En otro lado conté la manera en que la pérfida Tamara, a quien mis compañeritos llamaban algo despectivamente (los muy pendejos) “la india bonita”, me permitió cumplir el sueño de todo varón bien nacido, y hacerlo con ella y con Lucía, una morenaza de fuego. Esta es la historia de cómo, al cabo de pocos días, Tamara me rompió el culo en una sesión tan gloriosa como la anterior.
Llegamos algo bebidos al cuarto de Tamara, el sábado que siguió a la emboscada que le habíamos tendido a Lucía. Yo quise salir con Lucía dos días después, pero ella me dijo que prefería conservar el trío, y que, además, tenía cita con el ginecólogo (“me pondrán el DIU” dijo mirándome intencionadamente). Así pues, llegamos bebidos y calientes, porque Tamara había manejado y Lucía y yo nos tocamos hasta las anginas en el asiento de atrás. En el elevador Tamara fue desnudando a Lucía pero al entrar al cuarto, Tamara pidió que nos sentáramos, y dijo: “acuérdense que me deben una, así que hoy yo mando. Le dijimos que sí, que lo que quisiera, y agregó: “como tú no eres macho calado, y eso está muy mal, y como Lucy es virgen del culo, vamos a jugar serio, ¿quieren?” La miramos sin entenderla y ella sacó un vibrador de regular tamaño de un cajón, y dijo: “juguemos a algo: si tu pierdes –me dijo-, yo te follaré con esto. Si pierdes tu –viendo a Lucy-, Pablo te romperá el culo. En ambos casos, yo diré exactamente lo que tienen que hacer”. “¿Y si pierdes tu?”, le preguntó Lucy, mientras yo asimilaba la propuesta. “No hay eso: ustedes juegan y yo veo –y volteando hacia mí, advirtió-: y tu ni pío digas, porque eres un afortunado”. Como así era, ni pío dije, pues.
“Bien, el juego es una prueba de fuerza entre ustedes: tu Pablo, intentarás penetrarla a fuerza, y si se la metes bien metida y te vienes, Lucía pierde. Tu, m´hija, si logras que él se venga afuera, sin habértela podido meter, ganas. Y no es tan desventajoso porque ya viene calientito, míralo nomás –dijo acercándose y tocándome el bulto”. Lucy traía una blusa blanca desfajada y a medio desabrochar sobre su mini negra, y tenis, y el faje en el coche le había humedecido el coño. Yo, como había dicho Tamara, estaba bastante caliente, pero el natural deseo de conservar intacto el culo y las ganas guardadas de venirme dentro de Lucía, me hicieron meditar el asunto y calcular mis posibilidades (a fin de cuentas, pesa tanto como yo, quizá un poco más). En esas estaba cuando Lucy se me echo encima y yo hube de responder. Primero, trataba de mantener sus manos lejos del pito, y luego me costó bastante trabajo tirarla al suelo y dominarla. Mientras le arrancaba la blusa y trataba de bajarle la mini (irrompible, de mezclilla), ella me mordisqueaba el pecho y la cara, y restregaba sus tetas contra mi cuerpo. En fin, me gustaría decirles que finalmente le rompí la panty y la violé, pero no fue así: entre forcejeos y mordiscos terminé por venirme. Lucy se paró y empezó a aplaudir, imitada inmediatamente por Tamara, quien, entre tanto, y sin que yo me percatara de ello, se había desvestido.
Las vi alborozadas, y sentí, literalmente, cómo el culo se me hacía chiquito, al asomarse una pérfida sonrisa en los labios de Tamara. Entonces le dije que no podía metérmelo así como así, sin anestesia ni nada, ni aunque sacara alguna grasa lubricante. Ella contestó que el juego era el juego, pero que tendría compasión de mi, y le preguntó a Lucía “¿me ayudas?”, y Lucy, que empezaba a divertirse, dijo que sí. Tamara le ordenó: “ponte a cuatro patas”, y Lucy, sacándose las bragas, puso el culo al aire, los hombros sobre la cama, y empezó a masajearse su clítoris, diciéndonos: “cuando quieran”.
Yo estaba en pie, viendo el soberbio culo de Lucy, y no me di cuenta de cuando Tamara se hincó y empezó a chupármelo, haciendo que se me empalmara casi de golpe. Entonces se paró y me señaló a Lucy, quien estaba ya lista para la penetración, no sólo por los forcejeos anteriores sino porque, como he contado, es el coño más ansioso, húmedo y rápido del oeste (el sueño de todo adolescente), así que se lo metí desde atrás, despacito, paso a paso, tomándola de la cintura. Apenas había entrado entero en Lucy, sentí como Tamara me metía en el culo su engrasado dedo índice, a la vez que me mordía la oreja y susurraba: “muévete papi, muévete”, y empecé, a menearla, dentro y fuera del coño de Lucy, mientras sentía un extraño placer en el culo, dentro del cual Tamara empezó a mover su dedo en círculos.
La excitación y el placer fueron aumentando, y cuando empecé a resoplar y Lucy a gemir, pidiendo más, Tamara me sacó el dedo y me metió la mitad de los 18 centímetros del consolador. El dolor y el asombro me hicieron bajar la excitación, pero mi ano se acostumbró rápidamente al objeto extraño que en él se alojaba, y los gemidos de Lucy volvieron a ponerme a cien, y cuando Lucy se vino, con un profundo gemido, anegando su coñito, en el que mi verga se movía a gusto, Tamara activó el movimiento vibratorio del aparato y, por lo que supe después, metió de golpe dos o tres centímetros más, que ante el movimiento vibratorio ni siquiera sentí. Quise salirme, pero Lucy murmuró “síguele, sigue así”, y yo retomé los movimientos pendulares y oscilatorios, firmemente agarrado de la cintura de Lucy, mientras veía como Tamara se masajeaba enérgicamente el clítoris y sentía la acción del vibrador en mi hasta ese día virgen culo. La sensación empezaba a gustarme y la situación me gustaba aún más, y el coño de Lucy, lubricado y oloroso, me rodeaba como un guante, y finalmente sentí que el cielo se abría y me derramé entero dentro de Lucy, quien ya estaba gimiendo otra vez. Pensé seguir bombeando hasta que Lucy alcanzara su orgasmo, pero Tamara me sacó el vibrador, me jaló violentamente hacia atrás, y se echó sobre Lucy, dándole vuelta y recostándola boca abajo. Yo me senté en el suelo, sin pensar, viéndolas y reponiéndome de los hechos, y era también un placer estar ahí, oyendo sus suspiros, viendo a Tamara cogerse a Lucy, restregando clítoris con clítoris y comiéndosela a besos, hasta que tuvieron un orgasmo envidiable, una después de la otra. Ellas siguieron en lo suyo, mientras yo dejaba que el sueño me ganara, decidido a no analizar la situación, a dejarla para el día siguiente. Además ¿qué?, la verdad es que me había gustado.
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