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"Ella sabe todo de mi, incluso cómo hacerme sentir amada."
Mi amistad con Elia siguió creciendo progresivamente y a gran velocidad. Pasábamos todo el tiempo que podíamos juntas. Y se podía decir que, aunque ella era una persona tosca y seca la gran mayoría de las veces, conmigo se le salía la parte dulce y tierna, y no podíamos evitar tener momentos de amplias confesiones; como “Eres de lo mejor que me ha pasado en los últimos años”, o “No sé qué haría sin ti”.
Además del cariño que nos teníamos con las palabras, a veces había demasiado contacto físico; una caricia en el cabello, cosquillas aquí y allá, y en especial los besos en la mejilla al saludarnos y despedirnos, que se volvían cada vez más largos y peligrosamente cercanos a los labios. Pocas veces nos habíamos abrazado, pero yo atesoraba esos pocos momentos ya que había sentido sus fuertes latidos, su respiración entrecortada en mi cuello y sobretodo sus turgentes senos contra los míos, lo cual se tornaba en una sensación especialmente excitante para mí.
Empezaron a ser más frecuentes nuestras salidas, yo la llevaba a museos y conciertos, y ella me invitaba a algún bar a tomar unas cervezas o a shows de Drag Queens. Era una persona compleja y un alma vieja, y cada vez yo soñaba más con ella, pero no sabía si ella sentía lo mismo.
Yo solía invitar a Elia a mi casa, en la que aún vivía con mis padres, y acostumbrábamos hacer maratones de Netflix que terminaban con una pijamada hasta el día siguiente. Siempre dormíamos compartiendo la cama, porque caíamos rendidas a las 3 o 4 de la mañana después de hablar por horas de cualquier cosa. Elia y yo nunca nos aburríamos, y podíamos hablar de lo que sea.
Por mucho tiempo no hice más que preguntarme qué se sentiría besarla, ya que muchas personas decían que besaba como los dioses, y querían más de ella, pero nunca lo conseguían. Elia era una chica mala, que llevaba a las personas hasta la locura del deseo por ella, y luego de una noche, nunca los dejaba volver a probarla.
Un buen día en el verano, cuando ya habíamos terminado nuestro semestre en la universidad, Elia me contó que iba a salir a bailar con unas viejas amigas y que por ende no podríamos vernos ese fin de semana, ella no solía mezclar círculos sociales y por eso no me invitaba. Yo le dije que no había problema, que si quería hiciéramos un maratón de Netflix al siguiente fin de semana para compensarlo. En el fondo estaba un poco celosa, porque sabía de sus días desenfrenados con sus amigas, y cómo muchas habían disfrutado de sus labios en medio de la borrachera.
Ese viernes en la noche no tenía nada particular que hacer, sabiendo que Elia estaría en camino a reunirse con sus amigas y a bailar desenfrenadamente toda la noche en algún bar de moda de la zona rosa de la ciudad. Ella era una excelente bailarina, y a veces en las fiestas de la facultad había visto cómo robaba las miradas con sólo algunos movimientos de sus caderas.
Me di un baño caliente, comí algo ligero, y me encerré en mi habitación. Encontré en internet mientras miraba mi laptop, un reportaje de una noticia donde reseñaban un proyecto en internet que trataba sobre Literatura y Erotismo, Hysterical Literature. Consistía en grabar a 12 mujeres, en sesiones individuales, sentadas en una mesa mientras leían un pasaje de un libro seleccionado por ellas mismas. El juego estaba en que la cámara únicamente grababa de la tabla de la mesa hacia arriba, enfocando a la chica leyendo, pero de pronto un personaje misterioso aparecía debajo de la mesa y comenzaba a darles placer con un vibrador. La chica estaba totalmente desnuda de la cintura para abajo, pero nada de esto se mostraba. Solo importaba su lucha tratando de mantener la compostura para seguir leyendo, mientras las pulsaciones del vibrador Hitachi iban en aumento dándole mayor placer a su clítoris. El proyecto trataba de mostrar que, entre el intelecto y el deseo, éste último siempre ganaba. Comencé a reproducir dichas sesiones, y era evidente cómo cada chica comenzaba diciendo su nombre y el nombre del libro que iba a empezar a leer, pero a medida que avanzaban en la lectura, la excitación iba aumentando, provocando en ella cosquillas, risas, suspiros, y pausas en su lectura. Progresivamente, unos minutos después, eran más las pausas que los fragmentos leídos, intercambiado sus palabras por gemidos incontrolables. Finalmente, la chica se rendía a su carne, soltaba el libro y se entregaba al placer de aquella bella masturbación, hasta que llegaba al orgasmo y al placer máximo. Ella misma decidía cuándo finalizaba la sesión.
Confieso que esa noche puse a reproducir las 12 sesiones, algunas más de una vez, unas me excitaron más que otras, pero era un hecho que llegado cierto punto estaba más mojada que nunca en mi vida. Como estaba sola en casa, pude poner el volumen a mi gusto, y me encanta oír a esas mujeres gemir de placer como debe ser. Era increíble el momento en que se abandonaban a lo que estaban sintiendo, eliminando cualquier pudor. Duré varias horas allí, intentando sostener mi deseo para no llegar al orgasmo tan pronto. Llegué a masturbarme mientras veía las sesiones, ya que algunas chicas estaban realmente sensuales, y sus gemidos de placer eran demasiado para mí. Deseé tener el Hitachi conmigo.
A eso de las 2AM, después de haber llegado al orgasmo un par de veces, mi teléfono comenzó a vibrar. Miré quién era y resultó que era Elia quien me llamaba. Me pareció muy extraño ya que la hacía bailando con toda la discoteca y matando a muchos de placer. Aun así, decidí contestarle.
- Hola, Leia. ¿Estás bien despierta? -. Su voz sonaba relajada y risueña, ya estaba ebria. Al fondo se escuchaba la música, pero se notaba que se había salido del antro un momento.
- Sí, Elia, estoy despierta, aún no me he dormido. ¿Por qué me llamas a estas horas? Creí que estabas pasándola de maravilla con tus amigas.
- ¿Qué haces despierta aún? – Suspiró con evidente sensualidad - ¿Acaso estabas pensando en mí? -. Su pregunta me hizo ponerme nerviosa por un momento, pero tenía que mantener la compostura.
- No entiendo para qué me llamas si tanto te estás divirtiendo -. Dije evidentemente con celos encarnados.
- Vamos amiga, es que te extraño. Estaba bailando con una chica y de repente me descubrí deseando que fueras tú – Hizo una pausa pensado bien sus siguientes palabras – En serio nada se siente del todo bien sin ti. Creo que no diría esto si no estuviera ebria, pero me gustas. Siempre me has gustado. Me traes mal desde hace tiempo.
No supe qué decir. No sabía si todo esto se trataba del alcohol y su calentura del momento, o era realmente verdad. Su voz llena de deseo me impactó. Sabía que era así con otras personas, pero jamás conmigo.
- Elia, no sabes lo que dices, estás ebria. Si deseas vienes el otro fin de semana a mi casa como habíamos acordado y lo hablamos.
- Leia, no seas así. Ven a recogerme al bar, deseo verte.
- No puedo, mis padres llegarán en cualquier momento y se morirían si no estoy en casa sin avisarles nada.
- Leia – dijo suspirando en deseo – te necesito.
- Termina de pasarla bien con tus amigas, Elia. Hablamos luego.
Colgué el teléfono sin pensarlo dos veces y me recosté en la cama sin saber bien qué pensar. Era mi mejor amiga en el teléfono diciéndome que deseaba verme. Que yo le gustaba. Había fantaseado con ello innumerables veces, pero no creí que realmente sucediera.
Esa madrugada me di placer con mi nuevo vibrador como nunca antes. Elia también me traía mal, y no podía evitar imaginarla tocándome. Si mis padres no hubieran llegado esa noche, hubiera ido en el auto hasta el maldito antro a recogerla y me la hubiera follado allí mismo.
No tuve noticias de Elia hasta la mañana siguiente, cuando me llamó para decirme que había llegado bien a casa y que aceptaba mi propuesta de vernos el fin de semana. Colgó sin hacer más comentarios sobre nuestra conversación de madrugada.
Toda aquella semana, desde el domingo hasta el viernes siguiente, no vi a Elia ni una sola vez, pero cada día se encargó de publicar en sus redes sociales las fotos más provocadoras, y yo estaba tan excitada por ella que me masturbé cada día mirando sus fotos.
Por fin llegó el fin de semana, y como de costumbre le avisé a mis padres que Elia vendía a quedarse. Para ellos era algo normal, después de todo nada había pasado entre nosotras. Ellos se irían de la ciudad a un viaje de negocios, así que tenía la casa para mi sola.
Mis padres se fueron el viernes en la mañana, y yo aproveché para nadar en la piscina completamente desnuda, imaginando que alguien llegaba en cualquier momento y me follaba allí mismo. Para ser virgen, me sorprendía lo a menudo que me encontraba a mí misma teniendo fantasías de cómo sería mi primera vez, y quería que fuera buena. Definitivamente a mis 20 años había despertado un verano en mi misma que no podía controlar, todo gracias a la masturbación.
Debo aclarar que hasta el momento siempre había pensado que era heterosexual y mis relaciones siempre habían sido con chicos. Nunca me había siquiera besado con una chica. Pero estaba sumamente nerviosa de que mi amiga Elia llegara en la noche.
No hice nada verdaderamente especial hasta que ella llegó, pero por alguna razón quise depilarme completamente de la cintura hacia abajo y echarme más perfume de lo normal. Me puse uno de mis clásicos vestidos de flores, unas tangas blancas con un sostén de encaje a juego que me levantaba los senos justo como quería. Me había vestido como para una cita.
Abrí la puerta y allí estaba Elia, completamente vestida de negro, como de costumbre, pero esta vez llevaba una falda ajustada de cuero. Sus pequeños pero hermosos senos asomaban de una blusa de botones igual de ajustada.
Entró a la casa, se sentó en el sillón con las piernas cruzadas y yo decidí servir palomitas y bebidas, como era lo usual.
- Traje una película especial para esta noche. Espero te guste –. Me sonrío mientras se mordía un labio.
- Sabes que todo lo que me pones me gusta, tienes buen gusto –. Eso sonó más sexual de lo que quise admitir.
- No tienes que sonrojarte Leia. Conozco todo de ti, así que no te preocupes. Te gustará todo lo que tengo preparado para esta noche.
No supe qué más decir, así que pusimos la película. Me sorprendí al darme cuenta que era una película muy reciente. Se llamaba “Colette. Liberación y deseo”. Era sobre la vida de una escritora francesa que encontró su liberación y deseo en las mujeres. Elia se quitó sus botines negros, se puso en posición horizontal mirando hacia el televisor y recostó su cabeza en mi regazo. Tener su cabeza sobre mis piernas, peligrosamente cerca de mi sexo, me puso muy cachonda.
No sabía qué hacer, así que me quedé como estatua a excepción de mis brazos, que se dispusieron a acariciarle el cabello por un buen rato. Me encantaba su cabello lacio, y aprovechaba cualquier oportunidad para acariciarlo.
La película comenzó a subir de tono, y mostraba escenas lésbicas bastante explícitas. Para este punto yo ya estaba bastante mojada, y Elia sólo ponía una mano en mi pierna y me miraba de vez en cuando con una sonrisa lujuriosa. Terminamos nuestra sesión de cine a eso de las 10PM, y yo no podía de la calentura.
Le propuse a Elia que cocináramos algo de comer, porque era tradición de amigas. Ella se levantó del sofá con mucha energía, y aceptó feliz la propuesta como si no hubiera pasado nada, como si la tensión entre nosotras no fuera más que evidente.
Cocinamos pasta con champiñones y un jugo que según Elia era afrodisíaco. Aún no puedo decir de qué era exactamente ese jugo. Terminamos de cocinar, comer y limpiar a eso de la media noche. Y por un momento nos miramos sin saber qué hacer.
- Elia, estoy exhausta. Esta ha sido una semana agotadora para mí y sabes lo mucho que disfruto de bañarme antes de ir a dormir. ¿Te importa si me doy una ducha?
- Por supuesto que no me molesta Leia – Se sonrió con evidente picardía -. Solo tengo una condición. Que te duches conmigo.
Mi cara de sorpresa fue imposible de disimular. Y por unos segundos nos quedamos mirándonos fijamente hasta que Elia se echó a reí a carcajadas.
- Era solo una broma Leia. Te has puesto casi tan roja como los tomates que hemos cocinado esta noche – Se acercó a mí, me rozó el cuello con suavidad y volvió a sonreír – Tranquila, dulce princesa, puedes tomar tu baño, yo estaré cambiándome a mi pijama en tu habitación.
Eso de “dulce princesa” no era nuevo en ella. Me llamaba así desde que supo mi nombre, que era como el de la Princesa Leia de Star Wars, (mis padres siempre fueron bastante fanáticos de la saga), y el “dulce” era porque según ella yo era como miel que se derramaba. Nunca entendí a qué se refería, pero a parte de mi ternura evidente, ella quería decir algo más.
Me dispuse entonces a entrar a mi baño, el cual quedaba dentro de mi habitación separada por una puerta. Elia entró también a la habitación y se sentó en mi cama. Yo cerré la puerta del baño y noté que ella se dispuso a poner algo de música en mi equipo de sonido. Soy algo anticuada, y sigo comprando CDs de mis bandas favoritas. Justo allí ya estaba puesto el álbum de Arctic Monkeys, AM, que tiene las canciones más sensuales en esta vida y que siempre uso cuando me voy a dar placer a mí misma. Como esa semana yo había estado especialmente activa, el CD seguía en el reproductor, así que Elia lo puso a andar. Desde el baño la música se oía a lo lejos.
Cuando me dispuse a quitarme la ropa, me di cuenta de que mi tanga blanca estaba empapada de mis fluidos. De alguna manera sonreí, había sido muy satisfactorio. Me metí a la ducha y abrí el agua caliente, me gusta el agua que casi quema la piel. No pude evitar pasar un dedo por mi clítoris y sentir que me recorrían mil sensaciones por todo el cuerpo. No podía creer que me fuera a masturbar con Elia al otro lado de la puerta. Pero no me importó, me entregué al placer de mis manos masajeando mi coño mientras el agua hirviendo recorría todo mi cuerpo. Gemí un poco y esperé que ella no me hubiera escuchado.
Al cerrar la llave, me di cuenta de que no había toallas en el baño. Mi madre debió haber recogido todo para la ropa sucia. Tenía entonces una encrucijada; salir del baño con la misma ropa puesta estando aún húmeda, o salir completamente desnuda. Mi carne deseaba que tomara la segunda opción, pero yo no era así de atrevida.
Así que me dispuse a ponerme mis bragas, mi brassier y el mismo vestido blanco con estampado de flores de cerezo, aun chorreando un poco de agua. Abrí la puerta del baño, y salió el vapor reprimido. Pude ver a Elia sentada en mi cama. La música de Arctic Monkeys seguía sonando en el fondo.
Elia estaba sentada al borde de la cama, de nuevo con las piernas cruzadas, pero esta vez no tenía su blusa. En cambio, se veía un diminuto sostén rojo de encaje conteniendo sus firmes senos. No pude evitar mojarme de nuevo con ese paisaje ante mis ojos. Sentí que estaba tan excitada que mis pezones se marcaban a través del sostén y del vestido. Me sonrojé de nuevo.
- ¿Qué haces así? – Dije, fingiendo una risa calmada – Pensé que ya estarías en pijama, como siempre.
- ¿Y tú que andabas haciendo allá adentro? – Me dijo Elia con cara de travesura – Te escuché haciendo ruidos muy particulares.
Estaba a punto de cambiar el tema, pero ella se levantó de la cama y acercándose un poco a mí, añadió:
- ¿Recuerdas que alguna vez me dijiste, mientras hablábamos de todo y de nada, que no sabías si besabas bien? Se me ocurre que esta noche podría ser tu maestra, y enseñarte unas cuantas cosas.
- ¿Y cómo piensas hacerlo, Elia?
- ¡Muy sencillo! Simplemente debes hacer todo lo que te diga sin negarte. Pero primero dime, ¿Por qué volviste a ponerte la ropa después de bañarte?
- No había toallas ni demás ropa en el baño, era esto o salir desnuda.
- Ay Dulce Princesa, me decepcionas, yo hubiera elegido la segunda opción. ¿Qué dices? ¿Aceptas mi trato?
Sin que me dejara responder, Elia se acercó completamente a mí y puso una mano en mi cuello, como había hecho antes.
- Primero voy a quitarte este vestido. A los chicos no les gusta la ropa en estos casos – Y con un movimiento rápido bajó mi cremallera y cuando menos lo pensé el vestido estaba en el suelo – Dulce Princesa Leia, sé que ésta va a ser la primera vez para ti, así que intentaré ser tan dulce como lo eres siempre.
Su voz era tibia y suave, como un ronroneo que acariciaba mis sentidos. Yo estaba totalmente inmóvil, esperando a ver qué hacía. Lo único que me separaba de ella eran mis bragas y mi brassier de encaje blanco. De pronto pasó el pulgar por uno de mil excitados senos, justo encima del pezón, y dijo:
- Vaya, estás muy excitada. No me digas que te has estado masturbando, Princesa. Si esta fuera la primera vez que sientes esto no te pondrías tan dura en tan poco tiempo –. Sonrío con picardía, sabía en su mirada que esto lo había estado planeando toda la semana, no era casualidad.
Prosiguió con más caricias, y tocó mi cabello, aun húmedo por el baño que me acababa de dar. Éramos casi de la misma estatura, así que podía sentir su aliento y el roce de sus pechos con los míos.
- Bien, Leia, voy a acercarme a ti muy lentamente, y te voy a comer la boca. Quiero que me dejes entrar y follarte la boca con mi lengua. Te enseñaré como humedecer y morder los labios, y luego tú harás lo mismo. La única regla es, que yo puedo tocarte donde quiera mientras te beso, pero tú solo puedes usar tu lengua conmigo.
Yo solo asentí con la cabeza y me dejé hacer. En efecto, Elia me tomó por la cintura pegándose a mí y empezó a besarme, primero lentamente, casi con dulzura, y luego metió su lengua hasta mi garganta. Eso hizo que mi corazón se pusiera a mil por hora, y yo la dejé que entrara y saliera de mi boca, mientras tomaba mis senos, mucho más grandes que los suyos, entre sus manos y los masajeaba lentamente. Puso una pierna entre las mías y comenzó a acariciar mi monte de Venus con la rodilla. Sentía como mi tanga se empapaba de nuevo. Luego mordió mi labio inferior hasta casi hacerlo sangrar, lo chupó y se apartó de mí. Quedé sin aliento por unos segundos.
- Para ser una virgencita, lo has hecho muy bien mi Leia. Ahora ven, siéntate en la cama y te dejaré hacer.
Me senté en la cama y me acerqué a ella lo más lentamente que pude. No quería parecer desesperada. Ella se quitó el sostén de encaje rojo, provocándome aún más. Comencé introduciendo mi lengua en su boca, pero como no podía tocarla, por la condición que me había puesto, ella también contra atacó y todo esto se convirtió en una guerra para saber quién era capaz de meter más la lengua en la boca de la otra. Estaba muriendo de deseo, hasta que ella me detuvo.
- No quiero que te corras todavía, la noche es joven – Volvió a juguetear con mi cabello húmedo – Quiero que te quites las bragas, déjate solo el sostén.
Obedecí, y noté sus pechos estaban al aire, firmes, y sus pezones duros. Era una morena espectacular.
- Bien, mi princesa Leia. Quiero que me des la espalda y te sientes en la cama con las piernas abiertas y dobladas. No creas que no sé que te estabas masturbando en la ducha, pero ahora voy a enseñarte lo que se siente que te lo haga otra persona.
El ambiente ya estaba caliente, y la habitación seguía con la música de los Monkeys de fondo.
Me senté dándole la espalda a Elia, tal como me lo indicó. Ella se sentó detrás de mí, abrazándome con sus piernas, y podía sentir sus senos desnudos en mi espalda. Comenzó a acariciarme un seno con la mano derecha, y con la izquierda fue bajando lentamente hasta que llegó a mi monte de Venus perfectamente depilado. Suavemente iba besando mi cuello y mi hombro, y eso siempre ha sido algo que me derrite por dentro. Recostada contra ella, cerré los ojos dejándome al placer. Su mano izquierda comenzó a descender más y encontró mis labios vaginales hinchados y dispuestos.
- Estás húmeda, princesita. Me excita demasiado sentir tu miel entre tu coño. Tus labios esperaban por mí. Voy a enseñarte cómo se siente follar.
Yo solo pude responder con un gemido. Levanté los brazos hasta que pude agarrarme con fuerza de sus hombros, no quería que ella se alejara de mi ni por un instante. Su mano derecha no dejaba de jugar con mis pezones haciéndolos endurecer cada vez más. Pero con su otra mano se reservaba las habilidades para mi caverna, ya que era zurda.
Comprendí entre delirios, suspiros y gemidos que en aquel momento estaba sonando la canción “I wanna be yours”, y que era cierto. Quería que me hiciera suya, quería que me follara, hasta el fondo de mi ser.
Comenzó a mojar mi clítoris con mis fluidos, subía y bajaba a un ritmo maravilloso, recorriendo mi rajita con toda suavidad, quería empezar suave y retener el orgasmo. Acarició mi clítoris con un dedo, pero pronto se inflamó tanto que tuvo que comenzar a pellizcar con el índice y el pulgar. Uno, dos, tres pellizcos.
- Ah, ah, ah… Me quiero correr Elia. Ah, ah, ah.
- Aún no, princesa. Te voy a follar por primera vez. Aguanta, me lo vas a agradecer.
Siguió con ritmo desenfrenado, masajeando y apretando mi clítoris con énfasis. Me había mojado como nunca antes en mi vida. Mi cuerpo de alguna manera no entendía lo que estaba pasando y quería quitarse, mi clítoris estaba tan excitado que dolía.
Elia frotaba, pellizcaba, frotaba sin piedad, me lastimaba un poco, pero yo quería que me follara.
- Elia, auuuch, me lastimas. Ah, ah, ahhh… Quiero que estés dentro de mí, me voy a correr, no aguanto más. Ah, ah ahhhh…
- Pídemelo bien.
- ¡Fóllame, fóllame ahora! Ahhhh…
- Lo que digas, te voy a follar, princesita.
Entonces Elia liberó mis pechos de su mano derecha y la bajó rápidamente a mi cavidad. Yo seguía sentada contra ella, con las piernas abiertas a más no poder, y entonces sentí, primero uno, luego dos dedos, que me penetraban en mi ser.
Elia jamás soltó mi clítoris, lo empezó a masturbar frenéticamente como un pequeño pene.
- Elia, Elia, Elia. Me voy a correr, me voy a correr, me voy a correr. Ahhhh, ahhhh, ahhhhhhhhhhhh.
Sentí cómo me iba de este mundo y regresaba por un segundo. Fue maravilloso. Había tenido sexo por primera vez, y había llegado al orgasmo.
Me quitó el aliento. Cuando normalicé mi pulso, me volteé y le comí la boca a Elia con un beso lleno de deseo y agradecimiento. Anhelaba que mi primera vez fuera excitante y que fuera con ella. Y me lo cumplió.
Estaba a punto de comerle el cuello y los senos a besos, pero ella me detuvo y exclamó.
- Cuidado Princesa. Esta lección no fue gratis. Aún tenemos todo el fin de semana para nosotras. Y tienes que enseñarle a tu maestra todo lo que has aprendido.
Me tumbó sobre la cama, se posó encima de mí, se contoneó unas cuantas veces y me besó con su lengua, mordiendo mis labios, hasta que se hizo de día.
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