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EL INICIO DE MI RELACIÓN
El día de año nuevo asistí a una fiesta un tanto “ilegal” en el garaje de un amigo, donde asistimos unas 20 personas y estuvimos gran parte de la tarde y la noche bebiendo como locos. Total, que ahí me lié con un chico que me llevaba hablando unas semanas y que me gustaba, y al final empezamos una relación. Nunca había tenido una relación seria pero esta vez sí estaba dispuesta porque el niño me gustaba de verdad. Hugo es un chico encantador, respetuoso y con un rollo muy guay, a las demás tías de mi grupo de amigas siempre las ha tenido locas pero el chaval nunca se había metido en ninguna relación ni nada con nadie, y yo me sentía genial de ser la primera en caer en sus garras. Vamos, que es guapo, tiene buen cuerpo, hace deporte y es buena persona. Un partidazo. Además de eso, está estudiando medicina y lleva la mayoría de asignaturas con sobresalientes y alguna matrícula de honor.
Durante los meses de enero y febrero nuestra relación ha sido preciosa. Nos hemos convertido además de en pareja en mejores amigos, y hacemos un montón de cosas juntos. Aunque no es oro todo lo que reluce. Hugo sabe, de oídas, que hay historias que circulan sobre mí y las cosas que hago, y tras las primeras semanas llegó el momento de hacer frente a esos rumores y poner las cartas sobre la mesa. Él no me quería acusar directamente de estar ejerciendo la prostitución a escondidas y sacarme un dinero con ello, así que se limitó a preguntarme cosas como “de donde sacas el dinero que tienes si estás estudiando”, o “qué equivocada estaba la gente con las historias que decían sobre ti”. Total, que al final con tanta indirecta tuve que hacer frente a la situación y contarle la verdad.
Hugo se quedó de piedra al confirmar que, efectivamente, había estado más de un año dedicándome a tragar pollas y ganar dinero haciéndolo. Decidí decirle la verdad porque la relación me importaba, quería empezar de cero con algo, algo puro, y que funcionase bien. Sabía que lo podía perder, pero en lugar de eso, se comportó como un hombre y una persona madura. Lógicamente yo le dije que desde principios de año había dejado de hacerlo y no pensaba volver nunca más, que lo hacía para sacarme un dinero fácil para mis estudios y caprichos y que ni siquiera me gustaba (mentía como una zorra, pero había que maquillar las cosas…). La relación salió fortalecida de esa charla y el resto del tiempo juntos fue todavía mejor.
LAS COSAS SE PONEN DIFÍCILES PARA MI
Como antes os he dicho… no es oro todo lo que reluce. Os explico. El sexo con Hugo era muy bueno, delicioso. A él le encantaba incluso saber que yo me había dedicado a lo que me había dedicado… y durante nuestros polvos incluso me llamaba zorra, puta, y eso me ponía mucho más cachonda. Las folladas las dominaba yo, él solía limitarse a disfrutar y eso me ponía muy contenta porque normalmente yo solía ser sumisa (sobre todo en mis relaciones con gente mucho mayor que yo), y ahora me estaba convirtiendo en algo más dominante. Yo le hacía de todo, y con todas mis ganas. Me encantaba saber que los huevos de mi chico siempre estaban bien vacíos. Le hacía mamadas en el coche mientras conducía, dejaba que me follase en los baños, párkings, incluso que me metiera los dedos en el ascensor. Me gustaba que disfrutara del sexo y que supiera lo mucho que disfrutaba yo. Tener contenta a tu pareja sexualmente es lo más importante de una relación, digan lo que digan.
La cosa estuvo así hasta mitad de febrero, más o menos. Todo seguía bien, pero en mi cabeza y mi corazón comenzaban a surgir dudas y problemas. No tenía ninguna duda de que quería seguir con Hugo y ser feliz junto a él, hasta habíamos hablado de planes de futuro juntos cuando acabáramos los estudios y empezáramos a trabajar. El problema es que, cuando follábamos, yo ya empezaba a no pensar en él, al menos siempre. Recordaba polvos del pasado, veía rostros de gente que me había dejado los agujeros completamente rotos. Sobre todo recordaba sexo con chicos con el rabo más grande que Hugo, que lo tiene normalito. En mi cabeza rondaban pensamientos de infidelidad a veces, de quedar con algún hombre de mi pasado y que me diera un buen repaso, seguro que muchos estarían encantados.
Estuve así más de una semana, y más de dos. Siempre me acababa sintiendo mal y no hacía nada, no daba el paso a llamar a nadie, ni a serle infiel. Me sentía muy mal conmigo misma porque tenía a mi lado a una pareja genial, respetuosa, fiel… un encanto. Siempre he sido caliente, mucho, y tenía que saciar mis ansias y mis calentones metiéndome los dedos y tocándome el coño de vez en cuando, mientras veía fotos de otras pollas, veía algún vídeo casero que tenía con algún cliente en mi ordenador… y después, otra vez, me sentía mal.
CAIGO EN LAS GARRAS DE MI MONITOR DE GIMNASIO
El nuevo año no solo trajo un cambio en mi vida sentimental, sino en mis planes personales. Dejé mis clases de baile y me apunté al gimnasio porque quería tonificar el cuerpo todavía más y hacer algo de deporte. Llevaba dos meses en el gimnasio del barrio. En un principio pensé que iba a ir menos, porque era un rollo estar con la mascarilla (me cuesta respirar cuando corro con ella), y limpiar las máquinas todo el tiempo cuando las has utilizado. Pero me equivocaba, el gimnasio me encantó y empecé a ir hasta cuatro veces por semana, además de seguir una dieta estricta que estaba sentándome genial.
El primer día de marzo, el gimnasio cambió de monitor. El chico que estaba antes era joven, tendría unos 27 años, y era el típico chulo, fuerte, que tiene un BMW de coche y se pasa el día marcando brazos en Instagram y enviando mensajes a las tías. Esos no me gustan nada, me he follado a varios, pero no me hacen gracia. Son muy tontos. En cambio, el que lo sustituyó fue justo mi punto débil. Era el prototipo de cliente que solía tener cuando era puta, y muchos pensamientos ardientes me cruzaron la mente cuando lo vi por primera vez. Recién cumplidos los cuarenta años, con barba de tres días algo canosa, cara de depravado sexual, cuerpo normal nada destacable… esos son los que me ponen nerviosa. Siempre he sido más bien sumisa y me encantaba sentirme dominada, sobre todo por gente que claramente me dobla la edad.
No hace falta decir que todos, absolutamente todos los hombres del gimnasio me devoraban con la mirada cuando hacía los ejercícios. Al correr en la cinta, al hacer sentadillas, pesas, máquinas… siempre. No voy a negar que utilizaba el gimnasio a modo de terapia personal también, y que llegaba a mi casa con un calentón de la hostia, porque yo misma me esforzaba en ser un poco fresca durante mis ejercícios y sacar las tetas y el culete lo máximo posible. Si el ejercicio se hacía a cuatro patas, yo ponía el culo muy muy sugerente. Y por los espejos veía a muchos hombres loquitos mirando. Hasta alguno con el teléfono disimulando, seguro que me estaría echando alguna foto el muy cerdo. Me encantaba. Siempre que volvía a casa llevaba el tanga y las mallas chorreando y tenía que meterme algo en el chumino.
En cualquier caso, a vosotros no os interesa lo bien que me lo pasaba en el gimnasio, ¿verdad? Estáis aquí por dos cosas: o para saber por qué os dejé de contestar a los correos (ya lo sabéis), o para saber cómo y por qué le he estado poniendo a mi querido Hugo los cuernos durante más de un mes. Pues vamos ahora con lo segundo.
Pedro, que así se llama el hombre, al ser de las pocas chicas que había en el gimnasio y como muestra de amabilidad desde el primer día se acercó a presentarse y a ofrecerme cualquier ayuda que necesitara. Me hizo una tabla con algunos ejercicios y me los explicó. Yo me di cuenta desde el principio de que Pedro me comía con la mirada cada vez que me enseñaba un estiramiento o una máquina. Por ejemplo, cuando me mostró la máquina para ejercitar los muslos, y me pidió que la probase delante de él, si yo estaba haciendo el ejercicio con las piernas él me miraba las tetas. Después, cuando me enseñó a hacer sentadillas con la barra y los discos, en lugar de controlar que mis brazos estaban bien colocados, me miraba el culo desde detrás.
Se me hacía el chocho agua viendo como a veces el bulto en su pantalón crecía y se tenía que ir a su sitio a fingir que tenía que atender a alguien con el ordenador. Seguro que se había hecho más de una paja pensando en mí con el paso de los días. Cada día que pasaba yo ganaba más confianza con él, ya que solía ir a una hora donde no había demasiada gente y a veces podíamos hablar durante los descansos entre ejercícios. Le conté muchas cosas de mi vida (menos la prostitución). Sabía que tenía novio desde hace apenas dos meses, y eso parecía calentarle más. Creo que en el fondo Pedro sabía que o bien le había sido ya infiel, o que pensaba serlo, o que lo había sido en otras relaciones, y creo que él pensaba eso porque la forma que yo tenía de exhibirme por el gimnasio no era muy normal en una chica de mi edad, rodeada de tíos, y mucho menos con pareja.
LLEGARON LAS FOLLADAS
Al contrario que en mis pensamientos infieles o masturbaciones rememorando mi época puteril, no me sentía culpable cuando enseñaba mis atributos en el gimnasio. Aquellas salas de ejercício eran como una pequeña burbuja para mí, donde no solía pensar en mi novio y podía dar rienda suelta a mostrarme más de la cuenta o calentar a algún pobretón que estuviera entrenando. La cosa cambió la segunda semana de marzo.
Como os he dicho yo iba a una hora no muy frecuente a entrenar, las 20.00 de la noche. El gimnasio cerraba a las 21.30, pero realmente a partir de las 8 ya no había casi nadie. Recuerdo aquel martes como si fuera ayer, con cada detalle, y ha pasado ya casi un mes. Había entrenado y estaba sudada y cansada en el vestuario de mujeres, sin duda un vestuario nuevo y completamente vacío dado que apenas iban chicas a entrenar allí y menos a esa hora. Pedro entró mirando su teléfono y empezó a hablar conmigo, lo cual me asustó un poco y me dejó fuera de lugar, no os voy a engañar.
– Hoy has entrenado genial, como vas, te notas mejor con los nuevos ejercícios?
+ Hostia Pedro que susto, jajaja. Claro, voy mejor, ya no tengo tantas molestias y me cuesta menos hacerlos. – contesté todavía algo nerviosa y poniendo en orden mis cosas.
– Me alegro mucho. Con todo esto de la pandemia viene menos gente, no se fían. Me gusta tener a alguien con quien hablar aquí, que tú vienes siempre.
+ Ya, en realidad es seguro, no se por qué viene tan poca gente. A mi también me gusta hablar contigo porque no soy de escuchar música entrenando y me aburro, jajaja, ya lo sabes.
– Eso he visto sí, jejeje. – Pedro se acababa de sentar en la misma fila de asientos del vestuario, y apoyó su espalda en una taquilla.
– Bueno bueno Marina, pues me voy a ir pronto yo también, a ver si ceno. Joder, la gente de los grupos de whatsapp no se callan, que pesados…
+ Yo los tengo todos silenciados, jajaja. Oye, puedes estar en el vestuario de tías?
Pedro levantó la vista del teléfono y me miró a la cara, su mirada era normalmente muy penetrante y me ponía algo nerviosa, realmente sabía como seducir a las mujeres y seguro que tenía a más de una loquita. Es cierto que estaba casado, o eso decía, porque le había pillado más de una mentira alguna vez en el poco tiempo que le conocía, por lo que a mis ojos era un poco mentiroso.
– Claro que puedo estar, yo puedo estar donde quiera, ¿no lo sabías? – dijo mirándome fijamente.
+ El rey del gimnasio ¿no? Bueno, pues yo me voy a ir yendo también ya…
– Por supuesto, todo esto son mis dominios, jajaja. Oye, qué tal te va con tu novio ese, podrías decirle que viniera a entrenar y le hago una tabla de ejercicios chula.
+ Él ya entrena en el gimnasio de la universidad por las mañanas porque tiene clases por la tarde, va con sus amigos y eso, no creo que quiera cambiar de gimnasio. Y bueno, me va bien con él, llevo poco tiempo ya lo sabes.
– Me alegro también que os vaya bien, yo quiero a mi gente del gimnasio contenta, en todos los sentidos coño.
+ Todo genial.
– ¿Todo todo? El ejercício que no se hace en el gimnasio también va bien imagino, ¿no?
Esa frase me dejó bastante descolocada porque la conversación ya entraba en un terreno que conozco, un terreno que he vivido otras veces y que siempre termina de la misma manera, conmigo completamente agotada y llena de lefa. Algo dentro de mí deseaba que terminara así, llevaba más de una semana comiéndome con la vista a Pedro y dentro del gimnasio nunca pensaba en el pobre Hugo, que claramente no sabía de mis pensamientos. Creo que, en el fondo, no sabe a quién tiene por novia… Tardé en responder algunos segundos, muchas cosas pasaron por mi cabeza, pero decidí no alargar lo inevitable. Yo tenía ganas y quizás él también, y eso pretendía comprobar.
+ Hombre, por supuesto, eso siempre va bien. De hecho tiene que ir mejor que el que se hace dentro del gimnasio, jajajaja.
– Estoy de acuerdo, la base de cualquier relación es el buen sexo. – Pedro estaba ahora de pie, deambulando por el espacio entre la puerta del vestuario y el banquillo.
+ Opino igual. Es verdad que a mi edad tampoco llevo muchos años disfrutando del sexo, pero ya lo considero clave en una relación, sí.
Inconscientemente me tocaba el pelo, pasaba mis manos por mis muslos, le apartaba la mirada… vamos, que estaba jugando con él. Quería que en unos minutos estuviera jugando él conmigo, así que tenía que ganármelo. Algo dentro de mí ya había decidido que Hugo iba a tener más cuernos que un toro, lo mismo podía empezar una relacion de sexo-amistad con mi entrenador, y cepillármelo cada tarde después de entrenar en aquel desierto vestuario, cuando todo el mundo se marchara. Tenía visiones y pensamientos donde aparecía yo encima de él, botando en su polla, o a cuatro patas mientras me ensartaba desde atrás… ¿cómo la tendría? Imagino que grande y gorda, seguro que no sería como esos tíos de gimnasio que luego la tienen pequeña, Pedro debía gastarse una buena tranca…
– Ya te digo yo que sí. Oye Marina, no sé como decirte esto, pero te lo voy a soltar y ya me dices qué piensas, sin problemas ni malos rollos, ¿va?
+ Dime dime, no pasa nada. – en el fondo sabía lo que venía.
– He visto como haces los ejercícios, los fuerzas demasiado. Ya te he dicho alguna vez que no se hacen así, y tú continúas. Te veo sacar el culo más de la cuenta, o poner el pecho en posturas que no corresponden a la zona que se quiere ejercitar. ¿por qué lo haces? – Pedro estaba de nuevo sentado, esta vez más cerca mío.
+ Es que me sale solo, es inconsciente, no se… no lo hago a posta ya se que algunos los hago mal.
– No es que los hagas mal… entiendemé. Al final haces el ejercício que toca, pero no tiene sentido que saques tanto el culo, es como si quisieras mostrarte. ¿Has visto como tienes a algunos del gimnasio?
+ Que va, no es para eso. Como yo antes hacía baile tengo las posturas muy marcadas, pero no quiero ir calentando al personal (mentira de zorra).
– Ah bueno, es que es eso, desde mi punto de vista era como si quisieras calentarlos, jajajaja, y me estaba quedando loco, no te engaño si te digo que me has calentado hasta a mi a veces.
+ Uy pues perdona Pedro, mi intención no era, a ver, que me da igual calentarte pero no lo he estado haciendo… – ahora era yo quien le miraba fijamente. Por poco paso la lengua por encima de mis dientes, como una furcia, y lo habría vuelto loco.
– Nada no te preocupes, y como que te da igual calentarme? Que tengo mujer hombre, jajajaja, no seas mala anda.
+ Ya ya, si yo no soy mala, digo en el supuesto caso, remoto, de que tú quisieras, jajajaja, de broma hombre! – estaba en el bote, en unos minutos tendría aquella polla en la garganta.
– Hombre, por querer quiero, y ahora mismo, pero estoy casado y tú tienes novio. Hay que guardar las formas, ¿no? Que sí, que podría cerrar el gimnasio, que nadie se iba a enterar, que este vestuario está vacío y tenemos ducha, colchones de deporte… jajajaja, pero no, hay que guardar la compostura joder.
+ Estoy de acuerdo Pedro, sería muy grave hacer algo así. Seguro que tendríamos cargo de conciencia.
Yo sabía que a la más mínima cosa o gesto que hiciera, se me iba a tirar encima. Quería comprobar cómo de caliente estaba él, porque yo mucho. Así que me levanté y le di la espalda, mientras empezaba a hablar de otros temas. En concreto, recuerdo que me puse a hablarle de que iba a cenar brócoli y salmón mientras veía una serie de Netflix que había empezado a ver hace muy poco. Lo gracioso es que le dije todo esto dándole la espalda mientras… mientras me bajaba las mallas para cambiarme el pantalón.
Y claro, imaginad la escena. Yo hablándole de otras historias, mientras dejaba a la vista mi redondo culo con un pequeño tanguita de hilo rojo, y mis mallas caían al suelo. Me acerqué a coger otro pantalón y comencé a meter un pie, y cuando iba a subir la pierna noté la mano de Pedro en mi glúteo derecho, agarrándolo firmemente y quedando su cabeza a la altura de mi cuello.
– No sabes lo caliente que me pones Marina, incluso sin quererlo, ¿verdad? Vaya culo tienes, y vaya tetas, llevas más de una semana poniéndome enfermo niña.
+ No tenía ni idea Pedrito, algo había notado porque tú también me has mirado este culito alguna vez, que lo se yo… – me empezó a lamer el cuello mientras agarraba mi culo ahora con las dos manos.
– Te voy a reventar, y no una vez o dos, todas las veces que quieras. Cada vez que quieras polla te la voy a dar.
+ ¿Cómo me hablas así? No ves que me doblas la edad casi, o sin el casi, jajaja…
– Porque tú quieres que te hable así, sabía que querías y lo que buscabas desde la primera vez que te ví.
No tardamos mucho más en empezar a comernos la boca y a darnos el lote. Pedro cerró la puerta del gimnasio con llave y volvió al vestuario para darme mi ración de polla que tanto había estado buscando. A partir de este punto omito los diálogos porque además de ser irrelevantes serían inventados, no recuerdo ya exactamente las frases que me dijo porque tampoco hablamos mucho más, queríamos follar como conejos y desde luego que lo conseguimos.
Lo primero que hizo Pedro al entrar al vestuario fue bajarse el pantalón y mostrarme su pedazo de polla, gorda y venosa, totalmente erecta. La boca se me hacía agua con aquella escena y tras un gesto con su mano me agaché sin dudarlo para degustar aquel manjar. Empecé entonces a darle una de las mejores mamadas que he hecho, completamente salivada y profunda, haciendo que mi nuevo amigo se retorciera de placer ante mi maestría bucal. Algún pensamiento de Hugo me vino a la cabeza, pobrecillo, lo mismo hasta estaba pensando en mí. Llevé a Pedro a los asientos del vestuario para continuar con la mamada, esta vez con él sentado y yo de rodillas. Su mano marcaba el ritmo en mi cabeza y sus soplidos eran el único sonido del vestuario, además de los ruiditos que salían de mi boca de vez en cuando. Sin duda la garganta profunda es mi especialidad y Pedro no tardó mucho en comprobarlo, cada vez que metía su polla hasta el fondo de mi boca el pobre tenía que sujetarse al asiento y agarrar mi cabeza.
El calor de mi boca y la velocidad de mi lengua hicieron mella en el pobre entrenador, que no tardó mucho más en soltar su leche dentro. Las dos manos de Pedro agarraban mi coleta y mi cuello, haciendo que toda su lefa quedara depositada en mi boca, mientras yo trataba de no atragantarme. El cabrón, sabiendo que el gimnasio estaba vacío y cerrado, se dejó llevar gritando como un cerdo, y a mí se me hacía el chocho agua de oírlo disfrutar. Sin ninguna duda, era de las corridas más abundantes y ricas que había probado, sabía como a batido de vainilla, y como suelo hacer la tragué sin dudar para dejar a mi acompañante bien satisfecho.
La cara de Pedro al mirarme era un poema, creo que sabía que había ganado una nueva puta que iba a tener a su disposición cuando quisiera, y era verdad, estaba a su merced y me encantaba estarlo. Sabíamos los dos que quedaban muchos polvos por delante en aquel vestuario. Sin ir más lejos, el que iba a ocurrir a continuación.
Tras unas breves palabras Pedro me puso en el banquillo en posición de perrito, yo estaba ya suficientemente húmeda como para recibir su polla en mi interior, pero él tenía otros planes y quería devolverme la comida de polla degustando mis agujeros con su lengua. Por poco me desmayo del gusto al sentir sus manos bajar mi tanga y acariciar mi coño. El muy cerdo, porque es un auténtico cerdo (lo supe desde que vi su cara), tras tocar mi coño llevó su mano a su nariz y empezó a olerla. Sabía que era un depravado y que dentro de unos años será un viejo verde.
Oler sus dedos le pareció poco, y la fiesta continuó acercando toda su cara a mi entrepierna, y yo lo agradecí. La nariz de mi querido entrenador olfateaba mi coño, recién sudados de la sesión de entrenamiento, y yo me retorcía y me agarraba a aquel banco como podía. Me moría de ganas de que sacase su lengua y comenzara con la comida de chocho y Pedro no se hizo de rogar. Cuando con mi mano agarré su cabeza y la apreté contra mí, ya sabía lo que quería.
Comenzó entonces una comida de coño bestial, donde Pedro abría con sus manos mi culo y me propinaba unos lengüetazos rápidos y fuertes contra mi vagina y clítoris. No entendía cómo no se ahogaba con la cantidad de flujo que estaba soltando, por poco inundo el vestuario, necesitaba sentir una polla dentro de mis agujeros de una vez. Había algo que me hizo mucha gracia, y aún a día de hoy se lo recuerdo a Pedro cuando follamos, y es lo siguiente: “Pedro, ¿te acuerdas cuando no sabías si me gustaba por el culo? Estuviste cinco minutos comiéndome el coño con el culo en pompa y ni siquiera te acercaste a mi agujero de atrás”.
Y digo esto porque el pobre Pedro tenía mi ojete a su disposición y ni siquiera lo tocaba o chupaba. Imagino que, al no saber si me gustaría, no se acercaba por miedo a perder el calentón o a cortarme el rollo. Todo esto cambió cuando tras unos minutos de estar recibiendo la comida de coño, llevé uno de mis dedos a la parte de atrás para acariciarme el ojete. Entonces, el iluso de mi pobre entrenador (se tuvo que poner más cachondo que un mono) apartó mi dedo y empezó a comerme el culo con una velocidad que por poco me muero ahí mismo.
No solo me daba lametones por fuera, sino que el cabrón puso la lengua firme y la metía sin problemas en mi agujero trasero. Yo lógicamente tuve que empezar a tocarme el coño por debajo con una mano porque me iba a desmayar si no lo hacía. Cuando ninguno de los dos pudimos más, nos pusimos manos a la obra con la follada. Senté a Pedro en el banco y me puse a horcajadas sobre él, dirigí su polla con la mano a mi chochete y me dejé caer rápido sobre ella. Ambos resoplamos del gusto. Me centré ahora en saltar sobre su rabo a una buena velocidad, gemía como una perra en celo y Pedro se agarraba a mi culo con la cabeza pegada a las taquillas para tratar de no correrse. Imagino que tendría muchísima excitación, me habría violado varias veces en su mente a lo largo de estas semanas.
La polla de Pedro me estaba dando un placer increíble, y era él quien dirigía ahora la follada, sujetando mi culo con las manos y empujando hacia arriba. Tenía los muslos perdidos de agua porque yo me estaba derritiendo. Suelo tardar en correrme, pero tenía tanta excitación y me había comido los agujeros tan bien, que apenas aguanté unos minutos encima suyo. Me corrí como un río. Grité y grité como una zorra en aquella sala sin que nadie pudiese oírme, recordando los mejores polvos de mi época puteril y con una sonrisa de oreja a oreja. Qué ganas tenía de recibir un rabo como dios manda, y no la polla de mierda de Hugo, mira que lo quería, pero cuando una mujer prueba el jamón ibérico nunca más quiere el jamón york, por mucho que os engañen.
Me abracé a Pedro mientras él seguía con su polla dentro de mí. Aún no se había corrido. Estaba ahora comiéndome las tetas mientras yo seguía abrazada a él soltando pequeños gemidos de vez en cuando. Me sentía genial con su tranca aún incrustada dentro, y desde luego que no perdía dureza ni nada. Creo que intentaba decirme que quizás el polvo había terminado para mí, pero no para él. Sabiendo esto, quise darle más morbo y excitación a mi preciado entrenador, y le dí un final de polvo digno de la mejor de las películas.
Me levanté y saqué su polla de mi interior, y tras tocarla un poco con la mano, me fui hacia el centro del vestuario sin decir nada y me puse a cuatro patas en el suelo, dándole la espalda. Levanté el culo lo más alto que pude y me lo abrí con ambas manos, enseñándole mi raja abierta por la reciente follada. Esta frase sí que la recuerdo y es importante destacarla:
+ ¿Es exagerada esta postura? ¿La ves muy forzada? A ver cuánto tardas en correrte dentro.
Por poco se cae viniendo hacia mi. Se puso de rodillas y colocó su pollón en la entrada de mi coño, y de una embestida con fuerza lo metió hasta el fondo. Grité porque no me lo esperaba. Pedro se agarró a mis caderas y empezó a follarme a una velocidad que hacía mucho tiempo que no recibía. Mis labios vaginales estaban completamente abiertos para recibir a ese duro invasor, la verdad que tenía una polla muy gorda, la longitud era ya decente, pero el grosor me impresionaba mucho. Yo tenía la cabeza en el suelo y los ojos casi en blanco, se me caía la baba de la boca del polvazo que me estaban echando.
Noté como la polla de mi acompañante se hinchaba y en unos segundos notaba sus trallazos de lefa chocar en mis entrañas. Las uñas de Pedro se clavaban en mis caderas y por poco me hacen daño, pero aguantaba el dolor, porque sin duda el placer que mi chochete estaba recibiendo era muy superior. El pobre gemía y soplaba como loco mientras me llenaba completamente. ¡Qué gustazo! Creo que llevaba muchos meses sin disfrutar tanto con un polvo.
Al separarse de mi, todo su semen comenzó a salir y a caer en el suelo. Me sorprendía que hubiera tanto si no hacía ni diez minutos había vaciado los huevos en mi boca. Limpiamos un poco todo aquello y salimos del vestuario hablando y muy contentos por lo que acabábamos de hacer.
Imagino que ambos tendríamos un pequeño porcentaje de culpabilidad dentro de nosotros, pero sin duda haber encontrado un compañero de folladas de ese nivel nos ponía muy contentos a ambos. Él iba a comerse a una niña mucho más joven que él, que tenía un cuerpo de escándalo (lo siento, es lo que hay) y que era muy muy cerda (todavía no sabía cuanto). Y yo iba a recibir una dosis de polla gorda todas las semanas, varias veces, y por un tío que me ponía a mil por hora. Y mientras podía seguir con mi relación, siendo muy muy muy difícil que Hugo se enterase de nada. Mi corazón lo tenía Hugo, y yo el suyo, pero sin duda mi coño y mi culo iban a tener un nuevo invitado.
Ya en la calle, y antes de irme y despedirnos, Pedro dijo algo que era obvio que me iba a preguntar, y mi respuesta (para los que me conocéis) también fue muy obvia:
– No se cuantos días más podré aguantar sin probar tu culo después de lo que he visto ahí dentro Marina, jajajaja. ¿Lo has hecho por ahí? ¿Te gusta?
+ Vas a salir de dudas muy pronto, te veo el jueves. Preparaté que lo de hoy ha sido un aperitivo.
Al llegar a casa tuve que meterme al baño y estar unos minutos con un consolador que tengo porque seguía más cachonda que una mona. Por fin volvía a sentirme plenamente feliz, y estaba dispuesta a hacer lo que hiciese falta para mantener esta sensación de felicidad todo el tiempo posible.
Nos vemos pronto. Marina.
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