otra acariciaba una de sus nalgas. De pronto, tomando mi mano, tiró de mí, llevándome hasta su alcoba.
- ¿Me quieres coger? -preguntó con la voz cargada de pasión, una vez hubo cerrado la puerta.
Yo no pude responder y me limité a mamarle una teta, hasta causarle dolor.
- ¡Eso! Así me gusta -exclamó feliz.
Doña Thelma procedió a despojarse del resto de prendas y ya desnuda se unió a mí. Las palmas de mis manos se posaron en las tetas de la mujer, acariciándolas vigorosamente, mientras ella gemía con pasión.
Yo me prendí de un pezón y mamé como un recién nacido. Con la otra mano le acaricié fuertemente la otra chiche, haciéndola gemir. Continué luego sobándole las redondas nalgas con mis labios aún pegados a sus pezones que, alternativamente, recibían la atención de mi boca.
La señora, sin perder tiempo, deslizó mi calzoncillo hasta los tobillos y viendo los 18 cm de mi aparato erecto, se vio acometida por el deseo de sentirse penetrada.
Se dejó caer en la cama y yo me monté en ella. Acerqué el glande a la entrada de su vagina y, con un leve movimiento, la penetré. Estaba completemente húmeda y mi pene se deslizaba con facilidad. Empezamos a movernos con rapidez y ella estaba tan caliente y mojada que pronto supe que no aguantaríamos mucho antes de llegar a la máxima cumbre del placer.
- ¡Qué delicia! -exclamé, sin poder contener el chorro de semen con que inundé su cavidad.
La señora sintió el chorro caliente e hizo un mohín de disgusto, ya que ella aún no estaba lista para terminar y deseaba seguir sintiéndole sabor a aquel encuentro de nuestros cuerpos.
Con decisión y sin sacársela, seguí moviéndome, excitándola con mis caricias, con el pene aún duro, buscando hacerla llegar, ya que siempre he podido tirarme, al menos dos polvos al hilo.
Tomándola por las caderas, la levanté para permitir que mi verga entrara mejor, hasta lo más profundo de su vagina, al tiempo que ella emitía un largo suspiro de voluptuosidad y placer.
Como dos animales en celo, nos movíamos rítmicamente, y a cada embate la penetraba más profundamente, haciéndola emitir roncos gemidos y jadeos que a cada momento se hacían más veloces e intensos.
La señora comenzó de pronto a gritar:
- ¡Yaaaa! ¡Yaaaa! ¡Ya me vengo, muñeco divino!
Un orgasmo arrollador la acometió. Sus líquidos salían abundantemente de su vagina y ella terminó como una yegua en celo. Pero yo no logré terminar, por lo cual no me detuve y seguí con más ímpetu.
- Ayyy papito -me dijo-, detente que me vas a matar.
- Por favor... -supliqué -quiero terminar.
Una chispa de picardía iluminó su mirada. Me pidió que le sacara la verga y poniéndose de pie, se arrodilló sobre la cama en cuatro patas, poniendo ante mis ojos su abundante trasero.
- Dale -me dijo-. Date gusto y penétrame por detrás.
Aquella situación, sus palabras y la vista de su hermoso agujero, me volvieron loco de deseo. Ella me hizo colocar mi pene mojado y goteante con sus propios líquidos, a la entrada de ese oscuro orificio en medio de sus nalgas. ¡Por primera vez iba a practicar el coito anal en una mujer!
- Ahora -dijo con la voz ya cargada de deseo-, métemela despacito.
Resuelto a complacerla, empujé mi ariete hacia el interior de su orificio.
- ¡Ooohhhh! -exclamó al sentir el ingreso de la verga.
Se la fui metiendo con delicadeza, con suavidad, ayudado por la humedad de sus propios jugos. El esfínter se expandió y poco a poco fue dando paso al caliente intruso. Sentir aquel ano apretado alrededor de mi príapo fue algo realmente delicioso.
Lentamente comencé un movimiento de mete-saca perforándole el ano de manera exquisita. A medida que el anillo se dilataba, las embestidas fueron adquiriendo mayor fuerza y velocidad. Doña Thelma comenzó a pujar y sus pujidos fueron convirtiéndose en genuinos gritos de placer. Mi ariete bombeaba cada vez con más ímpetu, hasta que, de pronto, como un volcán en erupción, comencé a eyacular recios borbotones de esperma que inundaron el recto de doña Thelma.
La señora sintió la explosión de mi pene y, sin poder contenerse, se vino de nuevo en un bestial orgasmo que la hizo emitir un potente grito que debe de haberse escuchado en todo el vecindario.
Doña Thelma cayó boca abajo en la cama, con la cara sobre la almohada y yo fui arrastrado por el pene a caer encima de ella. Fue hasta que mi verga empezó a desinflarse, que nos pudimos desconectar. La mujer tardó bastante en recuperar el ritmo normal de su respiración.
- Papito.. -me dijo cuando pudo hablar nuevamente-, estas clases de Internet me gustan más cada día.
Yo había calculado que el curso duraría unas dos semanas. Sin embargo, duró más de seis meses y, aún ahora, todavía llego a verla de vez en cuando, para darle un "repaso".
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