NOTA: Esta historia, real según su autor, me ha sido facilitada por un amigo para que la publique a condición de guardar su anonimato, lo cual hago con verdadero placer dado el interés que ha despertado en mí. La transcribo íntegramente sin quitar ni añadir una coma. Por su longitud, la divido en dos partes.
PRIMERA PARTE
Con Quimet, desde nuestros tiempos de estudiantes, mantenemos una amistad firme y constante. Ambos nos dedicamos a la abogacía y nos preciamos, en nuestro respectivo campo, de gozar de una clientela envidiable. Habituamos a salir siempre juntos cuando se trata de divertirnos y lo mismo hacemos al viajar por esos mundos de Dios, no recatándonos de asistir a las “Chavalas” cuando visitamos Bangkok, o “Tricolore” en Stuttgart, y tantos otros sitios non santos de Japón, India, Estados Unidos y más países que hemos visitado juntos.
Desde hace poco tiempo se ha unido a nosotros Nona, un hermoso ejemplar del género femenino, que ha comenzado su andadura por el campo del Derecho y que tanto a Quimet como a mí nos atosiga con consultas, que de ser un cliente nos supondría pingüe minutas, pero que ella solo nos remunera con su belleza, amistad y confianza.
A finales de febrero pasado nos citó para comer a Quimet y a mí en el restaurante Carballeira. Un poco extrañados acudimos los dos juntos, ya que nos habíamos encontrado en los Juzgados de vía Layetana. Nos estaba esperando y después del beso de rigor en la mejilla nos explicó que cumplía 23 años y como nos consideraba sus mejores amigo quería pasar la tarde en nuestra compañía. La reunión duró hasta las cinco, pues tanto Quimet como yo tuvimos que reintegrarnos a nuestro respectivo despacho para atender a nuestros clientes. Al despedirnos, a cada uno de nosotros entregó “Castillos de cartón”, de Almudena Grandes, y con picardía nos dijo que lo leyéramos con atención y que una vez leído lo comentaríamos.
Nos despedimos con efusión después de la opípara comida y cada cual se marchó por sus derroteros a cumplir con sus obligaciones.
El viernes pasado, día cinco, el pasante me anunció la llamada de Nona por teléfono, y pensé que sería otra consulta profesional más de las que suele hacer, y fue grande mi sorpresa cuando dijo me emplazaba para pasar el fin de semana junto con Quimet, al que había telefoneado y estaba de acuerdo, en mi torre que tengo en pleno campo, a tres kilómetros de la población más cercana. Antes de colgar el auricular me preguntó si había leído la novela que me regaló. Le dije que sí, sin darle mayor importancia.
El sábado, a la hora que acordamos, nos reunimos los tres en el restaurante Barceloneta, y después de comer, en mi coche Laguna, emprendimos camino hacia la torre. Nona se había vestido con un atuendo sexy, que resaltaba con meridiana nitidez la estructura corpórea de una Venus rediviva. Tanto Quim como yo admirábamos su belleza sin par, pero ninguno de los dos, en ningún momento, le demostramos otro interés que el de simples compañeros profesionales.
Al salir del fárrago de la ciudad y circular por la cómoda autopista, iniciamos una conversación amical y distendida. Nona nos preguntó que opinábamos de la novela de Almudena, y sin transición nos dijo que ella se sentía completamente identificada con la protagonista y que desde que la leyó, en más de una ocasión se había recreado en la idea de que Marcos y Jaime encarnaban en nuestras personas. El hecho de que yo condujera, me impidió ver la cara de Quimet, pero la mía sin duda expresaba la inenarrable sorpresa que sentía en mi interior.
Sin que lo pensara un minuto, puse mi mano derecha sobre el muslo de Nona, que no la recusó, y con gran convicción le dije que yo también me consideraba identificado con uno de dichos personajes, más con Jaime que con Marcos, ya que éste ultimo no funcionaba con mucha holgura. Quimet, sin duda, debió sentir igual afinidad con el novelesco personaje que se le adjudicaba, porque adelantándose en el asiento puso su mano sobre el hombro de Nona, felicitándola por la feliz ocurrencia que tuvo de programar este fin de semana. A partir de ese momento el viaje adquirió un tono de intimidad en que se eliminaron todas las barreras de sexo y aún generacionales que habían presidido nuestra anterior relación.
(Continuará)
Para ser la primera parte de un cuento carece de interés y curiosidad para despertar el deseo de leer una segunda parte.