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La astucia del Casanova

~~Tengo un don. No hay mujer en el mundo capaz de resistírseme. Es cierto, no miento ni exagero, he logrado follarme a todas las mujeres con las que me lo he propuesto. No se trata de un poder mágico o mental, sino como una especie de instinto que me hace capaz de tratar a cualquier mujer justo como desea, haciendo que se derritan en mis manos. Y lo que es más, sé de donde procede este maravilloso poder. Directamente de mi abuelo.
 Mi abuelo era un hombre fantástico, increíble. Estuvo follando mujeres hasta su muerte, a los 86 años. Y fue así siempre. Desde que tengo uso de razón, recuerdo a mi abuelo rodeado de mujeres y dicen las malas lengua que amasó su fortuna a base de tirarse a las esposas de los terratenientes de la zona. La verdad es que eso es algo que no me extrañaría lo más mínimo.
 Mi abuelo fue el mayor admirador del mundo de la belleza femenina, no había más que ver la casa donde vivíamos, donde yo crecí, siempre llena de mujeres. Era una enorme finca, rodeada de prados y pastos destinados a los dos negocios familiares, los cítricos (naranjas y limones) y a la cría de caballos. Incluso había una pequeña escuela de equitación regentada por mi abuelo mientras que mi padre se encargaba del negocio de la fruta.
 Mi padre había sido una gran decepción para mi abuelo, tengo entendido que incluso estuvieron varios años sin hablarse, teniendo mi padre que marcharse de casa. Poca gente conoce el motivo real de la disputa, pero yo, a lo largo de los años, fui dilucidando el porqué: simplemente, mi padre no era un mujeriego, era tímido con las mujeres y eso molestaba mucho al abuelo, ya que según él, nuestro don era parte de la herencia familiar y mi padre lo estaba desperdiciando. Además mi padre era su único hijo varón, pues mi abuelo sólo tenía dos hijos (al menos legítimos), Ernesto, mi padre, y Laura, mi tía, 2 años menor que él. Así pues, mi padre era el único que podía poseer el don, pero no lo aprovechaba, y mi tía, que se casó muy joven, había tenido dos hijas, pero ningún varón.
 Mi padre nunca entendió la manera de ser de mi abuelo, supongo que influenciado por mi abuela, que murió siendo mi padre un adolescente, y que por lo visto lo pasaba bastante mal con las aventuras del viejo.
 Pero pasaron los años, mi padre conoció a una hermosa mujer de 17 años, Leonor, y se casó con ella. Esto hizo que mi abuelo, como por arte de magia, hiciera las paces con mi padre y le invitara a regresar a la mansión con su bella mujer y le nombrara administrador de la plantación de frutas.
 Poco después nacía Marina, mi hermana, lo que también fue un palo para el abuelo, que esperaba un niño.
 Afortunadamente, cuatro años después nací yo, Oscar, y desde mi nacimiento me convertí en el ojito derecho de mi abuelo, que veía en mí la posibilidad de continuar con su saga. Y vaya si lo consiguió.
 Mi historia comienza ya en 1929.
 Fue entonces cuando noté que vivía absolutamente rodeado de mujeres, pues los hombres en la casa éramos minoría. Con el transcurrir de los años me di cuenta de que mi abuelo, a la hora de contratar gente para la casa, se decidía siempre por mujeres jóvenes y atractivas, que iban cambiando con los años. Es decir, el abuelo contrataba mujeres hermosas, se las follaba, y cuando comenzaban a hacerse mayores (o se aburría de ellas), las despedía con una buena paga y contrataba a otra que estuviera bien buena.
 En cambio, el personal masculino era siempre muy escaso y casi no cambiaba. Se limitaba a Nicolás, que hacía las veces de mayordomo y chófer de mi abuelo (que era el único de la zona que poseía un coche, traído desde Francia) y Juan que trabajaba tanto de jardinero como de mozo de cuadra, ayudado por Antonio, su sobrino. Estos tres fueron empleados de mi abuelo durante muchos años y eran los que trabajaban en la casa en el momento en que arranca mi historia. Naturalmente había más hombres trabajando en la plantación, pero eran jornaleros del pueblo y no vivían en la propiedad. Además como el negocio de la fruta lo llevaba mi padre, el abuelo no tenía contacto con ellos (aunque sí lo tuvo con muchas de las mujeres que trabajaban recogiendo fruta. )
 En la casa vivíamos todos, incluyendo los miembros del servicio, que tenían un ala de la casa para ellos, un lujo impensable para la época, pues cada criado tenía su propia habitación, lo que desde luego ofrecía interesantes ventajas para mi abuelo.
 Como decía antes, la casa estaba repleta de mujeres. El servicio estaba compuesto por 4 criadas, Tomasa, una muchacha del pueblo, de unos 20 años, bastante tonta, pero con un par de tetas como un demonio; también estaba Loli, la más guarra de todas, una morena con unos ojazos negros impresionantes. Tengo entendido que ésta ya sabía donde se metía cuando vino a trabajar a la finca, pero pensó que allí podría ganar dinero fácilmente. Brigitte, era la doncella francesa de mi tía Laura, era preciosa, rubia, con los ojos azules y una sonrisa tan dulce e inocente, que tumbaba de espaldas. Por último estaba María, con un tipo muy atractivo, pero que era bastante seria. Ella actuaba como ama de llaves, se encargaba de gestionar la casa, ayudando a mi madre y a mi tía en las tareas de ordenar el servicio, encargar las compras y demás cosas.
 De la cocina se encargaba Luisa, era la mayor de todas, de unos 40 años, aunque nunca supe su edad exacta. Además de estar muy buena, era una excelente cocinera, lo que la convertía en el miembro más eficaz del servicio junto con María, pues sucedía que las demás criadas no eran demasiado buenas en su trabajo, pero eso no importaba demasiado. En la cocina ayudaban además Vito y Mar, dos chicas que hacían de pinches y aprendían el oficio (supongo que para cuando mi abuelo jubilara a Luisa). Las dos eran muy guapas y simpáticas, me mimaban mucho y siempre que yo pasaba por la cocina tenían algún dulce preparado para mí.
 Además mi abuelo había contratado a Mrs. Dickinson, una institutriz inglesa para que diera clases a sus nietos. Como he dicho, era inglesa, aunque de madre española. Era muy alta, por lo que imponía bastante respeto, pero era muy simpática y alegre, menos cuando estábamos en clase, eso sí, porque allí se transformaba en un monstruo severo e inflexible. Las chicas (mis primas y mi hermana) la detestaban bastante, pero a mí me caía bien.
 Aparte del servicio, estaba por supuesto mi tía Laura. Era morena, muy alta y con los ojos verdes. Se había casado muy joven, a los 16, y se marchó a Francia con su marido, pero éste murió de pulmonía, por lo que regresó al hogar familiar junto con sus dos hijas pequeñas, Andrea y Marta. Con los años, se transformaron en dos chicas preciosas, muy rubias y jamás perdieron del todo su acento francés, lo que resultaba muy sexy. Al comienzo de mi historia, ellas contaban con 18 y 16 años respectivamente. Andrea era bastante despabilada, pero Marta era muy tímida y apocada, por lo que era la mejor amiga de mi hermana Marina, que tenía el mismo carácter. Así pues, Andrea era la jefa del grupo, y dirigía siempre a las otras dos. En ocasiones me llevaban con ellas, pero como yo era pequeño, y ellas hacían cosas de chicas, esto no era muy frecuente.
 También estaban mi madre, Leonor. Durante mi infancia siempre la vi un poco melancólica, pero con el tiempo aquello cambió y pasó a ser una mujer muy alegre y feliz. Eso sí, era un poco autoritaria, trataba con dureza al servicio (que a su juicio dejaba bastante que desear) y esa actitud se extendía sobre todos los que la rodeábamos, especialmente sobre mi padre. Mi hermana Marina tenía 16 años, y se había transformado en una auténtica belleza. Era guapa hasta tal punto que incluso en alguna ocasión sorprendí a mi padre mirándola con deseo, cosa que no le había visto hacer con ninguna otra mujer. Todos los hombres se volvían para mirarla, lo que la ponía muy nerviosa, dado su carácter apocado.
 Pues bien, ya conocen mi particular teatro de los sueños, donde crecí, donde viví, donde aprendí a usar mi don.
 Desde que me acuerdo, siempre estuve cerca de mi abuelo. A él le encantaba contarme historias y aunque yo no solía entenderlas, me gustaban mucho. Siempre me aconsejaba sobre cómo tratar a las mujeres, aunque yo no sabía por qué. Lo que hacía era prepararme, enseñarme para sacar partido de mi don. Pero yo era aún muy pequeño y él lo sabía. Lo único que intentaba era grabar en mi subconsciente el interés por la mujer. Frases como: Mira qué culo tiene aquella eran el lenguaje habitual entre nosotros, aunque delante de los demás se comportaba con exquisita educación y yo sabía instintivamente que aquello era nuestro secreto, que era importante para él, por lo que yo tampoco decía cosas como esa mas que cuando estábamos solos. Incluso en más de una ocasión se permitió cogerle el culo o meter la mano dentro del vestido de alguna de las criadas cuando sabía que yo podía verle, para despertar mis instintos. Y fue precisamente así como sucedió, espiando a mi abuelo.
 Recuerdo perfectamente aquella mañana de primavera. Era muy temprano cuando desperté, y, como cada día desde hacía algún tiempo, mi pene estaba durísimo dentro de mi pijama. Yo no sabía muy bien por qué pasaba eso, pero me gustaba. Cuando se frotaba con la tela del pijama me producía una sensación muy placentera y eso me encantaba. Estuve así un rato en la cama y aquello no se bajaba, por lo que decidí levantarme sin más, antes de que alguna criada pasara para despertarme.
 Fui a lavarme al baño del pasillo, que era el más cercano. La puerta estaba cerrada, pero se abrió de repente, y salió mi prima Marta, vestida con un camisón.
 Hola Marta, buenos días.
 Buenos días, hoy te has levantado temprano ¿eh?, ¿a qué se debe es.
 En ese momento se quedó callada. Yo, extrañado, la miré a la cara y vi que se había puesto muy colorada. Sus ojos estaban fijos en el bulto de mi pijama y allí se quedaron durante unos segundos. Yo no sabía por qué, pero el simple hecho de verla tan turbada me resultó muy agradable (hoy diría que excitante). Y en ese momento miré a mi prima como un hombre mira a una mujer. Tenía un cuerpo magnífico para su edad, que se adivinaba completamente desnudo bajo su blanco camisón, donde se marcaban dos pequeños bultitos coronando sus pechos. Yo aún no sabía qué eran, aunque mi abuelo me los había mencionado antes, pero lo cierto es que me gustaron mucho. La miré de arriba abajo y comprobé complacido que aquello la turbaba todavía más, sobre todo cuando me quedé mirando la oscura zona que se transparentaba a través de su camisón a la altura de su entrepierna.
 Sin saber por qué, me acerqué a ella y abrazándola le di un beso en la mejilla.
 Primita, hoy estás más guapa que nunca le dije.
 Mientras la abrazaba procuré que mi bulto presionara fuertemente contra su muslo y al ser ella algo más alta que yo, tuvo que agacharse un poco para que la besara, frotando su pierna contra mi pene muy placenteramente.
 Marta, sin decir nada, se dio la vuelta y se fue corriendo hasta su cuarto, donde se metió dando un portazo.
 Allí me quedé yo, sin saber muy bien qué había pasado, habiendo tan sólo seguido mi instinto. La experiencia me había gustado mucho, pero me sentía bastante insatisfecho.
 Entré al baño, donde me lavé y pude comprobar que con la picha en ese estado, no se puede mear. Como quiera que no me quitaba a mi prima de la cabeza, aquello no se bajaba, por lo que estuve allí bastante rato. Sucedió que cuando comenzaba a preocuparme por aquello (pensando si no me quedaría así para siempre), el bulto comenzó a menguar.
 Me vestí en mi cuarto, y bajé a la cocina a comer algo. Como aún era temprano, faltaba más de una hora para tener mi clase con Mrs. Dickinson, por lo que decidí ir afuera a volar mi cometa. Salí por la puerta de la cocina, que daba a la parte trasera de la casa.
 Estuve un rato jugando con ella, pero de pronto, un golpe de viento la enredó en un árbol que había pegado a la pared. Yo estaba más que harto de subirme allí, así que no lo dudé un segundo y me encaramé en las ramas. Mientras estaba desliando el cordel, miré por una de las ventanas, la que daba al despacho biblioteca de mi abuelo. En ese momento Loli estaba pasando el plumero por los estantes y yo me quedé espiándola. Estaba subida en una banqueta para llegar a los más altos y no se dio cuenta de que yo la miraba.
 Me gustó esa sensación de prohibido, tampoco es que estuviera haciendo nada malo, pero me gustaba mirarla sin que me viera. En ese momento mi abuelo entró en la habitación y cerró la puerta.
 ¡Ah! Señor, es usted, me había asustado dijo Loli.
 No te preocupes Loli, sigue con lo tuyo.
 De acuerdo.
 Mi abuelo se sentó en su escritorio y se puso a repasar unos papeles. Yo me iba a bajar ya cuando vi que empezaba a mirarle el culo a Loli mientras limpiaba. Yo sabía que allí iba a pasar algo, no sé cómo, pero lo sabía, así que me quedé muy quieto, sin mover ni un músculo Mi abuelo se levantó y, sin hacer ruido, se acercó a Loli por detrás, se agachó un poco y metió sus dos manos por debajo de su falda.
 Ya estamos otra vez, parece mentira, a su edad ¡estése quieto coño!.
 Vamos Loli, si te encanta.
 ¡Que no! Mire que grito.
 Mi abuelo no hacía ni caso y seguía abrazándola desde atrás mientras la magreaba por todos lados.
 Qué buena estás zorra, voy a metértela ahora mismo.
 Que nos van a pillar, déjeme, ¿no tuvo bastante con lo de anoche? Bien que lo escuché en el cuarto de la tonta.
 Nunca es bastante puta mía, mira como es verdad.
 La cogió por la cintura y la bajó del banco, Loli se sostenía contra los estantes, mientras mi abuelo le agarraba las tetas y apretaba su paquete contra su culo. Comenzó a besarle el cuello desde atrás, mientras le iba subiendo la falda.
 Yo seguía abrazado al árbol, mi pene era una roca que yo apretaba contra el tronco. Nunca me había sentido igual, la cabeza me zumbaba y no podía pensar en nada. Comencé a frotarme levemente contra el árbol, y en ese momento se produjo un leve chasquido. Mi abuelo levantó la vista y me vio. Yo me quedé helado, aterrorizado, pero entonces mi abuelo me sonrió y me guiñó un ojo.
 Bueno, si no quieres follar, de acuerdo, pero no me puedes dejar así.
 ¿Cómo?
 Loli estaba muy sofocada y no parecía entender lo que le decían. Mi abuelo cogió una silla y la colocó frente a la ventana, de perfil, y se sentó en ella.
 De rodillas, rápido. Ya sabes lo que tienes que hacer.
 Venga vale, follemos dijo Loli mientras se subía la falda.
 No, ahora quiero que me la chupes.
 Pero.
 ¡Ya, coño!
 Loli puso cara de resignación y se arrodilló frente a mi abuelo. Desde mi posición tenía una vista inmejorable del panorama, así que pude ver perfectamente cómo Loli desabrochaba los botones del pantalón del viejo y extraía su dura polla. Era bastante grande, desde luego mucho mayor que la mía y la punta me parecía enorme, muy roja. Loli la agarró con su mano y comenzó a subirla y bajarla suavemente. Aquello parecía gustar mucho al abuelo, pero quería algo más, pues tras unos segundos le dijo:
 ¡Chupa ya, puta!
 Loli comenzó a lamer aquel mástil de carne, empezando por la base y subiendo hasta la punta. Allí se detenía dando lametones y después se metía unos 5 cm en la boca. Mi abuelo disfrutaba como un loco, tenía los ojos cerrados mientras una de sus manos reposaba sobre la cabeza de la chica y parecía marcar el ritmo de la chupada.
 Súbete la falda y frótate el chocho.
 Loli no dudó ni un segundo, se remangó la falda sobre las caderas y una de sus manos desapareció entre sus piernas. Comenzó a mover la mano cada vez más rápidamente aumentando también el ritmo de la mamada. Los gemidos de ambos llegaban perfectamente hasta mí, que estaba completamente hipnotizado. Mi excitación había alcanzado límites insospechados, pero no sabía cómo aliviarme. Me sentía febril, un extraño calor invadía mi cuerpo. Jamás me había sentido así.
 Mientras, en la habitación, la escena seguía su curso, Loli chupaba cada vez más rápido, cada vez más hondo. Mi abuelo farfullaba incoherencias, hasta que, de pronto, sujetó con firmeza la cabeza de Loli, introduciendo totalmente su polla en su garganta mientras gritaba:
 ¡Todo, puta, trágatelo todo!
 Loli se puso tensa, apoyó las manos en los muslos de mi abuelo intentando separarse, pero el hombre era más fuerte, y la mantuvo allí unos segundos. Por fin, la soltó y Loli se incorporó como movida por un resorte. Al ponerse de pié pude ver fugazmente una mata de pelo negro, pero su falda se desenrolló y lo tapó todo. Loli daba arcadas mientras de su boca caía un extraño líquido blanquecino.
 ¡Es usted un hijo de puta! Venga, niña, no te enfades, si en el fondo te gusta.
 No vuelva a hacerme algo así, o le pegaré un bocado en la polla que se le terminarán los años de picos pardos en un segundo.
 Sí, y perder tu fuente de ingresos. Vamos, vamos preciosa, sabes que me gustan estas cosas, además la culpa ha sido tuya, por no dejarme metértela.
 Venga ya, si usted sabía que sólo estaba jugando un poco.
 Sí, pero hoy no tenía ganas de jugar, sino de descargarme.
 ¿Y yo qué? Venga, ahora vamos contigo.
 El abuelo se acercó hacia Loli y comenzó a subirle la falda. La besó en el cuello y la colocó de espaldas a la ventana. Dirigió una mirada hacia donde yo estaba mientras esbozaba una sonrisa. Yo, con la mente obnubilada, no estaba pendiente de nada más, por lo que no vi a mi prima Andrea, que se acercaba al árbol.
 ¡Qué haces ahí subido idiota! ¡La Dicky te está buscando para tu clase!
 Del susto casi me caigo del árbol. Me aferré fuerte y miré hacia abajo. Con frecuencia pienso que aquella mañana realmente se despertó algo en mí. Mi don o lo que sea, pero lo cierto es que desde entonces mi percepción se alteró, me fijaba en cosas en las que nunca antes había reparado, cosas relativas al sexo y a las mujeres, por supuesto. Así pues, cuando miré a mi prima, mis ojos se fueron directamente a sus pechos. Desde mi posición podía ver directamente por el escote de su camisa, pues la llevaba mal abrochada. Una nueva ola de calor recorrió mi cuerpo y mi cabeza parecía volar.
 Andrea se dio cuenta de la dirección de mi mirada y se sonrojó un poco, cerrando el cuello de la camisa con una de sus manos.
 Vamos, baja de una vez.
 Ya voy, es que se me ha enganchado la cometa.
 Sí, sí, vale.
 Parecía un poco incómoda, pues se volvió hacia la casa y se dirigió a la puerta trasera. Yo, mientras bajaba, no paraba de mirar la forma en que su trasero se bamboleaba bajo su falda. Hasta tal punto me despisté, que me caí de culo al llegar al suelo y se partió el cordel de la cometa, que seguía enganchado.
 Aún estaba aturdido, sabía que tenía que ir a clase, pero sólo podía pensar en lo que debía de estar pasando en el despacho del abuelo. Quería volver a subir, pero entonces se asomó mi madre:
 Vamos, niño, que ya vas tarde.
 Pero mamá, es que.
 ¡Ahora!
 Mi madre no admitía réplicas, así que fui hacia la puerta de la cocina, procurando llevar siempre la cometa por delante para que no se viera la tienda de campaña. Atravesé la cocina como una exhalación y subí al segundo piso.
 El dormitorio de Mrs. Dickinson era bastante grande y tenía una salita anexa que hacía las veces de aula. Allí había una mesa camilla, con un mantel muy amplio que llegaba hasta el suelo, donde nos sentábamos para dar clase mientras Mrs. Dickinson daba las lecciones en un pequeño encerado. En invierno, colocábamos allí un brasero. Dicky (como la llamábamos en secreto) nos daba clases por turno, primero un par de horas conmigo (que era el más pequeño) y después con las chicas, a las que además de darles una formación académica, les enseñaba ciertas labores, costura y esas cosas. En esas clases también participaban mi madre y mi tía, e incluso en alguna ocasión, una o dos de las doncellas, espacialmente Brigitte.
 Buenos días Mrs. Dickinson.
 Llegas tarde, Oscar. ¿Adónde vas con esa cometa? Perdone le dije mientras me sentaba con cuidado, dejando la cometa en el suelo.
 Comencemos.
 No recuerdo de qué iba la clase. No recuerdo nada. Mi mente funcionaba cien veces más rápido de lo normal, sólo podía pensar en lo que estaría pasando en ese cuarto y en lo que había visto. Por mi mente pasaban imágenes como relámpagos, Loli desnuda, mi prima en camisón, el escote de Andrea. las tetas de Mrs. Dickinson. ¿las tetas de Mrs. Dickinson? de repente volví a la realidad y frente a mis ojos estaba el majestuoso pecho de Dicky, me estaba hablando, pero yo no la oía.
 Oscar, querido, ¿estás bien?. Estás muy colorado. ¿Tienes fiebre?
 Mientras decía esto se inclinó sobre mí, poniendo su mano en mi frente.
 Dios mío, sí que tienes fiebre, espera, avisaré a tu madre.
 Si no se llega a marchar en ese momento, sin duda me abría abalanzado sobre ella, aferrándome a aquellas dos ubres como una garrapata. En eso llegó mi madre junto con Dicky. Me preguntaron si estaba bien y yo acerté a balbucear que estaba cansado, que no había dormido bien. Entre las dos me llevaron a mi cuarto y mi madre se quedó conmigo.
 Vamos, cariño, ponte el pijama y métete en la cama, que ahora te traigo un poco de caldo.
 Yo no me movía, si me desnudaba iba a ver mi polla como un leño. Mi madre se impacientaba.
 Venga, tendré que hacerlo yo misma.
 Se arrodilló ante mí y comenzó a quitarme el pantalón. La situación era delicada, pero yo sólo atinaba a mirar por los botones desabrochados de su camisa, viendo la delicada curva de un seno cubierto por un fino sostén de encaje. Desde luego, aquello no contribuía a bajar mi calentura.
 En ese momento me bajó el pantalón, mi pene se escapó del calzoncillo y casi se la meto en un ojo a mi madre. Ella se quedó helada, sin hablar. Yo me quería morir. No sabía qué hacer. Entonces ella, ante mi sorpresa, estiró mi calzoncillo con una mano mientras con la otra agarraba mi polla y la volvía a guardar en su sitio. Después y como si nada hubiese pasado, continuó poniéndome el pijama, me metió en la cama y me dio un beso en la mejilla.
 Descansa, cariño, luego vendré a verte.
 En ese momento me di cuenta de que un fino rubor teñía sus mejillas, y eso me excitó aún más. Mi madre se incorporó y se marchó. Yo permanecí en la cama, mirando al techo. El calor desbordaba mi cuerpo, ¡mujeres, mujeres!, no podía pensar en otra cosa, mi abuelo, Loli, Andrea, era una obsesión. Casi sin darme cuenta, metí mis manos bajo las sábanas, y me aferré fuertemente el miembro. Aquella presión me gustaba, así que comencé a darme estrujones, lo que resultaba placentero, pero un poco doloroso.
 No sé cuanto rato estuve así, pero de pronto vi a mi hermana junto a mi cama con un tazón humeante en las manos.
 ¿Cómo estás? Mejor, Marina.
 Aparentemente no había notado nada extraño.
 ¿Dónde te dejo esto? Dice mamá que te lo tomes todo.
 ¿Podrías dármelo tú?
 No sé por qué dije eso, ella me miró, sonrió un poco y dijo:
 Sigues igual que un bebé ¿eh?
 Si ella supiera.
 Por favor.
 Bueeeno.
 Se sentó en el lado derecho de la cama, justo a mi vera. Yo me incorporé un poco y me arropé hasta el cuello. Así mientras con una mano sujetaba las sábanas, la otra empuñaba mi bálano bien tieso.
 Abre la boca, aahh.
 Ella abría la boca, como para demostrarme cómo hacerlo y hasta eso me resultaba excitante. Yo la miraba disimuladamente, sus ojos, su pelo, su cuello, sus pechos y mientras, me iba dando apretones en la polla. Estaba a mil, mi hermana me tenía cachondísimo. Ella, inocentemente, me daba la sopa y yo pensando en cómo sería que ella me hiciera lo que la Loli al abuelo. En esas estábamos cuando me envalentoné. Poco a poco encogí mi pierna derecha, hasta que mi rodilla quedó apoyada en su culo. No había contacto real, había sábanas, colcha, ropa, pero a mí me daba igual, casi me desmayo. Cerré los ojos y creo que me mareé. Sea como fuere, debí de poner una cara muy rara, porque mi hermana, pareció asustarse y se incorporó, inclinándose sobre mí.

Datos del Relato
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