Voy a ser muy directa así que diré sin ruborizarme, que siempre soñé con desvirgar a un muchacho. Creo que es el deseo de toda mujer que, como yo, pasa la barrera de los 40 años y desea que un hombre le haga revivir la misma calentura que tenía a los 18.
Un hombre que disfrute su cuerpo, sin hacerle caso al paso del tiempo. Un hombre joven, virgen de sexo, capaz de echarle cinco polvos en una noche. Yo tuve hace poco esa oportunidad, a pesar de estar casada no la desaproveché y es lo que quiero contar.
Estábamos en plena mudanza de barrio y por ser día laboral mi marido no podía ayudarme a hacer las maletas, ni a echar a la basura tantos trastos que una guarda a través de los años. Como sabía que me iba a poner perdida preparando las cajas, me puse ropa cómoda. Apenas unos pantaloncitos de algodón, una camiseta bien cortita y por supuesto, nada de ropa interior.
No puedo decir que sea una mujer gorda pero sí que tengo bastante carne y muchas curvas. Mis tetas son grandes y mi culo gordo así que, con aquella indumentaria, presentaba una imagen más que provocativa pero también estaba preparada para moverme cómodamente y sudar como una negra. Estuve haciendo cajas, recogiendo basura y empacar ropa durante unas tres horas sin parar.
Pero ante el desafío de bajar sola unas cajas por la pequeña escalera, me di por vencida. Era una tarea difícil de hacer por una sola persona. Se necesitaban, por lo menos, dos.
No sabía como resolver el problema hasta que, al mirar por la ventana, vi que allí, a pocos metros de mi casa, en el patio del piso de mis vecinos, Luis estaba jugando con su aro de básquet. Pude observar durante un momento, la vitalidad de ese jovenzuelo de unos 18 años, pero con aspecto de estar ya hecho, que corría y saltaba ejercitaba músculo.
Abrí la ventana y le dije si me daba una mano bajando unas cajas. Él asintió, explicándome además que no había problema ya que no había nadie en su casa, que sus padres habían salido, volverían tarde y que nadie lo necesitaba. Corrí a abrir la puerta, subimos y le expliqué el problema. Mientras hablaba con él, notaba la mirada ruborizada del chico sobre mi cuerpo. Se le iban los ojos a los pezones y a los muslazos.
En este momento fue cuando me di cuenta de que mi aspecto era muy provocativo y hasta ese momento, juro que ni se me había cruzado por la cabeza la idea de tener sexo con el muchacho. Pero, allí solos, casi en penumbra, observando su cuerpo sudado de hacer deporte y su mirada ardiente, un escalofrío de curiosidad recorrió mi cuerpo. Y me dije: ¿por qué no? Si él no habla, nadie lo sabrá.
Sobre la marcha preparé mi plan. Mientras Luis movía unas cajas, me agaché cuantas veces pude. Como he dicho, siempre tuve un culo grande, bien formado, pero en aloncito corto tenia que resultar exageradamente tentador. Sobre todo para un muchacho de esa edad, con las hormonas a cien.
Además, noté que en cada agachada, se me metía la tela del short en mi peluda raja, seguramente, dejando a la vista del muchacho por no llevar braga alguna, mis carnosos labios vaginales.
También, si me inclinaba hacia adelante, de cara a él, lo que se movían eran las tetas. Cada vez que me inclinaba, Luis dejaba de mover las cajas. Como para calentar más al muchacho, le pregunté si tenía novia. Me respondió que no, que nunca había tenido una aún.
- Es extraño - le dije con mi mejor sonrisa - que un joven tan apuesto y varonil como tú, no hubieses aún besado a una mujer pero tranquilo, que ya le iba a llegar el momento.
Mientras hablábamos, sentí que mi raja se humedecía con solo pensar tener un pedazo de polla joven, dura y fresca, bombeando leche en su interior.
Me di cuenta que los pezones se me endurecían aún más de excitación. Ahora, mis tetas, estaban coronadas por dos botones que sobresalían claramente por sobre el frágil tejido. Me acerqué lo más que pude a Luis para que notase esto.
Incluso, con la excusa de colocar dos cajas pequeñas por encima de él, le apoyé en sendas ocasiones, mis tetas en su espalda y en su nuca. Fue allí cuando noté que mi raja estaba ya húmeda y pegajosa. Y que la polla de Luis había comenzado a endurecerse.
El muchacho, notablemente excitado, hacía lo imposible por esconder el promontorio que ahora aparecía en su pantalón deportivo. Viendo esto, tomé la iniciativa. Le pedí que bajase unas cosas que había en un armario alto, mientras yo debajo, le sostenía la escalera. El pobre, con vergüenza, subió a la escalera y yo enseguida me acomodé tras de él. Y sucedió lo esperado. Al pasarme el primer objeto, tuvo que girar su cuerpo, y allí, a menos de diez centímetros de mi cara, quedó su bulto a mi disposición.
Podía adivinar su virgen polla por debajo del tejido de su pantalón. Imaginaba un redondo par de testículos, rosados, hinchados de leche calentita. Fue así que aprovechando que Luis sostenía el objeto con sus dos manos, me elevé un poco en la escalera junto a él y le apoyé en pleno mis dos tetas sobre su erecta verga. Tomándome el trabajo de refregarme lentamente, mientras ahora descendía lo que me acababa de pasar.
Pude sentir su nada pequeño palo entre mis tetas, firme, hirviendo de calentura. Le dije que cogiera otra cosa, pensando ya que aquello era ya un ”ahora o nunca”.
De entrada, al subir a la escalera, le apoyé las tetas nuevamente en su cipote, y me dio la impresión de que estaba apunto de estallar. Tenía que frenarme, porque aquel chaval se iba a correr antes de tiempo y lo necesitaba para que me hiciera un buen trabajo.
El chico aguantaba sus gemidos pero la contracción de su cuerpo delataba el intenso placer que sentía. Ni corta ni perezosa, ante la mirada atónita del muchacho que sostenía allá en lo alto la caja con sus dos manos, le bajé de golpe el pantalón del chándal y su polla, temblando tiesa, quedó al alcance de mi cara.
Notando que Luis estaba temblando, no sé si de miedo o placer, sin darle tiempo a reaccionar, me enterré su polla en la boca y el muy guarro empezó a correrse como si fuera una fuente. Me enfadé, pero seguí mamándosela lentamente. Tragué mucha lechecita deliciosa, dulce y caliente que regó mi paladar.
. Sin decir palabra alguna, agarré al chaval por la verga, tiré de él como si fuera un perrito y me lo llevé al dormitorio.
Le quité toda su ropa sin que él protestara, contemplé su hermoso cuerpo desnudo y me puse en cueros. Noté que su mirada se concentraba en mis grandes tetas y en la mata de pelo del coño, que a esas alturas ya me goteaba.
Le apoyé las tetas en su cara y le metí unos de mis pezones en su boca. El chico chupó y chupó de maravilla, a pesar de su inexperiencia ya que, como me confesó luego yo era la primera mujer desnuda que veía y las primeras tetas que chupaba. Pero esta misma inexperiencia añadía a mis deseos un nuevo morbo.
Mientras él me chupaba y lamía los pezones yo, con su polla bien agarrada por mi mano, le hacía una suave paja, para endurecerle el cimbel que hubiera otra corrida. Cuando la tuvo de nuevo bien tiesa y dura, me subí a la cama y me puse a cuatro patas. Le di un par de besos profundos, metiéndole mi lengua hasta su garganta y luego le hice lamerme el coño.
Me hubiera encantado que me pasase también la lengua por la raja del culo, pero era demasiado para un novato, aunque el instinto sexual es algo maravilloso. Sin haberlo hecho nunca lo estaba haciendo de maravilla. Me pasaba la lengua como un perro, lamiendo y, metiendo su lengua y sacándola a un ritmo que me hacía botar de gusto.
Quería gozar como nunca y por detrás, por donde aprieta de verdad. Me di la vuelta, agité las nalgas, me abrí bien y con habilidad, enfile su verga hacia mi culito gordo.
. Él no tenía muy claro lo que estaba haciendo. No sabía si estaba entrando en el coño o en el trasero, pero me agarró las caderas y empezó a meterla y sacarla cada vez a un ritmo más acelerado. Por su cara y sus exclamaciones, debía ser algo que le encantaba y estuvo cabalgándome sin detenerse, un par de minutos. Se corrió, no le dejé salirse y siguió dándome candela de la buena.
Estábamos totalmente sudados. Yo había tenido dos orgasmos seguidos gracias a esta follada culera y él se había corrido, sin sacarla, dos veces también en mi trasero.
Finalmente, antes de dejarle marchar, de rodillas en el suelo y desnuda como una puta, mientras me masturbaba con la mano, le regalé una última mamada, tragándome su verga hasta la base de sus testículos. Bastaron pocos minutos para que él también me regalara sus últimas gotas de leche, las cuales saboreé el resto de la noche. A pesar de que ya hemos cambiado de barrio, al menos una vez a la semana, recibo la visita de Luis para repetir este encuentro que nos deja a los dos muy relajados.