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El destino rara vez es mezquino con las mujeres dueñas de sí mismas, que creen que es un mito, que sólo queremos sexo con amor, que asumen que para nosotras, como para los hombres, el sexo es un lindo intercambio de placer, que no es amor, ni va ligado necesariamente a alguna clase de amor y por añadidura son agraciadas: no nos escatima partenaire con quien coger.
Hace ya 6 meses que mi esposo Martín fue sometido a una cirugía y, el visitarlo y acompañarlo en la clínica, hizo que conociera un médico amoroso y atento. Se llama Roque.
Entró a la habitación, se presentó y, a la rutina de chequeo del enfermo, intercaló miradas dirigidas a mí, intensas y explícitas como de caníbal untándome con chimichurri.
Instantes después le sostuve la mirada pues me llamó la atención ya que tenía varios días –semanas- inactiva sexualmente y mis autocomplacencias eran pobre paliativo.
Alto y fornido, cabello negro, ojos grandes color café oscuro, pestañas largas y rizadas, nariz prominente, boca grande y labios gruesos, brazos musculosos.
Mi imaginación y turbación “vieron” en sus entrepiernas un miembro proporcional a sus grandes manos: toda una promesa.
Fue instantáneo, él me vio y quedó atraído por mí mientras yo, tal vez por la inquietud de tener Martín en post operatorio, me fijé en él demorada, pero no menos interesada.
La visita finalizó con un lacónico comentario verbal y uno elocuente visual.
Las dos tardes siguientes, los cuatro ojos siguieron “conversando” monotemáticos:
“¡con gusto te la pondría!”
“¡qué bueno sería tenerte adentro!”
Sólo que antes de retirarse me invitó, con un gesto disimulado, a que lo siguiese. En la antecámara de la habitación me habló brevemente sobre la salud de mi marido y, luego se interesó sobre mi y deslizó los primeros halagos y veladas alusiones a mis, obvias, privaciones eróticas. La segunda de las dos tardes, ya nos sentamos en el sofá de la antesala. Noté que él no quería que la visita terminase sin “ir al grano” – me había tomado una mano en sus manos, acariciado en la mejilla, halagado, desnudado con la mirada… - Yo, nerviosa por Martín esperando despierto, opté por despedirme. Al retirarse optó por pedirme el número de celular. Se lo di y entré a la habitación.
Mientras justificaba, no sin torpeza, mi tardanza y arreglaba sábana y cubrecama de Martín pensaba en lo mucho que me atraía y me excitaba el doc y de cómo sería un polvo con él.
Fui al toilette para prepárame para pasar la noche. Me quité blusa, pantalón y ropa interior. Sentada en el bidet me masturbé un buen rato, me higienicé, calcé bombacha y corpiño limpios y un bata.
Martín estaba dormido – lo sedaban para que sus noches fuesen tranquilas - En eso suena mi celular, era un Whats App del doctor: decía lo encantado que estaba de haber charlado conmigo y que le hubiese gustado despedirse, hoy, con un beso. Imaginé sus labios gruesos sobre los míos, sentí como una corriente recorría mi cuerpo, bajando desde la boca hasta mi clítoris que empezaba a dilatarse y mi calzón se humedeció, era una sensación que hacía mucho no sentía.
“Aún es hoy, si estás cerca, estás a tiempo” le respondí tuteándolo por vez primera.
“No tardo” demoró en replicar, casi más de lo que tardó en abrir, sigilosamente, la puerta de la antecámara.
Allí estaba esperando yo, nos sonreímos, me acerqué y me besó. Fue un beso largo e intenso. Abrazados, nos asomamos a la habitación:
-Está en brazos de Morfeo y va a estarlo toda la noche- murmuró.
Retrocedimos unos pasos y reanudamos el boca a boca, pero él soltó el cinto de mi bata y metió manos en el broche del corpiño, luego sus dedos acariciaron mis tetas y mis pezones, yo le susurré mi placer al oído. Tomó mi mano y la llevó a su bulto crecido y duro, me pareció soberbio – creo que no vestía calzoncillos -. Me arrimó al sofá, terminó de quitarme bata y corpiño, bajó al elástico y mi bombacha fue a parar a los tobillos, me acostó, terminó de desnudarme –zapatos incluidos– y, “rápido para el mandado” lo tuve encima de mí y percibí su glande en el umbral de mi concha. Ni siquiera se la había visto y ya, deliciosamente, me introducía la cabeza de su verga, la fue llevando y empujando, yo gemía se me erizó la piel, le pedí que la metiera toda hasta el fondo. Obedeció de golpe, alcancé a ahogar mi grito, al sentir su delicioso y enorme miembro, duro como un asta, llenándome hasta lo más recóndito.
Empezó el entra y sale, de forma suave y rítmica, por momentos embistiendo con ímpetu y lleno de pasión, así varios minutos hasta que comenzó a flaquear el control de mi misma, le susurraba que me diera duro, eso lo enardeció y me cogió sin piedad, yo gemía, alcancé a decir su nombre, en medio del orgasmo:
- ¡Ahhhh! ¡Siiiii, Roque, sí, sí, siiiii- o algo por el estilo grité. Él intentó callarme con una mano en mi boca, pero sin dejar de embestirme cada vez más fuerte. Sentí los disparos de varios chorros de leche caliente en lo más profundo de mí.
- No grites así, por favor. Se van a enterar en la clínica entera – me murmuró mientras se dejaba caer a mi lado.
Me sobrevino una especie de pánico. Me levanté, manotee mi bata me la puse y me asomé a la habitación. ¡Uffffff! Martín seguía profundamente dormido.
Me di vuelta para regresar al sofá. Roque estaba vestido. Me abrazó y se despidió:
-Estuviste para el podio. Fantástica ¡Graciasss!-
Me besó y:
-Debe estar por venir la enfermera para el control nocturno. Mañana voy a venir con más tiempo para... otro viaje a las estrellas.
No esperó mi venia, después de un último beso y salió.
Al día siguiente llegó 20 minutos después del cierre del horario de visitas. Con el sedante, que en su visita profesional previa le había suministrado, Martín estaba más que dormido: re-dormido.
La apertura de la nueva sesión de placer sexual fue un calco de la del día anterior: besos, pérdida de bata y ropa interior yo, acostarme en el sofá y quitarse el uniforme médico él. Pero, en vez de penetrarme sin más ni más, bajó a mi entrepierna mojada e hinchada y hundió su cabeza allí y entre lengüetazos, mordisquitos e intromisión de dedos, me arrancó un concierto de suspiros y gemidos hasta que, trastornada de placer me incorporé, lo obligué a sentarse y lo descubrí: un delicioso y enorme miembro, duro como un hierro, cabezota roja apuntando al cielorraso. Era la primera vez que lo apreciaba, visualmente, en todo su esplendor. No dudé un momento y lo engullí lo más que pude, lamí, chupe, saboreé, lamí sus testículos, quería comerlo todo mientras lo miraba con lujuria. No aguanté mucho el jueguito: le pedí que me lo metiera.
Esa noche me cogió dos veces.
Fuimos amantes casi tres meses. Tuve la sensación que él deseaba, conmigo, más que placer carnal.
No está en mis planes romper con Martín.
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