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VAYA ANIVERSARIO DEL COLEGIO
Hola nuevamente. Soy Carla, de Arequipa – Perú. En esta oportunidad les daré a conocer un relato de lo que me pasó en la reunión de promoción por las bodas de plata de mi colegio.
Una mañana cualquiera me llega un mensaje a mi celular. Era Silvia. Una antigua compañera del colegio, que me decía que íbamos a cumplir 25 años de egresadas del cole y que estaban organizando una reunión. Sin más que pedirle permiso a mi esposo para viajar, confirme mi participación.
Veinticinco años después cómo se verían todos los compañeritos. En fin, coordiné con otras amigas hasta que llegó el día.
Me vestí como para la ocasión. Mi vestido se ceñía de manera ideal a mi cuerpo. No era muy corto, pero si tenía unos detalles de transparencia en la parte de arriba desde los hombros hasta el escote, algo medio atrevido pero que de hecho llamaría la atención. En especial la de Ernesto, un antiguo enamorado de colegio. Y es que cuando nos vamos a un reencuentro, lo que más queremos es hacernos notar. Unas pantimedias canelas que realzaban mis muslos, unas sandalias de taco alto y un collar de plata formaban parte de mi atuendo.
Me miré al espejo y me gustó mucho lo que vi. Me maquillé sin exagerar y me puse una pulserita que me regaló mi esposo y que hacia juego con el collar. Tomé una cartera pequeña, metí la tarjeta de invitación, algo de dinero, mis documentos, un perfumito, mi labial, mi celular, las llaves y llamé un taxi.
A los cinco minutos, tocó bocina el taxista. Bajé, abrí la puerta decidida a divertirme.
- Buenas noches, a donde la llevo.
Me extrañó ver un chico apuesto haciendo taxi. A lo más tendría unos 30 años. Le di la dirección del local y subí. Durante el viaje, noté que quería iniciar una conversación, pero yo sólo pensaba en como sería volverme a encontrar con todos mis amigos.
- La noche está un tanto calurosa no le parece, dijo en voz baja.
Si, un poco contesté. Pude notar que me buscaba la mirada a través del retrovisor. Desvié mi atención viendo la costanera.
- Parece que será una reunión concurrida. Son varias unidades que han salido con ese destino.
Si, parece que será a lo grande. Disculpe cuanto le debo, pregunté. Cancelé. Atentamente se bajó presuroso para abrirme la puerta.
- Señorita – me dijo extendiéndome su tarjeta -, señora lo corregí. Tal vez me necesite para llevarla de regreso. Hoy hago servicio hasta el amanecer.
Gracias, le dije, guardé la tarjeta en la cartera. Entró al taxi y partió. Me arreglé un poco el vestido, respiré profundo y me encaminé a la puerta.
Sentí raro al entrar al salón de recepción. De pronto sentí las miradas. Como es obvio todos estaban pendientes de los que iban llegando. Al ver algunas miradas no me quedó duda que estaban viendo lo que yo quería que vieran: una cuarentona (ya había cumplido cuarenta y uno) bien plantada a pesar del matrimonio y dos hijos a cuestas, muy distinta a la chica de rizos esponjados, delgada y casi sin nada de pechos que era en mi época colegial.
- ¡Carlita¡, aquí – la voz escandalosa de Jessica. Me acerqué a la mesa. Estaban cuatro chicas del quinto “C”.
- Chicas, como están. Besos y abrazos, reconociéndonos a través de las miradas y sonriendo a más no poder.
- Oye amix, estás linda flaquita, dijo Patricia. Me habían dicho que estabas regia pero no pensé tanto, Ernesto se va a poner feliz, sonrió malintencionadamente.
- Gracias Patita. Ni digas, que tal está ahh?, dije sin pensar mucho lo que decía.
Ernesto fue mi enamorado en la secundaria. Estuvimos casi todo el tercer y cuarto año. Al final por una tontería suya terminamos. Pero esos casi dos años fueron realmente lindos. Una adolescente enamorada.
Pronto se unieron a la mesa, los chicos del salón. Pablo, ahora un abogado exitoso, antes un delgadito chiquillo inquieto y enamorado de mi, aunque nunca pasamos a mayores; Ricardo, funcionario de la Southern y también un fans de mi adolescencia; Fernando, Sergio y Rodrigo.
- Wow Carlita, que guapa estás, dijo Ricardo. Para demostrar su alegría, me tomó del brazo y me hizo girar para que los demás aprecien mi hermosura. Y en la cara de mis ex compañeros se podía notar no solo alegría.
Conversamos un buen rato, contándonos que había sido de nuestras vidas, de nuestros trabajos, todos ya estábamos casados, algunos con hijos, otros no. Me aparté del grupo dirigiéndome al bar, para ver que podía beber.
- Un buen chilcano te serviría para aguantar la conversación de tus amigos.
Voltee a ver quien me hablaba y zas Ernesto estaba detrás de mí, con su traje que le sentaba de maravilla, su mirada coqueta y esos ojos preciosos que recordaba desde siempre.
- Hola Ernesto – titubié un poco por la emoción de volver a verlo.
- Hola Carla, de hecho sigues siendo la chica más bonita del colegio. Y tú el mismo coqueto de siempre.
- Espero que todavía sigas soltera.
- Lo siento – le dije mostrándole mi anillo de matrimonio.
- Pucha, me arruinaste la fiesta con esa noticia, me dijo medio en broma y medio en serio, pero siempre con esa sonrisa coquetona.
- Nada –dije- la noche es joven, además es super temprano para cualquier cosa.
Nos sentamos a conversar. El también se había casado. Trabajaba en una empresa de importaciones, según me dijo. Tenía una niña de cinco años, pero según él, su relación no iba bien encaminada. Yo lo escuchaba atenta, mientras mi mente recordaba los momentos de chicos que habíamos pasado juntos. Ernesto fui el primer chico con el que lo hice. Claro, fue una cosa de cinco minutos, algo super rápido en el salón de clase a fin de evitar ser descubiertos, pero igual cuenta como la primera vez.
- Te había visto en facebook, pero en vivo y en directo te vez mucho mejor, me dijo.
Sonreí. Sentía las miradas de los compañeros como que esperando un desenlace.
- Bueno, debo volver a la mesa con los chicos de mi salón, ya conversamos luego y a ver si me sacas a bailar.
Volví a la mesa de mi salón, conversamos. La mirada inquisidora de Jessica y Patricia me obligó a decirles : está lindo no?, que pena que no le va bien con su matrimonio. Si claro dijeron al unísono. Reímos juntas. Hicimos un brindis por los recuerdos y seguimos conversando, bailando, bebiendo.
Como era obvio, a medida que avanzaba la reunión, los piropos de mis compañeros se hacían más presentes, lo que realzaba mi vanidad, y me sentía orgullosa de ampayar las lascivas miradas de algunos de ellos. Sería el alcohol, pero me sentía bien sabiendo que atraía esas miradas, me hacían sentir como una loba en celo.
Luego de bailar con un compañero, me dirigí nuevamente al bar. Al instante Ernesto apareció nuevamente.
- Vamos que hoy has rayado Carla. Si hubiese adivinado que a tu edad estarías así, jamás te hubiese sido infiel.
- Si pues, te lo perdiste por meterte con esa tetona de tu salón (me ardía que me dejara por esa perra, y solo por que la puta naturaleza no me desarrolló a tiempo los senos).
- Me dejé llevar, tú sabes, las hormonas. Fui un tarado.
- Lo fuiste.
- Pero, lo pasamos bien mientras duró. Te acuerdas cuando lo hicimos en el salón de clase?
- Si lo recuerdo. Una locura no?
-Ven. Vamos a ver el mar. Tomó una botella de champagne y un par de copas y salimos del salón rumbo a una terraza de donde se podía ver como rompían las olas en las peñas.
Bebimos. Más de la cuenta. Recordamos aquellos momentos que pasamos juntos, las travesuras que hacíamos, las cosas que inventábamos para poder vernos sin que nuestros padres sepan que éramos enamorados. Adentro, la reunión seguía. Los bailes, los brindis, los discursos y demás.
- Salud por nosotros, dijo y llenó la copa casi hasta el borde.
- Oye, es demasiado.
- Vamos Carla, no me vas a decir, que no has tomado antes o ahora eres la esposa, la mujer recta o la señorita perfecta.
- No, pero, y si me paso de tragos, tú quieres que me emborrache?
- No sería mala idea.
- Tomé casi todo el contenido de la copa. Hice un gesto raro y le dije, volvamos al salón.
- No, ni hablar, tú no vas a ningún lado.
Me tomó de la cintura, me estrechó en sus brazos y me besó. Le correspondí. Rápidamente su lengua se abrió paso en mi boca y entre mordidas de labios seguimos besándonos. Estaba caliente. Estaba con mi amor de colegio. De pronto su traviesa mano se posó en mis nalgas, apretándolas suavemente.
Que buen culo tienes Carla, me dijo. Lo besé con pasión. Recuerdas cuando chapábamos en la clase. Si, le dije, no puedo olvidarlo. Le mordí el labio. Me abrazó, Me acarició toda, cuando de pronto sentí su mano apretando mi seno.
- Ahora si las tienes bien puestas mi amor. No contesté. Siguió manoseándome a su antojo e intentó subirme el vestido, pero lo ceñido del mismo o su premura en hacerlo se lo impidió.
- Aquí no dije. Mierda, como que aquí no. No se por que lo dije.
- Vamos al baño de atrás. Me tomó de la mano y me llevó casi sin darme cuenta.
Abrió el último de los baños, entramos, cerró, y sus manos recorrían una vez más mi cuerpo. Me subió el vestido, dejando a la vista mi calzoncito rosado que contenía apenas mi conchita super mojada. Me introdujo un dedo, robándome el primer gemido de aquella terrible noche. Ya no había forma de dar marcha atrás. Pose mi mano en su entrepierna sintiendo la verga dura de Ernesto. Aún recuerdo que no era grande cuando lo hicimos aquella primera vez, al contrario me parecía pequeña. Claro, al igual que mis senos, seguramente se habría desarrollado años después. La saque de su encierro y empecé a masturbarlo. No pasaba por mi mente que alguien pudiera descubrirnos, que mis amigas no supieran tanto tiempo nada de mi. Solo deseaba ser poseída. Me arrodille lo más que pude. Adivinó mis intenciones. Pude ver su rostro de alegría. Se la chupé, la lamí desde la base hasta llegar a su glande, literalmente envolvía su verga con mis labios.
Mientras estaba comiéndome esa deliciosa verga con mucho afán, se escuchó un ruido. Estaban entrando al baño. Se oían voces. Ernesto me puso en pie, se guardó la verga. Eran voces de chico. Poco a poco me baje el vestido.
- El pendejo del Ernesto se pasó no?. Has visto como se puso cuando vio a la Carla. Y encima ha apostado con Javier que se la vuelve a tirar como cuando eran chiquillos. Soltaron tremendas carcajadas. Pero dejándose de huevadas, la Carla esta para cacharla nomás, dijo una de las voces. Si, esa cojuda se ha puesto bien rica no más, la suerte del huevón de su marido, contestó la otra voz. Desde que se fue a Arequipa ya perdí contacto, pero la Esperanza dice que se le han subido los humos a la abogadita. Ni modo, ojalá el Ernesto la haga linda y gane la apuesta. Sonó el agua de los urinarios y poco a poco el baño quedó nuevamente en silencio.
Es de locos, como de la lujuria de hace minutos empezaba a sentir un odio extraño hacia Ernesto.
- Por fin se fueron, dijo. El muy imbécil se acercó para volver a besarme. Lo detuve.
- Eres un hijo de puta, le dije, acompañando mi frase con una cachetada. Abrí la puerta empujándolo y salí del baño. No sabía donde iba, estaba como escapando. Me sentía un objeto. Yo que me sentía una loba en celo, ahora me sentía una perra. Me sentía rabiosa. No se como aparecí en el salón. Fui una vez más al bar y de un solo trago me bebí un vaso de whisky.
¡ Maldito hijo de puta ¡. En el fondo me molestaba que hubiera estado a punto de tirar con Ernesto solo para que ganara una apuesta, aunque desde que me enteré de la fiesta se me cruzó esa posibilidad en la cabeza.
Me tomé otro vaso más y me serví un tercero con el cual me uní a un grupo de amigos. De pronto lo vi con sus amigos del quinto “A”. Empecé a coquetear con cualquiera. Salía a bailar con uno y otro. Bebía brindando por todo.
Jessica me apartó hacia un costado y me preguntó por que estaba comportándome así. Le conté que Ernesto me había hecho objeto de una apuesta. No vale la pena me dijo. Vamos a nuestro grupo y olvídalo. Ya quedaban pocas personas. Poco a poco se habían ido retirando. El grupo lo conformábamos seis personas. Patricia y Sergio pidieron un taxi y se fueron. Pablo, Ricardo, Jessica y yo nos quedamos aún. Yo estaba demasiado mareada pero hacia lo imposible para no mostrarlo.
Amanecía, cuando Jessy recibió una llamada de su esposo para recogerla. Flaquita te llevo?, me preguntó. Gracias amiguita, pero quiero quedarme un ratito más. Gracias. Ya hablamos mañana. Se despidió y nos quedamos conversando con Pablo y Ricardo.
- Carla, bailamos?, preguntó Pablito. Claro. Esa canción me gusta.
Mientras bailábamos, era una salsa romántica, me dice Pablo: Carla, que pasó con Ernesto. Se pelearon?. Tú sabes que siempre ha sido un tarado. Ya desde el cole cuando te dejó por Sara, y por su culpa nunca pudimos ser enamorados.
- Tú lo has dicho. Es un tarado. Ya lo sabía y ahora lo confirmé. No sé que hubiese pasado si te hubiera dado esa oportunidad a ti y no a él, pero era una chiquilla pues.
- Me hubieras hecho muy feliz. Ya después me fui a estudiar pero no podía olvidarte y si vine hoy desde Lima fue para poder ver a la niña que me robó el corazón. Y al verte, vaya que estás buena. Disculpa que te lo diga así, pero que afortunado mi amigo Richard. Quien diría que te casarías con mi compañero de promoción de la universidad. Es un buen tipo y se sacó la lotería contigo.
- No lo dejé terminar de hablar y lo besé. Mi mente estaba demasiado confundida y mi cuerpo tenía una serie de sensaciones, de esas que me llevan a hacer las locuras de las que me arrepiento después cuando llego a casa. Necesito un trago, dije.
Me trajo un vaso de whisky. Me lo bebí en sorbos grandes.
- Carla, te parece si ya nos vamos. Has bebido demasiado. No. No quiero llegar a casa de mamá todavía. Y si vamos a tu casa?, pregunté. Vamos pues, que se te pase un poco y ya de ahí a tu casa.
Me tomó por la cintura y nos acercamos a los pocos asistentes que quedaban. Nos despedimos de todos, prometiéndonos reunirnos para los treinta años.
Ricardo, tú eres el amigo elegido, así que vamos en tu camioneta a mi casa. Me sorprendió lo que dijo, pero efectivamente Ricardo había sido el que menos había bebido de todos. Subimos a la camioneta y al toque llegamos a la casa de Pablo. El aire de la brisa del mar me puso peor de lo que estaba. Al bajar del auto casi me voy contra el suelo. Los tacos no ayudaban para esa tarea. Entramos. Para ser su depa de soltero, estaba bien arreglado.
- Carlita, ayúdame a preparar unos piscos sour. Ricardito ponte algo de música, ordenó Pablo.
Ya en la cocina, mientras buscaba los limones, se me acercó y me besó con pasión. Yo estaba hecha, así que no me negué en lo absoluto y lo besé también. Ya no me daba cuenta del tiempo. No sé que tanto rato estuvimos chapando, ni en que momento me había bajado el cierre del vestido y éste ya estaba cediendo por uno de los hombros.
- No pues Pablito. Me dejan en la sala y ustedes se divierten y lo peor es que no invitan, exclamó Ricardo, sonriente.
- Jamás Ricardito, los patas compartimos todo, verdad Carlita?. Me quedé muda. Aún en mi borrachera sabía lo que se venía, pero ni por eso abrí la boca. Solo atiné a besarlo una vez más.
Pablo, deslizó su mano por mis hombros, haciendo que el vestido dejara al descubierto mis senos; mientras Ricardo detrás de mí me besaba la espalda mientras con sus manos tiraba del vestido hacia abajo, hasta que mi vestidito quedó en el suelo, dejándome con los pechos al aire y solo cubierta por mi calzoncito rosado y mis medias.
- Que delicia Carla. Siempre soñé con este momento. Cuantas pajas me hice de chico pensando en ti, y ahora por fin serás mía, balbuceó Pablo, que no dejaba de morderme los pezones.
- Y pensar que a ninguno de los dos nos diste pelota y todo por el cojudo del Ernesto. Pero la vida nos da revancha Carlita. Estas bodas de plata las vamos a recordar el resto de nuestras vidas, dijo Ricardo, mientras me abría las nalgas lamiéndome la concha desde atrás.
De pronto estaba arrodillada frente a ellos, ya desnudos (nunca supe en que momento se desvistieron), y mi tarea era meterme la verga de cada uno calculando un mismo tiempo para cada uno. Solo sentía de vez en cuando que me agarraban de la cabeza forzándome contra su miembro lo que me provocada arcadas. Besaba y lamía esos testículos que parecían reventar de lo hinchados que estaban. Mientras se la chupaba a Pablo, con la mano masturbaba a Ricardo y viceversa.
Sin pensarlo más, hice que Pablo se sentara en el sofá mientras sentándome sobre él me clavé su verga, comenzando a subir y bajar torpemente por mi estado de ebriedad, mientras Ricardo me chupaba los pezones y me lamía los senos. Ni hablar, Carlita, tú sí sabes ahh, dijo Ricardo. Nooo, grité. Yo no... yo soy una mujer casada. Soy una señora, por favor, dije, tratando de justificar mi pericia.
Empecé a moverme más rápido sobre la verga de Pablo. Las sensaciones que tenía eran intensas. Pablo me hizo una señal para levantarse y se recostó en la alfombra. Me tomó de las manos y poco a poco me hizo sentar sobre ese deliciosa verga, cuando de pronto un dedo travieso de Ricardo acariciaba la abertura de mi ano.
- Nooo. Por ahí no, por favor – fue lo único que recuerdo haber dicho como respuesta a esa caricia.
Si la mujer disfruta del sexo anal puede ser ver verdad o mentira, dependiendo de cada mujer y de su experiencia personal. Yo ya lo había hecho algunas pocas veces y lo había disfrutado; pero no quería quedar ante mis ex compañeros como una experimentada.
Ese dedo travieso, recorrió todo el borde de mi ano, haciendo círculos, hasta que finalmente logro introducir un dedo. Me quedé inmóvil por unos segundos para luego continuar degustando la verga de Pablo. Luego entró un segundo dedo. Sentí un escupitajo, ya que algo de saliva me cayó en la espalda. Sabía lo que venía.
- Me hubiera gustado tener vaselina, dijo Ricardo, lamentándose.
- La Carlita es aguantadora no más, contestó Pablo mientras me chupaba los senos.
Yo estaba ajena a la conversación de mis amantes. Así como estaba la cosa, flaco favor me hacía decir que era una señora. Un punzante dolor en mi ano me volvió a la realidad. Con movimientos de cadera casi circulares y empujando suavemente hacia atrás mi trasero conseguí que la verga de Ricardo entrara poco a poco hasta el fondo de mis vísceras. Cuando ya estuvo totalmente adentro, empezamos a movernos acompasadamente, permitiendo que mientras la verga de uno salía permitiera a la verga del otro entrar sin mayor dificultad.
Mis ex compañeros me penetraban por rato lento y por ratos se ponían violentos y me la empujaban fuerte, Ricardo me jalaba de los pelos y me la introducía de una hasta el fondo, ya no sabía si seguiría así cuando de pronto volvía con el mete saca lento y tortuoso.
Mmm, ahhh, auuu, es lo único que salía de mis labios, incapaz de controlar lo que sentía. Más…más. Chicos por favor un poco más para su compañerita. No sabía lo que decía.
No sabía si era la verga de Pablo que no dejaba en paz mis pliegues vaginales de tanto mete saca, o el grosor de la verga de Ricardo rasgándome el ano en cada penetración, lo que me estaba llevando al orgasmo. Por un momento vino a mi mente la imagen de mi esposo y algo de consciencia se apoderó de mi sabiéndome lo perra que estaba siendo. Todo en conjunto fue lo que me condujo a un delicioso y culposo orgasmo.
- Oye Pablito quiero probar la conchita de Carla. Hay espacio doctor?. Yo creo que sí, Carlita es de conchita generosa, contestó Pablo.
Ricardo me la sacó del culito y fue acomodándola poco a poco en mi conchita. Sentía como se agrandaba la pobre. Y así, poco a poco me estaba comiendo dos vergas a la vez. No lo había experimentado nunca. Me vine otra vez más.
Estuvieron bombeándome un momento más. No se cuanto. No tenia idea del tiempo. Sólo escuché la voz de Pablo gimiendo y diciendo me voy a correr, a lo que Ricardo, retiró su verga y de pronto sentí un chorro calientito en mis entrañas.
Ricardo se puso de pie, mientras yo intentaba levantarme sintiendo como la sustancia blanca rodaba lentamente por la cara interna de mis muslos. Me tomó de la cabeza y me dirigió hacia su verga. Empecé a chupársela mientras Pablo se servía un trago. No pasó mucho para que un torrente de semen inundara mi boca. La abundancia del líquido seminal me generó ganas de vomitar. Igual me tragué todo el semen que pude y escupí solo un poco.
Pablo me acercó un vaso de pisco sour. Para el mal sabor de boca Carlita, me dijo. No lo dudé y me lo aplique de un solo sorbo. Me incorporé y lo abracé con ternura. Ricardo se unió a nosotros y así abrazados estuvimos unos segundos.
No sé si el trago o la sesión que me propinaron, o la mezcla de todo hizo que me de vuelta todo. Casi no podía caminar derecha.
Por momentos me volvía la lucidez. Avergonzada y como pude me puse el calzón y me subí el vestido y pedí ayuda para que me pusieran mis sandalias de tacón. Tenía una sensación de adormecimiento y sueño. Me recosté en el sofá y empecé a cabecearme.
- Ricardo y ahora que hacemos con esta cojuda. Yo no pienso llevarla así a su casa. Llévatela tú en la camioneta.
- Estás huevón. Es tu amorcito de colegio. Asume pues.
- Esta puta se va a quedar dormida. Ya son casi las cuatro de la mañana, conchasumadre que hacemos.
Media somnolienta y entreabriendo los ojos sólo atiné a decirles: chicos, no se preocupen. En mi cartera tengo una tarjeta de un taxista, voy a llamarlo. Pablo cual es tu dirección, le pregunté. Llamé. Aló, si por favor, me puedes hacer un servicio, le dicté la dirección.
Ya chicos en cinco minutos llega el taxi, no se preocupen por mi. Los quiero mucho. Se portaron muy bien, pero igual yo voy saliendo para que me recoja de la esquina, así se liberan de esta putita, dije en tono de molestia.
- Chau preciosa. Hasta la próxima reunión de ex alumnos, me dijo Pablo, mientras me nalgueaba.
Como pude salí de la casa. Intentaba caminar pero me sentía tan mareada que me costaba demasiado. Sentí frio. La brisa de la mañana golpeaba mi cuerpo. Mis piernas ya no tenían la protección de mis medias. Dios sabe donde se habrían quedado. Sentí algo húmedo. Me toqué el muslo y sentí algo pegajoso. Seguí caminando y ni bien llegué a la esquina las luces del taxi me anunciaron su llegada.
- Buenas noches. Que tal estuvo la reunión.?. Bien, bien, contesté. Y subí con esfuerzo. Parece que se pasó un poco de copas. Pero está bien, de vez en cuando hay que darse un gustito. Ajá, balbuceé.
Mientras me llevaba a casa, se me cerraban los ojos y como que me quería cabecear un poco. Ya las luces de la mañana como que querían aparecer. Abrí los ojos y estábamos por el malecón. Para un momento por favor. Quiero ver el amanecer. Me bajé del taxi, y tropezándome por los tacos y las piedras avancé desde la vereda hasta casi la orilla. Hacía muchos años que no contemplaba el amanecer frente al mar. Una ligera brisa movía mi cabellera, extendí los brazos como para sentirla en su plenitud, cuando de pronto siento una presión en mi espalda y unas manos en mis senos acariciándolos.
- Un amanecer casi tan lindo como usted señora.
No dije nada, ni retiré sus manos. Dejé que siguiera acariciándome los senos, volteé la cara ligeramente buscando la suya y lo besé. El ni corto ni perezoso, aprovechando la situación, me besaba con todo y lengua. Me abrazó por detrás, me mordía el cuello, yo solo me dejaba, soltando de vez en cuando un gemido.
Como te llamas, le pregunté. Mario. Para servirla, contestó de inmediato. Mira que preciosa la inmensidad del mar. Hace buen tiempo que no amanecía en la playa, sabes. De joven solíamos pasar buenos momentos con mi enamorado contemplando el mar, el ruido de las olas y la brisa ligera del amanecer.
- Yo podría ayudarla a recordar esos bonitos momentos si usted me lo permite?. Sonreí, y le dije, por supuesto que te lo permito.
Ni bien terminé de hablar, me tomó del talle, se acercó frente a mi y me besó con intensidad, jugó a su antojo con mi lengua dentro de la boca. Mientras tanto subió mi vestido hasta la cintura y prontamente deslizaba mi calzoncito hacia las rodillas. Me alzó de los muslos y me subió hasta su cintura mientras con una de sus manos acomodaba su verga en mi conchita, hasta que lo consiguió. No fue difícil, ya que la pobre estaba suficientemente húmeda. No vi ese pedazo de carne, pero por lo que sentía era un chico dotado. Estuvimos así un rato, hasta que me la sacó y me hizo hacia adelante como para bajarme de mi gloria.
-Vamos al auto, me dijo.
Caminé tomada de la mano, con el vestido remangado hasta la cintura y con mi calzoncito enganchado en uno de mis zapatos. Apenas llegamos al auto me inclinó sobre la maletera, mis brazos sintieron el frío intenso del metal. Me abrió las nalgas con los dedos y me clavó una vez más esa verga que aún no veía. Empezó a darme por detrás tan fuerte que por momentos sentía que el auto se iría cuesta abajo por la costanera. Se notaba que él la estaba pasando muy bien ahí atrás, ya que a pesar de todo podía escuchar su gemidos en cada embate que me propinaba.
Todo iba bien, cuando de pronto, una voz se dejó escuchar: ¡ oigan cochinos ¡, váyanse a un hotel sinvergüenzas. Giré la cabeza, y vi al panadero. Un señor que pedaleaba su triciclo repartidor de pan. Me hizo pensar en la hora. Serían las 5 de la mañana. Mario me tomó de la cintura, me volteó como para que no me pudieran ver el rostro y me condujo hacia el auto. Abrió la puerta trasera y me dijo, ponte en cuatro mi amor. Como pude me acomodé de rodillas en el asiento posterior dejando hacia afuera mi trasero.
- Te va a doler un poquito me dijo, pero te lo tengo que hacer.
Para mis adentros, solo pensaba en lo bien que la estaba pasando. No le contesté. Mi respuesta fue levantar un poco más el culito para que le fuera más fácil ensartarme. Sin más, me puso la verga en mi culito y a la menor presión se abrió mi ano, ya dilatado gracias a Ricardo, dejando entrar esa verga que me provocó un ayyy de esos llenos de placer. Me dio de alma, a pesar de todo se escuchaba unos sonidos raros como de vacío cuando me la sacaba antes de volverla a meter. Al estar en esa posición pude ver a través de la luna del asiento que ya había más claridad y sólo deseaba que acabara para poder ir a casa. Para mi suerte mientras pensaba en ello, y en un último empujón, sentí el semen dentro de mi y un sonido de ¡terminé¡ de Mario. Empecé a retroceder a gatas, hasta que pude poner un pie en la vereda. Me agaché buscando la herramienta que me había dado placer y no me equivoqué. Era gruesa y grande. Aun le brotaba algo de semen, así que entendí que mi deber era ser agradecida y proceder a limpiarla. Me la metí en la boca y la succioné con fruición, la relamía y relamía, sintiendo ese agradable sabor a semen mezclado con el característico olor de mi orificio. Me incorporé y al hacerlo el semen de mi hoyito bajo raudamente por mi pierna hasta la altura de las rodillas. Me bajé el vestido. Quise besarlo, pero se apartó. Supongo que no querría que lo bese después de habérsela chupado. ¡ Llévame a casa ¡, prácticamente le imploré. Me tomó de la mano, abrió la puerta del copiloto y me hizo sentar. Subió al auto y encendió el motor, mientras yo trataba de desenredar mi calzoncito. Lo conseguí. Toma, le dije. Para que me recuerdes con cariño.
Mi casa estaba cerca, así que no tardamos mucho en llegar. Ya estaba prácticamente todo claro. Bajé del taxi, abrí la cartera, saque las llaves y le dije ábreme. Ya estás bien abierta mamita, me contestó sonriendo. Tonto, ábreme la puerta que no puedo hacerlo yo. Abrió, me miró con ternura. Le acaricié el rostro, lo besé. Un beso lindo. Mañana, nooo, más tarde viajo a Arequipa, vienes a recogerme por favor. A las 11:30 am para que me lleves al terminal. Por supuesto, como tú me ordenes. Nos besamos una vez más. Entré.
Traté de cerrar la puerta y subir la escaleras sin hacer ruido. Estaba hecha un desastre. Sentía húmedo entre los dedos del pie y al verme noté un grumo de semen entre las tiritas de mis sandalias. ¡Carla eres tú mi hijita¡. Si mamí,,,ve a descansar no más,,,yo me voy a recostar un ratito. Me avisas para desayunar. Todo bien mamita. La reunión super linda. Ya te cuento.
Me recosté en la cama. Tenía la sensación de vomitar, pero ya no estaba mareada. Tomé el celular para ver la hora. Eran las cinco y media de la mañana. Y tenía más de diez mensajes de mi esposo, y otros tantos de Jessy.
Me armé de valor, entré al baño, me metí un dedo en la garganta para provocarme el vómito. Me quité el vestido y me di una ducha con agua caliente. Ya más despejada llamé a mi amiga y le conté más o menos mi faena, suplicándole para que recoja mi vestido y me lo guarde. Y llamé a Richard. Le inventé que no había señal en el local por la playa, y mil cosas más, que llegué cansada y me dormí al toque. En fin. Se puso y se sentía muy molesto. Dormí un poco.
A la hora indicada llegó el taxi. Me despedí de mi mami y subí al auto.
- Descansaste, me preguntó
- Un poco, estoy super cansada, pero no quería que mi mami me vea así, total ya me duermo en el viaje. Y tú, como estás?.
- Feliz. No he dejado de pensar en ti. Giró el rostro y me dio un piquito.
- Mario, yo, soy casada y me gustaría que seas prudente, me entiendes no?.
- Por supuesto. Nadie sabrá lo bien que la pasamos, salvo ese panadero de mierda, jajajajaj
Me sonreí a carcajadas. Recordé la cara del señor gritándonos.
Llegamos al terminal. Aún faltaban quince minutos para partir. Mientras nos acomodamos para esperar antes de subir al bus, me tomó de la cintura y me dijo: me gustas mucho, yo quisiera ser tu… No, mi amor. No puedo, ya te dije, soy casada, pero lo que si puedo es ser muy cariñosa contigo cada vez que venga a ver a mi mamita, o cada vez que vayas a Arequipa. Lo miré a los ojos. Vi en los suyos realmente amor. Creo que el chico se había enamorado. Total, que más da. Le podía dar quince minutos de enamorados, pensé. Lo besé y dejé que el me tomara de la cintura jugueteando como dos chiquillos, besándonos, riéndonos, sin importar nada.
Sonó el celular. Era Richard. Mi esposo le dije- mientras le retiraba la mano y me ponía a su costado.
- Aló mi amor?. Si estoy esperando. Aún no subimos, pero ya falta poco…. Gordito me perdonas por haberme portado mal anoche?... no volverá a pasar, te lo prometo. Te llamo apenas parta. Besitos.
Me volví y lo abracé nuevamente. Mientras le tocaba coquetamente el rostro, le dije, es que mi esposito se enojó por que no lo llamé anoche; pero no podía por que alguien me tenía ocupadita pues… en todo caso debería enojarse contigo no crees?. Se sonrió. No pues con el panadero ya tuvimos suficiente. Otro sapo más, ya no. Y nos reímos, mientras me acariciaba disimuladamente las nalgas.
Hora de partir. Le di el mejor beso que pude, no sin antes decirle: ya tiene mi número en tu celular. Si viajas a Arequipa, llámame, no te vas a arrepentir. Te lo prometo. Lo besé una vez más y subí.
Acomodé la mochila que llevaba, me senté en el asiento de la ventana, pidiéndole permiso a un señor de unos 60 años que ya estaba sentado al costado. Mientras el bus iniciaba la marcha me despedía de Mario moviéndole la mano y dándole besitos volados. El agitaba la suya también. Ni bien salió el bus del terminal, cogí el celular y llamé. Gordito?, si mi amor, acabo de partir, pides algo de comer para cuando llegue si. Te extrañé mi amor, me hubiera gustado que hubieses podido venir…. Ya mi amor. Te quiero mucho mi gordito. Chau. El caballerito mi miraba sin entender, como pidiéndome una explicación.
Recliné el asiento un poco. Suspiré profundo. Me sentía vacía, como mi corazón. Cada vez que le era infiel a mi esposo, me preguntaba por que lo hacía. No tenía respuesta. Pero continuaba haciéndolo. Me acomodé en el apoya brazos y la ventana. Empecé a llorar.
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