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Capítulo 2. Un nuevo año. Reinicio de los cursos.

Capítulo 2. Un nuevo año. Reinicio de los cursos.

De camino a la academia pasábamos todas las mañanas de ida, y en las tardes de regreso, por un hospital en cuyas puertas se paraban chicas con sus uniformes de enfermeras. En una de aquellas mañanas estaba abstraído en mis reflexiones y cavilaciones, tanto era mi ensimismamiento que no oía las pisadas que me seguían de cerca. De pronto oigo unas risillas nerviosas y una juvenil voz femenina: -"ji, ji, hola, espere usted, ji, ji, espere usted, hola, ji, ji; escuche, espere usted, ji, ji, ji, hola, hola, ji, ji, ji"-. Me detuve sorprendido y giré para ver quién era la persona que se dirigía a mí. ¡Qué sorpresa! Era una enfermera sin maquillaje de pelo corto con una compañera suya. En mi alemán tarzanesco les dije que estaba retrasado pero indagué qué querían de mí. Ojeaba mi reloj preocupado e impaciente. Ella balbuceó sonidos incomprensibles intercambiando miradas con su amiga. Le solicité que repitiera su frase: -"sí claro. Hoy a las doce quisiera encontrarme con usted frente a la alcaldía"-. Mi aturdimiento era total, una confusión cosquilleante invadía mi cuerpo; de sus ojos emanaba un manantial de picardía. Me sentía desarmado; pero ante todo arrecho porque llegaría tarde al curso. Ella insistió persistente y aguijoneante: -"¿vendrá usted?, ¿sí?, ¿sí?"-. Para salir del aprieto y, además, no llegar tarde proferí un burdo: -"sí, sí, sí"-. Me tendió su mano derecha: -"Brigitte es mi nombre, ¿y tú?, ¿cómo te llamas tú?, ¿de dónde eres?"-. La observé de reojo señalándole impaciente mi reloj para indicarle que debía continuar pronto el camino hacia mi curso de alemán en la academia, ella insistió: -"¿cómo te llamas?, ¿de dónde eres?"-; no tuve más remedio que responderle: -"Arturo, soy de Venezuela"-, sonrió complacida: -"¡ah!, ¡caribeño!, mucho gusto, es un placer conocerlo"-. Y Brigitte me alarga su mano para despedirse, yo se la estrecho y noto que está sudorosa, a pesar de la fría temperatura; sus cosquilleantes dedos ansiosos rascan la palma de mi mano; sus rasgados ojos me acribillan y su risa nerviosa me invita, yo le confirmo: -"sí, a las 12 frente a la alcaldía, sí, sí, iré, iré, sí, sí"-; fue mi respuesta definitiva a su insinuadora proposición verbal.

Aquel día no fui a almorzar con el grupo en nuestro sitio acostumbrado sino que me fui directo al centro del pueblo, a la alcaldía para ver si en realidad estaba allí la chica enfermera esperándome. Caminé por el frente de dicho edificio, di vueltas por entre sus columnas y maldije por ser tan pendejo, tonto, por haberle creído su promesa, por ser yo tan ingenuo y cándido. Salí para enrumbarme hacia el club y no perderme el almuerzo. ¡Qué arrechera!, ¡qué estupidez!; me decía yo furibundo. De súbito veo a la enfermera que baja a largos trancos con sus piernas cortas por la calle contraria directamente hacía mí agitando su mano derecha de forma frenética; como una loca escapada del manicomio atravesó la calle con el semáforo en rojo*. *Eso es pecado mortal en Alemania. Se lanza a mí, ante la sorpresa de los pocos transeúntes abrazándome emocionada: -"lo siento, pero no pude salir antes"-. Sus ojos de aspecto felino se clavan en los míos: -"tengo sólo unos minuticos, ¿nos vemos el domingo?, podemos ir a pasear"-. Pasear, pasear. Hasta ahora siempre había sido salir a pasear la proposición de ellas. Mis pensamientos revolotearon en aquel momento buscando a la dulzona Renate, mas ella no estaba allí, ni en ninguna otra parte cercana; la enfermera roza su nariz con la mía: -"¿sí?, ¿vienes?, ¿sí?”-. Su insistencia me abrumaba en ese momento: "-Sí, sí"-. ¿Qué hacer?, no tenía otra alternativa ni salida; además, qué habrían dicho Pathirage y el centroamericano si le rechazo la oferta.

Domingo por la mañana

El domingo en la mañana, alrededor de las 10, nos encontramos en el centro del pueblucho. Nos saludamos muy diplomáticamente, sólo un apretón de manos y los respectivos hola, nada más. Ella iba ataviada con su uniforme de enfermera pues a mediodía tenía turno en el hospital. Me señaló la calle hacia abajo para que nos dirigiéramos al parque situado detrás de la academia. El sol brillaba. Ella hablaba como una catarata lo cual hacía que yo le entendiese poco de su mensaje. Al fin llegamos, subimos unas escaleras para acercarnos a una atalaya desde la cual se podía contemplar la zona cercana del río, y la lejana con sus suaves colinas. Entramos allí para protegernos y escondernos del invernal tiempo. -"Tengo frío"-, me dice coquetona balanceándose sobre su pie derecho al tiempo que con el otro frota esa pantorrilla enfatizando así su sensación: -"tengo frío, ¿entiendes?, mucho frío, bbr"-; repite con voz plañidera, me roza afectuosa las mejillas con su nariz; en realidad la tenía gélida. Yo desabrocho los botones de mi sobretodo brindándole abrigo, la invito a que se refugie entre mis brazos, se acerca a mí y la envuelvo; estamos muy cerca, el vaho de nuestros alientos se conjuga y nuestros labios se rozan frotándose, los suyos están cubiertos con una crema protectora, los míos muy resecos suplican cuidados. No soportamos más la orden de nuestros cuerpos y mentes; literalmente la apretujo estrujándola, mi boca busca la suya cerrada, horado con mi lengua entre sus labios buscando paso hacia su paladar; siento que mi existencia es recorrida por un cosquilleo caliente y electrizante ocasionando una erección y erizamiento de todos mis vellos, así como de mi masculinidad, aún ingenua, que percibe la cercanía de un terso estuche femenino. Mis manos se aferran como garras a sus glúteos oprimiéndola así hacia mi cuerpo, se las palpo voraz; qué excitación tan. Uf.

-"Uhm, por favor, espera, con calma, uhm, ji, ji"-. Me susurra separándose de mí, un hilillo incoloro cuelga entre ambas bocas ansiosas, la suya lo sigue hasta llegar a mis labios, los moja con la punta de su lengua y se apodera uno a uno de ellos queriendo devorarlos entre los suyos; me los muerde, me los lame, me los chupa, se detiene un momento, me otea; ya no se queja tanto del frío y reinicia la reconquista de mi boca, con sus voraces dientes mordelonea lenta mis labios dejando escapar largos suspiros anhelantes; sus manos suben y bajan por mi torso como queriendo arrancarme mis vestiduras, una mano suya arrastra hacia abajo la cremallera de mi bragueta, esa misma mano invade mi intimidad y siento como se apodera de mis testículos, luego esos dedos oprimen codiciosos la erecta masculinidad, levanta su mirada susurrando: -"estás muy excitado, me gustaría que me penetrases y acariciases mi vagina con este hierro; pero aquí no se puede. Qué lástima. Bésame, toma mis labios y muérdemelos con mucho cuidado y sin abusos, aquí están; y también mi lengua, no pares de acariciarme. ¡Ah caribeño!"-. Y sigue con su frenético masaje en toda mi intimidad escondida tras la vestimenta invernal solazándose al refregármela y sopesándola con sus dedos ansiosos. Me maravillo al ver que le entiendo sus frases, mi alemán va mejorando cada día; qué alegría me causa esta sensación también. Yo no la suelto porque me da la impresión de que ella es, o podrá ser, la chica con la cual podré llegar a tener mi primera relación sexual -aún soy virgen-. Su auscultación de mi cuerpo, en especial mis genitales por dentro del abrigo no tiene fin y me palpa ardiente ocasionándome una furibundísima erección de la cual ella disfruta; me otea picarona, pues no me puedo contener ya más, su mano es inundada por una fervorosa cantidad de líquido que expele mi cabeceante pene; ríe muy pícara porque parece haber logrado su objetivo: -"ji, ji, ji, es muy caliente tu jugo. Y qué cantidad es, ji, ji, ji. Dame tu pañuelo para poder secarme la mano. Me gustas mucho caribeño"-. Termina de limpiarse y me regresa el pañuelo húmedo.

Los transeuntes veteranos que por allí discurren espetan vocablos incomprensibles para mí, se esconde en mi hombro hasta que se alejan para luego continuar con nuestro intercambio de caricias; ella no suelta mi miembro, yo paseo ardiente mis manos por sus nalgas, una mano mía se dirige hacia su feminidad mas ella rechaza el intento: -"no, aquí no, atrevido, ji, ji, ji"-. Aún permanece refugiada entre mis brazos y mi abrigo murmurando: -"bien caliente aquí adentro, por favor, dame unos besitos más, ji, ji, ji"-. La complací y ella prosiguió con su intensiva investigación corporal. De súbito mira su reloj: -"ay, me tengo que ir, ¿vienes conmigo hasta el hospital?, de camino hablamos; vamos"-. Me tomó de la mano y me tiró para que me apurase porque el trecho hasta su sitio de trabajo era un poco largo; sin embargo, ello no fue obstáculo para hacer un alto y abrazarnos, besarnos, apechugarnos, pues ya éramos una pareja y por tanto teníamos acceso mutuo a nuestras intimidades, aunque hasta ahora había sido superficial.

El lunes tuvimos un nuevo encuentro en frente del dicho edificio de la alcaldía, pero sólo por unos minutos, los cuales ella utilizó para concertar una nueva cita: -"mira, esta dirección, toma el papel, guárdalo, mañana a esta hora, ¿vienes?, anda, di que sí, allá sí podemos platicar en paz"-. Tomé el papelito y lo leí preguntándole al mismo tiempo dónde era dicho sitio; río triunfante: -"ji, ji, ji, muy fácil, a la vuelta del hospital, la callecita diagonal, ji, ji; ¿vienes?, ji, ji; muah"-. Con ese beso se despidió dejándome allí mientras yo refregaba el papelucho con la dirección. ¿Una aventura?, en qué me estaba enrollando. Al regresar a mi habitación de la pensión recibí la visita de Pathirage que bajó a mi cuarto para practicar un poco los verbos, pero más para indagarme qué había concertado con la enfermera. Su curiosidad era irrefrenable: -"tell me boy, tell me what are you going to do, ja, ja, come boy speak about her, yeah"-. Sus blancos dientes se destacaban ampliamente sobre su oscura piel, sus refulgentes ojos bailoteaban vivarachos. Le mostré el papelito con la dirección en letras rasgadas e inseguras de la enfermera. -"Boy, boy, it is really crazy, yeah, yeah, ja, ja, ja, you are going to meet her at home and then. Ja, ja, and then you will get all, all, yeah, yeah, ja, ja, ja"-. Media hora más tarde tenía a la mitad de mis compañeros de aventura en mi habitación indagándome sobre mi plan para el día siguiente. Hasta un iraní, otro ceilanés y un indonesio, maricones los tres, me felicitaban por ese acercamiento con una fémina alemana.

Metida de patas

A las 11: 55 a.m. de la mañana del siguiente día despegué como un cohete escaleras abajo para salir del edificio de la academia e ir en busca de la enfermera atrevida y lanzada cuyos toqueteos, manoseos y chupeteos me hacían sudar gruesas gotas de sudor, así como alborotar íntegramente mi masculinidad virgen, pero muy interesada en dejar de serlo. Corrí desenfrenadamente calle arriba buscando llegar pronto al bendito hospital y constatar si ella en realidad me aguardaba allí. En el centro tomé un autobús que hacía el recorrido por esa ruta hacia la pensión nuestra y luego se perdía hacia otro lugar del pueblo. Dos paradas y arribé a mi meta. Salté ansioso y esperé a que el mastodóntico montón de fierros, ruedas y motor, hiciera el espacio suficiente para poder cruzar la calle. Mis ojos buscan anhelantes y ansiosos su presencia en la entrada del antiguo edificio. Nada inicialmente, di una vuelta sobre los talones y maldije pleno de exultante rabia brusca: -"¿por qué soy tan rebolsas y güevón?, coño ´e la madre no joda."-. Toc, toc, toc. Son golpes de nudillos de dedos, giro y la veo tras el cristal de la puerta acomodándose un abrigo de lana al estilo de un poncho andino venezolano y haciéndome señas para que la esperase unos instantes. Lucía bien contenta, y hasta bonita. Corrió hacia mí y me abrazo efusivamente: -"está muy bien que hayas venido a buscarme, pero te dije la dirección para que fueras allí directamente; no importa, ven, rápido, ji, ji, ji"-. Y me tendió su mano derecha, se la así con mi izquierda; al doblar la calle se detuvo: -"ven, un besito para que me saludes; uhmmuahh, otro, uhmuah, ah, qué bien, ji, ji"-. Una vez que la hube complacido con su deseo proseguimos nuestro camino entreojeándonos silenciosamente, atados por nuestras manos intercambiábamos calores y sudores; un besito aquí, otro más allá; una risilla suya y otro besito fugaz. Qué idilio, uff.

Llegamos a la casa y me señaló que esperara, ella entró mientras yo permanecí en la calle aguardando, pues no sabía qué hacía en esa casa. Encendí un cigarrillo, eché a caminar impaciente de arriba a abajo. Unos minutos más tarde salió una mujer rolliza y desagradable, de mediana edad, envuelta en su abrigo, pasó por mi lado sin tomarme en cuenta, lo mismo hice yo con ella, aun cuando al pasar por mi lado quedó una estela nauseabunda producto de una emanación de gases venenosos de su intestino. Bahh, qué hediondez. Por fin se abrió la puerta, ella me hizo señas con su índice derecho para que accediera a la casa, la cual en realidad era una vivienda en un edificio de 2 ó 3 pisos -no me acuerdo ya muy bien-, en cada piso 2 apartamentos. Abrió la puerta y entramos; continué tras ella hasta llegar a una pequeña habitación y me mostró una cuna, allí dormía profundo un bebé de unos 6 meses. Me explicó con señas, gestos, risillas nerviosas y palabras que se ganaba unos marcos adicionales cuidando el niño de la mujer que acababa de salir. También me aclaró que ella volvería horas más tarde, ya que trabajaba a medio tiempo por las tardes en una fábrica en las afueras del pueblo. Sus ojos se inflamaron de alegría y saltó hacia mí: -"tenemos toda la tarde; al bebé sólo tengo que darle el biberón y cambiarle el pañal; quítate el abrigo y el suéter, ji, ji, ji"-.

Me despojé de esas vestimentas lanzándolas al sillón más cercano permaneciendo en pie; ella fue a la habitación para cerciorarse si el bebito dormía: -"duerme tranquilo, shh; ven al sofá, sentémonos y hablamos, ji, ji, ji"-. Ella cruzó sus piernas y la falda del uniforme se le corrió dejando al descubierto sus rodillas mas sólo algo de los muslos; tomó mi mano izquierda y la llevó hasta sus rodillas: -"qué manos tan calientes tienes, ven, bésame, estamos solos y el lugar es agradable, no estamos en el parque, apúrate, ven, ven, ven"-. Presioné rabiosamente mis labios sobre los fríos suyos -la caminata le había enfríado el rostro-; mis brazos la enlazararon y atrajeron hacia mí con descomunal fuerza bruta. Mis pensamientos me recordaban a Pathirage con su frase alentadora: <>. Así mismo combatía yo en ese frente femenino, con enjundia para conseguir todo, todo. Proseguí corajudamente mi exploratoria labor debido a que ahora estábamos bajo techo y bien calientitos, ella se dejaba tocar, explorar, besar; también se empeñaba en tantear mis zonas que ya había auscultado durante nuestro encuentro en la atalaya. Esta vez sí me permitió que los dedos de una mano se le hundiesen en sus labios vaginales, suspiró anhelante y ansiosa: -"me gusta también, pero sería mejor tu pene, dámelo. Ahh, está bien duro, ah. Bájame la pantaleta. Sí, así"-. Mi mano le halaba su ropa interior, ella estrujaba garosa mi miembro entre su mano hasta que lentamente se fue agachando para introducir el glande en su boca, sus labios lo envolvieron echando el prepucio hacia atrás iniciando una tarea de succión que me hizo estremecer de placer, su lengua lo refregaba voraz provocando espasmos internos en toda mi humanidad, menos mal que estaba sentado: -"uhm, uhm, lo tienes bien duro y caliente, uhm, uhm, me gustas mucho caribeño, uhm, uhm; tus huevos están bastante peludos y carnosos, uhm, uhm; ya te estás viniendo, uhm, qué leche tan espesa, uhm; chúpame los pechos ya"-. Decidí asaltarle sus senos, abrió la blusa ofreciéndome sus dos peras las cuales ataqué con mi boca salvaje, me adueñé brusco de sus pezones uno a uno al tiempo que mi dedo corazón se hundía ansioso entre las carnes inundadas de su paraíso, aulló casi feroz: -"ggrr, sí; chupa, chupa; mete, mete"-. Ella me masajeaba el miembro intensamente mientras de él emanaba un espeso líquido blancuzco y lechoso que lo lubricaba facilitando su tarea de masturbación. Con la otra mano me presionaba contra su pecho para que le chupase sus pezones; casi me asfixiaba, pues su lujuria era incontrolable. No se cansaba de refregar mi miembro mientras susurraba sonidos incomprensibles.

De pronto, un aullido aterrorizador. -"¿Quéé es esto?, qué están haciendo?, ¿quién es ese extranjero?, ¿así cuidas a mi bebé?, te pago para que lo cuides, ¿y tú qué haces?, encerrarte con un extranjero de mierda en mi casa a fornicar; fuera él, y tú también, no te quiero ver más por aquí; le pasaré un informe al director del hospital, tú, tú, puta desgraciada, tú, puta barata*"-. ¡Glup! Qué susto tan cardiaco, pa´l coño´ e su madre, no joda. La mamá del bebé había vuelto y nos había hallado in fraganti en nuestra tarea preparatoria para consumar el carnal acto del amor, nos faltaban sólo algunos minutos para la consumación, creía yo en ese momento tan apasionado. La alemana furiosa nos lanzaba fulminantes rayos con sus enardecidos ojos al tiempo que aullaba sus atronadores improperios y epítetos; yo sobre Brigitte con mi rostro hundido entre sus senos bufando y resoplando, mi mano sobando su pubis; ella con su mano plena con la carne rígida y erecta de mi miembro. Un berrido: -"buah, buah"-. Debido a la gritería y aulladera de la mamá furibunda se había despertado el bebé, ésta se enfureció aún más: -"ves, ya lo despertaste, ves, ande y cálmelo, ande, vaya"-. Brigitte me echó a un lado, se agachó y con ambas manos se subió la pantaleta contoneando sus caderas para que ésta resbalase mejor hacia arriba, corrió hacia la cuna enredándose en la alfombra. Yo me subí el cierre tratando de guardar y esconder mi pene completamente erecto que cabeceaba escupiendo semen; busqué ansioso mis aperos, desde el cuarto ella me imploró: -"espérame, no te vayas sin mí"-. Salí hasta la puerta bajo la vista persecutora de los ojos inquisidores de la corpulenta y rolliza mamá; allí la aguardé amedrentado, pero al mismo tiempo dominado por la ira y el seminal anegamiento mental. Mi mente lucubraba maldiciendo diezmil veces la puta madre de esa coña vieja bruta que acababa de echar a perder mi primer polvo. Sólo unos minutos más y por fin habría logrado entrar en el valle de la dicha, por fin habría logrado igualar a mis compañeros de colegio, según sus habladurías colegiales; por fin habría dejado de ser un púber ingenuo y cándido; mas debería esperar. ¿Cuánto? Bueno, por lo menos ya había llegado a su nivel de chuponazos, besuqueos e intensos manoseos directos. Impaciente me paseaba en la calle al tiempo que mentalmente acribillaba a la mamá del bebé; vieja recontra coño ´e su madre, vieja puta malparida, a lavarse ese culo hediondo suyo; coña vieja car´e güevo. Ésas y otras bellezas más circulaban por mi mente plena de furia. Mi cuerpo ardía de cólera rayana en el odio hacia esa señora, cuyos burdos improperios se oían desde afuera; los pasantes se encogían de hombros al oír su alboroto. *Todas estas frases me las tradujo y explicó Brigitte rato después, inicialmente no entendí nada, soló los bramidos ensordecedores.

Por fin apareció Brigitte, para mi sorpresa, toda sonriente y resplandeciente de alegría: -"ji, ji, al fin me deshice de esa señora; no te preocupes por lo que dijo, ji, ji, otro día seguimos; ven y llévame a mi casa que está por aquí cerca. ¡Ah!, entre otras cosas, ji, ji, ji, tienes mucho temperamento y eso me gusta, ji, ji"-. De camino a su morada me explicó la jerigonza jeroglífica de la enfurecida mujer. Cada 10 ó 20 metros hacíamos alto para besuquearnos y consolarnos. La acompañé hasta su casa, es decir, hasta algunos metros antes de ella, nos despedimos con mucho beso y abrazo desordenados por el ardor que nos dominaba producto de la reciente frustración. Me consoló muy tierna: -"pronto, muy pronto nos encontramos y tendremos calma suficiente, ji, ji, muahh; si tienes tiempo mañana, entonces podemos salir a caminar, ¿me buscas?, ¿vienes?"-. En ese instante me acordé que al día siguiente vendría Renate a la academia. Le mentí diciéndole que ese miércoles tendríamos una excursión, se lamentó: -"lástima, pero entonces el jueves, ¿sí?"- . -"Sí, el jueves sí, pero, ¿dónde?"-, le indagué encarándola, ella comprendió mi malestar y me atrajo: -"no fue culpa mía, no sabía que había olvidado la llave de su vestuario aquí en la casa, pero, ji, ji, ji, ji, otro día continuamos, ji, ji, ji, me entusiasmaste mucho, bésame"-. Alzó su rostro para que le rozara su boca con la mía: -"uhm, otra vez, uhhmm; bueno, el jueves en la tarde me esperas a la salida del hospital y vamos al parque, a la atalaya, ¿sí?, ji, ji, ji"-. Su malicia provocó en mí una sonrisa, ello la satisfizo: -"sí, así sí me gustas, no te enfades"-, miré a mi alrededor para cerciorarme si venían pasantes, nadie iba ni venía, entonces la atraje posando mis manos en sus nalgas al tiempo que se las estrujaba con mis dedos convertidos en garras hambrientas: -"¿te gusta mi trasero?, pero no me lo castigues así; guarda algo para la atalaya, bueno, ya está bien, tengo que entrar, mi mamá está escondida espiándonos detrás de la cortina"-. Se dirigió a la entrada de su casa desapareciendo tras la puerta. Yo tomé el camino a la academia porque allá tenía mis libros. Pathirage estaba en la entrada de la misma en actitud de espera, de inmediato me bombardeó con preguntas de todo tipo ya que quería escuchar la historia con lujo de detalles, a él se le unió el centroamericano. Entramos a un salón y allí les narré la historia con todo detalle, ellos se carcajeaban a mandíbula batiente: -"ja, ja, ja, boy, very good, yeah, yeah, next time you will get all, all; ja, ja, ja. Carajillo, casi llegas a la meta, ja, ja, te faltó poco, sí, sí, la próxima, ánimo"-. Su regocijo me contagiaba y reía al unísono con ellos olvidando así la fallida tentativa de fornicarme a una chica. El centroamericano me advirtió: -"tienes que apurarte porque dentro de 15 días nos vamos de este pueblo, no te olvides de ese detalle, tú te vas a Berlín Occidental, y así los demás nos largamos de aquí; acelérele pisao"-.

Confusión lingüística. Adiós

Habían sido muchas emociones aquella tarde y el sueño me venció. El centroamericano me despertó para que fuésemos a cenar, no quise acompañarlo y me envolví en la cobija para seguir durmiendo. El cansancio mental y corporal me dominaba, tanto que volví a despertarme a la mañana siguiente por el ruido del centroamericano quien se apresuró a animarme: -"hoy viene la otra, así que ponte alerta para que no pase con ella lo mismo que ayer con la enfermera, levántate ya"-. La recuperación había sido total, me sentía pleno de energía a pesar de no haber cenado. Salté muy presuroso y bajé al sótano para asearme y ducharme, allá estaban los sanitarios y las duchas; luego fui al comedor y desayuné contento pues ese día me encontraría con la dulzona Renate. Pathirage me saludó jovial: -"boy, today is the day D*, try it again and you will get all, ja, ja"-. Luego palmoteó amigable mi hombro y me instó para que nos fuésemos a la academia. *Siempre me hablaba del día D. En el camino platicamos sobre diferentes temas en nuestra mezcla de inglés y alemán. Yo ya había olvidado el Waterloo del día anterior y me preparaba mentalmente para uno de los últimos encuentros con la rubiecita dulzona. Las clases de esa mañana no las percibí, me preocupaba sólo en que llegara pronto la hora: 3:00 p.m. Lo demás me importaba un coño. Luego del almuerzo y el cigarrillo obligatorio tome posición en el salón de siempre; coloqué mis notas y apuntes de alemán en la mesa para simular aplicación, pero mi mente volaba entre las escenas de los encuentros anteriores con ella, mis ojos hurgaban extraviados en las oscuras nubes de una tarde invernal triste y aburrida. Las conjugaciones de los verbos yacían allí yertas. Un vistazo al reloj me indica que la hora de su llegada ya había pasado. Pathirage entra al salón y me señala las agujas del suyo encogiéndose de hombros e invitándome a salir a la puerta de la escuela para fumarnos un cigarrillo, acepté su proposición. 4:30 p.m. Retorno a mi puesto de observación, mas nada sucede afuera, sólo veo vagar a unos transeúntes pasajeros por la húmeda calle. Pathirage se despide de mí con rostro serio. Yo no pierdo aún la esperanza de que venga, pudo haberle sucedido algo, perdió el autobús, en fin, no sé. Nadie llega, me acordé de sus últimas palabras en la parada del autobús, abro mi diccionario y busco LEBEWOHL, leo sus significados y mis ojos se enlagunan sin yo desearlo ni quererlo, cierro el diccionario y allí me doy cuenta del sentido de sus gestos, de sus frases de despedida repitiéndolas casi silenciosamente -Lebewohl-, sus manos agitándose, su sonrisa forzada. Esa palabra es el adiós para siempre en el idioma alemán, ahora comprendía todo el rollo en la parada del autobús.

Recojo mis libros y regreso cabizbajo a la pensión solitario. Atravieso como un sonámbulo el centro del pueblo, las luces solares todavía no habían desaparecido porque estábamos ya a mediados de febrero, las noches se acortaban y los días se alargaban. Llego hasta la parada de los autobuses y debo esperar a que el semáforo cambie a verde. Mi vista se entretiene observando el movimiento nervioso de los pasajeros buscando sus buses para regresar a sus hogares y descansar. Un autobús parte de la estación y pasa por mi lado raudamente pues el semáforo estaba en amarillo, las luces internas encendidas me permiten echarle un vistazo a los pasajeros. Mi corazón salta como fueteado por un brutal choque eléctrico y quiere escaparse de mi pecho. Coño, coño ´e la madre, es ella, sí, coño, es ella. Allí va Renate de pie, sosteniéndose de una de las barras horizontales, está de espaldas a mí y no me ve, el bus logra robarse el semáforo y en la siguiente bocacalle ésta se lo traga. Me siento como Yuri en la película del Dr. Shivago; ella, Lara, se desliza indiferente entre las callejuelas del pueblo; y él, impotente, sólo puede seguirla con su vidriosa mirada desplomándose. Aquí, ella, la dulzona Renate, es secuestrada por el mastodóntico bús robándomela para siempre, permanezco petrificado. Dos gruesas gotas cálidas resbalan por mis mejillas trazando huellas gélidas por el aire invernal. Verde para los peatones, cruzo la calle, enrumbo mis pasos hacia mi destino momentáneo. De camino entro a un quiosco, ceno con papas fritas, salchicha y una coca cola.

En la mañana, de camino a la academia, me tropecé de casualidad con Brigitte y le comuniqué que no acudiría a la cita de esa tarde debido a la proximidad de los exámenes finales del curso; además, le expliqué que en dos semanas me iría de allí a Berlín Occidental y por tanto no tenía objeto continuar nuestra frágil relación, su rostro se endureció, giró sobre sus talones y se unió a su amiga que la esperaba metros más adelante, echaron a andar silenciosas. Yo me concentré de ahí en adelante en la preparación de los exámenes finales; mas mi mente no podía separarse de la imagen de Renate, la dulzona. A pesar de todos esos gratos recuerdos frescos aún, pero ya lejanos, me sumergí en la gramática de la lengua alemana y aprobé el examen con una nota que para mí era suficiente y me daba esperanzas de aprender bien ese idioma. Así me orienté.

Continuará. Capítulo 3. El mundo berlinés.
Datos del Relato
  • Autor: Torbellino
  • Código: 25094
  • Fecha: 09-01-2012
  • Categoría: Confesiones
  • Media: 4
  • Votos: 21
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