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Tenía (y aún tengo, a pesar de todo) pareja, estoy enamorada, pero no puedo evitar fijarme en otros hombres. Y es que, como se suele decir, me gustan más los hombres que a un tonto un lápiz. Ha sido así desde que tengo uso de razón y va a ser así toda la vida. Me temo que no aprendo.
Trabajo como informática, en una oficina. En mi departamento son todo hombres, casados y con hijos (la única mujer es la jefa, con la que tenemos poco trato), con todos me llevo bastantes años, y aunque no me gusta ninguno de ellos especialmente, no puedo evitar pensar algunas veces en ellos en situaciones sexuales. Observo cómo se sientan, cómo mueven las manos, cómo hablan, y me imagino las caras que pondrán cuando estén follando, las guarradas que dirán a sus parejas, qué es lo que les excita, cómo se tocan la polla cuando están cachondos, etc. No puedo evitar pensarlo de casi todos los hombres que conozco, tanto si me gustan como si no.
Un día me llamó la jefa para decirme que había una reunión especial a última hora. Me fastidió, pero fui, qué remedio. Me llevé una sorpresa cuando vi que estaban todos mis compañeros, nadie me había comentado nada. Les noté algo raro, solo murmuraron un saludo. Parecían preocupados. Entonces apareció la jefa, seca y enfadada, como siempre. Pensé que nos iba a caer una bronca monumental. Nos sentamos todos alrededor de la mesa enorme.
—¿Ya estamos todos? Bueno, me habéis pedido que convoque esta reunión para tratar un tema que os preocupa, creo que lo mejor que podéis hacer es tratar el tema directamente vosotros".
Vi que todos estaban nerviosos y que nadie decía una palabra. Yo no entendía de qué iba la cosa.
—¿Ahora os vais a echar atrás? Pues entonces, empiezo yo. Ofelia, en realidad estamos aquí porque tus compañeros tienen algunas quejas sobre ti. Dicen que no les dejas hacer su trabajo tranquilamente. Que no pueden trabajar contigo, que no se pueden concentrar, que les excitas.
Me quedé de piedra. ¡Pero si yo no hacía nada! No soy una chica 10, en el sentido de que estoy rellenita, pero tengo unos pechos enormes y soy bastante guapa, Lo que pasa es que soy la única mujer que ven (la jefa no cuenta, es la típica tía como un sarmiento, cincuentona, seca y desagradable). No me podía creer lo que estaba oyendo. Nuestra relación era muy cordial, no había notado nada... Alguna vez sí había notado miradas sobre mis pechos, pero me parecía algo natural... Me quedé de piedra, vaya.
—Sí, Ofelia, lo siento— dijo Alfredo, uno de mis compañeros más cercanos—. No me puedo creer que no lo hayas notado. ¡Pero si estamos empalmados todo el día!
—Yo no puedo seguir así, con este dolor de huevos todos los días— añadió Santiago, otro de mis compañeros—. De verdad, no lo soporto más.
—Alguna vez me he tenido que ir a masturbar al baño, para poder bajar la calentura. Joder, Ofelia, no me digas que no te das cuenta, si estás todo el día de arriba a abajo con esas tetas... es que no es normal.
—Eso lo puedo confirmar hasta yo, Ofelia—intervino la jefa, para mi sorpresa—.Nunca te he dicho nada, porque a mí no me molesta, pero es cierto que deberías llevar un sujetador que te apriete más o algo parecido, porque se te bambolean las tetas de una manera exagerada —la jefa miraba fijamente mis tetas mientras hablaba. Me estaba poniendo muy nerviosa.
—Y chupas los bolis como si estuvieras chupando otra cosa, Ofelia—dijo Paco, lo que me sorprendió mucho, con lo recatado que es.
—Mira, con la cara que pones de... cuando chupas un boli, parece que nos quieres chupar la polla a alguno, así de claro— remató Julio, y no me extrañó, porque es muy bruto.
Estaba tan colorada que me parecía que iba a explotar. ¡Qué vergüenza!
—También dicen mucho que huele a chumino en la oficina. Y eres la única mujer del departamento, así que tienes que ser tú. Yo no paso por allí casi nunca, ya lo sabes.
—Pero... ¿qué queréis que haga?
—Pues, para empezar, deberías enseñarnos qué sujetador usas. Aquí todo el mundo piensa que no llevas, que lo haces aposta.
—¿Cómo no voy a llevar, con estas te... con este pecho que tengo? Claro que llevo.
—Pues enséñanoslo. Si no, vamos a creer que nos estás queriendo provocar.
Sin pensarlo dos veces, me levanté la camiseta. Joder, era verano, hacía calor. Llevaba un sujetador un poco fino, pero es que no tenía ganas de ponerme uno de aros enormes, que dan tanto calor. Todos me miraron fijamente, acercándose, apoyando los codos en la mesa, en un murmullo de aprobación, babeando literalmente. Mi jefa no quitaba la vista de encima, estaba a mi lado, alargó la mano y tocó la tela del sujetador, acariciándome una teta descaradamente.
—Esto es demasiado flojo para ti, niña. Es como si no llevaras nada, con las tetas que tienes, ¿no te das cuenta, mujer? Salta un poco, ya verás cómo se te mueven.
Boté sobre la silla un poco y las tetas saltaban como locas. Era verdad, no iba bien protegida, tenía razón. Nunca le había dado importancia, no pensé que se notaría tanto.
—Pero bota más fuerte. Para que veas — insistió la jefa, que no me quitaba ojo.
Boté más fuerte y el bamboleo de mis tetas era exagerado. Alguno de mis compañeros gimió. Les miré, atónita, con la camiseta subida, vi que tenían las manos por debajo de la mesa.
La jefa se levantó, se puso detrás de mí y me quitó la camiseta. Me cogió las dos tetas entre sus manos, fuertemente. Se me pusieron los pelos de punta, no lo pude evitar.
—Así, así es como debes llevar los pechos, mujer, bien sujetos, bota ahora, ya verás cómo no se te mueven tanto.
Me puse a botar violentamente sobre la silla mientras ella me agarraba las tetas con fuerza, Noté cómo la mano de mis compañeros se movía debajo de la mesa. ¿Se estarían tocando la polla, los muy guarros, a mi costa? Dejé de botar, pero la jefa no apartó las manos de mis tetas.
—Tienes buenas tetas, ¿eh, Ofelia? Mira, no me caben en las manos— y siguió sobándomelas sin ningún pudor, delante de mis compañeros. A mí me iba a dar algo. Me excita horriblemente que me toquen las tetas. Escuché algún gemido por parte de mis compañeros y un sonido de chac-chac−chac. No me podía creer lo que estaba pasando. Y lo peor es que estaba muy excitada.
La jefa dejó de sobarme y olfateó en el aire.
—Es verdad que hueles a chumino. Un montón. ¿A vosotros no os huele?
Mis compañeros gimieron.
—Claro que huele. Si solo lleva una falda. Seguro que no lleva bragas.
Sí que llevaba, pero las tenía pegadas al cuerpo, completamente empapadas. Entre la excitación y el calor, estaba chorreando.
—Ofelia, es el momento de que nos demuestres que no nos intentas provocar, has demostrado que llevas sujetador, y ahora es justo que veamos si llevas o no bragas.
Llevaba una falda larga, de verano. Me la levanté rápidamente y enseñé las bragas (esperaba que todavía fueran blancas).
—No hemos podido ver nada. Súbete a la mesa para que te veamos todos.
Me encaramé a la mesa y me subí la falda otra vez. Que tenía las bragas pegadas al cuerpo era algo visible. Se veía con toda claridad un redondel mojado en todo el medio. ¡Qué vergüenza! Se acercaron a mí. Como estaba de pie sobre la mesa, todos podían verme perfectamente. Cerré los ojos, con la falda levantada, en sujetador. Noté resoplidos cerca de mis bragas, me estaban olfateando, y por los chac−chac−chac se estaban pajeando. Hasta yo misma podía olerlo, era cierto, estaba muy excitada y olía muchísimo.
—Joder, cómo le huele el chocho.
—Tiene las bragas mojadas.
—¿Estás cachonda, Ofelia?
Abrí los ojos, sin saber qué decir. Mis compañeros se habían sacado la polla por el pantalón y se la estaban meneando delante de mí. Todos la tenían dura. La jefa tiró de mi cuerpo hacia abajo, suavemente, para que me tumbara. Eso hice. Me tumbé sobre la mesa, tambaleante, muerta de placer. La jefa me sacó las tetas por encima del sujetador, y me las sobó despacio, estirándome los pezones. Hasta ese momento, era la única que me había tocado.
—Mirad qué pezones más tiesos. Qué putona es.
Todos miraban cómo me sobaba ella las tetas, mientras se la machacaban con fuerza. Uno de mis compañeros, Paco, se acercó a mí y me olió las bragas tan cerca que podía sentir la punta de su nariz, se estaba haciendo una paja con las dos manos, me dio la sensación de que estaba a punto de correrse.
—Qué zorra eres, joder, qué puta— murmuraba, como loco, oliéndome las bragas. Sacó la lengua y lamió el trozo que tenía empapado, me estremecí de gusto al sentir su lengua caliente a través de las bragas. Los demás se acercaron más. Comenzaron a tocarme las tetas, a lamerlas, a sobarme entera. Uno de ellos intentó meterme la mano por debajo de las bragas, pero la jefa no se lo permitió:
—No os la vais a follar, no os hagáis ilusiones. A esta puta sólo hay que sobarla, por ahora.
¡Vaya con mi jefa! ¡Ni que fuera mi dueña! Pero yo estaba muy excitada y me daba igual lo que me hicieran. Paco me acercó la polla a los labios, para comprobar si eso se le estaba permitido. Mi jefa no dijo nada, así que siguió tanteando, me pasó los huevos por los labios, estiré la lengua, no puede evitarlo, y se rieron, llamándome cerda. Me la metió en la boca, de golpe, como un desesperado. La tragué con gusto, porque estaba deseando tocar alguna de esas pollas tiesas, pero en cuanto la introdujo en mi garganta, se corrió al instante. Se puso a gemir como loco, me echó una buena lechada en la boca. Intenté tragarlo todo, pero me pilló desprevenida, se me caía por la cara.
—Mira, Paco se le ha corrido en la boca, mira cómo le gusta a la muy guarra. Mámamela a mí ahora, cacho puta.
Ni siquiera sé quién lo dijo. Abrí la boca y chupé otra polla, dura y caliente, también se corrió en seguida, tragué el torrente de semen con gusto, se me fueron las manos al chocho, sin querer, necesitaba frotármelo como una loca. Pero la jefa estaba muy pendiente, me cogió las manos y las apartó.
—Quietecita. Ahora te toca mamar.
Seguí mamando como una desesperada, sentí una corrida en las tetas, otra sobre mis bragas. Me caía la lefa de mis compañeros por la cara, por el pelo, sobre los ojos, no podía abrirlos, en ese momento eyaculó otro en mi boca, tragué todo lo que pude, pero me seguía chorreando por la cara. No sé cuántas manos había sobre mí, sobándome las tetas, sujetándome la cabeza para que les chupara. Cada vez que sentía un chorro caliente de su leche, me retorcía de placer. Me decían las ganas que me tenían, lo cerda que les parecía, la cara de mamona que me habían visto siempre.
Me restregué los ojos, y vi que se iban marchando. Me dejaron sobre la mesa, con la falda levantada, con las tetas fuera del sujetador, completamente cubierta de la lefa de todos. La jefa se apiadó de mí, me apartó las bragas, cubiertas de esperma, y me lamió el chocho como una perra, dando fuertes lengüetazos, gimiendo del gusto que le daba lamerme. Yo me acariciaba las tetas mientras, estaban resbaladizas, viscosas, llenas de leche, me moría de placer. Ella siguió lamiéndome sin parar, se desabrochó el pantalón y se metió la mano por debajo de las bragas, empezó a frotarse rápidamente mientras me comía el chocho. Nos corrimos en seguida, llamándonos "puta" la una a la otra.
—Ahora estamos en paz— dijo, recobrando la compostura—. Ya sabes lo que pasa cuando se va provocando por ahí. Que te sirva de lección.
No sé si me va a servir de lección...
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