~~Hoy
no tengo ganas de hablar de mi, sino de una buena amiga de mi adolescencia.
Se llama Inés y vive en un barrio o colonia del circulo exterior
de la ciudad, donde la mayoría de personas trabajan en fábricas
de manufactura y oficios domésticos. En la ciudad que les cuento,
estos barrios quedan subiendo a las montañas, por allá
casi nunca se ven coches privados sino públicos, por aquello
de tantos países no sé si me entiendan, pero les diremos
bus, esos carros grandes para meter 80 pasajeros de una vez. La
historia que les cuento es de Inés, mi amiga, una chica que
trabaja engrasando motores de autos en una gasolinera y un tipo que
trabaja conduciendo un bus. El
tipo, Gustavo, es casado con Chila, una mujer muy celosa que cuando
los dos hijos pequeños estan en el colegio, ella se va a acompañarlo
a sus viajes del bus. Por decir que Inés es una mujer flaca,
flaquisima y alta. Gustavo es un tipo gordo, con una cara linda pero
nada mas que ver. Ines
lo veia y empezaba a temblar, según sus palabras la cuca le
palpitaba, y lo dice con un gesto para matar de risa, junta sus dedos
de la mano y los mueve como imitando un corazon. Sólo
hay dos horas en el día en que Chila no acompaña a su
esposo Gustavo en los viajes y es en la mañana, mientras organiza
la casa y hace la comida. Ese tiempo lo aprovechó Inés
para empezar a coquetearle al conductor del bus. Miradas vienen, miradas
van. Aquí en este país, se le paga al conductor cuando
se sube al transporte entonces a veces en el intercambio de dinero,
las manos se rozan. Pero entre Gustavo e Inés, las manos no
se rozaban accidentalmente sino con coquetería, con deseo.
Para
ir un poco más allá, después de varios meses
de coquetería simple, Inés le dejo una nota al entregarle
el valor del transporte. Me gustaria conocerte pero lamento
que seas un amor imposible . En
la siguiente vez que coincidieron en el bus, Ines iba de madrugada
para la gasolinera y Gustavo en un semáforo le dijo a la gente
que se pasaran para otro bus porque se le habia presentado un problema
tecnico. Cuando Ines iba a bajarse el le hizo un gesto de espera por
el espejo retrovisor y ella sonrio y volvio a sentarse. Cuando
se bajaron todos los pasajeros, Ines se acerco y Gustavo arranco en
el bus a toda velocidad. y a que horas entras a trabajar, princesa .
Ella dijo que aun tenia una hora. ¿Y te puedes perder
un rato? le preguntó Gustavo. Ines sonrio y no le dijo
nada. Sólo pensaba cómo harían para ir a un hotel
a esas horas de la mañana y montados en un bus. Pero nada de
eso, Gustavo le tenía una sorpresa. Siguió
conduciendo el bus y de pronto se detuvo debajo de un puente vehicular
con poca luz, se bajo del vehículo, puso señales de
precaucion y volvió al bus. En
la penumbra, la sonrisa de alegría de Gustavo lo iluminaba
todo. No podía creer su buena suerte que una chica joven y
nada fea se le ofreciera sin pedir nada, y sabiendo que era casado.
Inés
se puso de pie y también sonreía pero estaba nerviosa
y se le acercó despacio. Sin
mas palabras, Gustavo agarro a Ines de la cola y la atrajo hacia si.
Se besaron con desespero. A Inés no le gustan mucho los besos
con lengua pero en esa ocasión de travesura simplemente se
dejó hacer y disfrutó lo que su gordo deseado hacía
con ella. Permitió que el fuera acariciando todos sus huesos.
Es que sólo imaginarlos me da risa y también un poco
de exitación: ella tan flaca y el tan gordito, abrazándose
y tocándose, rozándose, conociéndose con los
dedos y las manos. Inés,
dejando los nervios empezó a meter sus manos por debajo de
la camiseta de Gustavo y a acariciarle la panza. Gustavo seguía
explorandola con las manos, sus senos, sus brazos, su cintura, sus
caderas y cada vez se pegaban más el uno del otro, sin dejar
e besarse. Dos
casi desconocidos, víctimas del destino en un bus urbano, fingiendo
una falla técnica, debajo de un puente vehicular oscuro, jugando
al sexo y al cariño. Iluminados nada más por las luces
de los otros coches que pasaban. Despacito,
Gustavo la fue arrastrando hasta la silla de atrás del bus,
que es la mas larga, pero también la que tiene la ventana más
grande, así que debían ir cada vez más agachados
para que no les vieran desde afuera. Estando
allí Gustavo cambió de ritmo y pasó de lento
a veloz, con gran habilidad desabrochó el cinturón y
los pantalones de Inés, y recostándola en el asiento
se los quitó. Luego hizo lo propio con sus pantalones mientras
mi amiga lo miraba sin poder creer todavía que todo aquello
estuviera pasando. Hacía más de un año que Inés
no tenía sexo con nadie y su sangre corría agitadísima
por todas sus venas. El
resto es historia, con su gran cuerpo se acostó encima de Inés,
le abrió un poco las piernas y se fue adentro de ella con ansiedad.
Empezó a moverse despacio dentro de ella –por lo general
los gorditos siempre son así y ella como pudo hizo algún
movimiento de cintura. Eso disparó a Gustavo y le hizo descargarse
dentro de ella. Gustavo
le dio un beso rápido y se fue a la parte delantera del bus
a buscar pañuelos desechables para que ambos se limpiaran.
Ella
estaba un poco decepcionada por el rapidin pero muy
contenta de haber conseguido lo que se proponia. Ese
bus siguió teniendo fallas técnicas por varios meses
y ella llegó a arriesgarse enviándole girasoles a la
oficina de despacho de los buses. Después
y por presión mía, ella siguió llevando preservativos
a los encuentros, para mayor seguridad. Y aunque el no gustaba mucho
de ellos, fueron buenos porque podía resistir un poco más
sin eyacular y le permitían a ella moverse un poco sin que
el explotara. Alguna
vez ella lo llamó por teléfono para saludarle. Y esta
fue la charla:
alo – hola Gustavo – con
quien hablo – con Inés – .
Inés ¿cuál Inés? –
(silencio y risita) la de los girasoles Inés
lo cuenta mientras se ríe con esa risa contagiosa que tiene.
Cogieron (follaron, tiraron) por varios meses y nunca se habían
dicho el nombre.