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Queridos amigos:
Nombre es Dori, soy una mujer de 43 años, me casé hace 12 años con Anselmo y tengo 3 hijos, Paula de 11 años, Roberto de 8 y Jennifer de 6.
El motivo por el que me lanzo a escribir y compartir con todos vosotros lo que estoy viviendo y sintiendo, es la pura necesidad de expresar lo que llevo dentro.
Mi vida está dominada por la más absoluta monotonía, trabajo en una tienda artículos de regalo en horario de mañana. Dejo a los niños en el colegio y abro la tienda, que está situada junto al mismo colegio. A las 14:00 la cierro y recojo a mis tres hijos de clase. El resto os lo podéis imaginar, comida, deberes, actividades extraescolares…
Anselmo trabaja en un taller mecánico, llega a casa sobre las 20:30. Tiene una jornada de 10 horas, no viene a comer a casa.
Y qué queréis que os diga, estoy muy harta.
Mi marido suele llegar muy cansado, le molestan los niños, y se enfada si no está la cena preparada. En ocasiones viene un poco cargado por haberse tomado alguna cerveza de más con los compañeros del trabajo.
Yo pensaba que nuestra vida sexual era “normal”, además de los 12 años de casados fuimos novios otros 5 años más. Anteriormente yo había tenido otro novio.
Como decía, nuestra vida sexual se resume a uno o dos encuentros semanales, algo rápido. Pocos preliminares, unos besos y yo le suelo practicar una felación para se endurezca su miembro, y en ocasiones, él baja hasta mi sexo para jugar un poco con su lengua. Enseguida me penetra, eyacula se da media vuelta y a dormir. Yo no me había llegado a plantear conscientemente si estaba satisfecha o no.
Desde hace más de un año vive en mi edificio un chico de unos 40 años, se llama Antonio, se divorció hace un año y alquiló el apartamento contiguo al nuestro.
Hace tres meses, mi hija pequeña enfermó y le subió muchísimo la temperatura, eran las 17:00 horas y me alarmé sobremanera.
Al estar yo sola con los 3 niños, llamé a la puerta del vecino para que me hiciese el favor de quedarse mis otros dos hijos hasta que yo regresase con el pequeño del hospital. Afortunadamente, todo se solucionó rápidamente y hora y media después yo estaba de vuelta.
Dos días después, pedí a mi compañera Consuelo que hiciese mi turno en la tienda porque me levanté con un dolor de cabeza tremendo. Le pedía a Anselmo que llevase a los niños en el colegio y me quedé en casa, tumbada en el sofá con todas las luces apagadas.
A las 11:30 me encontraba mucho mejor y decidí acercarme a casa de Antonio para agradecerle el gran favor que me había hecho aquella tarde, y llevarle un postre casero que había elaborado la tarde anterior.
Toqué el timbre y viendo que no abría la puerta, me disponía a volver a mi casa pensando en que no estaba en casa. Justo en ese momento, escuché un ruido dentro su casa y la puerta se abrió.
– Hola Dori, qué sorpresa.
– Hola Antonio, he venido a traerte este postre que elaboré ayer, y a agradecerte el gran favor que me hiciste la otra tarde.
– No hacía falta. Por cierto, cómo está Jennifer?.
– Todo quedó en un susto, por suerte.
– Pasa por favor, te invito a un café.
– No quiero molestarte ni interrumpir lo que estuvieses haciendo.
– Jaja, prefiero que pases y dejo de planchar la ropa.
Amigos, el preciso momento de empezar esta breve conversación se puede considerar como el minuto cero de mi nueva vida.
Antonio iba descalzo, llevaba puesto un pantalón de lino estampado en rojo y azul muy holgado, y una camiseta blanca. Me condujo hasta el salón de su casa, me llamó la atención lo ordenado que estaba todo.
Me senté en el sofá, y empecé a notar un gran calor, sentí un hormigueo por los pies, y un ardor importante en mi entrepierna, sensaciones que jamás había vivido. Mis pezones se endurecieron, y notaba como el flujo inundaba mis bragas. Me sentía sorprendida a la vez que avergonzada.
Cuando llegó con los cafés en una bandeja, noté como mi rostro se ruborizaba, y tuve que contener un impulso irracional de lanzarme hacia él. No me reconocía a mí misma.
Antonio dejó la bandeja en una mesa, y se sentó junto a mí.
– Espero que te guste el café, acabo de comprar la cafetera y no le tengo cogido el punto.
Yo no era capaz de escuchar con atención sus palabras, el ardor de mi vagina iba en aumento, sentía como se abría y producía flujo sin cesar. El hormigueo de los pies ascendió hasta mi estómago, y como un si se tratase de un acto reflejo le puse la mano encima de su hombro derecho. Tragué saliva y le contesté:
– Seguro que el café está muy bueno, solo hay fijarse en como huele.
Y de repente perdí totalmente el control de lo que decía, tuve la sensación de que la zona subconsciente de mi cerebro dominaba mis actos, no era capaz de filtrar las palabras, me acerqué más a él, me quedé mirándolo fijamente a los ojos, y le dije:
– Quiero besarte.
Antonio se quedó paralizado, durante unos segundos estuvo pensando su respuesta.
Yo continuaba sin ser capaz de controlar racionalmente mis actos, y mi mirada se dirigió a su cintura, donde pude apreciar una considerable erección.
Lo volví a mirar a los ojos y ambos mantuvimos la mirada durante unos largos segundos. Acercó su cara a la mí y me dio un beso en la mejilla.
– ¿Estás segura?, me preguntó.
Yo solamente acerté a tragar saliva. Las piernas me temblaban, apreté con fuerza una con otra y mi excitación aumentó.
Me apartó el pelo, y empezó a besarme muy lentamente el cuello y la nuca. Situó su mano derecha sobre mi muslo izquierdo, realizando movimientos circulares con la yema del dedo pulgar. Yo deseaba quitarle la camiseta y el pantalón, al intentarlo, se quedó mirándome y me dijo:
– Muy despacio, por favor.
Yo sentía auténticas descargas eléctricas por mi espalda y mi cadera. Cada vez que me besaba el cuello sentían una descarga más intensa que la anterior. Y por fin llegó a mi boca, yo necesitaba besarlo con ansia, él continuaba muy despacio.
Jamás me había sentido tan excitada.
Mi respiración se aceleró muchísimo, empecé a jadear sin ningún control y mi espalda se estremeció hasta el punto que me vi obligada a separarme de él por unos segundos.
Antonio cogió mi jersey con ambas manos a la altura de la cintura y lo elevó para quitármelo, yo levanté mis brazos rápidamente para facilitarle la tarea.
Quedó al descubierto mi pecho solamente ocultado por el sujetador, yo tengo un pecho prominente, algo caído por la lactancia de los tres niños.
Esperaba que me quitase también el sujetador, pero no lo hizo, bajó una de las copas y dejó al aire el pezón, acercó su boca, se humedeció la lengua y comenzó un suave masajeo que me obligó a apretar los puños con fuerza. Atrapó el pezón con sus labios, lo llevaba hacia él y lo soltaba. Jamás pensé que esa parte de mi anatomía me pudiese aportar tanto placer.
Seguidamente me bajó los dos tirantes del sujetador, y con la mano izquierda soltó el cierre, me sorprendió la facilidad con la que lo hizo. Mis pechos quedaron al descubierto, era la primera vez en los últimos 17 años que un hombre, que no fuese mi marido, me veía desnuda.
Y continuó con las mallas que llevaba puestas, me las quitó con una gran sonrisa en la boca. Le estaba costando controlar su excitación. En el mismo sofá, se tumbó junto a mí, y con la mano abierta y los dedos juntos comenzó a masajearme el sexo, muy despacio con movimientos circulares. Yo sentía como se me nublaba la vista.
Introdujo 2 dedos en mi sexo, moviéndolos rítmicamente, dos movimientos circulares y otros dos hacia delante, elevándolos y presionando la parte alta de mi vagina. Y en ese momento me ocurrió algo que jamás me había pasado, y que yo no sabía que existía, mi vagina liberó un fluido parecido a la orina en grandes cantidades, me sentí confusa, pensé que me había orinado. Antonio se rio, y volvió a introducir sus dedos repitiendo los movimientos.
– El squirting me vuelve loco.
Yo no sabía ni de lo que estaba hablando, por supuesto no pregunté, solo quería que continuase.
Y así lo hizo, mi vagina parecía un manantial sin fin, y las contracciones de mi abdomen eran cada vez más intensas.
– Por favor, detente un momento, necesito un pequeño descanso. Le dije.
Antonio se levantó, cogió un vaso de agua, me ofreció un trago que acepté gustosamente, y se bebió el resto de agua que quedaba.
Me volvió a mirar a los ojos, yo hice un gesto de asentimiento y él sonrió.
Separó mis piernas, y acercó su lengua a la entrada de mi vagina, al rozar el clítoris sentí la descarga más fuerte que jamás había sentido. Mi vagina volvió a segregar líquido sin parar.
– Me gustaría que respirases profundamente y te dejases llevar. Me dijo levantando la mirada desde mi entrepierna.
Y eso fue justamente lo que hice, cerré los ojos, respiré profundamente y me concentré en sentir su lengua y sus labios como entraban en contacto con mi sexo.
Cuando separó mis labios vaginales con sus dedos, y su lengua se encargó exclusivamente de mi clítoris con movimientos circulares, me dejé ir totalmente y emití un grito de placer como nunca lo había hecho. Sentí una eyaculación preciosa, fantástica y desconocida. Él lo captó perfectamente y se detuvo para dejarme saborear el éxtasis que estaba sintiendo.
Sin duda, el momento más maravilloso de mi vida.
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