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A menudo uno tiene que armarse de grandes dosis de paciencia cuando su trabajo es de cara al público. Julio era el dueño de una modesta tienda de accesorios para motoristas. Y como en todo negocio pequeño, el jefe es uno más de los trabajadores. Ya le habría gustado poner el negocio en marcha y que solo tuviera que pasarse para recoger sus beneficios y dedicarse a labores menos estresantes en vez de enfrentarse a clientes que se impacientan y se quieren saltar el turno, el que no sabe ni qué modelo es su moto, el que no se fía de sus recomendaciones, el que regatea el precio, o el que no sabe lo que quiere y se empeña en que les enseñe todos los cascos de las vitrinas y tras una hora decidan pensárselo mejor y volver otro día. Esos eran los clientes que mas odiaba Julio.
Pero bueno, esas son cosas inherentes al oficio, como también lo fue lo que le sucedió un día a la hora de echar el cierre.
Había sido una mañana bastante tranquila, por lo que pudo hacer caja antes de empezar a cerrar para ir a comer. Y al llegar la una y media, como de costumbre, uno de los dependientes empezó a bajar las persianas.
Julio, hay una señora en la puerta que pregunta si se puede entrar. Pero ya estamos cerrando.
Había sido una mañana muy floja de ventas, así que Julio ni se lo pensó.
Deja que entre, yo mismo la atiendo y vosotros podéis iros.- Julio era un buen tipoy aunque él decidiera cerrar más tarde no se lo hacía pagar a sus empleados.
Los dos muchachos salieron y la mujer entró.
¿En que puedo servirle?
Estoy buscando un regalo para mi hijo. Se acaba de comprar la moto y me ha parecido que le iría muy bien una chaqueta. Que cuando sale por las mañanas en el pueblo hace mucho frío ¿sabe?
Julio fue todo amabilidad, como siempre. La acompañó al pasillo donde colgaban las chaquetas de invierno y la interrogó acerca de los gustos de su hijo o que tipo de moto se había comprado, para poder saber qué chaquetas podría aconsejarle. La señora dudaba entre un par de ellas, así que le pidió a Julio si se las podría probar.
Por supuesto, ahora le busco una de su talla, señora.
Mariela, me llamo Mariela. Y no, no. Yo me preguntaba si se las podría probar usted. Mi hijo es de su misma altura, aunque no tan bien parecido- Dijo con una risilla final.
No hay problema – Si eso vale para vender… pensó. – Bueno, aunque con esta chaqueta no le hará falta que lleve un jersey grueso debajo.
Así que dicho y hecho, se quito el jersey de lana que llevaba y se quedó con una estrecha camiseta de algodón negra. Luciendo más su palmito que la señora había piropeado unos segundos antes.
Julio iba siempre a la piscina al mediodía, y si le sumamos sus veintitantos y que nunca había sido demasiado amigo de los excesos, pues era claro que su físico reflejaba todos esos aspectos: Espaldas anchas, vientre liso y duro y unas potentes piernas y brazos no demasiado musculosos pero fuertes de tener que trajinar todo el día con cajas y prendas de ropa y de soportar la potente y pesada máquina que le llevaba todos los días a trabajar.
Si este fuera uno de esos típicos relatos, instantes después estarían los dos follando como locos en los probadores, pero no fue así. La señora decidió qué chaqueta le gustaba más, la pagó con la tarjeta de crédito y se la llevó.
Cuando la señora se fue, se fijó por primera vez en ella, más concretamente en su trasero atrapado tras unos vaqueros y con unas caderas bien torneadas. De espaldas no parecía una mujer de 43 años como su carné indicaba. Fugazmente se lamentó de no haber tonteado un poco con ella. Terminó de cerrar la tienda y se fue al gimnasio, donde los largos en la piscina le sirvieron para rebajar la incipiente calentura.
Unas semanas más tarde, llegó la navidad y en la tienda trabajaban a destajo, desde la hora de obertura hasta el cierre, apenas tenían un momento de descanso. La mayoría de días cerraban más tarde de lo habitual y Julio tenia que quedarse a hacer caja hasta tarde.
Fue en uno de esos días cuando, mientras repasaba las ventas del día, alguien dio unos golpecitos en la puerta de cristal.
Ya hemos cerrado – respondió Julio de inmediato, sin levantar la vista del ordenador
Sólo será un momento – insistió la voz.
Julio dio la vuelta al mostrador para repetirle personalmente su negativa, de la manera más amable posible para que volviera mañana.
¿Se acuerda de mí? Le compré una chaqueta para mi hijo hace unas semanas.- dijo al tiempo que Julio reconocía a la mujer madura que unas semanas antes le había puesto cachondo.
Claro, claro… Mariela, ¿verdad? – La señora asintió con la cabeza - Mire, la dejo pasar pero porque es usted. – Le dijo mientras abría el pasador que cerraba las puertas de cristal de la entrada.
Muchas gracias, no le robaré mucho tiempo.
¿Que tal la chaqueta, le gustó?
Si, mucho. Pero ahora buscaba un pantalón que le sirviera para el frío, que me pilla unos constipados de aúpa.
Esta vez, y mientras la señora entraba a la tienda, se ocupó de pegarle un buen repaso visual y se percató de que no sólo tenía un apetecible culo. La señora Mariela era pelirroja, posiblemente teñida, con un corte de media melena. Con cara pecosa de piel pálida y una amplia sonrisa de blancos dientes y labios golosos. Aun así unas arrugas alrededor de los ojos le daban un aspecto triste que su sonrisa trataba de disimular. Del cuerpo no pudo apreciar nada más por el chaquetón que vestía, pues los inviernos de la región no eran ninguna broma.
Siento hacerle cerrar tarde.
No se preocupe por la hora. Ya he cerrado y no tengo prisa. Así que póngase cómoda. Puede dejar su abrigo aquí, que con la calefacción se va a freír.
Cuando ya hubo entrado, bajó las persianas metálicas a media altura.
Así no entrará más gente y podré atenderla bien.
Esta bien, pero no me trate de usted.
De acuerdo, Mariela. Vamos a ver los pantalones. Adelántate, están al fondo detrás de la columna.
Ahora sí pudo contemplar claramente su cuerpo. Espigado metro setenta, aunque fuera por las altas botas que calzaba y le estilizaban las piernas que culminaban en unos fuertes muslos coronados por el trasero que sí pudo apreciar anteriormente. Con un cinturón de cuero y una ceñida blusa parecía que llevara un corsé que le realzaba unos pechos no muy grandes pero de muy bella forma.
Antes de acercarse hasta ella, volvió a echar el cierre de la cristalera, sin mala intención, sólo para asegurarse que nadie les molestaba.
Empezó por los más caros, unos pantalones para hacer largas rutas en todo tipo de condiciones climáticas. Pero vio que Mariela no quedaba nada convencida y se perdía con las explicaciones técnicas, así que recordando su encuentro previo, fue a lo práctico.
Mira me los pruebo y dices que tal. – Y dicho y hecho se puso los pantalones encima de los suyos.
Bueno, me parecen un poco excesivos, no sé. No creo que mi hijo se ponga algo así. Ya sabes, los chiquillos de hoy si no van a la moda…
Tienes razón. Llevar estos todo el día en el instituto, no lo creo, y llevarlos por encima como yo ahora, aunque luego se los quite… pero hay otras soluciones. Por ejemplo, estos de aquí, más sencillos y no tan gruesos. Son como unos tejanos.
Póntelos, por favor, no me hago a la idea.
Bueno, aunque esta vez sí que me tengo que quitar los míos. Ahora vuelvo.
Y Julio entró en los probadores para ponerse la prenda requerida. Le costó horrores, pues ya tenía la verga a mil aunque no se atrevía a dar ningún paso. Cualquier cosa podría salir mal y verse en muy mala situación si ella se violentaba y montaba un escándalo.
¿Tienes algún problema? ¿Te ayudo?
No, tranquila - Respiró hondo y se terminó de abrochar los "jeans" impermeables, dejándosela aprisionada por la cremallera que le permitía disimular levemente su estado. – Ya terminé.
Descorrió las cortinas y salio con algún reparo.
pues si que son como unos vaqueros. Muy bonitos y ceñidos como les gustan a los chavales… y a las chavalas… - y sonrió picaronamente – ¿Puedes darte la vuelta?
Por supuesto
Si señor, bonito culo – y volvió a reírse ahora más abiertamente – No tan duro como el de mi Guille pero más marcado
¿Guille, tu marido?
No, Guille mi hijo. Enviudé ya hace años y no tengo mas hombres a los que jugar a los vestiditos. Pero de todos modos, no creo que le vayan a gustar, le gusta llevar ropa de marca.
Que especialito es el nene – pensó Julio – y su madre también.
Le empezó a dar la sensación que entre madre e hijo había algo más pero se abstuvo de hacer ningún comentario, para ser cauteloso.
Al final te voy a hacer perder el tiempo y no me llevaré nada.
No, sigue habiendo una solución pero…
¿Pero que?
Hay pantalones de tejidos especiales que actúan de aislante contra el frío y puede llevarlos debajo de cualquier pantalón de calle sin que se note nada. Eso es lo que tu hijo necesita.
Vale pruébatelos y te digo que tal.
Bueno ese es el problema. Son unas mallas elásticas y…
Nada, nada, pruébatelos.
Julio volvió al probador con resignación en una mano y las mallas en la otra. Y una tremenda erección unos centímetros más abajo. Algo que ahora no podría disimular y que podría dar al traste con todo si Mariela, a pesar de su aparente frivolidad, se escandalizaba. Estuvo dudando si ponérselos o no, aunque perdiera la venta y una buena cliente.
Que lastima lo de los pantalones, marcan un buen culo, y de paquete ya ni hablemos. – dijo Mariela.
Bue… - acertó a decir Julio.
¿Te los pones tú o te los pongo yo? Que no es la primera que veo.
Se armó de valor y arma en ristre, salió luciendo algo más que las mallas.
¡Dios Santo! – Gritó Mariela
Perdón, puedo explicarlo, tranquila – balbuceó un acojonado Julio.
¿Que me tranquilice? ¿Con ese pollón? ! ¡Si hubiera imaginado que era ni la mitad de grande, ya hace rato que hubiera entrado en el probador!!
Eso calmó al tendero y acto seguido le infundió del suficiente valor para exhibirse un poco más.
¡No sé si tienes novia, pero este monumento hay que compartirlo pero ya! – exclamó una desbocada Mariela que se arrodilló como si empezara a venerar su cetro. – ¡Mejor dicho, toda para mí! – al tiempo que le bajaba las mallas y se golpeaba la nariz con la herramienta de Julio.
No sabes el mal rato que he pasado.
Ya pasó – le respondió con tono maternal – Ya está aquí mamita.
Le lamió como si estuviera tomando las medidas desde la base hasta el glande, que ya estaba mojado por su líquido preseminal. Y una vez hubo comprobado su longitud, se encaramó para tragársela toda de golpe. Le sujetó de las cachas clavándole las uñas mientras con un dedo jugaba peligrosamente cerca de su esfínter, por lo que no le quedó otra que apretar las nalgas.
¡Oye, tranquilo chico, que sé lo que me hago!
Relajó los músculos y se dejó hacer. Por suerte estaba bastante sudado, con lo que los intentos de Mariela por romper su virginidad contaron con un poco de lubricación extra y, a medida que se relamía con su poderoso pene, estimulaba puntos que Julio nunca hubiera imaginado que le podían proporcionar tanto placer. Se abandonó a ella y su buen hacer y, sin avergonzarse por ello, se corrió copiosamente en la boca de Mariela al tiempo que se sujetaba de la barra de la cortina y lanzaba un alarido de placer con un dedo de ella enterrado completamente en su culo.
¿No ha estado mal, no? – Le dijo con una sonrisa Mariela – Te dije que te iba a gustar. Ya verás que con el tiempo podrás con más dedos como mi hijo.
Y dicho esto, le quitó las mallas, las metió en su bolso y descorriendo el pestillo de la puerta, le arrojó un billete de cien euros. Julio se colocó tras el mostrador totalmente ruborizado y con su pene encogido.
Ya me darás la vuelta, quizás traiga compañía la próxima vez - le espetó mientras se iba agachada para pasar bajo la persiana metálica.
Unos segundos después de su partida Julio se dijo que nunca más volvería a hacer algo así, aunque notó gracias a un ligero golpecito bajo el mostrador de cristal que su falo, de nuevo animado, no pensaba igual.
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